TEATRO DE GUERRA
En los libros de historia y en la inmediata asociación de cualquier guerra y sus episódicas hipérboles que llamamos batallas, los ejércitos numerosos se enfrentan como si erigieran un cuerpo mayor que representa a un pueblo ligado por un territorio, una lengua y un pasado en común. Lo que queda de una guerra son datos, tratados y posesiones territoriales: números de muertos, sesiones y soberanía. Los cadáveres y los sobrevivientes están destinados a dos expresiones de desdén: el olvido infinito y la conmiseración de compromiso.
Pero no siempre es así. Frente a la prepotencia universal de la Historia, el cine puede recoger lo singular, esa dimensión insustituible de cualquier evento que se disipa en la abstracción que exhorta el concepto. El soldado y su cuerpo constituyen el grado cero de cualquier combate, el número sin nombre que solamente trasciende cuando la acción en el campo de batalla le dispensa un papel determinante al que se le adjudicará ese vocablo exangüe pero invencible, el de héroe. La fuerza ética de Teatro de guerra consiste en atenerse a lo singular a secas. Sus seis protagonistas principales no son héroes; tampoco patriotas. Los que sobreviven a una guerra son justamente sobrevivientes; no han ni ganado ni perdido, apenas han conservado sus vidas.
Teatro de guerra, Argentina-España-Alemania, 2018
Escrita y dirigida por Lola Arias
Lola Arias reúne a 6 participantes de esa guerra infame que fue la Guerra de Malvinas, táctica moribunda y perversa de los dirigentes castrenses de turno que revivieron a un viejo enemigo de la nación argentina para que la división interna de un país y la menguante aceptación de un gobierno ilegítimo pudieran extender su permanencia en el poder. Para Arias y sus soldados, no hay nada que amerite grandeza en ese fatídico otoño de 1982, lo que no significa que el reclamo de soberanía se desatienda o las razones de los ingleses se mancillen. Con una notable escena se evidencia la genealogía del conflicto, como también la racionalidad de los contrincantes; asimismo, con una perspicaz y única escena breve la obscenidad de los dos líderes de aquel entonces se glosa con todo el desprecio que merecen Margaret Thatcher y el dictador Galtieri.
Teatro de guerra acopia las memorias y los testimonios de los 3 soldados argentinos y los 3 ingleses. La interacción entre los viejos enemigos es de una amabilidad permanente. Los une el sufrimiento y el descubrimiento de que no hay experiencia más dolorosa que matar a un hombre. Como razona Marcelo Ramón Vallejo, “no solamente se tenía miedo a morir, sino también a matar”. Esa declaración al paso explica el tono fraterno del film. Pueden recordar momentos de batalla, sentir la pertenencia a un país y su historia y repasar todo lo que vino después de esa guerra, pero todos han sido tocados por la vehemencia del espanto y el sinsentido concomitante.
El concepto general es dialéctico: la abstracción y lo ocioso de los escenarios elegidos son negados y llenados por el testimonio concreto de los sobrevivientes. Así, Arias conjura el manual de Historia y la mistificación patriótica. El ingenio de la puesta en escena es indesmentible. La mayoría de las veces, los excombatientes están en espacio vacíos, y representan, de modos diversos, escenas de las batallas; en una ocasión bailan en un bar, en otra visitan una escuela argentina. En un pasaje casi fugitivo, se observa el verdadero campo de batalla, y solamente una vez Arias emplea material de archivo audiovisual (inglés). Las tapas de una revista argentina de aquel período son suficientes para divisar la retórica chauvinista, siempre canalla y al servicio del poder de turno. Que uno de los soldados se haya negado siempre a revisarlas es un gesto inconsciente de protección frente a la institucionalización de la mentira.
No son muchas las películas sobre la Guerra de Malvinas. Las hay de aquellas que prefieren enfatizar la gesta nacionalista a expensas de enunciar la maldad pragmática y las espurias motivaciones de quienes la propiciaron; las hay también de aquellas que se circunscriben al sufrimiento propio y sus consecuencias. Arias eligió un camino tan incómodo como infrecuente: el que descree respetuosamente de las banderas y prefiere ceñirse al dolor de todos.
Esta crítica fue publicada por Revista Ñ en el mes de septiembre 2018.
Héroe o soldado desconocido (desaparecido?)… ambos necesariamente muertos…
No deja de ser significativo el hecho de que los dos mejores trabajos cinematográficos en torno a la guerra de Malvinas (este y ‘La forma exacta de las islas’) estén producidos o impulsados de alguna manera por mujeres. Hay en ambas una desarticulación total de la masculinidad de los protagonistas (varones, combatientes, e incluso militares de carrera algunos de ellos) que lleva a las películas a un nivel muy profundo y respetuoso de representación del drama experimentado, dando cuentas de lo esencialmente humano del conflicto. Es notable el modo en que las dos películas (cada cual con sus estrategias) sortean las barreras que impone lo varonil como mecanismo de defensa y a partir de eso llevan el relato a un plano superior de sensibilidad.