27: EL CLUB DE LOS MALDITOS

27: EL CLUB DE LOS MALDITOS

por - Críticas
05 Ene, 2018 05:00 | Sin comentarios
Sustituidos los superhéroes de Kryptonita por ídolos malogrados del rock, Loreti vuelve con una película absolutamente personal en la que insiste en confrontar al poder.

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

LOS PLACERES DE LA IRREALIDAD

27: El club de los malditos, Argentina, 2017

Dirigida por Nicanor Loreti. Escrita por Nicanor Loreti, Alex Cox y Paula Manzone

** Válida de ver

Un nuevo título de Loreti, fiel a sus intereses y pasiones, y en sus propios términos, sin concesiones. 

Hendrix, Morrison, Joplin, Vicious vuelven a la vida y terminan a los tiros contra el poder. Hermosa fantasía, entre adolescente o propia de una madurez fatigada y nostálgica, acaso un deseo imaginario algo desfasado ante un tiempo en que el rock ha dejado de ser una molesta contracultura. En algún momento, Nicanor Loreti escenifica ese reencuentro de fantasmas geniales; la voluntaria irrealidad que organiza los despropósitos que aquí se narran convoca a un trato con cada espectador: como nada tiene mucho sentido en 27: El club de los malditos, el placer se deriva del delirio y de la comodidad que se siente frente a este.

¿Qué sucede aquí? Un músico cae de un edificio, una admiradora lo filma, un policía investiga, una banda quiere secuestrar a la testigo y llevarse el cuerpo del músico. Todo eso, a su vez, remite astrológicamente a ciertos casos de celebridades del rock que murieron a los 27 años; más un símbolo que un dato empírico para ciertos casos elegidos. Que el director y guionista inglés Alex Cox (Sid & Nancy y Repo Man) haya participado del guion permite sospechar algún que otro signo por descifrar. Los eruditos de la contracultura setentista tendrán trabajo. O quizás no. Por lo pronto, Loreti reconstruye los últimos minutos de la vida de Sid Vicious.

El propósito declarado desde un inicio es sembrar dudas sobre el suicidio de estos héroes musicales. Es posible que los hayan matado o inducido al suicidio. Descripto así, se podría traicionar el tono ligero y absurdo del filme, que a veces tiende a ser fagocitado por una veta demasiado adolescente. Esa falta de equilibrio se replica a veces en un desmedido apoyo en recursos formales ampulosos que le resta mérito a la consciencia que denotan los encuadres, las decisiones cromáticas y los gags (el mejor resulta una rareza: el misterioso hombre que empuja a los músicos al abismo a veces se entorpece al hablar y su ineficiencia cognitiva se transmite sonoramente como si su cerebro fuera un disco rayado).

A un director se lo puede apreciar, entre otras cosas, por cómo introduce a sus personajes y los acompaña a lo largo del relato. La aparición de los personajes de Capusutto, Gala Castiglione y Aráoz tiene una deliberada elegancia. No son ellos típicos protagonistas, porque no hay un espesor narrativo suficiente para que adquieran un protagonismo excluyente. Un detalle, una tara, un intercambio dispensan placeres suficientes para situar en un segundo orden la evolución del relato. 27: El club de los malditos es pródiga en esas microscópicas cortesías en lo secundario.

En la precedente Kryptonita, el poder era el problema real. Acá también. En aquella, los superhéroes tercermundistas eran tan queribles como los personajes de esta nueva película. A este noble y nuevo intento de Loreti le falta una intriga y una amenaza más convincente que una teoría conspirativa, lo que no es tampoco un escollo para evadirse de todo por un rato y retener, paradójicamente, que el poder siempre está trabajando.

Esta crítica fue publicada por el diario La voz del interior en el mes de enero de 2018 

Roger Koza / Copyleft 2018