0 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2015 (17): JOHNNIE TO Y OFFICE
Por Santiago Gonzalez Cargnolino
En una ronda de preguntas con periodistas conducida en el Gran Hotel Provincial de Mar del Plata, el director hongkonés Johnnie To, uno de los mejores cineastas del mundo, jugaba a las escondidas. Ante la pregunta por la situación política china, el maestro puso cara de póker y negó cualquier interés en el tema, algo difícil de creer cuando sus últimas películas suelen revisitar, de una manera u otra, un momento clave de la historia reciente como el de la crisis financiera del 2008.
La historia de Office transcurre en una empresa billonaria a punto de cerrar una transacción muy importante, aún cuando la burbuja no ha explotado. El edificio que hace de sede de la compañía es un set de filmación gigante que no tiene paredes y que no oculta en ningún momento el artificio de la película. Ese set se extiende a las calles virtuales, el subte y todo lo que vemos de la ciudad, por lo que el complejo de oficinas lo engloba todo. A manera de corona de distintos espacios de la oficina, aparecen relojes gigantes que nos recuerdan que el tiempo es dinero, pero también la fatalidad ineludible del asunto. La vida privada casi no existe o es una extensión de la vida laboral; el trabajo es todo en la vida de estos personajes que, mientras la vida pasa de largo, cantan y bailan celebrando la paradojal esclavitud de los millonarios, en un musical que es a la vez placenteramente ácido y tristemente amargo.
Si la propuesta de To suele ser pensada en términos del clasicismo, en el caso de Office la comparación se refuerza ya que tiene una manera de concebir el espacio cinematográfico propia del cine clásico: los planos de To permiten la percepción del espacio en su extensión y volumen. Siguiendo con las paradojas, la moderna técnica del 3D acentúa el clasicismo de To, ya que hace más pronunciada la exploración visual del entorno, que se extiende en profundidad de campo antes que abalanzarse sobre la mirada del espectador.
El particular gigantismo de Office recuerda al de clásicos como Metrópolis (1927), The Crowd (1928) o las películas de Bubsy Berkeley, en particular a 42nd Street (1932) otro musical con crisis financiera de fondo. A diferencia de sus modelos, la película es más exagerada en su condición de casa de muñecas gigante pero a su vez es un melodrama coral de emociones contenidas y asumidas con una elegancia y un aplomo oriental, en contraste con la tendencia lacrimosa de occidente.
La comparación con la casa de muñecas tiene que ver con que To siempre le da un tono lúdico a sus películas. Él no es el único que se divierte, sino que sus personajes siempre parecen estar jugando. Lo terrible de Office es que el juego de sus protagonistas decide el futuro del planeta. El carácter artificial de su película es análogo al de un mundo que vive a partir de reglas propias, una máquina que crea ficciones, dibuja números e imagina valores, abstracciones puras pero que tienen consecuencias materiales y que se imponen en un exterior que nunca parece tocarlo. En la mirada de To el mundo financiero y el set de una película son escenarios para realidades paralelas. La tristeza del final no es sólo la de los amores fallidos sino también la de la mirada que se posa sobre ambos mundos ficcionales.
En Life Without Principle, Johnnie To se metía de lleno con los eventos de la crisis del 2008, pero lo hacía desde el punto de vista proletario, con los pies en la tierra y con personajes que se ensuciaban las manos. En esta oportunidad, el hongkonés se posiciona en el otro polo, sitúa su relato en las alturas y a pesar de que los personajes están igual de obsesionados con el dinero como aquellos otros, nunca tocan el papel moneda ni se despeinan. La preferencia por una película u otra (o cualquiera de su filmografía) puede dar lugar a discusiones interesantes. Lo que me parece indudable es que podemos comprobar una vez más que To es una cineasta que piensa y puede darle distintas formas a sus relatos y sin importar que estilo decida adoptar, lo hace con una maestría de la que pocos directores en la historia del cine se pueden jactar.
Santiago Gonzalez Cargnolino / Copyleft 2015
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