JARDINES EN OTOÑO

JARDINES EN OTOÑO

por - Críticas
30 May, 2009 06:47 | 1 comentario

**** Obra maestra  ***hay que verla  ** Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Alan Koza

EL OCIO COMO GESTO POLÍTICO

Jardines en otoño /Jardins en automne, Francia-Italia, Rusia, 2006.

Escrita y dirigida por Otra Iosseliani.

*** Hay que verla     

La última película de Iosseliani es un ejemplo de puesta en escena, y en su aparente ligereza y superficialidad puede molestar por ser política y existencialmente incorrecta.

En el documental sobre el director georgiano Otar Iosseliani, El mirlo silbador, de Julie Bertuccelli, la discípula de este maestro secreto del cine europeo radicado hace años en Francia le pregunta a Iosseliani sobre uno de los tantos papelitos con frases cortas que están clavados en su pizarrón y que constituyen fragmentos de diálogos y situaciones posibles de Jardines en otoño. El papel dice: “Lo contrario a un mirlo cantor”. Iosseliani responde: “Lo contrario del mirlo cantor es un tipo que trabaja todo el tiempo”.

El tema excluyente en toda la obra de Iosseliani es el ocio inteligente y libertario, una práctica estética y política a contramano de una sociedad global que legitima el trabajo como valor absoluto; beber, cantar, amar, cultivar la amistad, viajar, pintar son acciones subversivas frente a las coordenadas institucionales y simbólicas de un sistema de vida dominante en donde la producción lo es todo. En sus películas los personajes están siempre dispuestos a la fuga, pues intuyen que el trabajo suele ser la piedra mítica que Sísifo empujaba infinitamente sin redención alguna.

Jardines en otoño se circunscribe a contar la historia de Vincent, un inverosímil Ministro de Agricultura de Francia que un buen día es destituido de su puesto al mismo tiempo que su esposa lo abandona por un miembro de su gabinete. ¿Qué hacer si no se tiene que trabajar? Vivir, en un sentido que, lógicamente, excede lo biológico. A partir de esa premisa, Iosseliani ofrece aproximadamente unos 200 planos secuencia coreográficos en donde personajes diversos (curas cristianos ortodoxos, refugiados africanos, artistas, funcionarios públicos, prostitutas, etc.) interactúan y atraviesan la nueva vida de Vincent. Nada en particular ocurre, más allá de que Vincent descubrirá su casa tomada, tendrá un accidente callejero y se reencontrará con amores pretéritos.

Además de su irrestricta defensa del ocio, hay aquí una novedad: un homenaje difuso al género femenino, aun cuando una de las mujeres del elenco, la madre de Vincent, esté interpretada por el genial Michel Piccoli (en reemplazo de una de las actrices no profesionales del director).

El legítimo heredero de Jacques Tati propone una perspectiva hedonista, que no confunde con el consumo. La riqueza espiritual deviene de un saber vivir, incompatible con esa pulsión por poseerlo todo, propia de los pudientes que no distinguen entre un tapado de piel y una obra de arte.

Copyleft 2009 / Roger Alan Koza

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de mayol de 2009