CINECLUBES DE CÓRDOBA: HISTORIAS EXTREMAS
Por Roger Koza
Se estrenó unos meses atrás y por suerte vuelve a una sala cinematográfica. Es una de las películas argentinas del año, más allá de las entradas vendidas en su momento. El filme tiene más de 20 años y su modernidad está por encima de tantas películas recientes que nunca arriesgan y se asientan en las poéticas del éxito. Su título es El acto en cuestión (1993). Su director, Alejandro Agresti.
Película extrema como pocas, El acto en cuestión cuenta la historia de Horacio Quiroga, un hombre que suele robar un libro por día para leerlo durante la noche. El héroe arrabalero vive con Azucena en un conventillo, y el tipo de relación amorosa que mantienen se explicita magistralmente en el inicio. El encanto de cómo Agresti introduce a sus personajes viene acompañado de una presentación formidable de ese complejo habitacional típico de la clase trabajadora porteña. Las elecciones formales tomadas por Agresti para mostrar el conventillo son inolvidables: como si se tratara de un edificio de juguete desprovisto de un frente, la cámara lúdicamente inspecciona esa colmena antropológica llena de personajes e historias. En verdad, la invención formal es aquí una constante, y cuanta cosa el cine haya intentado imaginar, Agresti lo prueba sin miedo al ridículo y lleva su ansia de experimentación hasta las últimas consecuencias. ¿A quién se le podría ocurrir hacer desaparecer la torre Eiffel?
La clave del relato está centrada en el descubrimiento de un truco de magia que el personaje interpretado por Carlos Roffé (en el papel de su vida) descubre en un libro de la materia, por el cual consigue hacer desaparecer objetos de todo tipo. La proeza ilusionista lo llevará a salir del anonimato y conjurar su condición de perdedor permanente, y así recorrerá el mundo ofreciendo su espectáculo singular. Así descripto, el filme no parecería ser muy distinto a otros, pero la verdadera magia de El acto en cuestión pasa por las piruetas narrativas que se van encadenando en la trama y en la originalidad visual a la que Agresti se atreve para articularla. El relato es literalmente un tobogán de historias (o una constante puesta en abismo maravillosa). Pocas veces el cine argentino se animó a tanto. (Del jueves 23 al domingo 26, en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, Bv. San Juan 49)
Un mundo violento
Días de Santiago (2003) fue para Perú lo que Pizza, birra, faso (1998) fue para el Nuevo Cine Argentino: una película que daba cuenta de un cambio generacional y que en cierta medida impugnaba una estética cinematográfica precedente, además de constituirse como una aproximación seca y lúcida al presente político peruano del momento de su estreno. Si uno quiere entender los efectos de la política neoliberal llevada adelante en la década de 1990 por Alberto Fujimori y sus consecuencias tardías, este es el filme para estudiar.
La notable ópera prima de Josué Méndez sigue los días de Santiago Román, un excombatiente de la Marina de Guerra que no logra insertarse en el mundo civil después de combatir contra el narcotráfico y el terrorismo a mediados de la década de 1990. Sin apelar al psicologismo, es el propio cuerpo del protagonista el que expresa un trauma y una violencia social enmudecida. El comportamiento es el discurso. Los gestos y la incomodidad corporal revelan la palabra de angustia del soldado.
Lima luce aquí como un campo de batalla diferido, y la yuxtaposición entre los recuerdos de combate y la vida actual de Santiago, acompañada por una decisión estética particular sobre cómo el filme pasa del color al blanco y negro, enfatiza la confusión perceptiva del personaje y su inadecuación al presente. Una de las grandes películas latinoamericanas de la década pasada. (Martes 21, a las 20.30 h en el SUM del Club Atlético Belgrano; ingreso por Arturo Orgaz, esquina La Rioja)
La imaginación extrema
Recientemente se estrenó Se levanta el viento (2013), la película elegíaca del gran maestro Hayao Miyazaki, y si bien se trata de una muy buena película, su anunciada despedida no estaba a la altura de obras magníficas como La princesa Monoke (1997), El castillo en el cielo (1986) o El viaje de Chihiro (2001). La oportunidad de volver a revisar esta última es ideal para corroborar el genio del director japonés, pues aquí se constatan todas las virtudes de su arte: el relato fluye (reproduciendo en parte la lógica de lo sueños; el filme no es otra cosa que la representación del sueño de la protagonista); los espacios imaginados son inolvidables (recuérdense el tren desplazándose por el agua, los vuelos de un dragón blanco por un cielo encantado, el cuarto mágico de una bruja); la invención y calidez de cada personaje es ostensible (el fantasma inolvidable que acompaña a la heroína, la bruja Yubaba, el dragón Haku). Miyazaki es un auténtico demiurgo, pues aquí despliega enteramente un mundo con otras reglas y que en nada se parece al nuestro, un mundo pletórico de dioses que visitan una especie de spa para deidades y en el que la vida humana no goza de mucha estima. (Hoy, a las 21 h, en el Cineclub Juan Oliva, Av. Poeta Lugones 401)
Este texto fue publicado por el diario La voz del interior en el mes de julio de 2015
Hoy también se exhibe Palmas, a las 20.30h, en el Hugo del Carril
Roger Koza / Copyleft 2015
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