NEBRASKA
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
Por Roger Koza
LOS OLVIDADOS
Nebraska, EE.UU., 2013
Dirigida por Alexander Payne. Escrita por Bob Nelson.
*** Hay que verla
Película heterodoxa para el cine estadounidense y consistente retrato de un país
En un período signado por el exceso y la velocidad, ver una película llegada de Hollywood sin cocaína, mujeres desnudas, millonarios inescrupulosos, mafiosos y psicópatas capaces de recitar la Biblia mientras despedazan la carne de un siervo es una anomalía. La regla pide profusión de efectos visuales y exhibicionismo psicológico: realidad anabólica en 3D y personajes narcisistas.
Nebraska debería ser leída como la intrusión en pantalla del gran fuera de campo del cine mainstream estadounidense. Aquí se ve y es protagonista la masa silenciosa que habita Estados Unidos. La pobreza espiritual es espantosa, y el estándar económico de un vasto número de pobladores no alcanza para paliar la escasez simbólica que los determina. Todos los personajes de Nebraska festejan el presunto millón de dólares que un mecánico retirado y ex combatiente de la Guerra de Corea cree haber ganado en un concurso de una revista. Los juegos de azar y los concursos constituyen una metáfora primitiva de un sistema económico que se regula mágicamente por una mano invisible.
Alexander Payne circunscribe su relato a una obsesión. Woody Grant (extraordinario trabajo de Bruce Dern) tiene dos hijos, vive con su esposa (June Squibb, notable), de carácter fuerte, en Billings y transita su insignificante jubilación con indicios de un peligro en ciernes: el Alzheimer. Los tres planos iniciales funcionan como un riff que se repite y define a Nebraska: Woody camina en la banquina de la ruta rumbo a Lincoln, hasta que alguien lo rescata. Según él tiene que cobrar un premio millonario cuyo vencimiento apremia. Las panorámicas de la ruta y los pueblos aledaños funcionan como un protagonista secundario. Vastedad sin misterio desprovista de horizonte, inversión del paisaje infinito del western, aquí no hay ningún lugar adonde ir para cambiar de vida o como antaño fundar una nación.
Uno de sus hijos accede a llevarlo a cobrar el premio. En algún momento, a mitad de camino, visitarán a unos familiares en Hawthorne, donde Woody nació y creció; más tarde se sumarán al periplo su otro hijo y la mujer de Woody. El encuentro familiar, por cierto, implicará también visitar viejos conocidos. El rumor de que Woody es millonario se convertirá en noticia, y un pequeño pueblo vivirá el devenir millonario de Woody como un triunfo colectivo.
Payne sugiere y no subraya. Una sola línea alcanza para entender por qué estos personajes gastan su tiempo frente al televisor, en el karaoke o tomando cerveza como una práctica deportiva: “Esta economía ha destruido a Hawthorne”, dice uno de los personajes. También puede ser suficiente una lectura irónica de un monumento nacional: en el viaje, padre e hijo se desviarán para ver el Monte Rushmore. La interpretación de Woody sobre el monumento es más que relevante, acaso un inesperado espejo de su propia vida.
La austeridad sentimental elegida por Payne no proscribe algunos instantes de legítima ternura. Si el final es un poco forzado, ver al hijo escondido en una camioneta para que su padre maneje por las calles de su viejo pueblo compensa la resolución del filme. Un solo gesto en el momento preciso sintetiza el invisible lenguaje de los sentimientos.
Roger Koza / Copyleft 2014
El lazo entre el padre, Woody Grant, que parece loco y su hijo, David, que al principio solo le sigue la corriente por pura condescendencia, se va transformando de a poco en una última gran oportunidad para el acercamiento mutuo y la expresión de alguna forma de afecto. Son los momentos para un diálogo postergado, que podría no existir jamás si no estuviera la pueril recompensa con la que sueña el viejo. Hitchcock decía que en toda película estructurada a partir de un MacGuffin, este debía ser lo más simple y trivial posible, para que la atención del público se centrara en el devenir de las secuencias más que en la trascendencia del objetivo. No hay dudas que Payne conoce esta lección.
El director logra con este filme romper un sin número de estereotipos alrededor de la vejez. ¿Puede tener edad el deseo? ¿Hay un tiempo para dejar de soñar? ¿Es el espíritu de aventura un patrimonio exclusivo de los jóvenes? ¿Son los mayores solo un estorbo para los hijos y nietos? ¿Es la tercera edad, una simple antesala de la muerte?
Como solo ocurre en pocas grandes películas, Payne, sin suavizar ni esconder los achaques de la vejez, muestra que aún en la etapa de la decadencia física y mental, sobreviven con fuerza las pasiones humanas.
Los viejos aquí son cualquier cosa menos simpáticos. Payne se cuida de que sus personajes no despierten en el público una fácil ternura ni compasión. Por el contrario, los vemos como seres hoscos, gritones en algunos casos o ensimismados en silencios indescifrables y con la mirada perdida en otros. Pero con todas las limitaciones que imponen el declive del cuerpo y la mente, su personaje principal se mantiene vivo porque no claudica ante el deseo.
Payne no se priva de entregarnos un retrato patético de los vínculos familiares. Primos que hace años no se ven, no tienen nada para decirse y hasta destilan sarcasmos. Hermanos que no encuentran una estrategia común para afrontar los desafíos que plantea su padre. La mujer, Kate Grant, se muestra siempre quejosa de los actos de su anciano marido. Tampoco el resto de los viejos de la familia ampliada parecen deseosos de alguna forma de comunicación. Solo se conforman con algún tiempo compartido frente al televisor en medio de silencios ominosos, solo interrumpidos por la voz del relator deportivo. O cuando almuerzan, las pocas frases que se escuchan, recorren los consabidos lugares comunes de dialogos sin sentido. En este escenario, se hace más potente el vínculo entre Woody y David.
Pero también hay en Payne una mirada no del todo hostil hacia el matrimonio. Un ejemplo de la supervivencia de los afectos entre el viejo y su mujer cascarrabias, está muy bien sintetizada en la escena en que Kate sale en defensa de Woody, ante el reclamo por supuestas deudas que le hacen los parientes y el ex socio.
Lo que conmueve más en Woody, es la desproporción entre los fines y los medios. La pretensión de salir en la búsqueda del millón de dólares yendo a pie con sus piernas cansadas, a un lugar que está a cientos de kilómetros de su casa, más que un acto de locura, es la expresión cinemática de un deseo inconmensurable.
Te respondo más tarde. Saludos. RK
El tema del automóvil es algo que cruza y que también refleja , una cierta característica en el sistema de vida de la clase de vida norteamericana. El periplo se realiza en un automóvil japones o coreano , un Subaru legacy lo que incluso genera algunas burlas de sus primos. El americano promedio para trasladarse ya no utiliza grandes 4×4 o marcas americanas , en la serie Treme tambien se puede ver algo parecido. La película termina con la compra de la camioneta para en el fondo tratar de cumplir en parte el sueño americano del millón de dolares del papa.
Me encanta como escribes sobre cine Koza , saludos
Leox: muchas gracias.
Hay algo que me llama la atención de Payne y es que parece trabajar con el esquema disfuncional de la familia que satura cierto cine desde hace años, pero finalmente lleva esa mirada a una redención noble que establece un concreto amor sobre sus personajes.
Lo hace en «Señor Schmitt», lo hace en «Sideways», y también en su film quizás más desparejo, «Los descendientes». Y siempre esa mirada final que ennoblece se traduce a través de un gesto sencillo y mínimo, claro y bien presentado. La carta del niño africano, la llamada de Virginia Madsen a Giammatis para hablarle de su libro, la despedida de Clooney a su esposa en coma, el último paseo en 4×4, son todas escenas hábilmente ubicadas para abandonar todo riesgo patético e instalarse en la recuperación de lo humano sin deformaciones grotescas. Payne allí parece querer decir, «entre toda esta tierra baldía hay algo que puede aún ser salvado».
Al parecer, «Election» escapa a este esquema. Allí Payne no «salva» al personaje de Mathew Broderick. El film parece estar al otro lado del espejo de la ética.
saludos