60 COLUMNAS: DEL OTRO LADO
La última película de Ana Poliak parte de una diferencia sustancial respecto de sus otros dos largometrajes. ¡Que vivan los crotos! y La fe del volcán sucedían en espacios abiertos, uno rural y romántico y el otro urbano y trágico; mientras que Parapalos transcurre casi por completo en pequeños interiores. Adrián deja su pueblo natal y emigra a la ciudad de Buenos Aires, se hospeda en el minúsculo departamento de su prima Nancy, con la que tiene una relación íntima y cariñosa, y consigue trabajo en un viejo bowling de barrio. Allí sus nuevos compañeros lo apodarán Ringo. La película cuenta cómo se forma una rutina muy elemental alternando escenas de trabajo con escenas de descanso. Cada par forma un día en la vida de Ringo. En total hay siete días, desde que acepta el trabajo hasta que tiene su primer franco. Esta forma tan estructurada le otorga a la película una sensación de armonía y equilibrio, novedosa respecto de sus películas anteriores, que se sentían más caóticas y accidentadas en su progresión.
En una entrevista con David Walsh, Poliak contaba que la idea seminal de la película había surgido del recuerdo de ir a jugar al bowling en sus vacaciones en Miramar y ver la parte trasera de las pistas en donde unos chicos de su edad trabajaban haciendo un gran esfuerzo físico. Aunque no llegaba a discernir muy bien la situación, sabía que ellos no estaban jugando. Del otro lado había un mundo paralelo, un mundo que no alcanzaba a comprender pero que le brindaba la oportunidad de entender que no todos eran iguales.
Esta pequeña anécdota contiene cifrados los fundamentos sobre los que se sostiene la puesta en escena de la película. Por un lado, el descubrimiento de ciertos significados ocultos en la morfología del espacio que una mirada atenta puede develar. Por eso es muy importante la descripción del lugar y su funcionamiento. Lo primero que vemos del bowling es la parte trasera de las canchas mientras Ringo recibe su primer entrenamiento, justamente aquello que permanece oculto a la mirada de los clientes. La posición cenital de la cámara hace que el encuadre parezca un croquis y privilegie la morfología del pequeño habitáculo, destacando el acotado margen de movimiento que tienen los trabajadores.
Más tarde, una serie de movimientos de cámara se encargará de ir uniendo las distintas partes del local: un travelling lateral, perpendicular a las canchas, recorre primero las atendidas manualmente y luego las automáticas, mientras la voz en off de uno de los parapalos dice que le puede ganar un “mano a mano” a la máquina. Este simple movimiento ilustra el paso del tiempo y pone en evidencia una tensión entre dos épocas. Al igual que en ¡Que vivan los crotos!, estamos ante una actividad que pronto desaparecerá y, por lo tanto, corre el riesgo de ser olvidada. Otro travelling acompaña a Ringo mientras le lleva unas herramientas al encargado, que está reparando algo. La cámara llega hasta el tabique que separa el frente de la cancha de su trastienda y lo atraviesa (como en las viejas películas de TV, en donde la cámara traspasaba las paredes de las casas construidas en estudio) uniendo los dos espacios en el movimiento. Cuando Ringo es contratado, el encargado le dice que una vez que toman su puesto no pueden salir hasta que termine su turno. Lo curioso es la necesidad de que sus tareas permanezcan ocultas. Como si el bowling tuviera una puesta en escena que aspira a la misma invisibilidad que la del cine clásico: ocultar sus mecanismos —los parapalos y su trabajo— para garantizar el éxito del espectáculo, es decir, conferirle un aire fantástico, que los pinos se alcen solos y las pelotas retornen mágicamente a quienes pagan por ellas.
Por el motivo que sea, el hecho de que los personajes habiten un espacio reducido y oculto facilita cierto sentimiento de camaradería y complicidad entre ellos y cierto deseo de transgresión en el espectador que se inmiscuye en ese territorio velado (mediante la cámara que atraviesa el tabique).
El segundo fundamento se basa en el deseo de internarse en ese mundo oculto y conocer a sus extraños habitantes. Poliak entiende que no se trata de hacer un retrato de los personajes, sino de retratar una mirada observando un mundo desconocido (la clave está en lo que el deseo le imprime a esa mirada). Es la diferencia que hay entre un punto de vista que se pretende objetivo y omnisciente y uno que forma parte del ecosistema, que ingresa en él y lo experimenta. Por eso, el personaje de Ringo (en el bowling) funciona más como portador de la mirada que como foco de atención para el espectador. Es a través de su experiencia que vamos conociendo el oficio y a sus compañeros.
“Viste que en todos lados hay historias”, le dice el encargado antes de contarle la de su abuelo, mecánico del ejército nazi que, asqueado por los horrores de la guerra, desertó y escapó a la Argentina. Quiroga, el más callado de todos los parapalos, le cuenta que aprendió a dibujar en una mina subterránea de carbón en donde el trabajo era mucho más duro que en el bowling. Nippur, el secreto protagonista de la película, se escapó de la casa cansado de las palizas de su padre y recorrió media Argentina a dedo con solo 12 años. Todos estos relatos, escuchados con paciencia y atención por Ringo y por Poliak, expanden el universo de la película y evitan que el diminuto espacio se vuelva claustrofóbico; al contrario, lo cargan de cierto halo mítico (como la navaja de Nippur, que “tiene historias”). Poliak atesora todas estas experiencias dentro de su ficción porque entiende que es función de su cine cuidarlas y transmitirlas, evitar que desaparezcan.
Nippur es el corazón de la película porque es el personaje modélico del cine de Poliak: un tipo aparentemente ordinario, ejemplar representante del pueblo que, visto desde una óptica que desnaturaliza el sentido común, se revela como alguien fascinante y multifacético (como él mismo se describe: un poco hippie, un poco heavy, un poco punk); un personaje con una historia llena de andanzas, cargada de aventuras y desventuras y una gran capacidad de reflexionar sobre su propia realidad y sus propios pensamientos. Hay algo muy interesante en la forma en que se lo registra: si bien aparece en reiteradas ocasiones charlando con Ringo, son más las veces que lo escuchamos sin verlo, ya sea porque Poliak elige el plano de Ringo prestando atención o porque en varias ocasiones sus relatos se convierten en una voz en off que resuena en la totalidad del espacio de la película, de modo que su presencia se vuelve un poco fantasmal. Además, casi siempre sus reflexiones versan sobre temas un tanto existenciales, tópicos que generan un eco en el pensamiento. La misma sensación de eco que inspira su semblante un tanto ausente. Es un personaje que hace eco en la ficción.
En un pequeño rincón del tabique que lo separa del mundo de los clientes, Nippur tiene su santuario con imágenes de personajes que admira: Janis Joplin (“la única blanca que canta como negra”), Andy Warhol, Shakespeare, Darwin y Copérnico; un diorama de figuras tan eclécticas como fascinantes. No importa la secreta unción que aporta lógica al collage, sino el hecho de que él mismo aspira a ser una de estas figuras (de allí su mitológico apodo). Parapalos es un intento tenue de concretar ese deseo, de convertir a Nippur en nuestro héroe. Como dice Alejandro Ricagno, el milagro del cine de Poliak es la convicción de que no existen universos poco atractivos para establecer una suerte de redescubrimiento del mundo. Ese redescubrimiento es una recuperación de la fe por las historias populares.
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Al igual que la trastienda del bowling, el departamento en donde vive Ringo con su prima Nancy es sumamente pequeño. Una cocinita y una sola habitación que es living y dormitorio al mismo tiempo, en donde hay una cama de una plaza, una ventana, un aparador con adornos y alguna que otra planta. Lo limitado del espacio hace que los personajes tengan que ocuparlo inteligentemente, hacer rendir cada centímetro al máximo. El mejor ejemplo es el uso de la cama: Nancy duerme de noche mientras Ringo trabaja y se acuesta de día, cuando ella se va; o la valija de Ringo, que, guardada debajo de la cama, funciona al mismo tiempo como ropero y como superficie para colgar recuerdos.
La austeridad de la locación, que reduce las posibilidades de desarrollar escenas en su interior, podría condenarla a ser un separador para indicar el paso de los días, de las jornadas laborales en el bowling. Pero Poliak se contagia de la inteligencia económica de sus personajes y encuentra en ese reducido espacio no una sino siete maneras de ser innovadora, de lograr matices y narración. Cada escena es una pequeña sorpresa, un momento de gran singularidad que expande el mundo de los personajes e incluso va complejizando la percepción que tenemos del lugar. El monoambiente se siente un poco como el acto de un ilusionista que del vacío de su galera va sacando conejos y cintas de colores. Cada nueva escena es un truco de magia que de la nada crea un mundo.
En la primera escena Nancy le cuenta a Ringo que llegó una carta de su madre y se la lee en voz alta. Este pequeño relato (que funciona como eco del relato de la infancia de Nippur de unas escenas atrás) es un fresco de provincia, una descripción de fragmentos de una vida cotidiana campestre y bucólica que resuena en la mente de Ringo mientras toma mate cocido (también podría ser una escena sacada de ¡Que vivan los crotos!); una imagen de lo que ocurre allá en la lejanía de sus pagos, que empieza a ser más parte de su memoria que de su presente. Es la escenificación del momento en que una imagen cotidiana e íntima se convierte en mito.
La segunda escena es la más corta y quizá la más intrigante de todas: Ringo llega del trabajo y encuentra el despertador sonando y a Nancy aún metida en la cama. Intenta despertarla, pero ella no se mueve. Con cuidado le corre la sábana y, para su sorpresa, encuentra un muñeco hecho con bolas de papel adentro de un pijama. Nancy sale de su escondite en la cocina riéndose. Es un momento de una tonalidad extraña porque la puesta en escena no enfatiza la comicidad de las acciones: todo está filmado en un plano general que no subraya el remate ni la sorpresa de la víctima, causando un efecto similar al de alguien que cuenta un chiste que es gracioso pero no produce risa por su falta de timing. Y también porque pareciera que el chiste está dirigido en parte a Ringo y en parte a nosotros, los espectadores de la película. Los personajes crean una puesta en escena (el muñeco que se hace pasar por la prima) dentro de la puesta en escena de la película y luego la desarman ante nuestros ojos y revelan el truco, como señalando una absoluta consciencia respecto de su naturaleza ficticia. Es la única vez que el guion se permite tal nivel de retórica y de ironía. El ilusionista revelando el doble fondo del ataúd.
La tercera mañana, mientras desayunan, Nancy le muestra a Ringo su colección de recortes y objetos de Marilyn Monroe, entre los cuales hay una carta de 1961 que la diva le escribió a su terapeuta desde un hospital psiquiátrico, poco después del estreno de Los inadaptados y poco antes de morir. Nancy, como en la primera escena, le lee a su primo: “¿Ha visto ya Los inadaptados? En una secuencia es posible que note lo desnudo y extraño que un árbol puede ser para mí. No sé si en la pantalla sale así… ”. Aunque esta caja llena de memorabilia es un homenaje a un mito de la cultura, como lo es el altar de Nippur, y el encierro desde el cual fue escrita hace eco del encierro de Ringo en su trabajo, hay algo perturbador en su inclusión. El ánimo de la actriz es de una desazón total y se refiere a una película empapada de un ánimo suicida completamente ajeno a Parapalos (y que, por otra parte, trae a la memoria la lúcida desesperanza del prólogo de La fe del volcán). Es un momento que esboza una distancia radical entre dos modos de vida: la aparente paradoja de que dos sujetos tan anónimos y materialmente condicionados como Ringo y Nancy puedan percibir su vida con cierta riqueza en oposición a una estrella que conquistó el mundo y terminó rodeada de vacío produce una sensación de vértigo e insignificancia absoluta. Es un desvío único y opaco, que no tiñe el resto de la película pero permanece como una anomalía irresuelta.
En una de las últimas escenas en el monoambiente, Ringo sube a la terraza a descolgar la ropa (es la primera y única vez que la película sale al exterior) y encuentra en una de las zapatillas colgadas una armónica que Nancy le dejó de regalo. Se pone a tocar alegremente y a caminar en círculos (también es la única vez que escuchamos música). Luego, se acoda en la baranda y mira hacia afuera. Esto desencadena una pequeña secuencia de montaje de una serie de naturalezas muertas callejeras, en las que por primera vez el punto de vista de la película suelta a los personajes y produce un desvío. No es una metáfora ni un momento que subraye por contraste la opresión del personaje. Es un gesto simple y vacío, una liberación de la puesta en escena. Unos minutos antes, Ringo le mostraba a Nancy unos dibujos que Quiroga había hecho y le había regalado. En las películas de Poliak, el arte forma parte de la vida de sus personajes, pero no es una cosa pesada y cargada de valor simbólico, no es un modo de pertenencia social. Cualquiera sea la actividad que hagan la desarrollan como un hobby al que le dedican tiempo y pasión por el placer que les produce la actividad en sí misma, la práctica del arte y no sus repercusiones en la sociedad; lo que importa es el hacer y no la construcción de una identidad en torno a ese hacer. No son artistas, son personas que practican una forma de arte y que la utilizan para atravesar la realidad de una forma lúdica. Un arte completamente desinstitucionalizado, completamente desinflamado, un arte amateur.
El séptimo día es el de descanso, se completa la semana y se cumple un ciclo. La película se siente equilibrada y este equilibrio transmite un atenuado bienestar dentro de su mundo. Ringo y Nancy tienen una “cita” y van al bowling antes de que abra. Él ocupa su puesto de parapalos y ella el de clienta. Él le enseña y ella juega. Es un momento de una sensualidad tamizada. Todos sus gestos se mantienen en una delgada línea entre el amor filial y el deseo sexual. Luego, vuelven al departamento y, mientras anochece, ella hace un crucigrama y él mira por la ventana y mastica una manzana sugerentemente roja. Él habla de lo que ve durante el día, que ella no puede ver porque está trabajando, y ve lo que ella hace durante las horas en que él no está. La escena es una suerte de redescubrimiento, de afianzamiento en un mayor nivel de intimidad. Durante toda la película apenas coinciden en el desayuno (aunque, al igual que Poliak, lo explotan al máximo), y aquí por primera vez tienen tiempo para compartir, para estudiarse, para disfrutarse. Cuando llega la hora de dormir surge una pequeña tensión, porque pareciera que su sistema encontró un límite, pero con simpleza y gracia lo resuelven acostándose al revés, pies con cabeza. Esta imagen de los dos juntos, armónicamente dispuestos en el pequeño rectángulo, es una suerte de consagración; y también una forma de vencer la pobreza.
Al día siguiente, una nueva semana empieza y todo sigue igual: mismo trabajo, mismos compañeros, misma actividad, mismas charlas, mismo monoambiente. Sobre un plano medio de la boca del bowling automático se imprimen los créditos. La máquina acomoda los pinos y los clientes en fuera de campo los voltean. En un momento queda un solo pino en pie, el cliente lanza la bola y, justo cuando va a impactar, en su objetivo el pino se levanta y la esquiva. La máquina se queda tildada y arruina el juego. El parapalos seguirá siendo un oficio en vías de extinción y Ringo seguirá haciendo las mismas tareas, pero la experiencia de haber atravesado esa semana lo transformó. Lo que cambió no es la materia que compone el mundo, sino la forma en que él la ve. Ese pequeño movimiento implica un aprendizaje y una profesión de fe: aprender a mirar de otra manera puede ser una forma de cambiar el mundo.
Ramiro Sonzini / Copyleft 2020
Entregas anteriores:
5. Salta hacia adentro. Sobre la fe en el volcán. (leer aquí)
4. Ana Poliak: el teatro de la memoria (leer aquí)
3. Encontrar un lugar en el mundo (leer aquí)
2. Siete veces Zama (leer aquí)
1. Volver a ver (leer aquí)
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