30 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2015 (10): BREVES REPORTES MARPLATENSES: LA TORTUGA DE SONO Y EL ABRAZO DE LA SERPIENTE
Por Santiago Gonzalez Cragnolino
Las funciones de trasnoche de Mar del Plata suelen deparar alegrías, por lo que es difícil amanecer para seguir la Selección Oficial. Y la mayoría de las veces, el contraste entre las trasnochadas y las matutinas, en cuanto a la calidad de las propuestas, es notorio. En los últimos años, este festival se ha caracterizado entre otras cosas porque los grandes aciertos de la programación se ubican en lugares un tanto periféricos y lo que se posiciona en el centro tiende al conservadurismo cinematográfico. No es una idea mía: el presidente Martínez Suarez, en la conferencia de prensa de Arnaud Desplechin, recibía al director francés recordando la importancia de la tradición de calidad del cine de su país, una tradición que algunos creíamos superada en algún momento de la década del ’50 del siglo pasado.
La noche anterior fue la primera pasada de Love & Peace del japonés Sion Sono, que ya es uno de los directores oficiales del costado no oficial del festival. En Love & Peace, Sono ofrece nuevamente un objeto extraño e inclasificable, no sólo por la excentricidad de la historia y sus personajes, sino por las libertades formales que se permite en un típico relato de amistad entre un joven oficinista y su tortuga que compone canciones y va creciendo de tamaño hasta tener las dimensiones de Godzilla. La voluntad libertaria de Sono es el antídoto a las películas carentes de imaginación que componen el grueso de la producción cinematográfica. En un mundo ideal, menos escrupuloso y más sionista, películas así toman la forma de los kaijus (esos monstruos gigantes nipones) y aplastan a los tanques de guerra festivaleros que las rodean.
Luego de esa digresión, de vuelta a tierra y a la primera función de la mañana. Lo que nos ocupa hoy es la última película del colombiano Ciro Guerra: El abrazo de la serpiente. La película cuenta la historia de un científico europeo que visita el Amazonas a principios del siglo pasado y busca a un chamán para que lo ayude a salvar su vida de un mal que lo aflige. Luego de convencer al sabio, emprenden el largo viaje hacia la cura del europeo.
El abrazo de la serpiente puede ser vista como una road-movie o la versión modernizada de una película de aventuras, la presunta sofisticación de un cine de género. Filmada en un elegante blanco y negro, con fotografía preciosista del entorno amazónico, el relato es uno de encuentro de culturas y aprendizaje del otro, aunque mayormente no abandona la etnografía y un aparente clasicismo. La película, como el viaje, tomará un giro hacia lo peor.
El primer aviso viene en una escena en la que en un travelling virtuoso la cámara se acerca sin tapujos a un cura que castiga a latigazos la piel de un niño indígena, uno de esos movimientos impúdicos que se hacen indistintamente en nombre del arte y un mensaje. Si bien Guerra insinúa que hay una sabiduría superior en la cosmovisión indígena, aparentemente esas lecciones no se aplican al cine: su visión no dista de la de una mayoría (que no sólo es Occidental) que considera que todo puede y debe ser mostrado.
De ahí en más la película redobla la apuesta en una secuencia que cita directamente a Apocalypsis Now, que se termina por develar como el verdadero modelo cinematográfico de El abrazo de la serpiente. Un remedo del coronel Kurtz, autoproclamado mesías y ataviado de Jesús, lidera a una tribu de indígenas que en un ritual enfermizo se convierte al canibalismo. En ese momento, el director traiciona irreversiblemente la premisa de aventuras. Lejos de la exaltación de la experiencia vital, lo que vemos es otra afirmación de la tendencia de los seres humanos a la crueldad, el egoísmo y la locura.
Antes del final ocurre algo sorprendente. Una vez que los protagonistas son expulsados de la selva, la cámara hace una breve deriva narrativa en la que toma el punto de vista de un leopardo, un momento que evidencia que Guerra puede concebir que existe la posibilidad de otro cine. De todos modos, las elecciones del director tienden a otro lado. En una de las últimas escenas el chamán le dice al blanco que tuvo una revelación: no es a su propio pueblo a quien se suponía que debe instruir sino a él. Seguido de eso, el europeo tiene un sueño en el que, secuencia onírica experimental mediante, comprende la superioridad moral y cosmogónica de los indígenas. En un trabajo análogo al del chamán, el director instruido en el cine de Coppola viene a aleccionar al espectador occidental sobre la sabiduría indígena aunque no vea la paradoja de hacerlo desde el lenguaje y las elecciones de un cine que nada tiene que ver con ella.
Santiago Gonzalez Cragnolino / Copyleft 2015
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