CINECLUBES DE CÓRDOBA (55): FORMAS DEL TIEMPO

CINECLUBES DE CÓRDOBA (55): FORMAS DEL TIEMPO

por - Cineclubes de Córdoba, Críticas breves
17 Nov, 2014 10:50 | Sin comentarios
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El tiempo recobrado

Por Roger Koza

Como un filósofo con inclinaciones epistemológicas, así hablaba el cineasta: “Lo que me hizo releer a Proust con el fin de realizar una película fue un comentario de Gödel sobre Einstein donde afirma que este último, durante mucho tiempo, se preguntó por qué, si el tiempo es una dimensión, no se lo podía ver como se ve la profundidad, el ancho o la longitud, y sí en cambio como una sucesión de pequeños intervalos”. La sentencia no pertenece a Daniel Dennett sino a Raúl Ruiz, el director chileno que, entre otros proyectos notables, llevó a la pantalla grande El tiempo recobrado (1999), el séptimo y último libro de En búsqueda del tiempo perdido, de Marcel Proust, una de las obras monumentales de la literatura europea.

Que un chileno haya sido el único capaz de apropiarse con altura de semejante tesoro vernáculo, en el contexto de un país en el que la literatura es tan importante como las aventuras colonialistas, debe haber sido una afrenta para los proteccionistas abanderados. Pero no hay duda: Ruiz fue el que mejor entendió la clarividencia de Jacques Bourgeois, a mitad de la década del ’40, cuando el crítico descubrió que esa obra de Proust era más fácil de filmar que de leer.

En la versión fílmica de Ruiz, como en el libro, la linealidad narrativa es sustituida por un principio poético de dispersión y yuxtaposición: las escenas constituyen intervalos de alguna escena de un recuerdo a la que le sigue otra sin directa conexión. De un episodio de la niñez se puede disparar otro sin continuidad lógica que pertenece a la adultez. Excepto por la primera escena, en la que Marcel, moribundo y ya sin fuerzas para escribir por su cuenta, le dicta a una ayudante desde su cama algunos párrafos para un libro, lo que presupone un tiempo presente, el resto funciona siempre como un laberinto de asociaciones que no siempre representan la voluntad del mismo personaje, pues el recuerdo a veces no sigue los dictámenes del dueño de éstos.

Los famosos planos flotantes de Ruiz son visualmente alucinantes, como también algunos efectos visuales en los que el espacio padece literalmente una curvatura, pero nada se compara con algunas secuencias, tanto en el inicio, como en un baile y luego en un concierto, en las que el suelo en donde pisan los personajes pierde su inmovilidad y les imprime movimiento a los presentes, a veces en contrapunto con un travelling que va en dirección opuesta. El efecto es desconcertante, no menos que el hecho de ver un filme que intenta reproducir en su poética las sinapsis que mueven la memoria.

Es la película de un genio sobre otro genio. (Martes 18, a las 21 h, en el Hugo del Carril, Bv. San Juan 49).

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Jacquot de Nantes

El tiempo como evocación

Jacquot de Nantes es, esencialmente, una elegía amorosa: un poco antes de la muerte de Jacques Demy, Agnès Varda había comenzado a filmar lo que podría haberse titulado “Genealogía de un cineasta”.

Tras 33 años de vivir juntos y en ocasiones trabajar a la par, Varda le dedica una película a su compañero que murió de SIDA (algo que reveló mucho después), intuyendo que el tiempo que le resta con él es poco. Los primerísimos planos de los ojos, el pelo o un travelling lateral sobre el brazo de su marido parecen operaciones estéticas de embalsamamiento, formas concretas de captura del cuerpo vivo en una película para poder reencontrarlo en el porvenir. Estos planos son apenas interferencias del presente, porque Varda está mucho más interesada en contar la infancia, la adolescencia y la juventud de su marido, demostrando cómo estos períodos personales influenciaron por completo el cine de Demy. Es extraordinario cotejar la persistencia de la vocación de Demy, quien, siendo hijo de un mecánico (lo que explica el inicio de Los paraguas de Cheburgo), logró sobreponerse al destino que se le había asignado.

Vista en 2014, la infancia de Demy pertenece a un mundo extinto, una época signada por la amabilidad cívica, a pesar de los inevitables pasajes en los que se siente la crueldad del mundo a propósito de la invasión nazi en Francia. (Miércoles 19, a las 21 h, en el Museo Caraffa).

Hong y la repetición en el tiempo

No hace falta ser “profundo” para ser lúcido, porque la ligereza puede ser la virtud de quien mira a fondo sin extraer de su examen un decálogo para todos; no hace faltar despreciar a los personajes si la clarividencia indica que los vínculos amorosos son tramposos e imposibles. El sinsentido del amor no implica necesariamente cinismo y resentimiento. Esto se aprende en las películas de Hong.

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Nuestra Sunhi

Como en casi todas sus películas, aquí los personajes son cineastas o estudiantes de cine de clase media. Sunhi, una joven hermosa, quiere proseguir sus estudios cinematográficos en EE.UU. y necesita una carta de recomendación de uno de sus profesores. Mientras espera por la carta, Sunhi se encontrará con un viejo amor y más tarde otro profesor que no ve hace tiempo se sentirá atraído por ella. Todos los hombres involucrados sienten algo por Suhni, pero nunca queda del todo claro qué siente ella. El deseo de la mujer es un misterio y, si bien todos intentarán describir quién y cómo es Sunhi, la perplejidad se impondrá sobre el género masculino, como puede constatarse en el magnífico plano general final en el Palacio Changgyeong con los tres hombres en el fondo.

Los planos extensos a veces modificados parcialmente por un uso abrupto del zoom para reencuadrar una secuencia y denotar un ligero cambio en el sentido de una conversación, las escenas donde los personajes beben y charlan como un hábito constitutivo de su psicología y un trabajo magistral sobre el discurso y el lugar del lenguaje en relación con la intimidad alcanzan aquí una humilde perfección. Los gags discursivos son geniales y sugieren siempre cómo los otros y el lenguaje modifican la percepción de lo que somos.

A esta altura Hong es sin duda el gran cineasta del deseo y el desentendimiento entre hombres y mujeres, y su cariño por los personajes egoístas y complejos se mantiene incólume. (Miércoles 19, a las 20.30hs, en Cinéfilo Bar, Bv. San Juan 1020)

Este texto fue publicado en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de noviembre 2014-

Roger Koza / Copyleft 2014