¿QUÉ ES EL CINE (AMERICANO)?

¿QUÉ ES EL CINE (AMERICANO)?

por - Ensayos
06 Nov, 2009 11:17 | comentarios

Por Nicolás Prividera

 La decadencia del Imperio Americano (I)

0.

La baziniana pregunta sobre la ontología del cine sólo puede ser respondida por la Historia: no sabemos si hay una esencia del cine (o si podemos llegar a ella), pero podemos salir de ese dilema kantiano preguntándonos no ya “¿qué es el cine?” sino (a cada momento) “¿qué fue el cine?” (en una época determinada). Porque sólo el pasado (y no el ignoto futuro) podrá responder esa pregunta, cada vez que sea formulada (desde el renovado presente). Pero para un arte tan breve como el cine (surgido a fines del siglo XIX, madurado en los albores del siglo XX y con destino incierto en el XXI), su época está determinada básicamente por el nacimiento de una Nación: los Estados Unidos. 

Porque si el pasado del cine se define (como el de todo arte) por su relación con la tradición clásica, en el caso del cine esa tradición fue encarnada por el gran paradigma norteamericano. Pues como enunció Godard (el mejor alumno y crítico de Bazin), decir “cine norteamericano” es una redundancia: todo el cine es de algún modo cine norteamericano. No sólo por el poder imperial que impuso a Hollywood como meca, sino porque Hollywood fue parte de ese poder imperial. Aunque, para no volver a esencializar esa forma en ese fondo, hay que hacer el esfuerzo por entender su relación no de modo intrínseco o necesario, sino como una sinérgica astucia de la razón: después de todo, el paradigma clásico (que Noel Burch llamó “Modelo de Representación Institucional”, y que sería mejor traducir como “Modelo Institucional de Representación”) es deudor de una milenaria búsqueda de mímesis, que encuentra en el cine del siglo XX su forma más ambiciosa.

1.

El nacimiento de una nación de Griffith (con su resumen formal y su rescate épico) implica el nacimiento del cine clásico: es una poética del espacio. La general de Keaton (con su compendio físico y su encarnación del héroe solitario) es una poética del movimiento. El caballo de hierro de Ford (con su galvanización de tipos ideales y su largo aliento) es una poética del mito. De la posguerra de secesión a la conquista del Oeste, el espacio mítico es la misma California a la que unas décadas después llegarán otros pioneros: los fundadores de Hollywood.

En apenas unas décadas se establecen las bases de un paradigma que dominará el cine con la potencia catártica de la representación clásica. Y lo hará no casualmente con la confluencia de muchos cineastas emigrados  de la Europa en guerra: el cine se configura ante todo como máquina bélica, de cuya victoria no surgirá ya una nación sino un imperio (y ese renacimiento encontrará su nuevo resumen formal en un nuevo movimiento dialéctico –el primero autoconsciente del poder del cine-, bajo la mirada revulsiva de Welles).

2.

El ciudadano de Welles invierte la épica griffithiana: no es ya el nacimiento de la nación, sino la decadencia de su último magnate. Prefiguración de la suerte del mismo Welles, cuya expulsión, crisis y rescate (vía Cahiers du cinema) simbolizan el derrotero del cine norteamericano luego de su década de oro en los ’40 (acentuada desde la primera posguerra mundial), su crisis en los ’50  (acosado por la TV) y su decadencia en los ’60 (frente a los nuevos cines europeos), para ser revitalizado por la generación del ’70 (vía la Nouvelle Vague).

Las grandes obras de los ’70 (representadas por la gran seguidilla de Coppola: La conversación, los Padrinos, y Apocalypse now) son fruto de una revisión de la tradición clásica a través del filtro de la mirada europea. Pero si El padrino es la obra cumbre (que reasume la vieja tradición clásica de Hollywood), Apocalypse now es su contracara alucinada y excesiva (la pesadillesca contracara del sueño americano). Vietnam marcó (tanto para los autores como para la política) la nueva disolución del Imperio: la guerra ya no es lo que era (y revelaba ahora  que el fascismo también podía ser americano). Y el mismo Coppola (como todo el cine de los ’70) viviría en carne propia el efecto Welles (la imposibilidad de sostener una posición crítica del imperio hollywoodense), y caerían en una renovada crisis (de la que los rescataría –paradójicamente- la degradación de la cinefilia: el cine de Tarantino reivindicado por una Europa entregada a su propia decadencia).

3.

La decadencia de Coppola representa el fin de los ’70, y abre paso a la posmodernidad: de De Palma a Tarantino (de la primera remake –primera también en su desatada violencia- al extendido explotation de autor). Esa decadencia y esa rendición aparecen prefiguradas en la película que de algún modo marca el cambio de paradigma que se produjo durante los ‘80: En su Scarface, De Palma demolía la moderación clásica del original, con un gesto que invertiría luego en su versión de Los intocables. Pues si Scarface era heredera tardía del kitsch posmoderno (cuya forma implosiona por exceso), con Los intocables la posmodernidad cinematográfica asume su pose cool: la cita se vuelve autoconsciente homenaje (a sí misma), y el exceso deviene en estilo (abriendo la puerta a la repetición cada vez más sobrecargada).

De esa matriz surgen Tarantino y sus imitadores, que reproduciendo serialmente fórmulas cada vez más despojadas de autoría (y autoridad), explotan la unicidad clásica, o a lo sumo la replican (con conservador gesto “clasicista” –como en el caso de Eastwood- que no hace más que encubrir una forma muerta), sumándole una violencia despojada –como toda forma posmoderna- de su mesura y distancia clásicas. El abismo ético y estético entre Apocalypse now (o incluso Pecados de guerra) y Bastados sin gloria (distancia cuya hondura formal es solidaria con la autoconciencia del daño) marca la profundidad de la caída de un cine que pasó de la reflexión sobre la violencia a la genuflexión ante la violencia: la decadencia del imperio americano (avisorada marginalmente por un De Palma que vuelve a su espíritu contracultural con Redacted).

Coda

Si la violencia está en el centro del cine contemporáneo es porque son las variadas posibilidades de su representación lo que define -entre otras cosas- la diferencia entre el cine clásico y el posmoderno (y esto excede a Tarantino). Pensemos por ejemplo en la obra de Peckinpah o en la de De Palma, que están en el borde del cambio de época: uno cerrando la modernidad y  otro abriéndose a la posmodernidad (aunque sin nunca llegar -salvo quizá en Scarface – al explotation de autor que desarrolla Tarantino). Por no hablar de la tradición clásica: un film como Paths of glory de Kubrick (que de algún modo la clausura) está a años luz de la puerilidad infantil de Inglorius bastards.

La gran diferencia entre el cine clásico (y moderno) y el posmoderno es que el primero no sólo se refería a películas (cuyas referencias estaban integradas a la forma, no eran mera acumulación de citas) sino que su principal referencia nunca dejó de ser lo real (incluso en un género tan sublimatorio como el musical). El cine clásico trabajaba sobre el presente (la guerra mundial era su actualidad), mientras que el cine posmoderno no puede salir del pasado (y esa es su condena, más allá de que algunos espectadores la asuman con indulgencia o -pero aun- oscura alegría).

Basta comparar Bastardos sin gloria con un film igualmente menor como Doce del patíbulo (Aldrich, como Peckinpah, es un cineasta del crepúsculo del clasicismo): las películas bélicas de los ’50 y ’60 usaban la guerra mundial para hablar de lo que no podían mencionar directamente (Corea y Vietnam), mientras que la única referencia de Tarantino es el cine (referenciado, más que reverenciado). Pero escapar a lo real es imposible (ni los géneros ni la cinefilia son un refugio, pese a la indulgencia de los críticos): toda representación (estética) implica un problema  (ético). La representación de la violencia no hace más que explicitarlo (y por eso hablamos «de la abyección»).

El problema «moral» es un problema «formal» (y viceversa, según la famosa frase de Moullet-Godard): la estetización de la violencia (que es en sí facista), es una cuestión clave en el cine contemporáneo (porque hace centro en la falta de límites), como lo demuestra por ejemplo la obra de Haneke -pienso ante todo en Funny games-, que es en sí discutible pero jamás gratuita): Haneke hace su remake americana para devolver de algún modo esa  reflexión sobre la violencia a su centro (material y simbólico). Pues buena parte del cine contemporáneo (no sólo de Hollywood), al separar la estética de la ética, niega la relación (de exterioridad y por eso de  mutua implicación) entre el cine y el mundo (en la que se basó el cine clásico). Pero para entender esto tendremos que volver (como el cine contemporáneo que no se resiste a ser posmoderno para seguir siendo moderno) sobre los fundamentos del cine clásico.

Fotos: 1) El ciudadano; 2) El nacimiento de una nación;  3) Póster de Juegos sádicos.

Copyleft 2009 / Nicolás Prividera