28 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (03): LOS DUEÑOS
Marcela Gamberini
La primera película del dúo Ezequiel Radusky y Agustín Toscano es compleja, interesante, circular. Desde el título, Los dueños, se instala la ambigüedad: ¿quiénes son los dueños? ¿De qué? ¿De una propiedad en una zona rural de Tucumán? ¿De un deseo sensual y sexual? ¿De una clase social, del poder que aparentemente se transfiere? Los interrogantes no se resuelven sino que desde la tensión se instalan en la puesta en escena rigurosa e inteligente, en el montaje cuidadoso que se revela en la alternancia de planos y en el juego con el centro de gravedad de los encuadres, en las magníficas y perfectas actuaciones (sobre todo la sobria Rosario Bléfari).
Los dueños asume la conciencia de clase desde una radicalidad absoluta. La mirada de Pía, en el cuerpo de Bléfari, es el punto de vista desde donde se cuenta la película y además es el punto de inflexión desde donde se genera la circulación del deseo, donde aparece la pulsión sexual en los ojos y en las uñas pintadas, el regodeo en el voyerismo al espiar escenas ajenas, la necesidad de marcar las diferencias sociales y la urgencia por esconder bajo la alfombra la miserabilidad de la pertenencia a una clase.
Apropiarse del otro, en su materialidad corporal ( ya sea la casona o el cuerpo) es la base ideológica de la película. Probar la clase, alternar el espacio de los patrones y el de los peones. Esa casona es un gran cuerpo, que se vacía y se llena de nuevo, con muebles, con ropa, con cuerpos individuales, particulares; todos entran y salen de esa casona que a su vez es la clase de pertenencia que se tensiona hasta casi estallar. Todos se apropian: los peones se apropian de la casa, los propietarios se apropian de los peones en un trueque que va desde la casa –como bastión de guerra- hasta el cuerpo- con su extraña manera de transvertirse.
Película inteligente, urgente, fuertemente política, que deconstruye los modos posibles de pertenencia a una clase, a un espacio, a un cuerpo, en definitiva a una identidad.
Aquí se puede leer una entrevista con los directores.
Marcela Gamberini / Copyleft 2013
Yo lo que espero ver en el festival es el largometraje de Flavia de la Fuente, que según escribieron los programadores en el catálogo es lo más parecido que hay a Benning y Kiarostami.
Una película con un planteo muy original sobre las relaciones entre clases sociales en Argentina. Ambientada en la provincia de Tucumán, muestra a una familia de extracción humilde, donde sus miembros trabajan como caseros en una casa de campo, con explotaciones ganaderas anexas. Los caseros se dedica a usar la vivienda de sus patrones, mientras ellos no están y sin su consentimiento. A partir de esta anécdota básica, se generan situaciones que van creando un clima extraño, donde los pobres parecen fascinados al usar los bienes y espiar a sus patrones ricos, en un estado de alineación que no deja mucho espacio para la rebelión. Más bien la estrategia de estos pobres parece ser, la de buscar los resquicios por donde se pueda usufructuar algo de la vida de los ricos. Usan su casa, comen su comida, miran en su TV, se higienizan en sus baños, pero evitan el contacto directo, casi hasta el final. Cuando una de las dueñas de casa organiza una reunión con la intención de seducir al más joven de la familia de caseros, un malentendido hace que la fiesta íntima fracase, pero antes, en lo que será quizás una de las escenas más humillantes del filme, las anfitrionas, le regalan ropas de sus hombres a los varones de la familia de caseros, y les piden que se las pongan en la misma reunión. Ellos acatan dócilmente, cerrando un círculo de obediencia y sometimiento del que no saben o no quieren escapar.