TODO LO QUE SE OLVIDA EN UN INSTANTE

TODO LO QUE SE OLVIDA EN UN INSTANTE

por - Críticas
16 Jul, 2022 11:11 | Sin comentarios
Algunas ideas en torno a uno de los grandes estrenos del año.

HABITAR EL TERRITORIO

Richard Shpuntoff traza líneas que a veces son paralelas y a veces se cruzan. Dibuja las líneas de una vida que se mueve entre dos países, entre dos paternidades, entre dos lenguas. Podríamos pensar que son dos territorios: uno es el íntimo, aquel que tiene que ver con su familia, su padre y sus hijas; el otro territorio se corresponde con una esfera más pública, todo aquello que tiene que ver con países e idiomas, con la construcción y el diseño de las ciudades. Sin embargo, podemos plantear una hipótesis de lectura que las contiene a ambas. La idea central que recorre Todo lo que se olvida en un instante es la del territorio.

Acá un territorio es la lengua, aquella con la que se nace, la lengua del origen y de origen, la que deja las marcas de su gramática en la piel recién nacida; la otra es la lengua que se adquiere cuando se aprende, de a poco, con errores- como la simpática escena en que la hija le enseña a su padre algunos términos- y con la que también se aprehende la idiosincrasia de un país, porque una nación no es solamente una cuestión de geografía. La lengua es el territorio que se habita ya sea donde se nace o donde se vive. 

Entre su Nueva York natal y la Buenos Aires donde ha migrado y donde vive desde hace años, transcurre la película.  Su lugar de origen y su lugar de destino se cruzan en espacios simbólicos y reales que siempre son relevantes. El cambio en el diseño urbano de ambas ciudades, la construcción de las autopistas como gesto de modernidad sostenida en decisiones políticas son similares en ambas ciudades. De esas decisiones políticas pretéritas, Shpuntoff vuelve al presente y las hace análoga poniendo en relación con personajes de nuestra historia y la política reciente. De esta manera el territorio también es temporal: el pasado y el presente de ambas ciudades se reflejan en un espejo deformante y horroroso. Además, las consecuencias sociales y económicas de esas decisiones políticas están tan presentes que recién ahora se puede constatar la vida de los que habitan la ciudad con sus cuerpos abatidos y que viven al lado de esos monumentos inhumanos, como las autopistas. La fuerte carga política sobre la que se sostiene la película no es una novedad. El espectro del gran Jonas Mekas sobrevuela la película, como si Shpuntoff hubiese abrevado en su estética. Lo interesante es cómo el cineasta estadounidense trabaja sobre la política familiar:  la experiencia de los migrantes y los extranjeros se concibe como una matriz para pensar la política en general, como si fuera una caja de resonancia. 

Todo lo que se olvida en un instante es un ejercicio de comprensión. Shpuntoff intenta comprender un mundo que se ha tornado tan insensible como poco empático; busca así las raíces de este gesto diario que desdeña el factor humano e identifica solamente cuestiones económicas. El proceso de comprensión de este mundo entre siglos es tan complejo como el de la traducción, como el del subtitulado, que siempre son tareas imposibles e inexactas. También lo es este ejercicio cinematográfico: la mayoría de las imágenes de archivo no concuerdan con la voz en off que a su vez tampoco se ajusta con el subtitulado. Mezcla de idiomas, de escenas familiares y urbanas, de voces, así se va construyendo un lúcida comparación entre Nueva York y Buenos Aires en la que despunta las luchas sociales y las políticas antipopulares en los dos países. ¿De quién o de quienes son las ciudades?, ¿Qué es lo que la política no llega a enunciar? ¿Qué territorio confuso es eso que se llama América? La película establece otros lazos con la historia y convoca a otras voces del pasado para responder algunos de estos interrogantes. Citas de José Martí, Gauchito Gil y Roque Sáenz Peña, entre otros, se suman al poder del propio análisis que lleva adelante el director. 

En el inicio de la película, Shpuntoff canta junto con sus hijas un tango que resulta clave porque la letra dispara un sentido preciso; el tango es Nada y dice: “Nada nada queda en mi casa natal, solo telarañas que teje el yuyal”. De espacios y territorios, el de la lengua, el de la pertenencia, el del padre, el de las hijas, el de la política, el de las casas, el de la memoria, el de la urbanidad, de todo esto habla esta película singularísima que interesa tanto como desconcierta con inteligencia, valor tan devaluado últimamente en materia cinematográfica.

Todo lo que se olvida en un instante, Estados Unidos-Argentina, 2020.

Escrita y dirigida por Richard Shpuntoff.

Marcela Gamberini / Copyleft 2022