MADRES PARALELAS

MADRES PARALELAS

por - Críticas
07 Feb, 2022 04:26 | comentarios
Almodóvar tiene un estilo pero no se repite; también profesa un amor incondicional a las mujeres y no es tibio cuando siente que debe mirar cara a cara a la Historia.

                                                                                       OH, MI CORAZÓN

Almodóvar nunca hizo dos veces una misma película. Por más que su programa estético parezca delineado y definido desde hace años, su poética se niega a clausurarse. ¿Cuántas historias puede narrar un hombre? ¿Cuántos relatos caben en la vida de un artista? Dolor y gloria es un film teñido del color de la consagración, pero el alto reconocimiento de un esfuerzo no necesita significar un cierre. Es trabajo del artista el hacer y deshacer.

En Almodóvar todo es cruce, intersección, choque de partículas que deviene en caos y transfiguración. El título de su nuevo film, Madres paralelas, encierra al menos una mentira: Janis, una fotógrafa que vislumbra en su embarazo no deseado la concreción de un deseo por ser madre, y Ana, una jovencita de clase alta sobre cuyo embarazo pesa el signo de la violencia, son entre sí todo menos paralelas. Con estas madres solteras se entreteje un relato que, como todo buen melodrama, no está exento de padecimientos, identidades ocultas, deseos velados y una puesta en crisis de la idea de familia. Madres paralelas es eso, pero solo en la superficie: ningún film del realizador de ¡Átame! o Volver se define en la unidimensionalidad. En julio de 1936, el bisabuelo de Janis, fotógrafo, tal como ella, es ejecutado en manos de falangistas y sepultado junto a otras nueve personas en la vera de un camino rural. Pero hay un enterrado que vive y ochenta años después, en el 2016 donde transcurre el film, ante el desfinanciamiento y la inoperancia del Estado, Janis aume aquel legado atravesado por la represión y la sangre transmitido por generaciones y se embarca en la tarea de movilizarse para hacer posible la exhumación de aquella fosa común.

En sus retratos de maternidades se detecta la evidencia de un gesto: pocos cineastas a lo largo de la historia se han dedicado a prodigar tanto cariño hacia las mujeres como Almodovar. El manchego dedica Todo sobre mi madre “a todas las personas que quieren ser madres”. La maternidad surge así como una posibilidad, abierta a toda persona, fundada en el deseo. En Madres paralelas esto se complejiza: el puntapié de la maternidad emerge corrido de la intención o de todo consentimiento. A la autonomía moral de los personajes femeninos de Almodóvar se le suma aquí la construcción del deseo sobre la superficie del melodrama, con la circulación de castigos y sacrificios propios del género. Pero el cineasta no solamente complejiza la idea de maternidad a través de las vidas de esas mujeres que efectivamente se cruzan, sino en hacer de la niña nacida producto de una violacion el punto en común entre ambas. En Madres paralelas se cifra el generoso gesto de abrazar la bastardez y la impureza, de poner en carne una herida, no para cerrarla (eso sería demasiado fantasioso), sino para hacerla vivible.

Madres paralelas hurga en la incomodidad y rasga la superficie en búsqueda de algo oculto, tal como esos dedos que amplían imágenes en pantallas de celulares, dedos que buscan rasgos en fotografías del pasado y que encuentran el rostro de un violador o recorren las muecas de una niña fallecida. Janis atraviesa los saltos y los sobresaltos del film, conducidos por un pulso dirigido mediante prodigiosas elipsis, llevando consigo una doble responsabilidad y motivación, un compromiso bipartito con la verdad: los tests de identidad con los que investiga si Ana es la madre biológica de la niña que cría como propia se espejan con la tarea de desenterrar los huesos del pasado. La seriedad del tema no implica solemnidad o moralina; solo alguien con mucha sensibilidad y conciencia de sus materiales puede salirse con la suya con un momento que roza lo chapucero como el del zoom in a los rasgos “índicos” del rostro del violador de Ana, con una remera de la protagonista donde se lee “We should all be feminists” o con un hilarante diálogo como aquel en el que interviene la madre de la joven: “–La actuación no es un trabajo de pijos, los actores son todos de izquierdas. –¿Y tú de qué eres? –Yo soy apolítica, mi trabajo es gustarle a todo el mundo”. Almodóvar nunca fue ni será algo parecido a esa ficticia figura de la apolítica.

La relación entre Ana y Janis avanza y se complejiza: la joven se aleja de su cuasiabandónica madre y se acerca a su par maternante. Esto, junto al vínculo con Cecilia, la hija cruzada, dibuja una pregunta capital —¿qué es ser una madre?— y pone en tensión algo más que un trecho generacional: así como la joven Ana no sabe quién es Janis Joplin, ni conoce, según el reproche de Janis, el país donde vive, donde más de 100.000 desaparecidos están enterrados bajo cunetas, el film hace pesar sobre Janis toda la complejidad de una persona que lucha por una verdad mientras esconde otra, personal y dolorosa, a alguien a quien quiere. Contracultura, historia y familia parecen ser líneas convergentes en Almodóvar, quien con este nuevo film parece demostrar, sin ínfulas de hacer una tesis al respecto, que decir las cosas, aún bien adentrados en el siglo XXI, es posible y hasta deseable. Abarcar un tema en agenda no es replegarse bajo una moral ni significa perder autonomía estética. Solo un falso pastor de la lírica podría impugnar a Almodóvar por abrazar la denuncia explícita, como si su proyecto estético no pudiera conducir a una voluntad semejante en tiempos donde la extrema derecha española conforma la tercera fuerza de su Congreso. 

Es tan posible como discutible afirmar que toda historia y familia son la construcción de un relato. Un discurso que ineludiblemente debería estar construido a partir de un carácter, escurridizo pero asible, de verdad. Así, la lucha siempre conflictiva por la recuperación de la memoria histórica se entrelaza con la verdad íntima de estas familias en tanto cimiento para un futuro. Ni un burdo PNT de Suzuki logra hundir la emotividad de la secuencia final, donde Almodóvar vira hacia un registro testimonial (concepto bastardeado injustamente por cierta crítica). Allí, los habitantes del pueblo se hacen lugar frente a la fosa abierta, y entre ellos la cámara busca y registra a una silenciosa protagonista del film: la niña Cecilia de cara a los huesos que yacen bajo el sol. Muertos de la represión, muertos de todos. “Vas a tener una hermanita, Cecilia”, le dicen momentos antes, una hermana sin vínculo biológico alguno, tal el tatarabuelo que tiene enfrente.

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Madres paralelas, España, 2021.

Escrita y dirigida por Pedro Almodóvar.

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Tomás Guarnaccia / Copyleft 2022