EL CAMBIO

EL CAMBIO

por - Ensayos
29 Jul, 2022 03:03 | Sin comentarios
Apenas una enumeración de algunos cambios en curso y alguna que otra hipótesis.

La periodista lanza la pregunta al espacio exterior llamado Twitter sobre las preferencias de sus lectores sobre plataformas de cine (y series) que hoy organizan el ocio audiovisual de las poblaciones. Las que nombra pertenecen a empresas poderosas que dominan el mercado global. En la pregunta están desde Netflix a MUBI, dos propuestas antitéticas en este universo de ofertas en las que se delinean dos formas de considerar el cine: en el primer caso, una industria del entretenimiento sin una perspectiva histórica, en donde un clásico se confunde con el éxito de taquilla, no con un período extenso que glosa tres décadas antes de 1960; en el caso de MUBI, la programación reconoce una historia del cine, asume el concepto de autor como noción innegociable y vindica una internacional estética: existen los maestros de la India, de Senegal o de Taiwán; el cine no es solamente en inglés.

Una vieja sala de cine

Los usuarios de la red social comienzan a responder. Las primeras respuestas reivindican la piratería, otras aducen la imposibilidad de mantener un abono mensual. A ningún lector se le ocurre contrarrestar la pregunta con lo que se omite sin deliberación: la sala de cine. Los palacios plebeyos, como el gran Edgardo Cozarinsky denominó alguna vez a las salas cinematográficas, no estaban en el horizonte de interpretación de los lectores. Hoy, el hogar de las películas parece ser otro.

La invención de las salas de cine tiene ya más de un siglo. Su deuda con la sala teatral es tan evidente como también la necesidad de instituir un espacio colectivo debido al costo que implicaba una proyección. Lo que ha sucedido en apenas 120 años con la proyección de imágenes en movimiento es una especie de alucinación. Una versión digitalizada de Der var engang (1922) de Dreyer, de 1.24 gigabytes, se baja de una plataforma ilegal en diez minutos en la computadora y por el AirDrop llega a la tablet en menos de un minuto.

Lo que resulta todavía más difícil de analizar es qué ha sucedido con la cognición del espectador y su forma de relacionarse con las imágenes. En la vieja sala de cine, el tiempo de las imágenes, como también el tamaño y la condición física para la recepción de las secuencias ininterrumpidas de una película, erigía una experiencia sin cortes. Concentrarse, atender, tener tiempo en el tiempo del cine era la condición de posibilidad del espectador. El de hoy es otro: el espectador atiende como quiere o cuando puede, avanza a veces lo que está mirando, acelerando los planos para ahorrar tiempo y pasar a otra cosa; asimismo puede discontinuar su visionado porque siempre hay otros estímulos rivales. Amo absoluto, la paradoja es que el espectador ya no tiene tiempo para los tiempos del cine, ese tiempo libre que se disponía antaño cuando la luz de la sala de apagaba y la función comenzaba para todos. Muchas son las mutaciones, una, entre otras, la del espectador.

Roger Koza / Copyleft 2022

*Publicada en julio por Revista Número Cero.