MANOEL DE OLIVEIRA: 104 AÑOS
Espero poder escribir sobre Gebo y la sombra, la última película del señor Oliveira, como suele llamarlo mi querido amigo Joao Canijo. No obstante, declaro: una obra maestra, una de mis películas favoritas del año.
Evitaré decir que De Oliveira es el más joven de los directores. Lo que sí estoy seguro es que se trata de un realizador cuyo cine dialoga permanentemente con la civilización, y en ese sentido creo que son muy pocos los directores jóvenes que establecen ese vínculo entre el cine y el esfuerzo colectivo de la especie por conquistar su naturaleza animal.
Me decía Canijo, en octubre de este año, que el maestro no estaba bien de salud. No puede falta mucho para su despedida. Pero estarán sus películas, siempre.
Tres películas recientes del señor Oliveira
Singularidades de una chica rubia, de Manoel de Oliveira, Portugal-España-Francia, 2009
“Lo que no se puede contar a un amigo o a una esposa, se lo puede contar a un desconocido”. Esto es lo que piensa Macário mientras viaja en tren, y efectivizará su pensamiento minutos después con la pasajera que tiene al lado. El relato en cuestión será la película, una historia de amor fallida entre él y una rubia bellísima y muy joven que verá por primera vez desde la ventana de su trabajo. No será la última vez que veremos a su confidente, pues la puesta en abismo articula el relato y no sólo habrá un par de flashbacks entre quien relata y el relato en sí sino también una visita a una casa dedicada a Eça de Queiroz, autor de la pieza aquí adaptada, y un homenaje a Fernando Pessoa (referencia constante en la obra de De Oliveira), citado y leído por el gran Luís Miguel Cintra: “Existir claramente, y saber hacerlo sin pensar en ello”, frase que pertenece a “El cuidador de rebaños” y que tácitamente alude al comportamiento del amante alicaído. La sencillez de la historia, un joven contador que pierde injustamente su trabajo y busca la forma de garantizar seguridad económica a su enamorada sin lograrlo del todo, hasta que su tío y previo empleador acepta la decisión del sobrino de casarse, se combina perfectamente con la magistral puesta en escena: el extraordinario uso de la profundidad de campo en varias escenas (como en varias ocasiones sucede con las miradas entre los enamorados desde las ventanas, o como se elige mostrar y vincular el recitado de Pessoa con el devenir del relato entre los personajes, durante una reunión social aristocrática), el contrapunto entre las convenciones y conductas de un cuento moral decimonónico y la contemporaneidad política aludida en algunas ocasiones y la inteligencia del director de 103 años para transmitir a través de planos generales de Lisboa y sus calles y monumentos la Historia (y la civilización) contenida en los ladrillos y el espacio público. (Roger Koza)
Palabra y utopía, de Manuel de Oliveira, Portugal, 2000
Es increíble ver a alguien de más de 90 años disfrutando de uno de los momentos más ricos y productivos de su carrera, cinco películas consecutivas, extraordinarias y muy diferentes, desde Inquietud (1998)… Palabra y utopía ofrece otro ejemplo de cómo Oliveira ha vivificado su majestuoso estilo a través de una dirección vigorosa de sus actores, principalmente de Lima Duarte en el papel de Antonio Vieira, un efusivo jesuita del siglo XVII que fue un pionero en la lucha por los derechos de los indígenas brasileños y que tuvo el apoyo del Papa y la reina Cristina de Suecia. Inspirada casi en su totalidad en los sermones y cartas de Vieira, que tanto el director como los actores utilizan como guía para las locaciones, los objetos artísticos del período y varias escenas dramáticas, y elegantemente fotografiada por Renato de Berta, la película sintetiza el profundo vínculo de Oliveira con la Historia, que profundiza y supera la sabiduría de la vejez. (Jonathan Rosenbaum)
El enigma de Cristóbal Colón, de Manoel de Oliveira, Portugal-Francia, 2007
No resulta nada fácil decidir qué clase de film es El enigma de Cristóbal Colón. ¿El desentrañamiento de una nacionalidad? ¿Una búsqueda personal a través de la ficción? ¿El mapeo de un (nuestro) devenir civilizatorio? ¿Una formidable lección de puesta en escena? ¿Un testamento fílmico más en la historia del cine, por parte de alguien que se niega a ser “momificado” dentro de ella? ¿Una pizca de orgullo lusitano? Oliveira nos muestra el tránsito de la existencia, las acciones de los hombres, las preocupaciones que los llevan a peregrinar por el mundo: el colonial, el de la posguerra europea, el de hoy. Pero éste es el film de un realizador que acaba de cumplir cien años y que nos instala en la bruma de un Manhattan adivinado por el esqueleto de un puente a través de la ventanilla de un auto. Allí trabajará y estudiará medicina Luciano, desde allí regresará a Portugal solo y allí volverá casi cincuenta años después. La niebla de un tiempo ya ido, que no permitía ver la Estatua de la Libertad, ha dado paso al luminoso contrapicado de unos edificios que hoy no “pueden” dejarse ver, y de una estatua a la que es preciso despojar del lugar (físico) simbólico que ocupa. Sólo basta una poesía para apropiarse de esa idea, de ese lugar. Esa poética no sólo está en los versos que Silvia (la esposa de Luciano, la esposa de Oliveira) rememora en el periplo de ambos por el interior de Portugal tras las huella de El Navegante, en la extática exploración de museos, iglesias, fortificaciones y abadías, en saber que el saber “ayuda a comprender”, y en la certera presunción de que un sextante es –debería ser– el paralelo anticipatorio de un navío espacial. Está también en la conmovedora secuencia de dos ancianos en los que aún perdura el amor. Uno de los últimos planos del film es el de Luciano (el propio Oliveira) abriendo la puerta del auto para que suba Silvia; es el mismo gesto de cuando iniciaban su luna de miel. El coche puede ser más moderno, con otros tonos de colores, y posiblemente se deslice un tanto más suave que el de hace un tiempo atrás. Pero sigue siendo un vehículo de transporte, algo (una herramienta) que puede ser utilizado para escapar, para correr, para aturdirse, para llegar a un destino, o simplemente para recorrer un camino. Es muy agradable saber que alguien puede abrirte la puerta del coche para que te sientes y te acomodes confortablemente, que va a sentarse a tu lado conduciendo, y que, si uno sabe mirar hacia el frente y hacia los costados e imaginar lo que no se ve detrás, puede ser el inicio de una clase diferente de viaje. El cine es el vehículo del director portugués Manoel de Oliveira. (Fernando Pujato)
Aquí se puede leer dos críticas sobre El extraño caso de Angelica.
Aquí sobre Belle Toujuors
Roger Koza / Copyleft 2012
Hola Roger: ayer vi «O Gebo e a sombra» y entré ahora a releer este post y vi el fallido del tercer párrafo… por favor no lo corrijas, está muy bien así, «falta mucho»… Un abrazo,
Lo dejaré. Claro que sí.