À VENDREDI, ROBINSON / BAFICI 2022

À VENDREDI, ROBINSON / BAFICI 2022

por - Críticas
22 Abr, 2022 11:51 | Sin comentarios
Dos cineastas grandiosos se encuentran en una película que dice ser de correspondencias y lejos está de pertenecer al género de cartas filmadas.

COMO LOS NIÑOS

À vendredi, Robinson es un film sobre la restitución de un diálogo entre dos artistas de culturas completamente diferentes que nunca sucedió; es una conversación que pudo ser, quizás, si pensamos contrafácticamente en los 60 durante la explosión de sus carreras. Esta nueva obra de Mitra Farahani registra el diálogo a distancia entre Jean-Luc Godard y Ebrahim Golestan, cineasta y figura literaria iraní. 

Todo se estructura alrededor de una propuesta que Godard le hace a Golestan: intercambiar correspondencia, virtual y física, cada viernes. La premisa es la misma de muchas otras películas que emplazan su eje en el intercambio de correo entre figuras, un formato de creciente moda en el último tiempo. Pero À vendredi, Robinson toma una sabia distancia: cuando en la mayoría de aquellos films los realizadores son los mismos remitentes y destinatarios, aquí Farahani se posiciona como encauzadora de una correspondencia ajena y sin equivalencia aparente entre dos personas que hablan lenguas diferentes. 

A textos sentidos y meditados de Golestan, Godard responde con fotografías en apariencia inconexas, citas sin mayor contexto o videos caseros de sombras. Así el balance entre las dos figuras genera la peligrosa posibilidad de que el film se subordine a correr de atrás a Godard y a hacer del espectador y del propio Golestan hermeneutas tras las complejas pistas de un cineasta que es a la vez mito y tótem viviente. En À vendredi, Robinson la asimetría existe, se expone y se trabaja. Una escena muestra el trayecto de reacciones que Golestan atraviesa frente a una de las enigmáticas correspondencias que le envía Godard: frustración, cierto enojo, desconcierto, extrañeza, curiosidad y un eventual comprendimiento que nada tiene que ver con la erudición o una fría racionalización de signos. Golestan es una persona de la continuidad del pensamiento, un hombre práctico, mientras que Godard, como en sus películas, abraza la fragmentación y la deriva. En este film donde la correspondencia es el cimiento, el protagonista no es Jean-Luc Godard, ni Ebrahim Golestan, ni Mitra Farahani: es el lenguaje, aquel universo donde conviven todas las diferentes y heterogéneas lenguas, sea el francés, el farsi, el cine o la música. Ninguno de los implicados en la correspondencia cede ante la diferencia o busca un camino central, común, exponen cada uno sus distintas formas haciendo del choque entre moléculas el nacimiento de la expresión. En este sentido, solo por esta idea que el film abraza, se puede decir que À vendredi, Robinson es una película eminentemente godardiana. 

Desde la propuesta inicial, el Godard de À vendredi, Robinson establece las reglas del juego y provoca a su interlocutor; es consciente de estar tomando casi por asalto una película; y en ese sentido, la realizadora y el propio Golestan son lo suficientemente sensibles como para percibir esta impronta y habilitarlo, navegar en el juego. En una pared las miradas se posan en el jugador que inicia la jugada y se lanza a correr al vacío, pero la pieza clave es aquel que le da el pase justo, incluso a riesgo de no salir en la foto del gol. El lado iraní del intercambio contrapone sus ideas y sentimientos a las de Godard, pero con algo muy parecido a la hospitalidad deja que el franco-suizo se exprese a sus anchas. Pensando en los correos, Golestan cita a la ópera La bohème: «¿Quien soy? Un poeta ¿Qué hago? Escribo ¿Cómo vivo? Vivo». Sería erróneo ver a un espectador en las imágenes que muestran al iraní observando en una pantalla grande grabaciones de Godard destinadas a él. Los poetas escriben, los cineastas filman y viceversa, todos viven. 

Puede que mucho se pierda en la recepción de estos correos de lenguas asimétricas, pero lo importante es esa tercera cosa que emerge del choque de dos elementos. Tal como lo dicho sin decirse en el diálogo citado de Johnny Guitar, donde dos viejos amantes se encuentran y uno le pide a la otra que le mienta, que le diga lo mucho que lo ha extrañado y aún ama. A veces las mentiras dicen una verdad más profunda. Lo importante, como dice Godard y con lo que el film parece embanderarse, es luchar por qué la lengua no se suicide, es decir, que no caiga en la gratuidad y diga cualquier cosa (“n’importe quoi”), que no mienta de verdad. ¿Son las imágenes que vemos de Godard en À vendredi, Robinson simultáneas al intercambio de correspondencias? ¿Pudo Mitra Farahani lograr la proeza logística intercontinental de filmar los dos extremos del diálogo durante los meses en los que sucedió? Seguramente no, ¿pero qué importa? si el cine puede ser montaje, en el sentido coloquial de la palabra. Bienvenidas sean las mentiras y los juegos que no nos mienten ni juegan con nosotros. 

Un ánimo de insatisfacción recorre al film. “No estamos lo suficientemente tristes como para que el mundo cambie”, le lanza Godard a Golestan citando a Elias Canetti. No hay un gramo de nostalgia o romanticismo en esa insatisfacción. Hay acción y principalmente, hay hambre por conocer y mostrar, punto en común que reúne a los dos viejos cineastas y a Mitra Farahani. La ecuación parece ser que para cambiar hay que ver, curiosear, como los niños, tantear y mostrar los descubrimientos, cosa de iluminar lo mucho que nos falta por ver. À vendredi, Robinson es un muy bienvenido film insatisfactorio.

Tomás Guarnaccia / Copyleft 2022