Por Santiago Gonzalez Cragnolino

Mientras veía Mecánica popular, la película de Alejandro Agresti en Competencia, pensaba en las dificultades de envejecer con gracia, un problema que ha sorteado por ejemplo, Jean Marie Straub, que a sus 82 años probablemente sea el director más viejo en mostrar una película nueva en este festival. Decir simplemente que Straub no ha entrado en la senectud cinematográfica es un flaco elogio si consideramos que el francés es uno de los cineastas más importantes de la historia.

Para las personas de mi generación, educadas en la multitarea y con un déficit de atención sostenida importante, el desafío que significan las películas de Straub es doble, aunque quizás precisamente por eso sean doblemente valiosas: el tiempo en el que se sostiene la mirada de la cámara o la atención al sonido desprovisto de información narrativa, exigen mirar y escuchar de otra forma, reeducar la percepción y hacerla más plástica. De cualquier manera, no son todo planos secuencia en la obra straubiana. La precisión del montaje indica una convicción y una comprensión absoluta del material sobre el que trabaja.

Uno de los fragmentos de Kommunisten consiste en un larguísimo plano de la salida de una fábrica en El Cairo mientras una voz en off relata las revueltas anticoloniales egipcias en 1919. Uno de los efectos que tienen las películas de Straub es que invitan a estudiar las referencias históricas y culturales que las enmarcan. Siguiendo con las referencias, la fábrica alude a la primera filmación de la historia del cine. Acompañado por el relato revolucionario, Straub parece dar vuelta a Lumière. Si es cierto aquello de que en esa filmación Lumière inventa la ficción cinematográfica al ordenar a sus empleados que salgan sonriendo de la fábrica, Straub los devuelve al documental. Lo que intenta filmar, de acuerdo a su convicción marxista, es el real potencial revolucionario que anida ese cónclave obrero y  el extenso plano secuencia es un gesto paciente pero expectante de otra revuelta, una que profundice sobre la gesta que narra la voz en off.

La función de ayer me deparó una sorpresa. Otra secuencia de Kommunisten es un segmento de Forti Cani, una película que Straub filmó junto a Danièle Huillet en 1976, que consiste en una serie de paneos sobre las colinas de Marzabotto, una pequeña localidad italiana conocida por haber sido escenario de una cruenta masacre a manos de los nazis. De esta manera el matrimonio de cineastas se adelanta por décadas a películas como Equí y n’otru tiempu, presentada este año en Bafici. Estoy hablando de films que registran lugares vacíos como tributo a desaparecidos y víctimas de asesinatos políticos, que probablemente copian algo acríticamente el modelo de Profit Motive and the Whispering Wind de John Gianvito (2007), pero tienen como antecedente directo este trabajo de los Straub.

Todavía en Marzabotto, sobre un plano de un bosque se escucha un poema hermoso de Hörderlin que se enuncia desde un lugar que suena a su vez inmemorial y que se proyecta al futuro. La promesa del poema, asimilado al ideario straubiano, parece explicar la fascinación permanente del director por la naturaleza, concebida como la herencia a reclamar de un colectivo utópico, un tesoro de una belleza a la que rinde tributo en casi todas sus películas.

Resulta imprescindible ver las películas de este cineasta radical, libre y original como pocos. Si puedo agregar algo más, siempre es apasionante ver como toma obras de distintas disciplinas y las resignifica en su trabajo. Es común, por ejemplo que filme obras de teatro y las convierta en cine, algo que es pertinente destacar cuando en este festival podemos comprobar que todavía hay gente que insiste con hacer cine para convertirlo en teatro.

Santiago Gonzalez Cragnolino / Copyleft 2015

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