LOS VERDUGOS TAMBIÉN LLORAN
En una nota titulada “Dar nombres”, Quintín hace referencia a un tuit de Diego Lerer y un editorial radial de Roger Koza, que confirmarían su tardía presunción de que hay “en el pequeño mundo del cine una especie de rumor (no sé cómo llamarlo) por el cual quienes hicimos la revista El Amante en los años ’90 éramos o somos ‘la crítica de derecha’ o ‘la cinefilia de derecha’”. Es curioso que recién llegue hasta Quintín dicho “rumor”, existiendo antes otros tuits de Diego Batlle o Raúl Camargo (programador chileno insospechado de pertenecer a la internacional comunista) haciendo referencia hace mucho tiempo a esa identificación, y evidentemente sintiéndose “aludidos” todos los que salieron a responderles con la misma virulencia entonces, aunque no se habían hecho nombres propios…
Es que la “presunción” se desprende de las abiertas posiciones que hace muchos años viene sosteniendo ese grupo de críticos, mayormente nucleados alrededor de El Amante. A esta altura todos ellos han “salido del closet” (por usar la poco feliz extrapolación de Juan Villegas), y varios de ellos colaboran en la revista digital donde se publicó la misma nota de Quintín, llamada con orgullo “Seúl” para no ser confundidos con los tibios de “Corea del centro”. Por lo que es llamativa la supuesta ofensa, absurdas sus implicaciones, y perverso el pedido de disculpas. Pero de todos modos esta nota se abocará a explicitar las falacias del texto “preciso y elegante” de Quintín (según Gustavo Noriega, el otro miembro fundador de El Amante y habitué del mismo sitio).
I
Dice Quintín: “me considero una persona derecha [y humana, le faltó agregar], pero no de derecha” y “me parece que a los otros integrantes de la lista les pasa lo mismo”. Efectivamente, en los mismo tuits en que agradece esta nota, Juan Villegas dice que “no se siente de derecha”… La cuestión es, precisamente, no lo que cada uno “sienta” (como ya señalamos en nuestra lectura de Diario de la grieta), aunque no sea inocente esa subjetivación: en un tuit en el que Pola Oloixarac recuerda una vieja nota de Martín Kohan sobre “la derecha que no osa decir su nombre”, le reprocha que no acepte “que la gente se autoperciba como le parezca”. Una vez más, se trata de utilizar el discurso reivindicatorio de ciertos colectivos o minorías discriminadas para extrapolarlo (solo cuando les conviene, claro, del mismo modo en que no tienen problema de tildar como “comunista / chavista / kirchnerista” a todo lo que se les oponga). Como si lo ideológico se aclarara con la mera “autopercepción” y no fuera una posición objetiva en un campo determinado (es decir, que tampoco implica un juicio moral o de valor, sino de hecho: justamente lo que ellos no hacen con quienes los contradicen).
Véase por ejemplo la “autopercepción” de Quintín, quien dice “no soy parte de una organización política y adhiero a distintas posiciones según de qué tema se trate”, pero hace muchos años viene sosteniendo un apoyo abierto y explícito a la misma organización política que Villegas, así como todos los que saludan su nota y escriben en la misma revista (partidaria evidentemente de la misma organización -en todo caso adhiriendo a “distintas posiciones” dentro de ella-, visto que su editor fue ¡Subsecretario de Comunicación Estratégica en la Jefatura de Gabinete de Macri!), así como adhieren a otros espacios similares (como invitados a los mismos medios, firmadores de las mismas solicitadas, etc). Por consiguiente, ¿cuál es entonces el problema?
Como ya decíamos en nuestra reseña sobre el libro de Villegas, la derecha argentina tiene más escrúpulos que otras de la región y el mundo para asumirse como tal, acaso porque pese a todo aún sigue vigente la memoria histórica de los golpes (y terrorismo) de Estado, propiciados inequívocamente por sectores que en esos momentos se ubicaban inequívocamente a la derecha del arco (y basta leer hasta hoy los editoriales de La Nación para saber lo que siguen pensando…). Por eso los que luchan por “salir del closet” ideológico necesitan liberarse de esa pesada filiación histórica, como si solo se tratara de ocupar posiciones fuera de contexto (recordemos que la distinción entre “derecha e izquierda” viene de cómo se ubicaban los representantes en la asamblea nacional durante la Revolución Francesa, pero luego tiene dos siglos de historia política encima…).
“Alguien preguntará por qué me enoja que digan que soy de derecha, si no tiene nada de malo”, asume Quintín, pero sostiene que eso puede ser señalado “siempre que uno acepte serlo”. La idea es absurda (si uno debiera analizar cualquier campo solo teniendo en cuenta lo que los agentes dicen de él, tendríamos como resultado -por ejemplo- que, efectivamente, en Argentina no es de derecha ni el partido de Biondini…). Pero por eso mismo esa (no) petición de principios aparece tan extendida en un mundo que asiste al crecimiento de organizaciones de derecha (y extrema) que juegan a sentirse ofendidas si se las señala como tales (véase al respecto este divertido y sombrío corto).
En aquel texto citado por Pola, Kohan concluía que “la derecha que no osa decir su nombre cultiva un airecito banana, cancherea con torpeza, juega el juego del cinismo. Esquiva, medrosa, esa exigencia ética que a la crítica le planteaba David Viñas: definir, ante todo, desde dónde se habla. Lo que vendría a ser, en este caso, pronunciar su antiizquierdismo sin disfrazarlo de antiprogresismo, asumirse de derecha y dar un debate honesto sobre estética y política”.
Hablando de estética y política., otra cuestión distinta es “adjudicarle retrospectivamente a esas ideas el sentido de su trabajo”, como señala Quintín (pero llamar a esto “un acto de delación” es una enormidad, aunque tampoco inocente como veremos más adelante). Cuando Koza dijo que “el núcleo fuerte de El Amante estaba compuesto por gente de derechas”, esa s final de la que Quintín se burla significa también que no se trata de adjudicar retrospectivamente una ideología precisa. Ya que, como Koza aclara (y Quintín cita), quizás por entonces lo eran “acaso sin saberlo”: porque la ideología (no en el sentido partidario sino de “visión del mundo”) nunca es transparente, y menos para los propios sujetos. Por eso, no se trata de que hace treinta años hayan puesto Los imperdonables de Eastwood en la tapa, sino de la visión del cine que se fue desprendiendo con los años de esa revista, incluso en sus diversos períodos.
Sería por tanto necesario hacer una relectura critica de toda la historia de El Amante, para probar algunas hipótesis como esta que arriesgo rápidamente ahora: no fue un inicial conservadurismo político lo que derivó en su final conservadurismo cinematográfico (notorio en su defensa de Jackass, por ejemplo), sino acaso lo inverso: fue una visión conservadora del cine lo que hizo que su posterior deriva política no fuera percibida como un cambio radical. Siempre sostuvieron una “militancia” en favor de ciertos modelos, aunque Quintín sostiene que desde hace treinta años está tratando de evitar convertirse en “un crítico-megáfono” y nos invita a leer sus notas para probarlo. Bien. Veamos una que no le da la razón, aunque no sabemos si a aquel Quintín o a este…
Tras la crisis de 2001, el crítico publica excepcionalmente dos notas puramente políticas, en enero y marzo de 2002. No voy a hacer un análisis, ni siquiera una cita extensa de esos textos. Baste leer lo siguiente (extraído de “La sombra de una duda”) y compararlo con su discurso actual: “Patricia Bullrich se presentó en diez programas: todos anunciaban que la ex ministra de Trabajo (una de las personas más aburridas y banales del aire) era una de los pocos políticos que podían salir a la calle sin ser insultados. En instantes, el discurso se hizo oficial. Había nacido «la nueva derecha» (…) integrada según dicen por la Bullrich, López Murphy, Mauricio Macri, Gustavo Beliz, figuras que, al decir de los periodistas, «tienen buena imagen» y que, junto a algunos gobernadores peronistas (Reutemann, Puerta, etc.) más el menemismo, podrían conformar una fuerza electoral ganadora. (…) Sería el partido de los que mandan al que votarían los que obedecen. Pienso en el aire militar que tendría la aplicación dela ley de Murphy, el trato de patrón a obrero que Macri da a los jugadores de Boca, en el desprecio de la Bullrich a Moyano (que no obedece a las mismas razones por las que pueden de-preciarlo los trabajadores), y me digo que no vaya votar a este partido”. El Quintín de 2001 le habla al de 2021, que seguramente encontrará un modo “preciso y elegante” de contarnos por qué aquel estaba equivocado… O tal vez prefiera callar, y seguir sugiriendo (como todos los que hicieron el mismo camino) que ya no tiene sentido hablar de derecha e izquierda, para no tener que explicar ese giro brutal (aunque luego encuentre “comunistas” por todas partes…). Pero hay algo peor en todo esto.
II
“La cacería de brujas, en un sentido estricto o simbólico, tiene una historia que un crítico de cine no debería ignorar”, nos enseña Quintín: “Señalar con el dedo tiene consecuencias. Decir que alguien era de derecha en la Unión Soviética era malísimo y peligroso para el señalado. Del mismo modo, era malísimo que a uno lo consideraran comunista en tiempos del macartismo. (…) No era una expresión neutral llamar a alguien comunista en Hollywood. La idea era que la palabra se usara lo más posible y que se dieran los nombres de los infames”. ¿Hace falta decir que “comunista” es hoy la palabra de moda de las nuevas derechas para “atribuirle al otro” una entidad realmente inexistente?
Lo que hay que asumir es que Quintín fue en esto un adelantado: cuando hace unos años usaba esa y otras palabras tomadas del léxico de la Guerra Fría, hasta sus amigos parecían tomarlo como un exabrupto hiperbólico, pero ahora ese discurso delirante se ha vuelto un lugar común y cotidiano, incluso en el degradado campo político. Y sumado a ese uso deshistorizado, se produce también una torsión de los significados: pues si bien es difícil tomarse en serio lo de “comunista” en un mundo dominado hasta en China por el capitalismo, acaso más temible que esa fantasía es la inversión del sentido, como hace ahora Quintín con el término “macartismo”, por definición usado por un Estado al acusar a sus ciudadanos por comunistas (algo que tiene una larga tradición en América y sigue existiendo, mientras que las imágenes del temido “estalinismo” solo perviven en los documentales de Loznitsa y un par de países que son como islas detenidas en el tiempo, ya que el poder tiene hoy formas más insidiosas de persecución o censura).
Más cerca, Vicky Duclós Sibuet recuerda en un hilo de tuits que, en el estreno de La larga noche de Francisco Sanctis, Quintín le gritó a sus directores “váyanse a la puta madre que los parió” mientras hablaban sobre el caso Lopérfido (con su oportuna “discusión” sobre el número de desaparecidos), y luego escribió en su blog: «Me da mucha bronca que el kirchnerismo siga encontrando en el medio artístico respaldo para una campaña cuyo verdadero objetivo es el retorno a cualquier precio de la corrupción y el abuso encarnados en su jefa»). Así actuaba quien ahora habla de “macartismo”, y habría muchos más ejemplos para citar también de su cuenta de tuiter, si no se la hubieran cerrado por parecidas infamias.
Del mismo modo, hablar de “los interrogadores del estalinismo” para igualar un editorial en un perdido programa universitario y una investigación periodística independiente sobre la “reacción conservadora” (reacción que probó su existencia a través de su poder para voltear ese sitio) es tan desproporcionado como hablar de “listas negras”, que por definición son secretas, omnipresentes y estatales. Dice Quintín que “no hay que ser de un determinado partido para saber que señalar y delatar son cosas que no se hacen”. Pero señalar y delatar no es lo mismo, pues para que haya “delación” debe haber una burocracia que ejecute a partir de ello alguna represión (por eso mucho más inadecuado es el término “buchón”, que tampoco se han privado de usar, porque implicaría alguna culpa real en el acusado…).
Quintín sabe que “andar por ahí con el cartel colgado puede tener consecuencias sociales y laborales si uno forma parte de ese mundo”, por eso suena a cinismo lo de “no es una idea feliz hacer listas”, cuando el gobierno que apoyó sí les dio existencia efectiva, como pasaremos a ejemplificar: no fue una metáfora desaforada sino una oscura realidad. Lo que hace del petitorio de disculpas de Quintín algo de un cinismo atroz (como cuando el inquisidor –siguiendo su metáfora– pide al condenado que le pida perdón por darle ese nombre). Recordemos entonces lo que algunos prefieren olvidar.
III
En septiembre de 2017, una nota de la revista Noticias titulada “El INCAA contra el relato K y las pelis sin espectadores”asumió la existencia de “listas negras”, pero no para criticarlas sino limitándose a reproducir el relato oficial (según el cual “la Resistencia K en el INCAA tiene al Gaumont y la escuela de cine ENERC como bastiones”), y relatar como el canal estatal dedicado al cine argentino había levantado la programación de cualquier película que aludiera a conflictos pasados o presentes, bajo la excusa de que “el archivo es todo K”.
La nota adelantaba que los funcionarios del área “recopilan una lista de cien títulos que responden a esa línea”, y unos días más tarde dicha lista fue exhibida en el programa dominguero de Luis Majul. Este comparó desfachatadamente esa lista “negra” con las películas de propaganda de la dictadura militar (según le habían asegurado “los grandes pensadores que discuten cine”, que sin duda son los sendos críticos estatales que prestaron su cara de piedra al informe, como su colaborador Gustavo Noriega) diciendo que si el gobierno de facto “presentaba tres o cuatro películas por año, acá son 140” (!!!).
La lista fue literalmente “exhibida” y aplaudida por el conductor como “gran trabajo”, pero nunca fue publicada completa por ningún medio (solo se mencionaron al aire un puñado de películas), ya que era evidente que se mezclaban algunas producciones discutibles (como el documental sobre Kirchner de Paula de Luque) con otras que simplemente cometieron el pecado de tocar, con mayor o menor suerte, temas como las madres de Plaza de mayo, el peronismo, o incluso la participación argentina en una misión de los cascos blancos… De hecho entre los títulos reprobados estaba mi película M(lo sé porque Majul no pudo evitar la chanza de “no será por Macri”), que –como cualquiera que la haya visto sabe– difícilmente puede ser tildada de “kirchnerista”, y casualmente desapareció (como también mi segunda película) de los canales estatales.
Dejemos de lado la mentira de que esas películas “fueron financiadas por miles de millones de pesos que pudieron haberse usado en cloacas”, o su brulote contra los “pícaros que dan por sentado que el estado les debe bancar cualquier porquería que se les pase por la cabeza”, o la descalificación en base a que esas películas tuvieron “muy pocos espectadores” (ambas cosas se podrían achacar también a la película Yo, presidente de Cohn y Duprat, que el mismo Majul produjo con ayuda del INCAA): Lo grave fue que tanto Majul como su mentiroso informe aseguraron que todas esas películas (que, insistimos, no se mencionaron más que como parte de una lista nunca declarada) fueron “filmadas con el único objetivo de sostener y enaltecer el relato kirchnerista”, mezclando el cincuentenario fomento al cine argentino con los dineros públicos gastados en el programa oficialista “678, el Futbol para todos”, etc, caracterizándolas como “la propaganda política en versión cinematográfica”.
Todo esto no hubiera sido más que otra de las habituales pantomimas del periodismo militante, pero era esperable que tuviera consecuencias reales ya que al lado de Majul, repitiendo las mismas brutalidades, como un ventrílocuo que le da letra, estaba el entonces titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos. Fue él quien aclaraba que “hay que ver el esquema general, porque es parte de un proyecto y un plan, de sometimiento ideológico (…) encima en refuerzo del matiz autoritario (…) dándole a cualquier tipo plata porque era afín al proyecto”, asumiendo así que esa lista que el Estado mismo confeccionó daría cuenta de “un aparato de propaganda burdo” con “una carga ideológica sesgada y brutal”.
Lo sesgado y brutal debía ser, sin dudas, la existencia misma de la lista, que se cuidaron bien de no mostrar para que todo este absurdo kafkiano no les fuera refutado. Frente a esto, poco importaban hasta las más obvias falsedades del funcionario, como cuando dijo que esa cantidad de películas terminó “destruyendo la industria del cine», o que este “estuvo peor que nunca, y no tuvimos la famosa presencia alrededor del mundo”. Todo eso palidece ante lo que proclamaba su sola presencia en medio de ese aparatoso programa, y que no tuvo empacho en refrendar con las citadas palabras, que no desmerecerían en cualquier tribunal macartista. Así fue ese verdadero “tiempo de canallas” (como llamó al suyo Lillian Hellman, una de las primeras víctimas del macartismo). Pero no vamos a pedirles disculpas, como hace Quintín con los que le recuerdan donde queda la derecha. Basta con llamar a las cosas por su nombre.
Nicolás Prividera / Copyleft 2021
*Acá se puede leer una respuesta previa a la nota «Dar nombres».
Querido amigo,
Me has puesto en una posición en la que nunca creí que estaría: La imposible defensa de “Quintín”. A ver: cualquiera que tenga algún tipo de experiencia en estos rediles de la polémica cinéfila sabe que entre el barbado habitante de San Clemente y yo existe una suerte de duelo casi secular. Mi anecdotario podría quintuplicar la frugal lista que tu artículo ensaya: no hay argumento que nuestro héroe no haya utilizado en mi contra, del signo político que se te ocurra. Viene a mi memoria un ejemplo gracioso, ya que hablamos de “caza de brujas”: cuando por alguna rara ventura mi film “La Flor” apareció en la tapa del diario francés “Libération”, Quintín -con insospechada efusión vaticana- auguró alarmado que “el cine está en manos del Demonio”. El Demonio, en cuyas manos estaba “el cine” era, aparentemente, yo mismo. Lo mismo podría decirse de la anónima (y módica) troupe de cultores de la “nueva derecha”a la que tu texto (que asimismo se hace cargo de tantos otros) se toma el trabajo de señalar. El pasar de las décadas ha visto desfilar por mis ojos incrédulos un soprendente pasaje del Fervor a la Indiferencia por parte de algunos Críticos de cine (surgidos efectivamente de la obsoleta redacción de El Amante) a quienes la comprobación de que mi conocido Anti- Kirchnerismo no implicaba un inmediato tránsito a la efusión por el Ingeniero Macri o por Miguel Del Sel los sumió en una hiperbólica ola de desinterés por mi persona, que no siempre excluyó- como tu nota señala- la descalificación, la delación intuitiva o el desdeñoso menosprecio.
Quiero intentar con esto acallar (en un vano movimiento preventivo) la ola de comments que – preveo- habrán de señalar mi manifiesta afiliación a la flamante fórmula de la Sra. Vidal o mi postulación a la sin duda remunerada lista de colaboradores de la revista digital del Sr. Iglesias Illa. Veremos hasta donde me acompaña la suerte. El punto, en cambio, es que creo que en este caso “Quintín” tiene razón. Efectivamente, él ha ejecutado – con más escándalo que el que él mismo parece registrar- todo tipo de mutaciones ideológicas. Alguien que merece el máximo de mis respetos (y por eso no nombro) lo definió alguna vez como “la única persona capaz de cambiar de posición sin abandonar la posición anterior”. ¿Basta ese libertinaje conceptual para que en tu nota tengas razón? Opino que no, y que una cosa es que “Quintín “ fuerce de manera desenfrenada la utilización de su cuenta de twitter diciendo macanas y otra muy distinta es que esa evolución sea denunciada adjudicándole cualquier tipo de sesgo ideológico con el consiguiente (y perenne) señalamiento y condena. En otras palabras: creo que tu nota, por más razonada que esté, constituye un argumento Ad Hominem, y que no encuentra otro argumento más allá de la oportuna justificación de una acusación (ser “de derecha”) a quien – y esto todos lo sabemos- no ha tenido nunca otra voluntad que la de llamar la atención y correr los límites del buen sentido y la sensatez. Efectivamente, considero que tras la denuncia a los enfáticos adscriptos a las módicas ideas surgidas de la Fundación Pensar hay una desdibujada voluntad de disciplinamiento moral cuyas consecuencias, en el mediano plazo, puedo considerar preocupantes. Desde luego, incluyo en esta tendencia el episodio -demasiado conocido- de la minuciosa denuncia contra los integrantes de la “Reacción Conservadora”. Mi alarma no corresponde evidentemente al alcance de ese sigiloso informe -cuya radio de acción difícilmente supere a un puñado de convencidos de antemano, y cuya difusión fue oportunamente aprovechada por los denunciados para subrayar el tamaño de las fuerzas orquestadas en su contra. Lo que no me gusta de eso es otra cosa: lo que no me gusta es que ese proceder- cuyas analogías con la delación se desestiman, a mi criterio, con demasiada facilidad- se vuelva habitual en personas lúcidas y respetables. ¿Cuáles son los límites de la extrema difusión de una actitud acusatoria entre personas del campo intelectual? ¿Cuál es el siguiente paso a la hiperbólica cucarda “de derecha” otorgada a quien sabe quien por la apresurada difusión de un montón de epigramas publicados en las redes sociales? ¿En qué momento la actitud de sabuesos ideológicos ha aparecido con tanta facilidad entre nuestras conductas admisibles? Hace poco, en ocasión de una violenta objeción a mis notas en la Revista “Crisis” (sostenida eminentemente en la imprecisión sobre el gusto político de tal o cual funcionario público), Martín Peña dejaba caer al voleo el nombre de Patricia Bullrich. ¿Escapa a alguien que esa mención casual y ejemplificadora sugiere mi simpatía por la coalición macrista, cuyo malhumorado emisor sabe falsa, pero a la que apela como una envenenada saeta? ¿ Qué habrá de decir cuando compruebe que en mi siguiente nota se ensaya un retrato del mismo “Quintín” en el que se lo trata como un lúcido director del BAFICI y no como el virtual y balenario publicista de atroces máximas neo- liberales? Veo asimismo que Roger Koza, en una buena nota publicada ayer, deplora las fútiles discusiones de twitter. ¿No advierte Roger que la emisión de una columna titulada “La derecha cinéfila” es, en sí misma, un twitt, y que su alcance como slogan de barricada es ampliamente superior a los hipotéticos matices que el fragmento en sí pueda llegar a tener? ¿No comprendo yo mismo que al escribir estas líneas me asomo a que todo este largo texto se resuma en algo así como que “Llinás mostró la hilacha. Salió a defender a Quintín. Otro que sale del closet.”? ¿De verdad hemos de asumir el lugar de una grey escandalizada y maledicente? Cuando fue el escándalo dela “reacción conservadora”, uno de los denunciados escribió públicamente algo así como “Derecha es rebeldía; Izquierda es Status quo” ¿De verdad hemos de empeñarnos en que ese individuo tenga razón?
¿En serio vamos a entrar en esa?
Yo no te puse en ninguna posición, Mariano: la asumís solo. Pero creo que no se trata tanto de la “imposible defensa” de Quintín como de identificarte con él (no solo por la común demonología que practican). Y proceder luego a la denuncia previa de una persecución. Pero como verás nadie te afilió aquí a la revista Saúl…
Así que no se ve por donde “en este caso Quintín tiene razón”. No lo justificás (y como verás nadie más que vos viene a hacerlo: no solo porque no quieren, sino porque no pueden…). Solo mencionás la errónea caracterización de que sería “la única persona capaz de cambiar de posición sin abandonar la posición anterior”, lo que es una tontera imposible, salvo para alguien como él que cree que puede acumular posiciones distintas sin cambiar. Y no. Ahí está su nota de 2001, que contradice su tuit de ayer nomás: “Voy a ir a votar por JxC pero creo que no voy a hacer más comentarios sobre sus candidatos. Aunque pongan a Drácula, Frankenstein y el Hombre (o la mujer) Lobo (no estamos muy lejos)”.
Como ya te contestaron más abajo, no se puede simplemente separar al Quintín que dice “macanas” en tuiter de su negado pero obvio sesgo ideológico. No es solo un pobre hombre que “no ha tenido nunca otra voluntad que la de llamar la atención y correr los límites del buen sentido y la sensatez”. Se ha unido a una horda linchadora.
Y por eso tampoco es un argumento Ad Hominem. Del mismo modo en que la “troupe” de cultores de la “nueva derecha” no es toupe, ni anónima , ni módica. “La descalificación, la delación intuitiva o el desdeñoso menosprecio” reinan, y esta nota pide preguntarse por qué, en vez de seguir pregonando el llanto de los verdugos y compadeciéndose de los macartistas sensibles…
Si esa “voluntad de disciplinamiento moral” es preocupante, es precisamente por esa actitud perdonavidas, que puede tornarse colaboracionismo en un abrir y cerrar de ojos. Y (usando tus palabras) “lo que no me gusta es que ese proceder- cuyas analogías con la delación se desestiman, a mi criterio, con demasiada facilidad- se vuelva habitual en personas lúcidas y respetables”.
No se trata de la “difusión de una actitud acusatoria entre personas del campo intelectual”, sino de que ese campo reaccione contra quienes buscan recrear entre nosotros el macartismo. Y en esto no hay hipérbole ni metáfora: es eso y son eso, como se puede ver en lo que aquí recordado.
Entonces, lo ya dicho también en la nota: la emisión de una columna titulada “La derecha cinéfila” es una defensa ante ese avance. Y si uno de los denunciados escribió públicamente algo así como “Derecha es rebeldía; Izquierda es Status quo”, nada de lo que acá se dice le da la razón. Más bien demuestra la inversión que también aquí consignamos.
Así que no: no vamos a entrar en esa. Lo que hay que ver es como salimos de esta…
Estimadísimo: solo puedo decirle que no lo percibí así, como un tuit, pero entiendo que sí puede leerse así; sin embargo, el editorial de ese programa poco tiene de la lógica de los tuits y lejos está de cualquier enunciación de barricada. Quiero añadir algo más: no creo que el autor de «Dar nombres» sea una cosa en T y otra en otros lados. La nota en sí es una prueba de que no es así y la acusación que hizo poco tiene de un simple juego retórico e ingenioso. Saludos cordiales. R
Algo de lo que no hablé en mi comentario a la respuesta de Roger y que ahora viene más al caso, me parece, es el gigantesco dislate que supone la idea en boga de que un sujeto cualquiera dado es el único autorizado para hablar de sí mismo. O que la identidad es identidad autopercibida o no es. El solipsismo nunca había llegado tan lejos, el grado de difusión del disparate es estremecedor: parece haberse convertido en una verdad de sentido común. El problema para el pensamiento no es que Q y sus acólitos extrapolen “el discurso reivindicatorio de ciertos colectivos o minorías discriminadas” -lo que más que un problema es una canallada-; el problema está en que ese sea un elemento destacado y generalizado incluso, o precisamente, en los discursos de esos colectivos y minorías. Y en que las condiciones sean tales que apelar a él se convierta en una ficha ganadora. Llevado al extremo, y no tanto, ese argumento sería no solo el fin de todo conocimiento posible del otro, sino también de toda conversación. La realidad es una emanación de mis percepciones.
«La realidad es una emanación de mis percepciones». Esto último es el contrapunto del abandono de estar dispuestos a dar con la verdad. Y ese es el problema mayor.
Efectivamente hay allí un dislate y un problema. Lo que pasa es que la solución a ese problema no es tampoco de fácil acceso. Yo puedo creerme «de izquierda» y ser «de derecha», y he ahí un equívoco. Ahora ¿Quién habrá de sacarme de mi error? ¿Otros usuarios de twitter? ¿Nicolás Prividera? ¿El Sr. Cuervo? Yo creo, por ejemplo, que entre el presente Gobierno y la izquierda no existe una relación que resista la mínima prueba de coherencia. ¿Tiene sentido decirlo? ¿Quién habrá de desengañarme?
Acaso sean las preguntas el problema, y no quienes estén hipotéticamente autorizados para esgrimir las respuestas.
Acaso haya que volver a aquellas preguntas que no admitan respuestas simples y que no puedan ser resumidas en una escueta economía de caracteres. En resumen, lo que antes se conocía como «pensamiento».
Ya que traés un equívoco, aporto otro, esta vez, tuyo y de Q: el que asume que escribimos para sacar al acusado de su error, como si se tratara de un proceso. Voy a desengañarte aquí y ahora (o a intentarlo, por lo menos). Tengo la poderosa sospecha de que cuando Nicolás, Oscar, o Roger -los que nombrás- escriben -pueden desmentirme ellos mismos, si me equivoco- no se dirigen (incluso cuando ese fuera un recurso retórico) al autor del texto o de las declaraciones de marras en el caso que sea, sino a una audiencia bastante más dilatada, o por lo menos eso esperan. No son escritos inquisitoriales, como pretende Q y parece que también vos. Son escrituras que buscan aclarar alguna cosa en el debate público -¿quién puede creer que Q vaya a cambiar de opinión iluminado por un posteo en este blog, o en cualquier otro? ¿y quién puede creer que Nicolás, Oscar o Roger crean algo así? Vamos-. Y justo por eso mismo, los autorizados somos todos, no necesitamos patente de jueces porque no hay proceso. Ni carnet en el exclusivo club de esgrima, porque no todo, no siempre, son fintas y estocadas deportivas entre los miembros admitidos. Recordarlo podría ser un buen punto de partida para cualquiera que quiera volver al pensamiento.
Lo tengo muy claro. Uno habla haciendo que le contesta al otro, pero en realidad está hablando para los demás, un auditorio vago e inaprehensible, como los radioaficionados de antaño. Esa práctica se llama teatro, y me apresuro a admitir que goza de la mayor de mis simpatías. En cualquier caso, si lo que sugerís es que no se trata de Quintín ni de Roger, te aseguro que comparto tu opinión. Se trata de cómo habremos de discutir, y -para aceptar tu metáfora esgrimística- cuan galantes habrán de ser nuestros lances en un futuro que ningún prónóstico describe como fácil. Simplemente, como un viejo transeúnte que de tanto pasar por la misma calle ya conoce a varios de los vecinos, me permito -entre tantas- dejar asentadas mis preferencias.
Como sugiere Carla, estos no son escritos inquisitoriales, salvo que sean “otras inquisiciones” de las que hablamos: ser trata de sostener un debate público. Pero sin la esperanza de que contesten los iniciadores de la polémica, porque sus textos o tuits si no esperan respuesta y son meramente “inquisitoriales” en el sentido brutal del término.
Aquí no hablamos para ese contradestinatario sino para el paradestinatario, o incluso el prodestinatario: porque para que exista el macartismo no hacen falta solo inquisidores, sino también ovejas que se dejan llevar sin rebelarse. Y también los testigos mudos que prefieren no abrir la boca, como si nada de esto los tocara.
No se trata de ser galantes sino de ser módicamente valientes. Justamente porque el futuro no va a ser fácil.
Que Q y sus acólitos extrapolen “el discurso reivindicatorio de ciertos colectivos o minorías discriminadas” es una canallada, sí, pero además ese dislate es un problema, efectivamente. De difícil solución política, no argumentativa: justamente porque no se trata de sacar a los otros del error en que felizmente se reproducen, sino de dar alguna racionalidad al orden del discurso. Sencillamente: no se pude decir cualquier cosa. No es todo lo mismo, como bien señala Peña.
Si Llinás cree que “entre el presente Gobierno y la izquierda no existe una relación que resista la mínima prueba de coherencia” debería argumentar. Lo mismo quien lo acusa de “comunista” (a veces son los mismos, porque tampoco los desvelan las contradicciones).
Las preguntas nunca son el problema, y nadie está “autorizados para esgrimir las respuestas”: se sostienen o no en base a argumentos. Algo que está en la base de “lo que antes se conocía como pensamiento” desde Platón.
En cualquier caso, hay una discusión y una propuesta abiertas en el post de Roger -un texto que excede la respuesta defensiva que habría podido esperarse de antemano; que es otra cosa, no una defensa- bien prometedoras al pensamiento. Solo hay que tomarlas.
No puedo hablar en nombre de los otros que Carla nombra, pero lo que dice sobre mi relación con los lectores y mi propósito esencial en el texto es exactamente así. Agradezco esa lectura y me voy a dormir. Buenas noches. R
Llinás: La mención a Patricia Bullshit no aludía a tu filiación política, que francamente ignoro. Aludía a que ese mismo día la señora en cuestión había dicho cualquier cosa. Si en el pegoteo twitero se interpretó otra cosa, pido (malhumoradas) disculpas. Lo que quise que se entendiera es que hoy cualquiera dice cualquier cosa y no pasa nada, porque todo es lo mismo y a nadie le importa. Nadie se indigna por esa persistente ausencia de la verdad que señala Roger. Respecto a lo que vas a escribir sobre Quintín y el BAFICI, yo ya lo escribí más de una vez y lo sigo pensando. Pero como no tenés la menor idea de lo que he escrito o dicho (salvo cuando te concierne) suponés bobadas y, lo que es peor, las escribís sin chequear. Pero no pasa nada, porque todo es lo mismo y a nadie le importa.
Hay que reconocerle a Llinás que si bien no sabe ni se molesta en chequear lo que dijeron los demás, tampoco lo que dijo él mismo.
Jajaja… Es cierto. No es lo mío el arte de chequear y la precisión está lejos de ser una de mis virtudes. Además, los tiempos de la Revista «Crisis» son a menudo demasiado exigentes, con lo que prefiero escribir temerariamente y dejar que las voces más autorizadas corrijan mis errores: he ahí un auténtico trabajo en colaboración. A fin de cuentas- y esto lo sabemos todos- yo soy un comediante y no un historiador y si me meto en estas cuestiones acaso sea menos para dejar sentado tal o cual punto que para animar un poco la cosa. ¿Eso significa, como dice Peña (y el tango «Cambalache») que «todo es lo mismo y a nadie le importa»? No lo sé. Acaso haya que esperar un tiempo para entender qué papel le ha tocado a cada uno en este juego. Y si bien da cierto vértigo decir las líneas que a uno le han tocado sin saber si es en realidad el Héroe o el Tonto, he comprobado que es mejor esa incertidumbre que el vano propósito de aferrarse a certezas que acaban por decepcionarnos. Habrá que ver.
Vaya un ejemplo de la falta de «Check out»: El caso de Ottone. Mi madre, que fue amiga de él en su juventud, en Misiones, además de revelarme el hallazgo del sobrenombre «Puche» (que Peña evita mencionar y que acaso sea la primera vez que consta en la escasa bibliografía sobre el personaje) me comentó que, según sus recuerdos, era «Medio peronista, como todo el mundo en esa época». De ahí proviene la referencia a la «Vaga militancia justicialista» que escandalizó a mi severo comentarista. Como dice Lou Reed «You can’t always trust your mother». Con todo, no deja de llamarme la atención la militancia en el PC que Peña le asigna al funcionario de marras: Mi madre, una vez más, lo hubiera recordado. Podría pensarse que para una señorita de la buena sociedad de Posadas todo daría lo mismo (peronismo, comunismo, etc). Sin embargo, si Ottone hubiera sido comunista, sin duda habría militado bajo la estricta supervisión del tío segundo de mi madre, el Dr. Tulio Fernández dos Santos, fundador del Partido Comunista en el entonces territorio nacional. A una persona de la edad de mi madre no se le olvidan esos detalles.
Vaya, de paso, un recuerdo y un sapucay para aquel Rojo litoraleño.
Chequear no es un arte, y ser preciso no es una virtud: son las exigencias de la escritura, incluso en lugares poco exigentes como la revista «Crisis», que debiera cambiar ese venerable nombre por «Estabilidad», porque siempre caen parados…
Tampoco “escribir temerariamente y dejar que las voces más autorizadas corrijan” es un trabajo en colaboración. No importa si uno es o no historiador: se trata de ser serios. Refugiarse en la comedia es una vez más rehuir la cuestión (y condenarse a ilustrar el meme de perro chico).
Escudarse en la “incertidumbre antes que en el vano propósito de aferrarse a certezas que acaban por decepcionarnos” es fe posmoderna.
Pero ¿Cuánto más hay que esperar para entender qué papel le ha tocado a cada uno en este juego? Pasaron ya más de veinte años… Es tiempo de ponerse los pantalones largos y asumir donde está parado cada uno.
Nicolás, déjame decirte que tus encomillados sermones y tus siempre imprecisas arengas desembocan esta vez en una trampa. Yo no huyo de nada y lo sabes. De hecho, con comedia o sin ella, estoy aquí y opino que la postura recalcitrante y acusatoria que estás asumiendo (no exenta jamás de su supersticioso componente agorero) no hace otra cosa que llevar la situación a un escenario en el que la única posibilidad es la delación o la injuria. Quintín, que ha practicado ambas cosas desde su twitter, tiene razón cuando lo señala. Otra cosa es si tiene el derecho a formular esos reclamos él mismo, cuando la vociferante intolerancia ha sido su marca de fábrica desde siempre. Yo creo que sí la tiene, y que aunque no te guste, tus objeciones no están destinadas a sus argumentos sino a él. ¿Es posible ser tan necio como para negar que el hecho de señalar que alguien es «de derecha» se ha convertido en una forma de insulto o de desvalorización? Se hagan los matices que se hagan, el único objetivo en ese señalamiento es la provocación, la invectiva y el escándalo. No hay debate posible a partir de allí: solo la fútil tarea de desenmascarar al enemigo. No caeré en la trampa de comparar estas cosas con la inquisición, el incendio del Rieschstag o las masivas purgas de Pol Pot: me basta con señalar mi preocupación y mi desagrado frente a una abrupta degradación del estilo argumentativo y la fervorosa adopción de las tácticas propias del tablón y el paraavalanchas. El reemplazo de la fórmula «Son todos putos» por «Son todos de derecha» es apenas una salvedad epistemológica.
Mariano, mis entrecomillados son justamente para ser preciso, y no tener bque excusarme luego en que soy un comediante…
Mi postura no tiene nada de “recalcitrante y acusatoria”, pero al usar esos adjetivos sin dar un solo argumento actuás como tu defendido. Es ahí donde “la única posibilidad es la delación o la injuria”.
Quintín ha practicado ambas cosas desde su twitter, por tanto no tiene ninguna razón cuando lo señala con argumentos tan endebles como los que esta nota se ocupa de analizar.
Él, vos o quien quiera puede formular los reclamos que quiera, pero acá hace falta algo más que adjetivos y admoniciones tuiteras. Por eso no vienen, ni dan esta discusión en ningún lado. Solo escriben en la revista SEUL para decir que no son lo que esa misma revista predica (con más modales que sus escribas en tuiter, claro).
Mis objeciones están destinadas a sus (pobres) argumentos. No se trata de “señalar que alguien es «de derecha»” sino de ubicarnos en este espacio y tiempo que nos toca. Ellos lo hacen sin ningún problema, solo que luego niegan lo obvio cuando se les señala. Quintin dice que no tiene organización pro llama a votar hasta a Drácula si va de candidato de su espacio… Pero claro: la ideología solo es de los otros (los “comunistas”). Ellos son liberales hasta cuando macartean, y después claman se les pida perdón por simplemente señalar que su posición (y la de sus espacio y su partido) es claramente de derecha. Deberían preguntarse por qué tanto miedo a esa descripción (ni siquiera se dijo aquí la palabra “facho”…)
Son ellos los que buscan “la provocación, la invectiva y el escándalo”, porque es donde se mueve con comodidad la derecha (basta ver a la mencionada Bullrich, que muchos lamentablemente no podrán votar en esta oportunidad). Y ciertamente “no hay debate posible a partir de allí”, pero aquí estamos en otra cosa: no se trata de la no “fútil tarea de desenmascarar al enemigo”, sino de lo que sugiere la cita de kohan que no voy a repetir: releela.
Si te desagrada la “abrupta degradación del estilo argumentativo y la fervorosa adopción de las tácticas propias del tablón y el paraavalanchas”, no es a este sitio donde tenés que venir a quejarte. Pero claro, en Seul no hay espacio para comments, y de tuiter mejor no hablar…
Llinás, respeto hasta la veneración a tu madre porque fui testigo de su conmovedora militancia por HISTORIAS EXTRAORDINARIAS en el Malba. Pero tengo dos fuentes que la desmienten: una fue el propio Ottone, que hablaba abiertamente de su filiación al PC en los pasillos del INCAA cuando yo era alumno y empleado del CERC y me pasaba los días ahí adentro. La otra es su hijo Ricardo, que conserva el carnet del PC y ratifica la militancia marxista leninista de su padre, con estadía en el Chile de Allende y obligada vuelta refugiado tras el golpe de Pinochet. Ricardo dice además que no le decían «Puche» sino «Puchi», dato que sólo consigno porque traés el tema.
Dicho todo esto, y también porque traés el tema, pregunto con sincera perplejidad: ¿por qué está mal que Roger diga que Quintín es de derecha y en cambio está bien que vos digas que Ottone era peronista o que Mugica era «militante Socialista»? No sé, estoy viejo y me pierdo.
Peña,
cuando digo que celebro tus correcciones no me estoy haciendo el vivo. Deploro los coléricos modales con que los formulás, no la objeción en sí. Presento pues mis disculpas a la memoria de «Puchi » (honestamente opino que «Puche»era una opción superadora) y acepto sin más la enmienda. También la de Mujica, de quien me sabes un ferviente admirador y a quien acaso hubiera molestado mi error. Nada más sencillo que pedir disculpas cuando la equivocación es señalada con buena fe y no en medio de burlonas y despectivas cantinelas.
Mi respuesta a lo de Roger acaso sea más simple. Más allá de resistirme a aceptar la proposición de que tal cosa está «bien» y la otra «mal», opino que la diferencia es manifiesta. Roger se ha ocupado de aclarar aquí su intención, por lo que no corresponde no creerle, pero mi lectura fue que su señalamiento de la posición de «derecha» de los críticos aludidos tenía una intención descalificatoria. No era la mía cuando señalé las posturas políticas equívocas vos venís a rectificar. Sólo las mencioné para señalar que el menemismo no le entregó el manejo del cine a alguien ideológicamente cercano a las grandes corporaciones, como sí lo hizo en tantos otros órdenes de la industria, sino a individuos de lo que (intentando no meternos en nuevos problemas) podríamos calificar como «izquierda». Tu noticia sobre el comunismo de Ottone, a mi entender, no hace otra cosa que profundizar esa paradoja.
Insistís con eso de que “el señalamiento de la posición de «derecha» de los críticos aludidos tenía una intención descalificatoria”, cuando lo que se señala en la nota de Roger y en esta es que son esos críticos los que (incluso cuando nadie los mencionaba por su nombre) salían a decir lo mismo por el mero señalamiento de su corrimiento a la derecha. Es decir: son ellos (y vos) los que parecen presumir que se trata de una descalificación, y no (como es) una mera calificación. Que tiene sus implicancias, claro. Lo mismo que ser de izquierda. Pero yo no me enojaría si me adscribieran a esa posición, salvo que digan “zurdo” o “comunista”, que como sabemos por nuestra luctuosa historia es algo más que una descalificación, y sí se relaciona con la delación y persecución que lloran los críticos autopercibidos liberales…
Peña: No conforme con erigirte en la única autoridad acerca del pasado, avanzas ahora sobre el futuro. ¿Qué significa que «lo que yo voy a escribir lo escribiste más de una vez»? ¿Cómo sabes lo que voy a escribir? A decir verdad, esta nueva variante «Fidel Pintos» de tu personalidad comienza a simpatizarme, sumada al pintoresco toque clarividente mencionado mas arriba. Si abandonaras tu sempiterno y abrumador estilo iracundo llegarías, creo yo, a una síntesis perfecta.
Pero ché, ¿Tengo que citarte? Arriba te preguntás qué habré de decir cuando escribas sobre Q como lúcido director del BAFICI. Entonces te respondo que eso (Q fue un lúcido director del BAFICI) ya lo escribí un par de veces, por ejemplo en Radar.
Lo otro que decís ahora respecto de que yo me creo la única autoridad, etc. es un misterio de tu pensamiento que no pienso tratar de desenredar. Allá vos y tus disparates.
Querido Nicolás,
veo que tu afición por la construcción de un «ellos» (que presupone un inequívoco «nosotros») es inconmovible.Lo mismo pasa del otro lado, evidentemente. Frente a tanto entusiasmo, no tengo más nada que argumentar. Regreso, derrotado una vez mas, a mis disparates, como dice Peña.
Tal vez tengas razón: no debí salir nunca de ahí.
No, Mariano, ni es afición ni tal construcción es, como tal, inconmovible. Muta todo el tiempo. Por eso el Quintìn de 2001 pasó de nosotros a ellos… Pero eso es tambièn lo que diferencia derecha e izquierda: una esencializa (y por eso solo ve «comunistas» en todas partes), la otra dialectiza (y por eso tiene que pensar cómo se reconfiguran las identidades todo el tiempo). Una vez más: no es todo lo mismo. Pero siempre es más fácil refugiarse (tambièn) en la falta de entusiasmo… Bueno, al menos lo intentaste. Los otros seguirán en tuiter, encontrando comunistas en cualquiera que no se les una (o los deje hacer sin entusiasmo).
Buenas:
Me parece que lo más importante de la discusión original radica en cómo nuestro arte se ha desarrollado en relación a los «proyectos de humanidad», si se quiere, del siglo pasado. Efectivamente hay una relación problemática ahí que debe ser tratada con más rigurosidad que la defensa a ultranza de una supuesta independencia del cine frente a «factores externos» (Estado, Mercado) y también de ciertos automatismos a la hora de denunciar un ocultamiento u ofuscación posmoderna de antagonismos, etc. A mí me resulta extraño pensar en una obra, la propia por caso, como algo desligado a ideas sobre qué es la humanidad, su rol en el cosmos, etc. Esto no quiere decir que todas las películas tengan todas las respuestas para todo, o que haya que hacer extrapolaciones automáticas y perezosas como se podría hacer con el cine de Eastwood y tantos otros. La pobreza de una película como Yo, Daniel Blake, por seguir el ejemplo que pone Roger en la editorial, emana precisamente de sus concepciones políticas sobre qué es la ficción, qué es un espectador, etc. Lo mismo, por ejemplo, cuando Zuckerfeld afirma en la muy discutida presentación conjunta de LVU y RC, que los productores de ahora «te dicen mm ponele esto, sacale esto acá» justamente está describiendo una concepción político-didáctica del productor, la cual ha emanado, entre otras cosas, de las aplicaciones del big data en el marketing research, lo cual se deriva de transformaciones muy profundas en las lógicas de acumulación y reproducción del Capital, etc. Hace poco leía en X-Risk de Moynihan sobre la erupción del volcán Tambora en Indonesia y cómo ese evento afectó de formas muy dispares las obras de Turner (los atardeceres en el hemisferio norte cambiaron radicalmente de color durante un período de tiempo), Lord Byron, Shelley, etc. Es un ejemplo interesante porque el volcán es algo que uno no percibe inmediatamente y que sin embargo afecta de manera radical la composición geológica del planeta, sus condiciones ambientales, etc. Es decir afecta de manera directa las condiciones materiales de nuestra vida, de la misma manera que la política lo hace con la vida de un crítico, un cineasta y los espectadores. Uno se puede hacer el boludo, pero el volcán está allí. Mi idea es que, siempre, en todos lados, hay un volcán Tambora en ebullición y que es cosa digna y valorable el intentar encontrarlo, comprenderlo y, si es posible, dirigirlo, y que, en nuestro caso, esa es una tarea que se realiza a través de imágenes y sonidos. No que éstas son vehículos para realizar una empresa ajena a ellas sino más bien que la empresa y el vehículo son la misma cosa, puesto que, cuando hablamos de buen cine, éste no puede hacer otra cosa más que expandir y revolucionar nuestros sentidos y pensamientos, aun en contra de nuestra voluntad. Es por esto que creo que aquellos que buscan defender a ultranza la “autonomía” del cine son justamente aquellos que menos creen en él, en sus posibilidades, en su futuro, que están abogando no en una liberación del cine frente a las obligaciones del «sentido» sino más bien en una liberación de las consecuencias que el cine podría tener para uno, en la propia vida. En definitiva, que son ellos quienes lo domestican. Por lo tanto, sí, lo que quería decir es que sí, el arte es proyecto (uno agujereado, enquilombado, contradictorio y, sobre todo, abierto), porque la humanidad misma lo es, porque en el vértigo de nuestras vidas estamos obligados a proyectar, aunque no queramos, nuestro futuro y el futuro de nuestros pares. Esa es para mí la discusión más importante y en líneas generales esa es mi opinión.
Estimado Weber,
mas allá de que tu texto es admirable ¿Quien puede disentir con él? ¿Quién sería el hipotético y hermético defensor de esa eventual «autonomía»? ¿Yo? A ver: desde hace varios años mi amigo Prividera recuperó aquel viejo cuento de la «Torre de Marfil», sin duda irritado por el trato unánimemente eufórico que la crítica del Bafici dispensaba a mi film «Historias Extraordinarias». Desde entonces, una misteriosa tribu suscribe esa tradicional opinión (sin duda fogoneada por mí mismo, no sin cierta malicia, al -por ejemplo- someter un juego de medias verónicas al nombre de aquel coronel que juró como presidente de la República el 4 de junio de 1946). Cualquier persona por fuera de este Carnaval Carioca puede comprender que no hay nada de eso en realidad, y que Nunca lo hay: no en vano las lecturas políticas de Borges no han hecho otra cosa que cobrar actualidad, aún desde la «Torre de Marfil » en que fueron escritas, mientras que las candentes referencias a su tiempo de Gudiño Kieffer o Sábato han perdido, admitámioslo, parte del vigor por el que alguna vez fueron saludados. Ni hablar de Lord Byron y el matrimonio Shelley, a quien vos mismo -en gesto audaz- te animas a apelar.
Pero el máximo hallazgo de tu posteo es lo del volcán Tambora. He ahí un mecanismo útil: Siempre hay un volcán Tambora. En estos intercambios, precisamente se debate la naturaleza de ese mismo volcán en los tiempos que corren. A mi criterio, lo alarmante (el volcán Tambora) es que una parte creciente del campo intelectual haya condescendido a una abroquelada actitud de denuncia y de señalamiento hacia una parte del espectro político, con la consiguiente laxitud crítica hacia el otro lado: la tradicional imagen de «cerrar filas». No creo que sea el caso de nadie de los que escribe aquí, pero no puedo evitar notar algunas señales de contagio, que me inquietan.
A criterio de otros en este mismo debate, aparentemente, el volcán Tambora consiste en un conjunto de ex críticos aficionados que escribe boludeces por internet.
¿Quién sería el hipotético y hermético defensor de esa eventual «autonomía»? Nadie habló de vos en este asunto, Mariano, pero ya que lo traes, si: Et tu, Brute. Pero no voy a volver sobre e4so ahora: quien quiera hacerlo puede leer mis textos sobre HE y La Flor en este mismo sitio.
Tampoco voy a ponerme a discutir ahora sobre Borges o sobre lo que quieras traer a cuento. Este texto acompaña al de Roger y su tema es muy preciso. Pero ya dijiste que sobre eso no tenías nada más que decir… No te cuelgues ahora del “volcán Tambora”, que si existe ciertamente es algi más que “un conjunto de ex críticos aficionados que escribe boludeces por internet”, como insistís en afirmar bajándole el precio.
Pablo,
Si lo más importante de la discusión original radica en cómo nuestro arte se ha desarrollado en relación a los «proyectos de humanidad», las metáforas traídas de la naturaleza no alcanzan a dar cuenta de la naturaleza humana. Les diría que dejemos el siglo XIX y pasemos al XX (al XXI no quisiera tener que llegar, porque tampoco me convencen los análisis cibernéticos…). Digo: lo del volcán es una imagen muy linda y podría ilustrar alguna de tus películas, pero para el análisis político no tiene vigor. Y teniendo a mano a Gramsci (que ya tiene un siglo también), por no ir más acá en la tradición del marxismo culturalista, para qué volver tan atrás con esas extrapolaciones (que no se aplican a Eastwood: basta ver sus películas, està todo ahí).
Ni siquiera los formalistas pensaban en una independencia total el arte frente a «factores externos», lo que querían era superar el biografismo y otros análisis ingenuos de las obras. Pero no hay ningún “automatismo a la hora de denunciar un ocultamiento”: la cuestión de la ideología también tiene ya una venerable tradición crítica, y no hace falta volver a descubrir el agua caliente. Simplemente tenemos que ver como se juega aquí y ahora.
Efectivamente: aquellos que buscan defender a ultranza la “autonomía” del cine son justamente quienes solo buscan seguir pintando en su torre de marfil (esa metáfora la trajiste vos, Mariano), sin sentirse obligados a tomar posición (ni siquiera «fuera» de su propia obra)
Me quiero achar los huevos, había escrito un coso re largo que nunca se publicó. Va de nuevo, una reconstrucción:
No podría estar más en desacuerdo, Nicolás, con lo que decís del siglo XIX y el ejemplo de Tambora. El siglo XIX sigue siendo la clave para pensar el cine argentino del futuro, y no solamente por la cuestión nacional sino también por otros fenómenos, tanto Mary Shelley como Renoir hasta el propio Marx, pasando por el ludismo, el fourierismo y tantas otras cuestiones imposibles de abarcar acá. Esa es la riqueza justamente del libro de Thomas Moynihan, que no podría recomendar con mayor vehemencia. El ejemplo de Tambora es muy interesante a mi entender porque justamente nos confronta con la cuestión del Antropoceno: “la naturaleza” (aunque preferiría decir El Planeta, así a secas) ya no puede ser entendida como algo radicalmente distinto de la condición humana y lo que justamente el ejemplo de Tambora viene a traer a cuenta es que esta escisión es imposible. Va a parecer que estoy pateando la pelota con esto del Antropoceno pero yo creo que es el fenómeno que más nos confronta a la cuestión del “proyecto de humanidad” que mencioné en mi comentario: puesto que las condiciones de existencia de la Historia humana son tan endebles, lo que se impone (aunque no querramos) es una participación y un diseño activos de esas mismas condiciones de posibilidad y que ese diseño por supuesto que implica la confrontación política, el atacar ciertos intereses, etc. Sin embargo, aquí es donde Gramsci (y Williams, Zizek, Jameson o el que sea) se nos revela como una herramienta muy limitada para pensar toda esta cuestión. Me preocupa que digas que “tampoco te convencen los análisis cibernéticos” para referirte al siglo XXI, primero, porque la cibernética es una disciplina del siglo pasado, no de este, segundo porque pareciera ser (puede que me equivoque) que estás desestimando con mucha rapidez la necesidad imperiosa que tenemos de construir un conocimiento y reflexiones en torno a la dimensión técnica de nuestra práctica artística que vaya más allá de “el cine es hijo del siglo XX” y que se meta de lleno con las condiciones materiales de su existencia: estándares, codecs, protocolos, etc. que constituyen y determinan nuestra “praxis” artística. Espero no irme mucho de tema pero nada de todo esto me parece banal, si es que vamos a “debatir de política” en una página (no blog!!! je) de cine.
*hachar
Por ahi quedó en algun lado del ciberespacio y Roger lo sube, no te haches aun
Pablo,
Me parece muy interesante el siglo XIX (seguramente más que el XXI…), pero de ningún modo podemos pensar desde ahí ni el cine (que no lo vió) ni la política (que pasó en el siglo XX por la experiencia del fascismo).
Tambora, el Antropoceno y la “naturaleza” en general no nos sirven para pensar la política. No hay política en la naturaleza, como ya sabía hasta Aristoteles… Así que volver en ese sentido al siglo XIX con su positivismo y darwinismo social no parece el mejor camino para la izquierda, aunque sin duda no dejará de serlo para la derecha.
La escisión es imposible a escala biológica, pero aquí manejamos tiempos más humanos: 2500 años “apenas”, si querés. Si las condiciones de existencia de la Historia humana son endebles y nos borra un virus o un meteorito, bueno. Veremos con que categorías piensa la próxima especie que nos reemplace, si hay una.
Si Gramsci (y Williams, Zizek, Jameson o el que sea) son “una herramienta muy limitada” ya no sé qué decirte. Que venga el meteorito de una vez.
(Cité la cibernética precisamente porque era una disciplina que parecía reactual e imprescindible y ya es parte del pasado, como algunas que hoy parecen de avanzada… La dimensión técnica no cambia la “naturaleza” del lenguaje, y el cine por suerte –de algun modo extraño– lo es. Al menos hasta que no lo maten otras técnicas sin lenguaje… Pero ya estamos muy lejos del motivo de esta nota)
«Natureculture», como diría Donna Haraway. Pensar cultura (y política) y naturaleza como dos esencias separadas es un poco extraño en este siglo XXI donde el cuestionamiento a ese dualismo (no por mera moda antidualista) y el énfasis en la espectralidad de casi todo (en y de Gaia; y más popular y explícitamente en la sexualidad, la salud mental, etc.) es ostensible y, como decía(s) antes, no responde a una simple moda académica sino a una realización respecto de una situación geofísica de la que los humanos somos parte, mal que nos pese, y más allá de las intenciones de los trillonarios de tomarse el palo hacia colonias marcianas o vaya a saber dónde (cuestionamiento, por otra parte, que comienza en el siglo XX, que es cuando empiezan a escribir Haraway o Bruno Latour, por ej.). Por eso es insostenible aquello que insinuaba Adorno (y tantos otros, no sé, por ejemplo, Silvia Bleichmar) que el ser humano está totalmente desprendido de la naturaleza, que ya no tiene nada que ver con ella, que no hay nada ‘natural’ en el humano, etc. Si hablamos de ‘naturaleza’ estamos hablando de ‘cultura’ y viceversa. Forzosa e inevitablemente. (He ahí los estudios sobre cultura animal no-humana, por ejemplo, cuando hasta hace no tanto —bueno, todavía hoy— los profesores de ciencias sociales y humanidades podían decir muy sueltos de cuerpo que «los animales (no humanos, se sobreentiende) no tienen lenguaje» —y que, por supuesto, «no tienen cultura»—) No está mal temer a la “metáfora naturalista” —del tipo de las que hablan de “oleaje” inmigratorio, etc.— pero no es lo que hacés acá, Pablo, con el ejemplo del volcán (sencillamente porque no es una metáfora). Quiero decir, eso está claro en “Homenaje a la obra de Philip Henry Gosse”, pero también en “Mburucuyá” de Jorge Acha, que sé que te gustó muchísimo.
Muchachos:
Hay que dejar de comprar todos los debates de la academia euronorteamericana por dos años… Después vemos si era una moda intelectual o no. Y sobre todo si nos sirve fuera de esos centros. A ellos evidentemente no les está funcionando para pensar (y mucho menos enfrentar) el avance de las derechas (amantes de las metáforas naturalistas). Me quedo con Adorno y toda la tradición marxista, que ya de por si tiene sus propios debates. Gracias.
Gracias por el comentario Ezequiel, estoy totalmente de acuerdo. Iba a comentar algo en esa línea, pero pensé que por ahí era irse mucho por las ramas.
Un abrazo
pd: en breves encararé tu tesis sobre Acha, después te comento qué tal.
Hola Mariano, no me estaba refiriendo a vos para nada, sino más bien era un comentario general sobre la discusión. Si tuviera que señalar un lugar donde esto se nota claramente sería en el texto que escribió Miccio para el libro que editó Mardel el año pasado. Allí se apela directamente a este tipo de metáforas en las que el cine es asediado por una turba de curas, policías, etc. Creo que en general su método crítico posee esta limitación epistemológica a pesar de que su escritura tiene muy buenos momentos. Lo de Tambora me gustaba porque además es un ejemplo que sólo se puede interpretar desde nuestro presente, ellos ni sabían de la existencia de dicho volcán. Por eso estoy de acuerdo con que no hay que hacer lecturas lineales, automatizadas sobre el sentido político de las obras. Tampoco creo que sea muy útil pensar la política desde la noción de «posición»: pensar que lo más importante de una obra es cómo ella se autopercibe al interior de un campo determinado, cuando el verdadero sentido de la izquierda consiste en la capacidad para imaginar otros futuros, otra vida. Esto no quiere decir que uno tenga sus valores, sus enemigos etc. y esté dispuesto a disputar, ni que uno se tenga que desentender del presente porque está muy ocupado soñando el mundo perfecto, etc. Pero sin imaginación no hay izquierda, no hay nada.
Pablo, lo que describís como «posición» (“pensar que lo más importante de una obra es cómo ella se autopercibe al interior de un campo determinado” esd precisamente lo contrario: como ya dije en la nota, no se trata de la “posición” subjetiva de cada agente, sino de la posición objetiva que ocupa, y que por supuesto tampoco es fija (si así no fuera habríamos llegado al fin de la Historia, como insisten desde los 90). Para imaginar otros futuros y otra vida hay que pensar en esa guerra de posiciones (Gramsci again). Eso es parte de la imaginación de izquierda, que obviamente está faltando en un mundo cada vez más dominado por el avance de las derechas.
Tenés razón en marcar esto que marcás. No quise hacer referencia a lo que vos mencionaste en el texto, no debería haber usado el término «autopercepción». Sin embargo sigo pensando que Gramsci (y ni hablar de la idea de «posición objetiva», algo que ya le criticaba Laclau a Zizek) es una herramienta muy limitada para pensar el presente y el futuro del cine argentino, y no porque quiera “bajarle el tono” a la batalla, ni nada por el estilo.
No entiendo por qué la idea de «posición» sería “muy limitada para pensar el presente y el futuro” (no solo del cine argentino…). Tengo claras las críticas de Laclau (y todo el posestructuralismo en general), pero mientras tanto la derecha no tiene tanto problema en avanzar y tomar posesión o posición (incluso para negar que es derecha, como estamos diciendo…)
Sin ánimo de ofuscar a nadie ni contribuir a la dilución del tema principal de esta serie de notas (que inicia Roger en su editorial sobre la cinefilia de derecha), quisiera señalar que en el intercambio entre Weber y Prividera parecen haberse planteado dilemas que no son tales, porque no exigen ser contrapuestos.
Por ejemplo, la cuestión de los siglos: si el XIX, el XX y el XXI. Podríamos ir más atrás, pero lo cierto es que los siglos no se oponen sino que, si me permiten la obviedad, se continúan. El cinematógrafo se inventó como artefacto a fines del XIX y conquistó su mayor expansión en el XX, pero el clima positivista del XIX ya reclamaba su invención (hago un gran paréntesis para señalar la asombrosa coincidencia histórica entre el comienzo del cine y del psicoanálisis, que dominan el siglo XX, pero eso sería irse para otro lado): el proyecto de la representación total de la realidad venía en marcha desde varios siglos antes todavía: desde Descartes y Galileo, pero solo en el XIX estaban dadas las condiciones tecnológicas para esta invención, a la que el proyecto moderno estaba aproximándose desde el racionalismo, el empirismo y el kantismo (no quiero ir más atrás, pero los científicos modernos no salieron tampoco de la nada: Copérnico y Galileo se inspiraban en Pitagóras, sin perjuicio de que Galileo proyectaba tecnología bélica para la cual pedía financiamiento a los burgueses, una vez que la ciencia se deshizo de la tutela de la iglesia).
Así que no habría que oponer el S XIX al XX bajo ningún aspecto: si los positivistas querían inventarse todo y apresar la imagen del mundo en una máquina, era porque antes otros habían desarrollado tecnologías y conceptos filosóficos que los hacían posibles. En el siglo XX el cine expandió las intenciones iniciales de sus inventores, pero sin dejarlas atrás. La historia condiciona pero no determina. Por ejemplo, las potencias bélicas del siglo XX (todas) supieron que el cine era parte fundamental de su dispositivo. Uno puede reconocer esa afinidad entre cine y guerra en miles de películas, por no decir en TODAS: desde El nacimiento de una nación hasta Acorazado Potemkin y El Nacimiento de la Voluntad, todo Clint Eastwood y Spelberg/Lucas es un despliegue de las posibilidades del cine bélico. La Cinecittá fundada por el fascismo y la resignificación de ella que hace Fellini, la UFA que en Alemania fue inmediatamente privilegiada por el nazismo, aunque antes ya había dado las innovaciones estéticas fundamentales que iban a integrarse al cine de Hollywood: Lang, Murnau, el expresionismo, las decenas de camarógrafos que exportaron el expresionismo hacia el cine de Hollywood.
Podría agregar a esta cuantiosa lista las películas de Tarantino (Bastardos sin gloria y la analogía de Stolz der Nation es muy explícita respecto del lugar del cine en el imperialismo norteamericano y el alemán, así como de la mediación francesa. Pero también Tarantino interviene en la guerra civil norteamericana reescribiéndola de cara a las resonancias de la política del siglo XXI.
Y para no olvidarme de casa y de los aquí presentes, creo que tanto Prividera como Weber se sitúan en alguna posición en relación a los dispositivos bélicos y policíacos en la historia argentina presente (en el caso de Weber, también en el dispositivo bélico mundial) ((de los homenajes a los mártires unitarios no voy a decir nada para no soltar una carcajada)). Es notorio que Prividera y Weber filman en todas sus películas -a veces de modo más tangencial, a veces más explícito- el problema de la Guerra. Tierra de los padres y Homenaje a la obra de HP Gosse no me dejarán mentir.
Tampoco la inteligencia artificial se deja fetear en siglos: si se desarrolló en el XX y encuentra su apoteosis en el mundo actual, en el mecanicismo de Comte del siglo XIX ya se estaba reclamando una inteligencia mecánica. Vayan más atrás y encontrarán que Descartes postula la posibilidad de que los semejantes que está percibiendo bien podrían ser autómatas. La reducción de las cualidades sensibles de las cosas a sus fórmulas numéricas a las que se refieren las dos películas de Weber ya estaban postuladas por el propio Galileo quien, igual que Weber en Homenaje… empezó apuntando el telescopio al cielo, para ver lo que los ojos no podían ver, una idea que Weber denomina melancólica al principio de Homenaje: En realidad toda la tecnología de la percepción, igual que los telescopios digitales, intentan capturar el mundo más allá de las capacidades perceptivas del cuerpo humano. Lo que sucede es que el cuerpo humano no puede ser pensado biológicamente ni en el siglo XIX ni desde que se inventó la rueda. El cuerpo humano es cultural desde que es humano. Por lo que la oposición naturaleza/humanidad es una abstracción que oculta más que lo que muestra.
De paso: el aparatito que aparece al comienzo de «Homenaje» de P Weber, ese que dispara puntos en un espacio abstracto, tridimensional y negro, que funciona de manera similar a los automóviles robóticos (sin conductor) crea representaciones tridimensionales del espacio circundante: la tecnología que hace posible estos autos sin conductor se basa en la postulación de una imaginación trascendental, que es una idea clave de la Crítica de la Razón Pura de Kant (siglo XVIII). De hecho, Kant no hubiera podido resolver su sistema ontológico sin postular una imaginación trascendental. Los autos sin conductor funcionan como Kant postuló que funciona la imaginación humana. Claro, la época de Kant no tenía el desarrollo teconológico para fabricarlo, pero el concepto estaba enteramente en Kant, quien a la vez intentaba fundamentar metafísicamente la ciencia galileana y su tesis de que la naturaleza tiene una estructura matemática. Así que los autos sin conductor del siglo XXI son posibles porque estaban previstos en la ontología de siglos XVI y XVII.
Una posición que tampoco plantea auténticos dilemas es la relación entre posición política y conflicto (que es lo que en definitiva expresan los conceptos de derecha e izquierda: posiciones relativas a dos polos de un conflicto: a esta altura es obvio que no hay una esencia de «izquierda» y «derecha», sino es en en el contexto de un conflicto). No hay tal dilema como que la política depende de posiciones objetivas o que la política surja de imaginar un mundo mejor. La imaginación es siempre imaginación de una época y no crea figuras en el vacío.
Galileo imaginó un plano horizontal infinito porque la época ya se lo permitía hacer, no porque fuera imaginativo. Y su época se nutría de las sectas neopitagóricas y contra la idea aristotélica-tomista de un universo finito. Y Marx imaginó una revolución porque el orden burgués es inconsistente: ni siquiera Marx imaginó la categoría de contradicción dialéctica, sino que la heredó de su maestro/enemigo Hegel, que tampoco había inventado la dialéctica, sino que estaba desarrollando ideas que remiten a Platón. Lo digo corto: no hay Marx sin Platón.
Por lo que oponer una concepción de la política basada en la imaginación subjetiva a otra basada en oposiciones objetivas, u oponer el siglo XIX al XX o al XXI no tiene mucho sentido, ya que más bien se pueden rastrear su continuidades y detectar las novedades (Galileo se puede emancipar de la iglesia porque lo apoya la burguesía y de ahí sale toda la actual ciencia y técnica digital, no de ninguna imaginación ingeniosa).
Bueno, espero no haberme ido al carajo y si me fui, disculpas, solo quería señalar que una discusión en ciernes podría disiparse si se detectan los supuestos comunes en ambas (en este caso Prividera y Weber).
Como diría Gatica: Buenas noches, buen provecho y que viva Perón.
Un fallido gracioso: donde dije El nacimiento de la voluntad se me mezcló El nacimiento de una nación con El triunfo de la voluntad.
No 🙂
Yo es otro.
Ojalá Quintín fuera Rimbaud, «Keiko»… Y ojalá los comentadores firmaran con su nombre, como venimos haciendo todos sin distinción. Pero si tuvieran algo que aportar ya se agradecería.
Es Di Caprio.
Una aclaración sobre la aclaración para Mariano: sé que crees que lo que digo sobre mis motivaciones es cierto, pero no puedo comprender de que el editorial que suscitó todo esto alguien pueda leer mis dichos como una acusación o un señalamiento despectivo. A pesar de la oralidad, y también del hecho de que yo prescindo de notas para hablar en radio, lo que dije es preciso y respetuoso. En reiteradas ocasiones, por otra parte, a mí se me ha adjudicado posicionamientos políticos que no he expresado y no inventé por eso una historia de persecución. Si tuve necesidad de decir algo simplemente escribí a la publicación y en otro caso ni siquiera respondí porque sentí que no tenía nada para decir.
Acá va un ejemplo de Quintín, y en uno de sus mejores momentos, acaso en la misma línea que yo me referí a él y los otros colegas. ¿Quintín respetuoso? Muy de vez en cuando, pero acá pudo.
Cito: «Pero en el modo de acompañar la época, tengo una reserva menor que formular. Creo que recorre La vida útil cierto temor por no ir con el flujo del pensamiento ambiente. En ese sentido, en una larga entrevista al programador y crítico Victor Guimarães, este reconstruye (aunque con gran erudición y actualizando todo lo necesario) el eterno relato de izquierda sobre la historia del cine brasileño entendido como una empresa indisociable del Estado y la ideología correcta».
Mi forma de referirme a él es exactamente la misma en la que él se refiere a Victor Güimares; este último no hizo ningún escándalo, como yo no lo hice cuando tantos otros me han querido descalificar como crítico progre o miembro de una mafia gay cinéfila y tantas otras cosas.
Saludos para todos.
R
Si el problema es la (chicana de) la academia euronorteamericana (como si Marx y Gramsci y Williams fueran indígenas amazónicos) traigo a colación a Rodolfo Kusch que decía que para el indio americano Cristo y el Diablo no podían sino ser hermanos (y esta idea es central para el barroco latinoamericano, nuestro «ethos» según Bolívar Echeverría), lo que constituía una herejía para los misioneros europeos. No son lo mismo, pero no se oponen en sustancia. No constituyen un dualismo o una dicotomía, sino un sujeto bifronte. Ergo (y resumiendo brutalmente) el pensamiento «espectral» (todo ocurre en un espectro que, claro está tiene sus extremos pero hay toda una porosidad intermedia, una comunicación) no es exclusivamente «euronorteamericano» (y, de hecho, muchos de esos pensadores europeos y yanquis se han inspirado en trabajos antropológicos sobre culturas Otras para ellos —la obra de Viveiros de Castro, verbigracia—) sino que tiene un fundamento muy potente en el pensamiento de esta parte del mundo (y no sólo en las ideas de raigambre europea, aunque el propio «barroco» tenga su origen allí; pero no se trata de abroquelarse en esencialismos regionales —justamento de ESO no se trata—). Para que quede claro, no digo que haya que ‘descartar’ de plano a Williams, a Adorno, o a quien sea. En todo caso habrá que ver «qué sirve y qué no». Lo que me resulta un poco extraño es la referencia al acoplamiento a la «academia euronorteamericana» (si es que existe tal cosa tan homogénea) como si no se hiciera desde un acoplamiento respecto de pensadores euronorteamericanos (Marx, Gramsci, etc.). Parece que en un caso está bien y en el otro no. Respecto de si «A ellos evidentemente no les está funcionando para pensar (y mucho menos enfrentar) el avance de las derechas (amantes de las metáforas naturalistas)», en el primer caso (lo de «pensar») me parece muy evidente que sí «les está funcionando»; respecto de lo de «enfrentar», ahí lo más probable es que tengas razón, pero lo mismo podría decirse de Marx, Gramsci, Adorno o de quien sea, basta con ver cómo van las cosas en todas partes. Así que apelar a la chicanería del «utilitarismo» (o del «funcionalismo») no tiene mucho sentido. La propia inutilidad (o ineficacia) de la «filosofía» (en sentido amplio) para intervenir (que no es una inutilidad para detectar y comprender) ya ha sido señalada por Ludueña Romandini (por ej.) y no sólo respecto de tipos como Moynihan o Haraway o Viveiros de Castro o Mark Fisher o el que quieran sino también de «clásicos» (en sentido laxo) como Adorno, Benjamin, Hall o el que les guste. Acá todos tienen alguna virtud y alguna falta (y estamos al horno).
No es chicana, Ezequiel. Hace mucho que vengo viendo como los estudiantes universitarios de humanidades se especializan en lo que dicta la “academia euronorteamericana”. Hay un libro de Francois Cusset llamado “French Theory” que historiza la existencia de ese entrecomillado.
No es algo nuevo, claro, pero hay que pensar cual fue el peso de esto en la larga posdictadura, que nos trajo hasta aquí (Cuervo podría escribir largamente sobre las relecturas posestructuralistas de Nietszche, desde los 80 a Ale Rozitchner…).
En ese sentido, el peso de la frase está puesto en la palabra “academia”: Marx y Gramsci no eran académicos, y Williams o Hall no eran solo académicos…
En fin: no sé a qué viene Kusch acá (ya estamos muy lejos del motivo de esta nota), pero lo de “Cristo y el Diablo” bien podría ilustrar el diálogo entre Quintín y Llinás, a quienes tienta la demonología…
El pensamiento «espectral» que aun nos puede ser útil (no en el sentido del “utilitarismo” que es otra cosa) es justamente el que recorría Europa en el querido siglo XIX y aun agita a los macartistas…
Pensar y enfrentar son desde esa perspectiva una misma práctica (desde la famosa tesis sobre Feuerbach), y no veo que la renuncia al marxismo «les está funcionando», más bien desde el pos 68 y pos 89 dejaron todo servido para lo que estamos viviendo (Laclau entendió el problema y quiso contemporizar posiciones, con perdón de la palabra…).
Perdonen también el resumen brutal pero no voy a escribir aquí un tratado como Cuervo.
No voy a hacer otro tratado, de hecho creo que este comentario de arriba es lo más largo que escribí en los últimos años. Pero noto en algunos comentarios llenos de citas de autorxs en boga un intento no muy disimulado de tirar la pelota afuera cuando se está hablando de la derecha cinéfila, como si se quisiera apartar el conflicto en el que estamos metidos para no enojar a ningún martir unitario y se apelara para ello a la Pachamama y la imaginación creadora como atributo de la izquierda (?), es decir, para no quedar mal con la derecha cinéfila y derivar hacia la situación geofísica de la que los humanos somos parte. Como si se quisiera dar una apariencia de vanguardia tecnopolítica suprimiendo la política y quedándose con la tecno. Me gustaría entender la vinculación entre la situación geofísica del Atropoceno y la proliferación de críticos negacionistas de la dictadura. Quizás haya una conexión, pero no se hace evidente en los comentarios. Sé que mi largo comentario podría ser impugnado formalmente con argumentos similares, pero intentaba mostrar que ideas que se presentan como tremendamente imaginativas se remontan a 2500 años atrás, solo que algunos citan bibliografía de la última década. Justamente lo que me interesó de Weber en sus películas no son las analogías naturalistas, sino su pensar situado en la Córdoba ultramacrista. Una conexión que no encontré en otros cineastas coetáneos y coterráneos.
Decía yo que ya estamos muy lejos del tema original de esta nota, pero veo que finalmente lográs anudar fin y principio con tu comentario. Así que bien podrías escribir un tratado sobre este tema: como decía también más arriba, creo que lo que resumís ahora como “dar una apariencia de vanguardia tecnopolítica suprimiendo la política y quedándose con la tecno” se relaciona con esta reorganización del campo cultural e intelectual en la posdictadura (centro de un libro sí imprescindible como “Los espantos”), en la que se terminaron de disolver las “posiciones” políticas ya antes de los 90. En ese sentido, sería una boutade decir que “la vinculación entre la situación geofísica del Atropoceno y la proliferación de críticos de derecha” está dada porque Quintín y Noriega salieron de Exactas, pero habría que hacer esa historia del campo universitario de los 80 hasta hoy (“Nuestros años ochenta”?), para ver cómo funciona la “cita de autorxs en boga” (léase: posestructuralismo deglutido por la academia anglosajona) en relación a la dificultad para un “pensar situado” que nos haga percibir la particularidad de nuestra ‘vida de derecha’ (no en vano Laclau intentó algo así en sus últimos años, cuando empezó a ocuparse del “populismo” latinoamericano lejos de las categorías eutopeas).
Sí, creo que a pesar de los aparentes desvíos, siempre seguimos en la senda de lo que inició Roger al decir las cosas por su nombre. Eso es lo que rescato. Después aparece Llinás a hacer su acostumbrado stand up para ponerse en el centro de una escena que se ve que lo interpeló, aunque no logró articular algo coherente, más bien mostrar que las denuncias de Quintín sobre el enano comunista y el proyecto de homenaje a los mártires unitarios tienen una continuidad indesmentible. Es la derecha que no quiere asumirse. Después aparecen los que te tiran una biblioteca de papers que sepulte la evidencia de que aún en la situación geofísica del antropoceno hay una derecha que nos sigue queriendo exterminar, con la espada, con la pluma y la palabra. Por supuesto que hay que pensar en la mutación de la imagen cinematográfica en digital, pero sin olvidarse de que se hace en el contexto de una guerra de clases. Por eso las películas de Weber son promisorias, porque ponen en evidencia el vínculo entre la imagen digital y la guerra de clases. No con imaginación acerca de los corales, sino con los archivos del Estado Islámico que se filman para reclutar combatientes, tal como lo hace en otro lado del globo terráqueo Clint Eastwood: películas de reclutamiento. El tratado sobre la vida de derecha lo vamos haciendo colectivamente, sin reconocer la maestría con que lo planteó Silvia Schwarzböck y la claridad con la que lo repuso en estas semanas Roger Koza. Lo que es difícil es separar la señal del ruido, como bien dice Weber.
Nicolás, poné Fox News algún día y vas a ver a un tipo con un sombrero texano quejandose de la corrección política, de los intelectuales franceses y de que el posmodernismo ignora la biología de los sexos. Esa es justamente la moda intelectual anglosajona de los tiempos que corren.
Podés tirar algo mejor que este tuit, Pablo…
No sé que tiene que ver el tipo con el sombrero tejano. Yo no hablé de la corrección política ni de los «intelectuales franceses». En cuanto a que «el posmodernismo ignora la biología», será la de los sexos nomás… El señor ese de Fox News puede ser un posmoderno con sombrero tejano, ojo. Hay de todo una vez que disolvemos las «posiciones»…
Me fui de tuiter para limitar las pelotudeces que digo por día y sin embargo ya estoy escribiendo como tuitero acá. Pido disculpas. Pronto la seguiremos, un abrazo a todos!
Rajar también es de tuitero…
Jajaja… Recién veo esto… » más bien mostrar que las denuncias de Quintín sobre el enano comunista y el proyecto de homenaje a los mártires unitarios tienen una continuidad indesmentible. »
«Indesmentible» y «proyecto de homenaje» son dos perlas. Que soyapa, mi cielo…
El enano tiene el retrato de Rosas en el despacho, ahi hay una continuidad eh…
Es para alquilar balcones como decia mi abuela…salvo Roger que tiró la piedra el resto una guerra de vedettes. Sigan que son un plato.
Estuve buscando acá y en el post de Roger tu aporte enriquecedor al debate, Martín, o por lo menos tu opinión sobre la acusación que hace Q, y no encontré nada. Hacés bien, pudiendo contemplar cómodamente desde el balcón, ¿a qué complicarse con argumentos o posicionamientos? O por ahí es que no busqué bien.
No respondí más porque me rompió las pelotas lo de «muchachos, hay que dejar de seguir modas académicas» y no tiene sentido reaccionar a esas cosas. El problema es que ahora no sólo tengo que argumentar sino que encima tengo que explicar que en realidad no soy un mocoso «académico» (que encima no soy, trabajo en el sector privado hace años ya) que sigue modas, lo cual me parece una forma muy deshonesta de debatir. Encima después tiras lo del avance de la derecha como si eso fuera de alguna manera prueba del escaso valor teórico de Donna Haraway y Latour, un non sequitur absurdo, similar al de los gorilas trayendo a colación la caída del muro de berlín ante cualquier gansada. Y para colmo después viene Cuervo con lo de «dar una apariencia de vanguardia tecnopolítica», osea, ¡no sólo sigo modas académicas sino que encima estoy actuando, soy un farsante, una creación perfecta del «campo cultural e intelectual de la posdictadura»! Así no se puede discutir. Pero no les guardo rencor. Estoy dispuesto a que me pidan disculpas jeje chiste, chiste. A ver, me parece perfecta la cita de Kohan que trajiste a colación en el texto. Ni lo mencioné porque di por asumido que lo de Quintín era una canallada, como afirmé en mi comentario anterior. Efectivamente, es relevante explicitar desde dónde se habla, es relevante marcar cuando el otro no lo hace aunque llore 1984 y, tal y como demuestran algunos silencios estruendosos en esta discusión, no hay nada peor que hacerse el boludo, cuidarse el culo y quedarse callado cuando te conviene. Para mí la cuestión de Quintín está saldada. Pero el problema no es él. El problema es que en este momento de Argentina no hay soluciones, ni proyectos que tengan respuestas a qué hacer con el chanchullo macroeconómico que carcome nuestras vidas. Si nos cernimos concretamente al macrismo y al kirchnerismo, ambos han justificado sus últimos gobiernos (el de Macri y el actual) sobre el fracaso de la experiencia anterior y su base de sustento político reside en el rechazo que genera la otra parte en determinados sectores del electorado. En este contexto, la batallita cultural se torna vacua, insustancial, y, más allá de que no se la pueda descartar por completo, urge la necesidad de pensar otras salidas, otros futuros, otras posibilidades que trasciendan las posiciones fijas actuales. En definitiva, hacer otras películas que busquen otras experiencias sensibles, otros horizontes estéticos, etc. Y esto no se puede circunscribir a que los gorilas son malos y el neoliberalismo sarasa. Y no digo esto porque quiero votar a Manes y «unir a todos los argentinos» sino porque dudo de verdad de las capacidades de la burguesía argentina para enfrentar esto. No porque crea que mañana viene la revolución sino más bien todo lo contrario: Sigman y Manzano con su kiosquito, a criar chanchos y contener al negrerío. No hay degradación a la cual esta gente no se acomode. Y justamente por eso me pareció que era necesario defender la última película de Llinás. No porque sea la película fundamental del siglo xxi sino porque más allá de todo, intentaba a mi entender abrir un poco la cancha.
PD: El coronavirus y un meteorito son dos fenómenos radicalmente distintos, equipararlos es un craso error. En el coronavirus hay agencia humana, en el meteorito (por ahora) no. De hecho, es una muestra de lo limitada y peligrosa que puede ser la idea de que «en la naturaleza no hay política», puesto que el covid-19 es la prueba más fehaciente de que «la naturaleza ya no existe» tal y como afirmó el colectivo chino Chuang en su texto «Contagio Social». Es imperativo pensar las relaciones entre los humanos y las entidades no-humanas y es allí dónde emerge la necesidad de hacer una reflexión seria sobre las mediaciones técnicas: es decir, es necesario integrar al cine al interior de otras disciplinas que operan mediando entre el humano y el Afuera. Por eso mí interés por los telescopios, por ejemplo, pero también por las aplicaciones de i.a en la geología y en la biología, etc. Y sí, ahí Gramsci y co. son efectivamente herramientas limitadas.
Welcome back, Pablo, pero no creo que quede ya nadie por aquí más que los últimos parroquianos de siempre, amén de que este tema requeriría un espacio propio.
Cuando digo que “hay que dejar de seguir modas académicas” no me rediero solo a los académicos. Por eso son modas, que se filtran en los catálógos editoriales y en discusiones como esta…
No me interesaba discutir puntualmente el “valor teórico” de Haraway, Latour, o cada autor que pudiera tirarse sobre la mesa, sino impugnar ese afán por lo ajeno, en todo sentido.
El coronavirus y un meteorito son dos fenómenos distintos pero los une hacer peligrar a la humanidad. De eso hablo. De que miramos y procedemos y temporalizamos desde nuestra pequeña humanidad. (En ese sentido, la “agencia humana” de coronavirus es algo que excede a las ciencias duras y es terreno de la sociología o la ciencia política.) Si usas “humano”, aunque sea como adjetino, ya no estás en la naturaleza. Por eso el meteorito sí queda fuera de la discusión (hasta que llegue para terminarla…)
En fin: antes que “pensar las relaciones entre los humanos y las entidades no-humanas” es necesario pensar si esas relaciones son políticas, porque si no estamos en áreas diferentes y nos va a servir tan poco como la botánica para combatir el fascismo.
En cuanto al mcine (volviendo al cine): desde que mereció ese nombre que no es una “mediación técnica”. Si lo fuera estaríamos hablando del kinestoscopio al lado del telescopio, no de una Historia hecha de lenguaje.
Pero bueno, si vamos a tener que equiparar todo con la geología o la biología, entiendo que Gramsci y Cia sean “herramientas” limitadas.
Pero (volviendo a la política) no hace falta ser un farsante para ser parte del «campo cultural e intelectual de la posdictadura». Todos lo somos.
Lo que nos diferencia, en todo caso, es ese querer salir, por ejemplo, de esos y como “silencios estruendosos en esta discusión” que mencionás (lamentablemente sin dar nombres, je, y no es un chiste: diferenciarse es llamara las cosas por su nombre, como decía Roger y aquí reafirmo).
Si creesd que “el problema es que en este momento de Argentina no hay soluciones, ni proyectos que tengan respuestas a qué hacer con el chanchullo macroeconómico que carcome nuestras vidas”, no veo qué podemos discutir. Podemos estar de acuerdo. Pero si de ahí pasamos al “todo es lo mismo” del infantilismo izquierdista, paso. La “batallita cultural” es precisamente asumir que no podemos atravesar este tiempo sin tomar posición. Y no se trata de adscribirse a “las posiciones fijas actuales”, sino entender que nunca lo son (salvo la antipolítica, que efectivamente las licua para esencializarse en la posición del que niega toda posición).
No, no todo se puede circunscribir a que” los gorilas son malos y el neoliberalismo sarasa”, pero los gorilas son malos y el neoliberalismo no es sarasa (ese discurso es precisamente de derecha…). Si “dudo de verdad de las capacidades de la burguesía argentina para enfrentar esto” y “no hay degradación a la cual esta gente no se acomode”, bueno, no sé qué imaginación de izquierda nos va a sacar de ahí… Sería más fácil escapar hacia algún territorio más amable, como se nos insta todos los días desde Infobae o La Nación.
PD: Así como no terminan de quedar claras tus impugnaciones, tampoco quedó clara tu defensa de la última película de Llinás… Escribí aquí un largo texto sobre tu nota, que tampoco fue respondido. Lo digo solo para que conste en actas, como diría Quintín.
Pablo:
Lo más breve que pueda ser yo.
Te respondo puntualmente a las alusiones que hacés a mis dichos.
– Ni se me pasó por la cabeza que seas un farsante (realmente me sorprende que hayas pensado eso) ni puedo afirmar que sigas alguna moda académica. Sí puedo decir que existen modas académicas ante mi vista, que se renuevan cada década en sus referencias bibliográficas pero no tanto en las ideas. Como traté de mostrar en algún larguísimo comentario anterior, el problema de la articulación entre los conceptos de naturaleza y cultura tiene muchos siglos y no siempre lo que se presenta como idea novísima es una auténtica novedad . Algunas grandes novedades son muy antiguas. En las ideas que se barajaron aquí al respecto no encontré ninguna novedad drástica. Por ejemplo, la perplejidad que te despiertan los telescopios digitales (a mí también) no veo que constituya un salto cualitativo respecto del problema de la tecnología de la percepción de la que dispone la ciencia moderna desde Galileo (el propio Galileo ya lo tematizó). Por eso señalé que tu plano inicial en Homenaje al apuntar el teleobjetivo hacia el sol es una repetición –sin connotación negativa – del momento en que Galileo apuntó el telescopio al sol para ver, también, lo que los ojos no veían. Esto no es un problema para mí, lo saludo como una tradición de la que no podemos desprendernos y me alegré al encontrarla en tu película.
– Si hay novedad en la lista de autores que se citaron a lo largo de la conversación, no pude advertirlo porque dicha novedad no apareció expuesta en el debate. Las referencias a los espectros y la naturaleza bifronte de Dios y el Diablo se me hicieron inasibles o inatinentes en este diálogo.
– No encontré que ninguna de las ideas planteadas en la conversación acerca de la problematicidad de la relación entre naturaleza y cultura permitieran esquivar la posición política. Pero creo que SÍ existen muchos deseos de borrar la posición política valiéndose de novedades editoriales.
– Concretamente: el posicionamiento político en Argentina no se reduce al eje derecha/izquierda. ¿La película “El estudiante” es de derecha o de izquierda? La verdad es que no espero la respuesta. Tenemos una historia donde la lucha política se desplegó como una guerra civil entre unitarios y federales en el siglo xix y como una durísima lucha entre peronismo y antiperonismo desde 1945 hasta hoy, que incluye un bombardeo a la Plaza de Mayo contra la población civil, fusilamientos, proscripciones, intentos de refundación de una república «perdida», eliminando a un sector demonizado con similares estigmas (la indiada, los vagos malentretenidos, la barbarie, los mazorqueros, los cabecitas, los planeros, los mapuches, los negros villeros, peronia) desde el siglo xix. Estos intentos siguen hasta hoy, una de sus modalidades es la de conservar la cáscara del peronismo elminando su elemento disruptivo. Esta lucha no es una batallita cultural, como la denominás con sorna, no me parece vacua ni insustancial. Si leés Seúl vas a reconocer la continuidad de esos intentos. Izquierda y derecha no dicen demasiado si no se encaran estos conflictos históricos concretos argentinos, que además se vinculan con la historia de Sudamérica (por ejemplo, cómo funcionó el macrismo en el golpe en Bolivia y cómo funcionó el peronismo al salvar la vida de Evo, o la sostenida persecución de Milagro Sala son acontecimientos muy concretos para pensar las posiciones políticas, ante las cuales me parece no solo improbable sino hasta infame declararse equidistante).
– Hacés trampa al hablar de “las posiciones fijas actuales”. Las posiciones actuales no son fijas y nunca ninguna posición política es fija. Llinás revive los fantasmas de los mártires unitarios porque ahí hay una tradición política aún operante en el presente, así como guiona una película que presenta a Aramburu como un viejo demócrata descarnado, casi un izquierdista como Llinás. Posición es oposición y reducir esa lucha incesante a posiciones fijas es una violencia conceptual. Se trata de ponerse en algún lugar en un campo donde no hay zonas neutrales. El desvelamiento final de lo que esta lucha deje solo se define luchando, es decir, durante la vida y no mediante una declaración ni leyendo a ningún autor, aunque se pueden leer todos los autores mientras se lucha.
–
– No vería nada malo que trabajes en la Universidad, yo trabajé siempre en la UBA y estoy muy bien con mi pertenencia a la educación pública, mi breve paso por una institución privada, la FUC, la atesoro como una pesadilla. Trabajar en empresas privadas no te pone a salvo de nada.
– Respecto de si Gramsci, Marx & co son insuficientes: sí, son insuficientes, al igual que Platón y Aristóteles, Darwin, Freud, Wittgenstein, Heisemberg, Foucault y Deleuze. No encuentro que hasta hoy haya aparecido una tesis teórica suficiente en esta lucha. También son insuficientes los telescopios, las computadoras, el cine, los blogs y los debates, pero eso no indica que se los olvide, a menos que se los quiera borrar de nuestra vida.
– Estoy feliz con este intercambio. Creo que se trató de una construcción colectiva que hasta los aportes más ridículos ayudaron a construir. Creo que fue un buen debate a pesar de que no lleguemos a ponernos de acuerdo. Todo quedó bastante expuesto Lo que faltan son los que faltan. Que Dios se apiade de su almita buena.
Pablo:
A la abundancia de ramificaciones, más y menos pertinentes, de esta discusión (que desde la vez que hablamos de seguirla por el otro post, hasta que por fin tuve tiempo para, aunque sea, pensar en contestarte, se multiplicaron), se sumaron algunas precisiones que vos mismo hacés a tu texto, para responderle a Nicolás, o para tomar los aportes de Ezequiel y que, en vez de aclararme, me confundieron.
En primer lugar, la deriva de los intercambios me pareció inaceptable por las razones que ya di y por eso fui a decirlo al post de Roger. Es cierto que Llinás ya había desviado el asunto antes, pero le di menos importancia, quizá porque enseguida remití sus intervenciones a la idiosincrasia del personaje y asumí, entonces, la limitación de sus efectos -que no se deducen necesariamente de la cantidad de lectores-. Pero después siguió esa especie de aparte con Ezequiel y (contra) Nicolás que me resultó definitivamente un exceso. De eso, hablaba cuando dije que, ante todo, había que pronunciarse, y no tanto de tu texto. Porque la distracción si fue tuya no menos fue mía. Asumí con vos que tu texto ya estaba posicionado, lo di por descontado; aunque, en efecto, no había nada explícito. Aclarado esto, no querría llevar más lejos la cuestión y sí volver a tu intervención original.
No puedo menos que estar de acuerdo con la desconfianza hacia la autonomía del arte. Es un problema con muchísima tradición, tampoco es para despacharlo así como así, pero digamos que, como lo planteás, coincido completamente. Sobre todo, con la explicación un poco más amplia que hacés después, en una respuesta a Llinás.
Con lo de los automatismos, también. Solo que no veo ninguno por acá. Asumo que lo anterior iba para Llinás y esto, para Nicolás; pero no veo que Nicolás deduzca nada automáticamente. O, quizá, lo decías por alguna otra cosa, ya presente en el editorial de Roger, que me podrías aclarar, si llegaras a tener ganas.
Tampoco veo tan claro cómo se conecta esto último con lo que sigue a continuación, sin aparte, sobre el vínculo entre una obra -tu obra- y las ideas que se tienen sobre el mundo en general. Imagino que podría ser un argumento en contra de la autonomía, pero entonces hay que ver de qué autonomía estábamos hablando. Porque no es lo mismo afirmar la autonomía del arte respecto del estado, o del mercado, que una autonomía absoluta respecto de todo lo humano y lo divino, incluso, de las propias ideas, que es algo que no conozco que nadie argumente seriamente. Y tampoco es lo mismo la voluntad de autonomía que afirmar que el arte sea, de hecho, autónomo.
De nuevo de acuerdo, sobre que no se puede deducir la potencia y los efectos de una obra enteramente de las intenciones del autor y menos de sus ideas políticas o sobre la sociedad y el mundo (que no es lo mismo que decir que la obra es autónoma, es otro problema). Lo de Zukerfeld no lo entiendo, pero quizá porque me falta contexto. Ahora bien, sin duda, las modalidades específicas en que el mercado condiciona (en el mejor de los casos), o ha ya decidido de antemano sobre la obra de arte (que por eso pierde precisamente su condición de obra de arte y se hace puro mercancía) varían según las épocas. Y no digo que esas transformaciones sean indiferentes ni que no valga la pena conocerlas; pero con big data o sin big data, el capital ya determinaba la totalidad de lo que circula como espectáculo. Y las transformaciones de las lógicas de acumulación y reproducción siempre fueron decisivas en el destino de la obra de arte. Y mortíferas.
¿Por qué digo esto? Porque, cierto, no soy quién para afirmar que la intención de ciertas referencias sea seguir una moda; menos, que estén actuando (que no sé si es lo que Cuervo dijo realmente), pero como parte en la discusión sí puedo decir qué argumentos me parece pertinente traer en relación con el problema que se trata y cuáles me suenan forzados -incluso, sin que hayan sido forzados por ninguna razón espuria, sino solamente por que uno se deja llevar por el ritmo de la discusión y va metiendo cosas que no se justifican, o por lo menos no se ve cómo se justifican. Quizá, sí; pero hay que demostrarlo-.
Y por fin, llegamos a la hermosa metáfora del volcán Tambora, que fue lo que me hizo desear que tu intervención estuviera en los comentarios al post de Roger (confieso, otra vez, que presté un poco menos de atención al resto). Metáfora que tomé, tal como la traés en el primer texto, como simple metáfora, y que me pareció que venía a cuento de ilustrar de un modo, si querés y no molesta, hasta más poético (aunque también más sugerente de otras conexiones) el argumento (digamos althusseriano) de Roger acerca de cómo opera la ideología. Que la metáfora proviniera del mundo natural no me pareció en ese momento lo más relevante para el caso, porque la entendí de un modo más acotado. Además, solo a medias es una metáfora del mundo natural (que no de la biología) porque se completa con la imagen de los efectos de la causa natural en la cultura. De modo que, en efecto, es una metáfora que habla de la materialidad del mundo, de una cierta inescindibilidad de lo humano, pero a) vos no lo traías por eso, sino para ilustrar cómo algo que no se ve, no se conoce, ni se sospecha tiene efectos sobre lo que uno hace; b) incluso entendida como metáfora de la inescindibilidad, es una que perfectamente podría haber usado… qué sé yo… Marx, por ejemplo, que comprendió perfectamente la materialidad de las relaciones sociales, incluida la que llamamos “cultura”. Y en este punto, no me repetiré, remito al párrafo anterior.
La metáfora fue, desde mi punto de vista, malinterpretada o no interpretada, por todo el mundo, en particular por Llinás, que ni siquiera se molestó en nada que no fuera su instrumentalización, por más que para eso haya tenido que forzarla con inelegancia total. Pero, bueno esto no me importa de verdad; lo menciono porque vos no discutiste mucho, lo dejaste correr (cosa que me resulta comprensible, todo no se puede y uno elige qué respuestas da) y supongo que eso no ayudó a la claridad. Pero además sí te mostraste de acuerdo, y ahí sí que me perdí, con la intervención de Ezequiel que no veo cómo sería compatible con la tuya, salvo en una especie de defensa del antidualismo, que no era lo que vos estabas haciendo acá y hacia la que esa intervención te arrastró; y que, otra vez, si hubiera sido necesaria, de todos modos, no veo por qué iba a demandar tanto embrollo de citas y name-dropping, sobre todo cuando lo que se discutía era otra cosa.
Cito una línea tuya que me interesó, que explica inmediatamente por qué usás la metáfora del Tambora y que -¿quizá con demasiada audacia?- me arriesgo a decir que no tiene nada que ver con la exposición de Ezequiel: “…siempre, en todos lados, hay un volcán Tambora en ebullición y (…) es cosa digna y valorable el intentar encontrarlo, comprenderlo y, si es posible, dirigirlo…” (la negrita es mía). Más clásico y moderno no se encuentra. Más interno al paradigma de Nicolás y exterior al de Ezequiel -para ponerlo en términos de posiciones en esta discusión- no podría ser. Así que no entendí por qué el debate, después de tu primera intervención, se ordenó cómo se ordenó, por qué las oposiciones y acuerdos que se manifestaron fueron los que fueron y no al revés, no los que tu intervención parecía más que sugerir.
“No entendí”, claro, es puramente retórico. De nuevo (y remito a las discusiones en el post de Roger), el campo viene sobredeterminado y para entender, hay que ir a conocer también las causas que no están a la vista.
Ay diosito mío la cantidad de cosas que tengo que responder. Les pido tiempo por favor, Oscar, Carla y Nicolás. Y le pido perdón también a Nicolás por no haber respondido la otra nota sobre la película de Mariano. Tanto tu texto como el de Tomás fueron muy buenas respuestas a las cuales quería estar a la altura y nunca encontré el tiempo adeucado para hacerlo, puesto que creo estamos ante una discusión que excede esa película y que requiere repensar y debatir incluso cuestiones más amplias (bue, pasa lo mismo con estos comentarios). Estoy en deuda, lo sé, como en tantos otros aspectos de mi vida, qué le vamos a hacer: a veces pienso que solo vine a este mundo a eso, a deber. Rápidamente, algunas aclaraciones.
Nicolás, tenés razón que el cine no es solamente una «mediación técnica» sino algo muchísimo más complejo. Todo sería mucho más fácil si así lo fuere, je. Asimismo nunca dije que los dos “polos” eran “lo mismo”. De hecho, creo que nadie en Argentina opina eso. Traer a colación el “son lo mismo” cada vez que se menciona cuestiones que atañen a la naturaleza burguesa del kirchnerismo y sus límites es una muy buena estrategia discursiva para patear la pelota afuera de la cancha y no debatir seriamente lo que la izquierda estaba impugnando en aquel famoso “voto en blanco” del 2015. Decisión que no compartí ni comparto, por otro lado. He votado kirchnerismo toda mi vida por lo que me he tragado una gama variopinta de sapos. Por otro lado está mal hablar de “posiciones fijas”, otra cosa que vos me marcás. Justamente por eso traje a colación a Stuart Hall y Laclau cuando escribí sobre tu debate con Llinás: por supuesto que estamos hablando de terrenos en disputa, etc. (otra desprolijidad mía propia del formato comentarios). Más allá de todo esto, yo no estoy diciendo que solo se pueda hablar de cine hablando de geología, biología ni nada por el estilo. Ni siquiera digo que Gramsci y el marxismo sean inútiles, dije limitado, puesto que me estaba refiriendo a la cuestión de la “especificidad técnica”, si se quiere.
Oscar, ya sé que no me dijiste farsante. Me estaba victimizando medio en chiste. Una boludés, ya fue. Por eso después seguí respondiendo con normalidad. La película “El estudiante” es una película de derecha, es indudable. Pero más allá de eso, lo que yo justamente impugno esa línea automática que vos hacés entre la disputa unitarios y federales y la disputa peronismo anti-peronismo. Es una forma muy limitada de entender nuestra historia y además es particularmente conveniente para determinados intereses económicos. Más allá de eso no entiendo por qué traés a colación lo de Bolivia. No entendí sinceramente. Me marcás lo de “las posiciones fíjas” y tenés razón: más arriba lo comenté respondiendo a Prividera. Lo que decís con respecto a “trabajar en la universidad” también es totalmente cierto, después me di cuenta que quedé como un boludo que se cree moralmente superior por no ser empleado público. El término “sector privado” es particularmente boludo porque encima trabajo para una productora que filma publicidades para la muni y otras entidades. Osea, “sector privado” las bolas.
Carla, gracias por todos los comentarios. Siempre poniendo orden en la discusión. Efectivamente la cuestión de la “autonomía” tiene que ser pensada con un poco más de seriedad: no estamos hablando acá de una ausencia total de autonomía, como si el cine no tuviera procedimientos internos algunos. Me estaba refiriendo a lo que tan bien se desarrolla en el texto sobre la venida de Moretti (que no conocía, ni el texto ni nada de todo lo que había pasado): el sibaritismo cinéfilo que busca hacer de la práctica cinematográfica una suerte de consumo deluxe. Efectivamente, lo del volcán Tambora buscaba más que nada ser una metáfora y fue un error enroscar toda la discusión hacia lo de la geología, la biología y demás. Era una metáfora, es mejor dejarlo así y luego retomar las otras discusiones en un contexto más ordenado y adecuado. Algo de todo esto intenté desarrollar en el texto que publiqué en La Fuga hace un par de meses, que Nicolás asumo impugnará por su “fascinación por lo ajeno”, pero bueno. Planeo seguir fascinado por lo ajeno y planeo hacer caso omiso a las recomendaciones de los amigos de la redacción de LN e Infobae y seguir debatiendo estas cuestiones acá, en mi país.
Pablo:
Temo que esta línea de comentarios se vuelva infinita y pensaba que las posiciones estaban más o menos expuestas, por lo que seguir abundando en lugar de enriquecer el debate podría empezar a restarle.
Pero quiero destacar un tic discursivo tuyo: el de los «automatismos», que creo que te obnubila. Yo no establezco ninguna línea automática acerca de dos disputas que marcan la historia argentina: unitarios/federales y peronismo/antiperonismo. No propongo reducir la historia argentina a esos conflictos, porque no hay posiciones fijas en un terreno en disputa. Yo tengo una relación problemática con estas identidades pero no puedo desconocer que operan. El intento de pensar la Argentina en términos de izquierda/derecha es abstracto si no se incluyen esas luchas que no son ninguna batallita: esa manera de hablar me parece despectiva y no está a la altura del conflicto. Pensar que la política de izquierda consiste en imaginar el futuro omitiendo el pasado es cándido y expulsa a la izquierda hacia la región de lo imaginario y fuera de lo real. Creo que tus propias películas registran esa incidencia de la historia que tu discurso acá desdeña.
El bombardeo a la Plaza de Mayo, uno de los crímenes impunes menos recordados de la historia argentina, se produjo contra un gobierno peronista, no contra un gobierno de izquierda. Entiendo que no entiendas todo lo que digo, pero el co-guionista de «Secuestro y muerte» que retrata a Aramburu como un demócrata descarnado es el mismo que se burlaba de las playas tomadas por la turba plebeya en «Balnearios» y el que anuncia la «Saga de los mártires unitarios» iniciada por El Tala. Adicionalmente co-produjo El estudiante. La obra de Llinás señala estas continuidades. Las cosas están ahí, ¿para qué manipularlas?
Hernán Iglesias Illa, el editor de la revista digital en la que se acusa a Roger de delator, fue subsecretario a cargo de Comunicación Estratégica en la Jefatura de Gabinete de Ministros durante el gobierno que mandó armas y pertrechos en apoyo del golpe en Bolivia. El presidente electo argentino que aún no había asumido en 2019 fue el que le salvó la vida a Evo -el propio Evo lo dice- en contra de los pedidos de macri, quien en la reunión de jefes de estado del Mercosur denominó «presidenta electa» a Jeanine Áñez. No es ningún automatismo destacar estos vínculos. No es una novela psicológica sobre Alberto Fernández: antes la Argentina de Kirchner y el Brasil de Lula habían ayudado a parar otro golpe contra Evo. Viene de una tradición histórica que se denomina «Patria Grande». En 2019 Evo iba a ser asesinado con la complicidad del gobierno integrado por el editor de Seúl, a la sazón mano derecha de macri y actualmente su ghostwriter. Parte de la eficacia con que opera el macrismo consiste en lograr que se desliguen estas relaciones evidentes. A veces se pueden desconocer algunos de estos vínculos, pero no es conveniente desconocerlos a todos todo el tiempo. Yo no te pido que votes a nadie, pero no le bajes el precio a estas batallitas.
Saludos