29 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2014 (17): COMENTARIOS Y DIGRESIONES
Por Jorge García
Comencemos por las exageraciones. Se exageró diciendo –vaya uno a saber utilizando que parámetros- que este era el mejor festival de la historia de Mar del Plata. Si se revisan catálogos de ediciones anteriores se podrá encontrar que, vg, la Competencia Oficial, no tenía tal vez en otras ocasiones el puñado de títulos brillantes que se presentó en esta, pero sí aparecía como más homogénea. También que la sección Autores ofreció en otros años un panorama igual o mejor que el que se exhibió en esta edición. Y en cuanto a las retrospectivas, si se compara, por ejemplo, con el año pasado, donde hubo ciclos dedicados a Miklos Jancsó y Roberto Rossellini, no se notan mayores diferencias. Por cierto que se aplauden la retrospectiva completa del ruso Aleksei German, la muestra dedicada a Claire Denis, la poco publicitada sobre el español Basilio Martin Patino, la dedicada a Daniel Tinayre y la del Cosmos 70, pero no parecieron tan afortunadas las de Italia Alterada, Christensen en Brasil, con copias que dejaban mucho que desear, Jaime Humberto Hermosillo y Francisco Lombardi, dos realizadores vivos con una obra prolífica, pero que tengo serias dudas que representen lo más atractivo del cine latinoamericano y la de Sandro, compuesta por películas exhibidas decenas de veces en la televisión.
Se exagera también en las recomendaciones previas del festival (los nefastos puntajes y estrellitas) donde, según sus autores, nos encontramos ante un cúmulo de películas que, salvo excepciones, oscilan entre lo muy bueno y lo maravilloso (no hablemos del catálogo, ya que en él, como es de rigor, prácticamente ninguna película está por debajo de la genialidad) y también en algunas notas de balance en las que se despliegan abundantes zalamerías y un general tono celebratorio y acrítico hacia el festival (aquí quiero reivindicar las poco complacientes críticas de mi joven compañero en el blog Santiago González Cragnolino)
(Es notable, en particular en los últimos tiempos, la tendencia por parte de muchos críticos a sobredimensionar el valor de gran cantidad de películas. El resultado es que, cuando se las ve, provocan una buena cantidad de decepciones. Basta con leer las listas de mejores películas del año de algunas prestigiosas publicaciones y sitios on line para dar cuenta de ello. Al mismo tiempo –y esto lo he hablado con algunos cinéfilos full time– es seguro que existe una gran cantidad de películas y directores de gran interés que no pasan por los circuitos festivaleros).
Se exagera también, por supuesto, en la cantidad de películas exhibidas. Es prácticamente imposible que una selección de más de 300 largometrajes sea rigurosa y es así que, inevitablemente, habrá muchas películas de relleno y que el único mérito que tendrán será el hecho de que estarán realizadas por directores desconocidos. Desde luego que esta no es una práctica excluyente de Mar del Plata (también el Bafici y el festival de UNASUR la practican en nuestro país y muchos más en el resto del mundo) pero sigo estando convencido que un festival debe tener una cantidad de films “manejable” (el FICUNAM y Valdivia son buenos ejemplos de ello), no solo por la crítica sino también por el público. Y a propósito del público, abundante en muchas funciones, habrá alguna vez que analizar en profundidad porque muchas películas que en el festival se exhiben a sala llena si se estrenan al mismo precio fuera de ese contexto no las va a ver nadie.
(Quiero aquí referirme brevemente a las afirmaciones de acerca de que este festival representó de manera cabal al cine contemporáneo. No logro dilucidar claramente que sería la “contemporaneidad” en el cine ya que –hasta donde yo colijo- toda película es contemporánea a su época. El concepto me resulta tan elusivo como el de “modernidad”. ¿Que sería el cine moderno? Para ejemplificar, creo, vg, que Ernest Lubitsch es mucho más moderno que Wes Anderson y Terence Fisher ofrece mucho más rasgos de modernidad que cualquier film de terror actual. Voy a mencionar, a propósito de esto, una película vista, no en el festival, sino en la Semana de Cannes de Ventana Sur: Winter Sleep. El film de Nuri Bilge Ceylán es sólido, serio, respetable, tiene diálogos muy bien construidos, gran dirección de actores, una utilización adecuada del plano secuencia y también es irremediablemente académico. La pregunta es si este film sería más “moderno” o “contemporáneo” que cualquiera de los dramas de cámara que Ingmar Bergman rodara hace varias décadas. Y otra cosa que cabría preguntarse es cuáles serán, de las películas actuales, las que –digamos dentro de 50 años- se habrán convertido en clásicos o títulos recordables).
También corresponde hacer referencia a la premiación. Siempre la constitución de un jurado para un festival es problemática y en Mar del Plata ya hubo antecedentes polémicos, como cuando Fabián Bielinski y Krzystof Zanussi se negaron en una ocasión a firmar el acta del jurado por no estar de acuerdo con los premios otorgados. Por cierto que también se recuerda el que le diera en su momento el jurado presidido por Catherine Deneuve a una película del iconoclasta portugués Joao César Monteiro (que, me recordaba José Miccio, no se proyectó ese año el último día entre las premiadas). En este caso, el que tuvo como cabeza a Paul Schrader decidió galardonar a varias de las películas más convencionales de la Competencia Oficial, ignorando olímpicamente a los títulos más arriesgados (el premio a la mejor fotografía a la película de Pedro Costa sonó casi como una afrenta). Imagino lo que habrá sufrido mi amigo Manuel Yáñez Murillo en ese cónclave. Y hablando de Manu, no cabe otra cosa que reivindicar el único libro presentado por el festival, su selección de artículos de la revista Film Comment escritos por notorias plumas de la crítica cinematográfica en diferentes épocas. Y otro elogio es para el spot institucional del festival, rodado por Esteban Sapir en glorioso black & white, en el que traza un imaginativo recorrido por el festival desde sus comienzos recurriendo a imágenes de film proyectados en él a lo largo de los años. Sorprendentemente, creo que por primera vez, la repetición de ese material antes de cada película no producía saturación. Pasemos entonces ahora a reseñar brevemente algunos títulos vistos en Mar del Plata.
La mejor película, en mi opinión, proyectada en Mar del Plata fue Cavalho dinero, del portugués Pedro Costa. Costa ha desarrollado a lo largo de su carrera una obra de notable coherencia estética y temática que había alcanzado un pico de notable calidad en Juventud en marcha. Sus últimos trabajos de largo aliento, con la excepción de Ne change rien, están ambientados en Fontainhas, un suburbio de Lisboa en el que residen numerosos inmigrantes de Cabo Verde. En sus últimos films, su protagonista principal es Ventura, uno de los grandes personajes del cine de estos tiempos. En esta película, de una notable belleza visual, Costa entremezcla el presente con los recuerdos de Ventura de los años de la “revolución de los claveles” (mi gran amigo, el crítico español Miguel Marías, relaciona la película con El sargento negro, de John Ford) y el resultado es una obra cruda y melancólica, en la que también resuenan ecos del cine de Jacques Tourneur (la aparición de Ventura en una suerte de catacumbas recuerda a Yo caminé con un zombie). Arida por momentos, poética siempre, Cavalho dinero es otro título mayor de un director indispensable.
Jauja, de Lisandro Alonso, ya ha dado lugar en este blog y en otros, a crecientes debates en los que se incluyen una serie de elementos claramente extracinematográficos. Con una sola visión del film, en principio discrepo con la apreciación de Roger de que se trata de la mejor película de Alonso (en mi ranking personal estaría solo por encima de Fantasmas). Lo cierto es que la película impresiona am primera vista por su ajustada utilización del espacio y el paisaje y el tono enigmático que tiene la narración. Su presunto vuelco hacia lo fantástico no (me) resulta satisfactorio y la secuencia del final en Dinamarca parece prescindible, del mismo modo que algunas actuaciones son recargadas e inconvincentes. En cualquier caso, Alonso trata de escapar a las vertientes hegemónicas (costumbrismo, denuncia, minimalismo al mango) y continúa siendo una figura relevante dentro del panorama del cine nacional.
José Campusano en El perro Molina retoma su mirada sobre universos suburbanos no transitados por nuestro cine, en este caso a través de un relato que se podría calificar genéricamente como policial aunque, como siempre en su obra, aparecen elementos del melodrama en su vertiente más popular. Campusano ratifica que es un consumado narrador de historias, seguramente el mejor desde Aristarain, y que es capaz de construir una galería de personajes (principales y secundarios) de esos que permanecen por mucho tiempo en la memoria aunque también hay que señalar que otra vez en el final, como ocurría en Fantasmas de la ruta, se desprende cierto tufillo moralizante. Con otra película ya lista y varias en las gateras, José Campusano es un realizador esencial dentro del cine argentino actual.
Raúl Perrone, aparte de ser el caso de un director auténticamente independiente, es el más prolífico de los realizadores nacionales, con más de una treintena de largometrajes, la gran mayoría de los cuales están filmados en su Ituzaingó natal. Pero hete aquí que a partir de P3nd3jo5, Perrone ha producido un sorprendente viraje en su obra, entremezclando en la realización elementos del cine mudo, variables del cine experimental y una utilización muy creativa del sonido y la música. Estos aspectos se dan cita en Fávula, un relato al que se podría caracterizar, muy a grosso modo, como una cruza entre la obra de Georges Mélies, el cine de Apichatpong Weerasethakul y el relato policial con elementos del film noir. Lo concreto es que Perrone está desarrollando en sus últimas películas un trabajo de gran originalidad (y no solo dentro del cine nacional).
Hermes Paralluelo es nacido en Barcelona pero ha desarrollado su carrera en la Argentina. Ya había sorprendido con su ópera prima, el documental Yatasto, y en este segundo trabajo dentro del mismo género decide filmar a sus abuelos octogenarios, naturales de Aragón. La película está construida con gran precisión y en ella se encuentran ecos –sin que el film pierda nunca una identidad propia- de la obra del gran realizador japonés Yasujiro Ozu. Tal vez se le pueda objetar a Paraluello en algún momento cierto regodeo con el deterioro físico de los ancianos, pero la película trasmite una notable autenticidad y una sobria emoción. Habrá que seguir con mucha atención los futuros pasos de Paralluelo.
Después de varias décadas de su última visión, decidí revisar Pasaron las grullas, un clásico del deshielo soviético, de Mikhail Kalatozov. Se puede cuestionar de este crudo folletín ambientado en tiempos de guerra el por momentos exasperante virtuosismo de la cámara de Serguei Urusevsky, los clisés con que están caracterizados varios personajes y el pacifismo un tanto ingenuo que trasmite, pero lo que permanecerá siempre en nuestra memoria cinéfila es el demudado rostro de Tatyana Samoylova corriendo tras los barrotes para despedir a su amado, el momento en que recibe la noticia de la muerte de éste en el frente de batalla o el final, cuando reparte el ramo de flores que le entregaron entre los asistentes al festejo triunfal luego de la victoria.
El gran desfile es una de las películas importantes que realizó King Vidor dentro del período mudo. Tras una primera mitad dentro del terreno de la comedia romántica, para mi gusto demasiado extendida, el film en su segunda parte se convierte en un alegato de tono antibélico que cuenta con tres o cuatro momentos de gran melodrama que están a la altura de lo mejor de la obra del director. Lo que sí cabe resaltar es el notable trabajo de musicalización realizado por la pianista Carmen Balliero sobre una excelente copia restaurada que, lamentablemente, no se proyectó en su paso original de 16 cuadros por segundo.
Siempre me han interesado las películas de Bruno Dumont; sus universos sórdidos y sin salida y el tono nihilista de sus relatos, por momentos algo recargados, muestran a un director con un universo personal. En el caso de P´tit Quinquin, originalmente una miniserie para televisión, los rasgos principales de su cine se mantienen en los trazos argumentales de la historia pero aquí –de manera inesperada- incorpora una abundante dosis de humor, con momentos decididamente cómicos. El problema es que esos elementos aparecen como injertados a posteriori, lo que sumado a la excesiva extensión del film y al festival de tics que propone su protagonista principal, provocan que la película sea solo de a ratos disfrutable.
No vi la primera película de Carlos Vermut, de la que tengo opiniones encontradas, pero Magical Girl, su segundo film, ganó el premio principal del Festival de San Sebastián (lo cual, a partir de lo dicho más arriba sobre los jurados, no significa mucho). Aquí estamos ante una historia de ribetes rocambolescos, con varias vueltas de tuerca inesperadas, que crece en su segunda mitad con el protagonismo de José Sacristán en el que es, probablemente, el mejor papel de su carrera. No es un film totalmente logrado pero tiene sus buenos momentos.
Para no hacer demasiado extensa esta nota abreviaré con algunas películas que me habían despertado expectativas que luego no se cumplieron. La primera decepción fue con tres películas brasileñas, dos de ellas con premios en festivales con fama de exigentes y la otra galardonada por la Fipresci argentina. Branco sai preto fica (muy elogiada en este blog) y Com os punhos cerrados parecieron dos ejercicios de un anarquismo algo ingenuo, en la primera expuesto a través de una película que intenta fusionar la denuncia con la ciencia ficción y en la segunda por medio de manifiestos y canciones (entre ellas, la memorable Los anarquistas, de Leo Ferré). Debo declarar solemnemente que ninguna de las dos me movió un pelo y en cuanto a Sinfonía da Necropole, con una interesante idea original (hacer un musical en medio de un cementerio) se ve perjudicada por su falta de timing y el tono grave y circunspecto que adopta en varios pasajes. Me habían interesado dos películas anteriores de Mia Hansen-Love pero no fue el caso de Eden en la que sigue a lo largo de las décadas a un personaje escasamente atractivo. Hong-Sang-soo también resultó un director a seguir durante bastante tiempo pero sus últimas películas –salvo la menospreciada Another Country– las encuentro reiterativas y sin chispa de trabajos precedentes; por cierto no logro compartir el entusiasmo y el placer de algunos colegas con su actualidad. Los dos largometrajes anteriores de Mathieu Amalric (El estadio de Wimbledon y Tournée) me habían gustado pero La chambre bleue, adaptación de un relato de Simenon, con una molesta estructura narrativa, no consigue nunca trasmitir adecuadamente la historia de amour fou que pretende narrar y en cuanto a The Duke of Burgundy, de Peter Strickland, otro título promocionado, tras una media hora inicial atractiva en su juego erótico sado-masoquista, va cayendo progresivamente en el amaneramiento y el vacío ejercicio de estilo.
(En el festival de Riviera Maya había visto Hard to Be a God, el último trabajo del ruso Aleksey German, rodado a lo largo de quince años y terminado de montar por su hijo por la muerte del realizador, y me había parecido una obra con grandes virtudes pero muy demandante y agotadora para ver en medio de un festival. Mi segundo intento en un contexto similar fue un fracaso ya que a la hora y media de proyección me retiré de la sala por mi imposibilidad de seguir el film, al que le encuentro muchos puntos de contacto con el Fausto de Sokurov, algo que menciona Roger en su crítica. Ambas son películas muy arduas y, en última instancia, – y esto seguramente molestará a algunos- poco placenteras de ver, salvo que uno se encuentre con una disposición de ánimo muy particular. Tal vez haya una nueva oportunidad en otro contexto pero de algo estoy seguro: a ninguna de las dos me las llevaría a una improbable isla desierta)
Jorge García / Copyleft 2014
Grande Jorge!!! siempre dando en la tecla. Coincido en lo de lo sobrevalorado de este festival. Lo comenté también en la nota de Gamberini. Un placer leerte siempre.
Hubo una buena película de terror, como las de antes, esas que sólo asustaban sin risas nerviosas. No recuerdo el nombre. Voy al catálogo y completo título.
Con todo cariño: da en la tecla de lo que vos pensás.
Bueno, claro, es una opinión emocional. La película que mencioné se llama «It Follows»; no es la gran cosa, pero me parece noble en sus metodos para generar terror o miedo, o ambos.