MICHELANGELO INFINITO
EL PRÓCER DE PIEDRA
Un tema apasionante no resguarda a un film de su fracaso. Es justamente eso lo que sucede en Michelangelo infinito, una aproximación anodina a la vida y la obra de Michelangelo di Lodovico Buonarroti Simoni, entre nosotros, Miguel Ángel.
El intento del debutante Emanuele Imbucci es didáctico y reverencial. Es ostensible la idolatría que le dispensa al arquitecto, poeta, pintor y escultor nacido el 6 de marzo de 1475 en Florencia, un genio indiscutible capaz de transformar la materia bruta en figuras hermosas. Basta observar lo que hizo Miguel Ángel con la piedra para rendirle una admiración total. Tan solo haber esculpido la Madonna de Brujas o el David hubiera sido suficiente para que su nombre conquistara la eternidad. Es por eso que nadie puede dudar de la elección de Imbucci, sí cuestionar a fondo su perezoso método de celebrar la obra del artista, una aproximación rudimentaria que tiñe de kitsch una obra que repele esa maldita patología de la estética por la que una obra de arte pierde su singularidad para ser deglutida en un código que detiene el pensamiento e incluso domestica la emoción estética.
Michelangelo infinito, Italia-Estado de la Ciudad del Vaticano, 2018.
Dirigida por Emanuele Imbucci. Escrita por E. Imbucci, Sara Mosetti, Tommaso Strinati
Imbucci tiene ideas exangües para introducir la obra y la vida de Miguel Ángel: un actor lo interpreta y en su voz se profiere una cantidad importante de sentencias baladíes sobre la eternidad de la obra de arte, la relación con lo divino y las intuiciones generales del artista. Imbucci no teme añadir un poco de psicología. La rivalidad de Miguel Ángel con Leonardo tiene la cualidad intrínseca de una confesión característica de una revista de chismes, una cifra de la índole del film. Todo es esbozo; apenas algo se enuncia, al segundo se lo abandona o banaliza. A falta de una confesión en primera persona, la encarnación del historiador de arte Giorgio Vasari proporciona los grandes acontecimientos en la vida del artista, desde su nacimiento hasta su muerte.
Los datos biográficos pueden ser de segundo orden, porque el tema es la obra de Miguel Ángel. Entonces, ¿cómo filmar esa obra? Imbucci entiende que mover la cámara de arriba para abajo y viceversa o hacia los costados constituye un requerimiento estético insoslayable. Desconfía así de la mirada del espectador, al que supone ópticamente inválido, pues la indetenible forma de mirar las esculturas y pinturas del artista desautoriza el descubrimiento del espectador frente a la obra. Ni qué decir de la música que emplea: las cuerdas y los pianos que repiten motivos melódicos de una particular naturaleza berreta están en fragante contradicción frente a cada obra elegida para estudiar con la cámara. ¡Es Miguel Ángel!
Los grandes artistas, los creadores de forma, exigen que un cineasta medite sobre la propia forma del cine y se disponga a esmerarse respecto de los medios de expresión. No es este el caso.
Esta crítica fue publicada en otra versión en el mes de mayo 2019
Roger Koza / Copyleft 2019
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Muy interesante.