SANTIAGO, ITALIA
MEMORIAS DEMOCRÁTICAS
La serenidad ubicua de Santiago, Italia para repasar una de las grandes infamias de la historia latinoamericana es tan deseable como anacrónica. Frente al intempestivo espíritu belicoso que anida en la región, el filme de Nanni Moretti propone una lectura racional y emocional de la fugaz experiencia socialista y democrática del gobierno de Salvador Allende, el golpe militar contra su gobierno orquestado entre los poderes económicos de Chile y el gobierno estadounidense y las consecuencias concretas para un grupo de personas que tuvieron que emigrar, la mayoría a Italia.
Para todos los cinéfilos Moretti significa comedia y política, con un toque personal, a veces narcisista, que lo lanza al centro protagónico de sus películas. En Santiago, Italia, su presencia en el cuadro es casi inexistente. Al inicio se lo ve contemplando Santiago desde una zona montañosa, su voz en fuera de campo surge en alguna escena y tiene una acertada aparición en un diálogo con un militar de poca relevancia castrense, aún preso, que glosa lo que en Argentina se conceptualizó como “teoría de los dos demonios”. Respetuosamente, Moretti le explica a su entrevistado: “Yo no soy imparcial”.
Santiago, Italia, Italia-Francia-Chile, 2018).
Escrita y dirigida por Nanni Moretti.
La sencillez de la película puede sorprender, aun decepcionar. Un acopio de testimonios en forma de entrevista y en contrapunto con imágenes de archivos es todo lo que emplea el cineasta de Caro diario para reconstruir la experiencia política de principios de 1970 en Chile, el derrocamiento de Allende y su muerte (donde se vuelve a insistir en que el presidente no se suicidó), la vida de los detenidos y los desaparecidos en la dictadura del ominoso Pinochet y los exiliados chilenos en Italia, el país que en aquel entonces parecía espejar lo que Allende había soñado para el suyo. El título proviene de esa empatía del pasado, pero también de cómo Italia perdió aquel fulgor democrático y hoy se parece al modelo imperante en Chile, un neoliberalismo generador de un tipo de sujeto que piensa para sí y no siente encanto alguno por una posible experiencia colectiva. Consumir tranquilo y lo menos endeudado posible es todo su horizonte existencial.
La eficiencia retórica de Santiago, Italia es incuestionable. Una época se irradia en los planos, y en las voces de sus entrevistados la historia acontecida emerge desconociendo el tiempo. El recuerdo de un hombre sobre un cardenal que ayudó a los perseguidos políticos, las peripecias de una mujer para ingresar desesperadamente a la embajada de Italia en Santiago con el fin de pedir asilo, o el relato de otra mujer sobre una situación aberrante después de una sección de tortura, por citar algunos pasajes conmovedores, sugieren la persistencia del pasado en el presente.
Santiago, Italia no tiene dosis de humor alguno, acaso porque el tema no convoque a encender el espíritu cómico que ha caracterizado el cine de Moretti, quien unos años atrás incluyera una de las escenas más felices del cine de izquierda: la escena musical del panadero trotskista en Aprile. Lo que sí abunda en este retrato generacional y epocal es un discreto espíritu humanista, esa posición de respeto que concede dignidad a todo otro, una cierta sensibilidad sobre el lazo social que hace falta, más aún cuando todavía hoy, misteriosamente, con infinito desprecio se estigmatiza a cualquier hombre o mujer con convicciones de izquierda mediante calificativos denigrantes.
Esta crítica fue publicada por el diario La Voz del Interior en el mes de agosto de 2019
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