TERRITORIO CINÉFILO: ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL NUEVO CINE GALLEGO
Por Roger Koza
Dedicado a Martín Pawley, quien me ha facilitado los
materiales para ser un explorador de su tierra de cine
En mi país, cuya clase media suele experimentar picos de megalomanía, se suele caracterizar al gallego como un sujeto bruto. Los chistes de gallegos suelen sintetizar esa presunta falta de inteligencia de todos aquellos inmigrantes que llegaban del norte de España a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Al hablar de cine gallego, la asociación de mis compatriotas no cinéfilos es inmediata: un cine primitivo. Naturalmente, esta concepción no sólo es injusta e imprecisa, como todas las generalizaciones, pero al menos sí dice algo de quien enuncia semejante idiotez.
La primer evidencia respecto del cine gallego contemporáneo es literalmente la opuesta a la que pueden tener mis compatriotas no cinéfilos convencidos de su propia superioridad: el cine gallego es el más sofisticado que se produce en España y en este tiempo presente, es una cinematografía clave en el progreso del arte cinematográfico.
Tal evidencia, tenue pero ostensible, necesita de una aclaración metodológica, o una petición de caridad interpretativa. Todo examen acerca de una cinematografía nacional o regional es proclive a la inexactitud y el error. Una nación, un estado, una ciudad está compuesto por una multiplicad de comunidades, algo casi imposible de reducir a una expresión holística de una sociedad determinada. Los rasgos generales y comunes pueden ser una lengua, un clima, una dietética y no mucho más. ¿Qué decir del cine nacido en esa región? ¿Existe algo así como un plano esencialmente gallego? La pregunta es hiperbólica, inadecuada y casi ridícula. Como programador puedo dar cuenta de un fenómeno que se sostiene en datos contrastables, lo que implica una reformulación general: algunas películas filmadas por directores gallegos resultan ser las más sofisticadas que nos llegan de España.
¿Quiénes son esos directores? Olivier Laxe, Xurxo Chirro, Eloy Enciso y Louis Patiño; son para mí los máximos referentes de ese cine que llega desde Galicia. Podría incluso mencionar otro nombre: Jaime Pena, pero como se sabe, no es un cineasta sino un crítico. Y es uno de los críticos españoles que posee una voz propia y definida.
Esta generación es cinéfila y curiosa. Tal vez la cercanía al mar predisponga a sus directores a cultivar un espíritu de aventura. En sus primeros y segundos largos, según corresponda, Oliver Laxe arranca en Tánger, Chirro canaliza a Melville en un navío danés, Enciso filma el limbo espiritual de un ethos casi extinto en un paraíso perdido y Patiño hace del mar de Costa de los muertos un protagonista casi exclusivo de su retrato telúrico y mítico de esa región. La aventura consiste aquí en partir hacia algún lado, excepto en el caso de Patiño que permanece en un punto estratégico desde donde parten los viajeros.
Cada aventura conlleva una decisión formal específica, de la que se predica ideas de cine.
Laxe, en Todos vós sodes capitáns, se somete a un doble juego de disolución: los límites de la ficción y el documental se problematizan conforme avanza el film; el lugar del director y su poder sobre la puesta en escena se democratiza a medida que los niños aprendices marroquíes deciden filmar. Es cierto que el film puede remitir a los primeros films de Kiarostami, pero más que una imitación se trata aquí de una resonancia cinéfila con un modo de trabajar en el cine.
En Chirro, la búsqueda cinematográfica es de otro orden. Aquí tiene lugar una reinvención radical sobre un material filmado por un otro (cercano) una década atrás. La imaginación literaria y una extraña voluntad de ficción del director ordenan el material rodado en una cámara de video por un marinero de un buque. Allí se puede verificar una gran historia de amor que el director elige ocultar en un total fuera de campo, un registro poderoso sobre el trabajo de los hombres en un barco, un pequeño estudio antropológico en culturas comparadas y la fascinación narcisista del personaje principal en el que se repite un gesto primitivo y pretérito de los hombres frente al cine. La gran cinefiia de Chirro le permite extraer de las imágenes grabadas por el marinero el ADN de una película y componerla. ¿Es Chirro un arqueólogo de imágenes, un detective privado de historias no develadas, un mero montajista que le roba el film a un protocineasta? Nada de eso. Chirro demuestra, como lo hiciera Terence Davies en Del tiempo y la ciudad, que el significado de un director no debe estar exclusivamente asociado al creador de imágenes. Vikingland no es un palimpsesto, pero la película está y no está al mismo tiempo en el registro de su protagonista.
Eloy Enciso debería haber ganado un oscar por los efectos especiales (y naturales) de su segunda película. Nada de CGI, ni 3D. Filmar un pueblo y sus costumbres en un posible proceso de desaparición, registrar el devenir fantasma de una localidad y trabajar sobre unos textos de teatro tomando prestado el método de lectura y entonación de los Straub, pero con un tono cómico impropio de la pareja mítica, trasforma la totalidad de Arraianos en una experiencia sensorial y filosófica. Las escenas nocturnas del inicio del film de Enciso son ya una cifra: se escuchan unos ruidos de platillos y apenas se ve la silueta de una gente corriendo por las calles del pueblo. ¿Qué es este film? ¿Qué veremos? A esa altura nadie puede imaginar todo lo que vendrá. En ese tratado sobre la vida, el tiempo y el espacio que desde el nacimiento de un animal hasta unas viejas cantando en tono elegíaco sobre las penas del amor cumplen un rol determinante.
Por último, llegamos a Costa de la muerte, de Patiño: he aquí el film más hermoso del año en curso y el primero (tal vez de la historia del cine, al menos con tal vehemencia) en liberar la panorámica como un recurso de transición narrativo y una didáctica geográfica. Otra vez se trata de la historia de un pueblo, y como en Arraianos, el juego dialéctico entre la naturaleza y los hombres se repite, pero hay diferencias: las panorámicas proponen visualmente un plano de inmanencia permanente y democrático. Todos los entes vivientes ocupan un espacio similar y cuando los hombres hablan los vemos de lejos, de tal modo que el logos no se impone sobre physis. Sucede que todo el pueblo y su historia se define a propósito del mar, como se nos advierte en una cita inicial. Tal clarividencia dictará una puesta en escena, la que se sostiene por planos abiertos que no traicione esa inmensidad azul que sirve como fondo de todas las historias. Película hipnótica e inolvidable, su intensidad visual es una novedad óptica para el cine que vive un tiempo en el que éste agota su innovación en las promesas de lo digital y la tristeza anabólica del 3D.
¿Por qué programar películas gallegas? Porque allí el cine se vivifica, porque en ese territorio cinéfilo sus jóvenes cineastas insisten en probar que los hermanos Lumière estaban absolutamente equivocados al creer que su propia invención había nacido sin futuro.
Este artículo fue publicado en un diario gallego durante el mes de julio 2013
Roger Koza / Copyleft 2013
Muy honrado con la dedicatoria. Siempre es un placer difundir buen cine.
Vikingland. Xurxo Chirro. España. 2011
Vikinlang es un documental que se armó en base a muchas horas de filmación de un marinero español, que se constituye en cineasta aficionado, a partir de la posesión de una cámara de video VHS. La película podría inscribirse en el curioso género denominado Found Footage (metraje encontrado).
Con un desconocimiento absoluto de las más elementales reglas de la filmación, Luis Lomba (el marinero en cuestión) grabó detalles de su trabajo arriba de un barco, retrató a sus compañeros, registró sus momentos de recreación, y los paisajes por donde transitó su vida laboral. Todo realizado con una impericia notable. Planos mal encuadrados, iluminación defectuosa, cortes abruptos y un largo etcétera que haría sonrojar a un estudiante de cine de los primeros años. Sobre este material en bruto, trabajó el director (o mejor decir aquí montajista) Xurxo Chirro, dando forma a la película del título. Ante todo esto cabría preguntarse ¿Es Vikingland algo que pertenece al mundo del cine? Yo contestaría que sí, y los argumentos para defender esta respuesta, serán desarrollados enseguida. Pero esta afirmación abre otros interrogantes: ¿Quién es aquí el creador de la obra? ¿El marinero que filmó las diversas secuencias o Chirro el montajista que le dio cierta estructura? ¿O son los dos y se merecen por igual los créditos de la realización?
Se generan hasta interrogantes de orden “filosófico”. ¿Puede considerarse una obra de arte a una película armada con retazos de filmaciones y surgida de la impericia casi absoluta de unos de sus artífices (en este caso Lomba)? ¿Serían estas imágenes una sub-especie de cine clase B del género documental? ¿Cómo catalogarla? ¿A dónde encuadrarla?
Pensando en la película en sí misma, es destacable la manera en que Chirro logra extraer momentos ineresantes de imágenes en apariencias anodinas o intrascendentes. La cámara aparece como un juguete que quiere ser usado, aunque no se sepa bien como hacerlo, y mostrado a todos quienes rodean a Lomba en el barco. De esta forma conocemos fugazmente a una larga lista de personas, hombres y mujeres, y sus reacciones frente a la cámara, que comparten con Lomba la vida arriba del barco, y que él retrata a medida que se pasea por distintas dependencias de la embarcación. Ante la presencia de este ojo electrónico, algunos se esconden, otros ríen o manifiestan una estudiada indiferencia.
Merece subrayarse la actitud de los personajes principales (Lomba y sus amigos más cercanos) frente a la existencia de un dispositivo de grabación, como lo era esta cámara VHS. La secuencia de la cena de Nochebuena a bordo del barco, es alucinante (ver video más abajo). La cámara parece un invitado más, y si no fuera por el hecho de que no come y no habla, podría ser considerada como un miembro de la tripulación invitado a la celebración. Lomba y sus amigos participantes de esta cena, se preocupan de la existencia de la cámara y no pueden dejar de mirarla, de actuar, de acordarse a cada rato de ella, de preocuparse por saber si están siendo captados, etc. Esta escena es una confirmación más, que no existe algo como el cine documental objetivo. Todas las conductas están trastornadas por la presencia de la cámara, aún tratándose de una escena intimista, sin guión, y sin la presencia de extraños como podrían ser el director de fotografía, el iluminador, o el sonidista que existirían en un filme más profesional.
Un detalle interesante de este documental, es que la existencia dentro de la imagen de las fechas y horas de cada escena, hace explícito el trabajo de montaje de Chirro. Muestra “las costuras”, por decirlo de algún modo. Muchas escenas de la película de Chirro aparecen antes o después del orden cronológico en que fueron filmadas por Lomba. Nos movemos entre los últimos meses del año 1993 y los primeros del año 1994, yendo en el tiempo de adelante para atrás y de nuevo hacia adelante.
La película pone en evidencia otro efecto inesperado de la posesión de estos artefactos de registro de imágenes. Me refiero a la aparición o exacerbación de cierto narcisismo. Con el declarado motivo de probar la filmadora, Lomba aparece en numerosas secuencias, en primer plano y solo frente a la cámara. Gesticula, desnuda su torso, se acerca y se aleja del aparato, pero siempre es él quien se encuentra en el centro de la imagen.
Los planos fijos de larga duración, que obedecen más a las restricciones del lugar y el momento y a la carencia de personal especializado en la operación del artefacto, hacen que Lomba, sin proponérselo, nos regale imágenes de gran fuerza expresiva, que se logra en numerosas ocasiones aún en situaciones en apariencia intrascendentes. Se produce ese efecto raro, donde las cosas que se filman empiezan a metamorfosearse por la duración prolongada de la secuencia.
El autorretrato del trabajo anodino, mas de estibadores que de marineros, es otro mérito destacable del filme. Vemos a Lomba y sus compañeros desarrollar aburridas y repetitivas tareas a bordo del barco donde trabajan, y siempre las tomas, por la precariedad de recursos, se hacen desde planos medios con la cámara inmóvil, imaginamos que colocada sobre alguna mesa o soporte transitorio. Lo interesante es que aún en estos momentos de trabajo, concientes de que la cámara está allí, se encuentra prendida y por lo tanto grabando, no olvidan dedicarle algo de su atención.
En suma, una película extraña, hecha con materiales precarios, pero que logra exponer muchas cuestiones interesantes, y muestra que aún en las peores condiciones de realización: con equipos de baja calidad, con ausencia de conocimientos técnicos y de personal especializado, se puede lograr una obra artística que hace honor al cine.
Vikingland. Xurxo Chirro. España. 2011
Un fragmento:
joder,hom bre