EL SEÑOR DE LOS FRAGMENTOS
La Historia ya no será la misma después del siglo XX. La invención de la imagen en movimiento, el registro director del acontecimiento modificó para siempre la relación de la memoria, el texto, el archivo y el concepto mismo de verdad. Se puede filmar una revuelta revolucionaria, una multitud delirante que levanta la mano coreando el nombre de un líder siniestro, la deliberación infinita en cualquier congreso, una clase de sociología, un fusilado cuya muerte es tan privada como política, un desposeído durmiendo en la vía pública cuya desolación es de por sí una impugnación del sistema que lo expulsa.
Tesis general, posición indesmentible de algunos cineastas, premisa ya sin petición de verificación: el cine alteró la experiencia del presente y la memoria, como sucede respecto de la percepción y los modos de asociación entre los recuerdos. Cineastas como Alexander Kluge o Jean-Luc Godard, que saben muy bien de todo esto, suman otro develamiento: la Historia, desde el siglo XX se yuxtapone con la(s) historia(s) del cine, tanto las que hablan de la gran Historia de un pueblo o una vasta región, como las historias singulares, las que suelen permanecer marginadas del texto canónico y del calendario patriótico pero que expresan mejor la vida de toda persona.
Esta visión sobre el orden del mundo y nosotros en él resplandece en toda la obra de Kluge, pero alcanza su mayor destilación en La patriota (1979), una de las obras seminales del cineasta, y sin duda el filme de mayor peso, junto con Noticias de la antigüedad ideológica (2008), de la retrospectiva que se celebra durante mayo en la Sala Lugones del Teatro General San Martín con el apoyo de la Fundación Cinemateca Argentina y el Goethe-Institut. Es justamente en este filme en el que Kluge consigue delinear con mayor precisión el sentido de distinguir entre la Historia y las historias, abocándose a volver sobre la primera y trastocar su fosilización bajo el flujo de muchas historias que resignifican el conjunto. La línea recta y divisible que va de Bismark a Hitler, de la que se cree saber la racionalidad que la resguarda o protege, es una forma de mirar la Historia. No la de Kluge.
La prédica y las preguntas de la profesora de historia Gabi Teichert, interpretada por la gran Hannelore Hoger en La patriota, no es otra cosa que la duplicación de los intereses e interrogantes del propio Kluge, cuya voz en off, sin ser ubicua, se presupone en silencio cuando está ausente, más aún cuando asume incluso el discurso de la rodilla de un hombre que murió en la batalla de Leningrado en 1943. La rodilla no se ve, pero habla: con su voz se introducen datos empíricos y laterales que desdicen o complican los discursos vigorosos (y victoriosos) que Kluge identifica con el cerebro, una disposición de la razón para erigir un Todo. La enigmática metáfora puede rastrearse en un poema de Christian Morgenstern: “Ein Knie geht einsam durch die Welt”, algo así como “La rodilla lleva al mundo solo”. A Kluge no le molesta ser abstruso ni arriesgarse a casi lindar con el ridículo, acaso porque cree en la democrática capacidad cognitiva de su público, que denomina fantasía, una habilidad que está latente.
Como sea, en Kluge no se admite ni indiferencia ni ambigüedad: el fragmento, la partícula olvidada, el desprendimiento de un todo modifica la perspectiva totalizante. He aquí el fundamento mismo de su poética fragmentaria: el desdén por la línea recta o el relato directo y la preferencia por una lógica del desvío constante en la que se añaden casos aislados que anudan de otro modo el gran relato sin fallas. El montaje disperso y el acopio de casos y anécdotas revela historias clandestinas en el corazón de la Historia que se enuncia como indiscutible. En el filme, la profesora Teichert se pregunta: ¿Dónde están los hechos de la historia? En otro momento, la voz de Kluge cita, en la misma dirección y de modo complementario, a Karl Krause: “Cuanto más cerca se mira a una palabra, esta más se aleja”. La palabra en cuestión es “Alemania” y de lo que se habla aquí es de las historias de la Historia de ese país. En este sentido, al dispensarle un elogio a los hermanos Grimm, Kluge se posiciona con ellos: “Cuando excavaron en la historia alemana, encontraron cuentos de hadas”.
Esto no significa que en La patriota no exista una historia que pueda seguirse. La profesora intenta innovar tanto en su práctica pedagógica como en el ejercicio mismo de escribir sobre la historia, por lo que suele obtener la resistencia de los políticos cuando en el congreso asiste a una deliberación sobre la pertinencia de la energía nuclear, de los propios alumnos que abandonan su curso o de los padres que cuestionan sus métodos. Sobre ese bosquejo de relato se suman datos de todos los órdenes, acompañados siempre de imágenes en la que se cruzan ilustraciones de historietas, otros filmes sin referencias o simples materiales de archivo: un día de lluvia en Hamburgo, un fusilamiento, varios bombardeos vistos en subjetivas, un elefante haciendo piruetas como si fuera una mascota diminuta y doméstica están por una razón que poco tiene que ver con el antojo.
El mismo tipo de procedimientos poéticos puede constatarse en la magnífica El poder de los sentimientos (1983), en la inadvertida “comedia” paranoica En busca de una actitud prácticarealista(1983) o en el ensayo fenomenológico sobre el tiempo en El ataque del presente al resto del tiempo (1985), en el que se desmantelan algunas típicas afirmaciones sobre la experiencia más determinante de todo ente viviente, en otra pieza caleidoscópica que puede empezar con una ópera, incursionar en el destino de la chatarra o concentrarse en demostrar la doble naturaleza del tiempo, como experiencia subjetiva y objetiva. El estilo de Kluge se reconoce de inmediato, y aquí no existe, esencialmente, ninguna diferencia entre la obra cinematográfica y la televisiva (o ensayística y literaria). Es por eso que no hay grandes diferencias entre La ejecución de un elefante, El oficial como filósofo, Noticias varias y las películas; las variaciones pueden recaer en las texturas, una propensión mayor a introducir segmentos de ficción o la duración misma de cada programa televisivo. Hasta su propia forma de entrevistar desestima seguir un plan asentado en premisas. Kluge, cuyo entrenamiento intelectual no podría ser más calificado y riguroso, parece entregarse a una forma de discurrir más propia de la asociación libre, que en la entrevista con Jean-Luc Godard Amor ciego (2001) alcanza su mayor exposición.
Si los silogismos y los planos de Kluge parecen ser para el prejuicioso o el perezoso un amontonamiento de inquietudes propias de un intelectual críptico, probablemente brillante pero disociado de todos aquellos que no pertenecen a las lides del concepto y la dialéctica, habrá que apelar entonces a ese momento luminoso de Noticias de la antigüedad ideológica en el que un viejo operario de una fábrica desocupado vindica la tradición marxista con el rigor insustituible que puede ostentar un proletario sensible a su propia condición de clase. El tono de ese epílogo de una obra fundamental del cine de nuestro tiempo lo puede comprender cualquier hombre o mujer que haya sentido que su vida no puede resumirse ni justificarse en la obtención de un buen salario. El sufrimiento y la dignidad de un trabajador pocas veces se han sentido tan reales y convincentes en una película.
*Fotos y fotogramas: 1) AK; 2) La patriota; 3) Amor ciego.
Este texto fue publicado por Revista Ñ en el mes de mayo 2019.
Roger Koza / Copyleft 2019
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