SEMANA DEL 29/06 AL 05/07 EN CINECLUBES
LA CUMBRE: SALA LUIS BERTI, BELGRANO 470
1 de julio, a las 20.30hs:
Vals con Bashir, de Ari Folman, Israel, 2008
84’ / +13
Cortometraje: Amor ciego, de Alexander Kluge, Alemania, 2002
Este soberbio y heterodoxo documental animado sobre la primera guerra del Líbano (1982) no solamente constituye un triunfo sobre el glamour militarista sino que además es un discreto y eficiente señalamiento crítico contra la política exterior (e interior) del Estado de Israel. Visceralmente antibélica y formalmente psicodélica, Vals con Bashir es un tratado pop sobre el funcionamiento de la memoria y la propensión a la represión de los recuerdos, es decir, un estudio acerca de los efectos traumáticos derivados de una situación y acción vergonzosa y dolorosa sobre el psiquismo personal y colectivo. Aquí, Ari Folman, director del film, que participó en su juventud en las masacres de Sabra y Shatila (después del asesinato del líder cristiano Bashir Gemayel, aliado de los israelíes), dibuja su doble animado. Folman no recuerda y, asistido por un psicoanalista amigo, emprende un periplo de reconstrucción del pasado visitando a viejos amigos y compañeros del ejército. Es que la memoria es colectiva, y la película se nutre de esos fragmentos que devuelven lo no simbolizable, aquello que se resiste a ser pensado. Lo reprimido siempre vuelve, aquí, principalmente, como sueños: unos perros corriendo por Tel Aviv, un hombrecito que flota sobre el cuerpo de una sirena, y una reiterada escena en la que unos hombres desnudos salen del mar. La animación aliviana la narración, pero Folman jamás protege al espectador, sin por ello agredirlo o hacerlo partícipe de una orgía castrense. Vals con Bashir es precisa: la neutralidad no existe en el campo de batalla; décadas atrás alguien “olvidó” a los judíos, décadas después alguien decidió “mirar” la masacre contra palestinos. (Roger Koza)
Villa Giardino: Teatro Alejandro Giardino
PELÍCULA DEL MES
5 de julio, a las 20.00hs:
Sobre el tiempo y la ciudad, de Terence Davies, Reino Unido, 2008
74 minutos / ATP
Cortometraje: Nuestras Islas Malvinas, de Raymundo Gleyzer, Argentina, 1966
Combinando material de archivo, fotografías, registro contemporáneo, música clásica y moderna, citas filosóficas y literarias, Davies articula un discurso íntimo y político (su propia voz en off, no siempre presente) sobre la historia de Liverpool y sus transformaciones materiales y espirituales, y el impacto, en este caso, sobre su propia subjetividad. Así, las demoliciones y las sustituciones edilicias volatilizan los sedimentos del tiempo convertido en relato y narración. Davies sabe que el cine posibilita repetir el tiempo en un espacio, volverlo a ver, constatar que allí hubo algo que ya no está y no vuelve, excepto por el cine. En ese sentido, las coreografías de planos pretéritos reviven una ciudad que Davies ya no reconoce en la topografía de la nueva ciudad renovada. La iglesia y la monarquía son los blancos preferidos de Davies durante toda la película, y acá no se trata de provocar sino de acusar. Educado como católico, Davies confiesa la tensión entre sus deseos y sus creencias, y recuerda un pasaje (y lo muestra) en el que asistía a la lucha libre, en donde los contrincantes insinuaban otro orden de lectura más allá de tomas de catch y las estrategias pugilísticas de ocasión. En ese contexto, ser homosexual no debe haber sido sencillo, y Davies, ciudadano de un país que despenalizó la homosexualidad en 1967, además habrá tenido que purgar esa lectura mortificante de creer que todo lo que pasa de la cintura para abajo es obra del demonio. Pero si hay algo maligno en la tierra de Davies, en la Liverpool que ama sin concesiones, es esa obscena exhibición de la realeza y la concomitante estupidez inacabable de los súbditos de rendir pleitesía a unas criaturas despreciables y banales como los reyes y sus descendientes. Los pasajes en los que se ve a los trabajadores disfrutando al sol, jugando en un parque, descansado un poco de la monotonía de sus vidas, transmiten una dignidad que ninguna corona puede conquistar. “Mi familia, mi casa, el cine, Dios”, cuatro vocablos difuminados a lo largo de toda esta elegía anticlerical, una obra maestra esencial de un cineasta cuyo conocimiento histórico está siempre matizado por una sensibilidad de clase. (RK)
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