28 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (26): TODAS LAS MUJERES
Por Marcela Gamberini
Margarita no es una flor lleva en su titulo una negación. Esta negación la atraviesa, como una de las formas de lo reprimido, de lo que se calla, de lo que se ignora. Cecilia Fiel, su directora y narradora, lleva a cabo una película de investigación acerca de la masacre del pueblo Margarita Belén en Chaco, acontecida en las épocas de la dictadura en 1976. Ya desde el comienzo la ambigüedad, lo reprimido, aquello que se silencia se pone en primer plano. Unas breves entrevistas a habitantes actuales del pueblo acerca de la identidad de Margarita, o sea, saber quién era realmente esta mujer a partir de la cual el pueblo lleva su nombre, dejan entrever que nadie sabe, nadie está informado, nadie conoce los hechos o los reprimen y los silencian.
Lo femenino en esta película está puesto en primer plano. Una mujer vuelve al pueblo para asistir 35 años después al juicio por la masacre y con su voz conduce la narración del documental. Mientras tanto se sucede un rompecabezas: las imágenes de las noticias en los diarios se funden con las imágenes de una computadora y con las de la televisión. Los marcos y los límites se expanden y lo que sucede en los medios suele ser, o no, lo que sucede en la vida real. Mecanismo de puesta en abismo, donde vemos lo que vemos desde una computadora y a su vez desde una pantalla y escuchamos en eco aquello que oímos en parlantes. Mientras se proyectan las imágenes, vemos sobre la pared de fondo el mapa de un país descuartizado, esta mutilación nos da una pista, una pauta de lectura.
Y de pronto, la narración nos descubre que estamos dentro de la historia de Ema Cabral, desparecida y una de las fusiladas en la masacre de Margarita Belén. Vamos a seguir su historia de vida o su historia de muerte, su esconderse, sus cruces a la frontera entre Corrientes y Chaco, sus traslados nocturnos, efímeros, el abandono de su hija; mientras vemos imágenes del puente, que junta y separa, que limita y cruza territorios. Los travellings por los espacios de lucha y de militancia muestran ciudades en fuga, puros devenires, expectantes, buscando una verdad.
El nombre de Ema, resuena al de Eva, y ecos de su cuerpo –desaparecido y torturado también-. Eva/Ema, esa mujer -o esas mujeres- que como en el inolvidable relato de Rodolfo Walsh, asumen la forma de la desaparición constante, de la huidiza ausencia, del escamoteo feroz. Esas mujeres y otras, recorren de punta a punta la película. Como la madre de Ema- que con su voz relata la historia que ella sabe acerca de su hija-; o Juana Azurduy que mira con sus ojos negros de capitana libertaria desde un cuadro en el Salón del Bicentenario, o Bartolina Sisa, la mujer indígena que fue descuartizada (otra vez el cuerpo femenino fraccionado, torturado, fragmentado, mutilado) luchando por los derechos de su pueblo frente a la dominación española. Todas estas mujeres son Ema Cabral, reunidas en su cuerpo y en su sangre militante. Y también es Ema, la cautiva, la que recorre las páginas del memorable cuento de César Aira, cautiva de los discursos que ella misma subvierte, atravesando capas de ficción y realidad, viajando hacia la utópica civilización.
Cecilia Fiel cuenta la historia de la militancia en la dictadura, cuenta la historia de la resistencia y de las responsabilidades políticas y sociales de estos hombres y mujeres comprometidos. Reconstruye sutil y bruscamente los lugares, los espacios –reales y simbólicos – por donde se trazaba el mapa de la revolución. Una película indudablemente honesta en la política a la que adhiere, fuertemente ideológica que no esconde su procedencia. La historia de la militancia es la historia de muchos militantes; algunos prestan su voz, narran sus experiencias, muestran sus espacios de lucha, se emocionan, recuerdan, hacen memoria, otros niegan, se esconden.
Vemos en algunas secuencias la cámara de Fiel, también su proyector, su computadora, con los que registra y revisa las imágenes y los sonidos. Los dispositivos que captan lo real están ahí, son el revés de la trama de lo que vemos. Registro de registro que sirve para que la memoria se fije y se consolide; aunque las imágenes como la de Ema sean imposibles. ¿Cómo reconstruir el relato de lo que no fue? Nos dice la narradora, de cara a los espectadores, tratando de imaginar qué hubiera pasado si Ema estuviera viva. ¿Qué imagen darle al sonido? La película apela a una interpelación constante que pone a funcionar al lento y pesado mecanismo de la memoria social, colectiva, individual.
Margarita no es una flor resulta interesante por las capas de registros con los que trabaja, por los interrogantes que se genera y nos genera, por la forma en que recoge la oralidad de la experiencia, por la necesidad de legitimar su historia en los diarios, en la imágenes de época, en las voces de aquellos que fueron parte, devolviéndole la voz a aquellos silenciados por los discursos hegemónicos. Pero sobre todo, interesa por el trabajo que hace la directora con la figura femenina: las mujeres son las protagonistas verdaderas de Margarita no es una flor. Ellas son las que atraviesan la historia, dejando sus huellas libertarias pero son también las mutiladas, las torturadas, las muertas. Son mujeres que intervienen activamente en sus relatos, en sus historias, en la Historia no sólo de la militancia, sino en la de un país, cargando su tradición y fundando su herencia.
Marcela Gamberini / Copyleft 2013
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