29 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (07): CAVALO DINHEIRO Y EL PERRO MOLINA
NUEVOS MUNDOS VIEJOS
Por Santiago González Cragnolino
Todos los días el festival hace dos funciones de prensa de su Competencia Internacional. Dentro de la dificultad de emparejar películas, por la necesaria variedad de propuestas que ofrece la competencia, el maridaje de las funciones del tercer día suena lógico si bien los mundos estéticos de los directores son completamente distintos. El cine de Pedro Costa y el de José Celestino Campusano se hacen desde el mundo oculto de los marginales y en comunión con sus integrantes.
La película de Costa, Cavalo Dinheiro, sigue nuevamente a Ventura, un viejo inmigrante de Cabo Verde que vive en la villa conocida como Fontainhas, protagonista de Juventud en marcha. Sobre esa película y sobre En el cuarto de Vanda (2000), otra película de Costa filmada en la misma villa, Rancière dice un par de cosas geniales en un texto publicado en su libro Las distancias del cine. Recuerdo un comentario que a priori podría horrorizar a los fans del director portugués, cuando Rancière dice que lo que hace Costa es estetizar la pobreza. El trabajo que hace al filmar Fontainhas, al mostrar su música y su poesía, sería de alguna manera recuperar la belleza que se le niega a ese mundo desde la crítica bienpensante que reivindica un arte político, o más bien una política del arte, que parte de presupuestos equivocados. La belleza que Costa recupera para los habitantes de Fontainhas no desconoce los horrores de la vida marginal ni corre el foco de la injusticia.
La continuación de la historia de Ventura. Cavalo Dinheiro es también muy bella si se reconoce que hay belleza en la tristeza. Ventura se encuentra convaleciente en un hospital que Costa filma permanentemente en penumbras como si realmente fuera un hospital fantasma habitado por espectros. El portugués es un maestro del cine en una de sus acepciones más simples, un juego de luces y sombras. La penumbra en la que sumerge a los personajes, que por momentos no deja ver prácticamente el fondo y destaca a las figuras, parece otra forma de los primitivos iris que se usaban en los orígenes del cine. Lo que hace Costa sería entonces la sofisticación de eso que fascina en el cine desde sus inicios, conseguir que ese juego de luces y sombras adquiera una dimensión estética y política impresionante. Cavalo Dinheiro se convierte frente a nuestros ojos en una pesadilla filmada, la pesadilla de este inmigrante caboverdiano, de la vida en la pobreza, la persecución a los inmigrantes y el pasado autoritario de su país.
La pesadilla de Ventura no necesita efectos especiales sino que transforma lugares reales en escenografías para esta particular película de terror. Para dar un ejemplo están las paredes blancas desnudas del consultorio de médico donde interrogan a Ventura, que nos dicen que la máxima contención que le puede ofrecer su país de adopción es la de un lugar sin vida, un lugar para morir. Otras locaciones que Costa hace inolvidable son la vieja fábrica derruida donde una sombra terrorífica le dará un cheque a Ventura y el ascensor donde finalmente el protagonista se confrontará con una alucinación material de su pasado. Lo más terrible de la película de Costa es que el monstruo que la hace posible nunca se ve y seguirá dando vueltas una vez que el protagonista de la película muera. Como contrapartida al terror, a los silencios mortuorios de la película y a los diálogos susurrados, la música que irrumpe en la película, donde un inmigrante habla de volver por el mar a su tierra y a sus colinas, por el contraste, suena increíblemente vital y hermosa.
La última película de Campusano, El Perro Molina es otra historia de amistades a muerte y venganzas irrenunciables que se resuelven a los tiros, con la particularidad de que esta vez la película tiene una refinación visual mayor y la textura de la imagen es limpia y brillante. De algún modo es un lavaje de cara para su cine, pero en vez de ser una concesión a las industrias y una renuncia a su estilo, es una forma de reafirmarlo. Lo esencial de sus películas permanece aun cuando arregla ciertas improlijidades que pueden dar a pensar a sus detractores que en realidad no sabe filmar. A veces hay gente que confunde el cine con la relojería.
El estilo peculiar de las películas de Campusano reside en gran medida en el choque entre el hiperrealismo de sus lugares, de sus no actores, auténticos habitantes del conurbano profundo; y su guión de diálogos híper correctos, en un lenguaje que mezcla la jerga callejera con modos en extremo formales. También las interpretaciones de los no actores suman al extrañamiento pero Campusano privilegia el grado de verdad que le dan sus presencias, como verdaderos representantes del mundo que filma. Todo esto se mantiene en El Perro Molina, que condensa una gran cantidad de subtramas que inevitablemente se tienen que cruzar. Lo que hace tan estimulante, casi adictivo al cine de Capusano, es algo tan básico como querer seguir siempre la resolución de sus historias. Con verdadera maestría el director siempre va estirando la trama hasta su punto de quiebre y de confluencia con otras historias. Como en esas enseñanzas que sus personajes viejos imparten a los más jóvenes, el director sabe que todo debe suceder en el momento preciso Hoy, Campusano es uno de los grandes sino el más grande narrador en el cine argentino.
Santiago González Cragnolino / Copyleft 2014
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