EL RUBIO DEL MOMENTO
En una entrevista reciente en la que Paul Thomas Anderson formula las preguntas y Quentin Tarantino responde sobre Había una vez en Hollywood, este último cuenta una anécdota sobre el notable papel de Brad Pitt y una de las dificultades fácticas de composición del personaje: un doble no puede ser un actor tan hermoso como él. ¿Cómo conjurar entonces esa evidencia documental, su condición de belleza masculina? La pregunta simpática puede ser leída como capciosa, en tanto que no siempre la hermosura es asociada al talento. ¿No fue acaso en Thelma & Louise, donde Pitt interpreta a un joven radiante, el primer momento de reconocimiento universal? En 1991, a nadie se le ocurrió decir que un talento descomunal despuntaba en el film de Ridley Scott.
Cuatro años después, Pitt ya había encarado diversos papeles: fue vaquero, vampiro, asesino serial y también un demente en la magnífica 12 monos de Terry Gilliam, por la que recibió una nominación al Óscar. A esa altura, su versatilidad era elocuente, y la capacidad de registros también. Era hermoso, sin duda, pero también había demostrado lo que un buen actor debe demostrar: sensibilidad e inteligencia, lo que no solamente se juega en el interior de un papel, sino también en los papeles que se eligen a lo largo de una carrera. En este sentido, las elecciones en la carrera de Pitt son siempre respetables y, en ocasiones, inesperadas.
Este año, sin duda, le pertenece. Dos películas importantes lo tienen como protagonista. En Había una vez en Hollywood interpreta a Cliff Both, un doble de un actor relativamente famoso. El pasado del personaje es dudoso y el presente luce circunscripto a la suerte del actor que reemplaza en las escenas de riesgo. El otro film destacado es Ad Astra: hacia las estrellas, de James Gray, un director excepcional, cuya primera película de ciencia ficción no quedará entre sus mejores. En este film, Pitt es un astronauta obsesivo y emocionalmente traumatizado que tiene una misión secreta relacionada al destino de la humanidad. A diferencia del film de Tarantino, en este todo el relato lo tiene como principal protagonista, y no es una tarea fácil, porque las elecciones narrativas del film lo convierten en reiteradas ocasiones en un mero lector omnisciente, cavilando sobre temas trascendentales y terapéuticos.
Un actor jamás demuestra su grandeza en el soliloquio o en aislamiento. Actuar es reaccionar, y es por eso que Pitt brilla cuando interactúa con su perro en la de Tarantino, cuando acompaña en secreto al personaje de DiCaprio y cuando no sabe si está alucinando o no ante la presencia de los hippies satánicos. En esas escenas se puede adivinar una de sus grandes virtudes: el timing para la interacción y el trabajo gradual en cuanto a matices anímicos y expresivos en las respuestas a los otros. Por eso en Ad Astra su capacidad interpretativa se enciende cuando lo tiene enfrente a Donald Sutherland y más tarde a Tommy Lee Jones: su virtud como actor reside en el ida y vuelta. Por eso resplandeció en El club de la pelea, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford y en la última de Tarantino. Misteriosa paradoja: el más hermoso de su generación no ejercita el narcisismo dramático y se entrega completamente a su oficio cuando siente la fuerza solidaria de los otros.
Fotogramas: 1) Ad Astra: hacia las estrellas; 2) Había una vez en Hollywood.
*Este texto fue publicado en el diario La Voz del Interior en el mes de septiembre 2019
Roger Koza / Copyleft 2019
Sin rastros de objeciones a tu casi panegírica referencia a Mr. Pitt y su currículum, Roger Koza. Empero, para quienes, por fortuna, crecimos apreciando la diversidad fenotípica humana, mi valoración hacia este autor sobrevolaba el fijado canon estético occidental al que se adscribe ciegamente Tarantino y buena parte del globalizado sentir del planeta. Por ende, sí pudo haber evolución, pero no esa consumación histriónica al que dan por sentado los engatusados con la «belleza».
Me comisionaron un texto sobre Pitt, e intenté decir algo que no resultara lo de siempre. Es cierto: lo valoro mucho como actor, pero del mismo modo que admiro a Tony Leung y Taner Birsel, dos hombres muy distintos a Pitt, de quienes pienso pueden ser descritos como hombres hermosos. Y bien podría dedicarle un panegírico a Om Puri y a Saeed Jaffrey y tantos otros hombres que pasaron por el cine sin ser vistos como bellos, quienes me prodigaron compañía a través de los personajes que hicieron, muchas veces, apenas secundarios. Dicho de otro modo, el problema que señalas lo reconozco, pero no me parece estar en el texto, cuyo centro argumentativo consiste en señalar que toda interpretación nunca es solitaria. Saludos. R
Mi apreciado Roger Koza, un placer de nuevo. Entiendo a la perfección el «quid» de tu propuesta y,creeme,mi intención no fue un rapapolvo hacia vos y tu crítica, sino hacia la inveterada posición ,casi global, cuando de aquilatar la carrera de esta estrella hollywoodense se trata. Procedo a comprender que halaste de ese hilo sin pasar a ser un acólito del mismo. Barrunto que adosarte a tópicos referidos a simetrías corporales y faciales o a la cromatía capilar evocada en tu comisionado texto, son solo el eco de lo que Pitt arrastra tras de sí. Más diáfano imposible si consigno el subrayado que hiciste del secundario del actor en Thelma & Louise. Solo me reafirmo en mi muy personal opinión en torno a la progresión interpretativa de este actor, que tampoco es poca. De suyo es grato la nómina de actores que te infligen satisfacción visual y marchamo estético que me compartís. Dos de sello «rayniano» para mi memoria; los otros, colosos intérpretes de cinematografías y directores óptimos. La interpretación podría no ser solitaria,cierto, pero algunos creemos que puede ir acompañada de una percepción estética más abarcadora, independiente y personalísima. Ahí es nada. Saludos.