CINECLUBES DE CÓRDOBA (91): PRINCIPIO Y FIN
Por Roger Koza
El asunto de Soleada es el deseo. No es un tema entre otros. ¿Cómo filmarlo? La metodología consciente o intuitiva de Gabriela Trettel pasa por situar el deseo en coordenadas simbólicas reconocibles: una familia tipo de clase media cordobesa, un período del año inexorablemente asociado a las vacaciones, una casa de fin de semana en las sierras.
Quien desea aquí es una mujer. Y una mujer es primero mujer; la característica función materna es justamente eso, una función, y no una marca identitaria irrenunciable, mal que les pese a los administradores de las buenas costumbres. He aquí la tensión dramática inherente al mudo razonamiento que delimitará la experiencia del personaje. Adriana es el nombre de esa mujer a la que todos llaman “mamá”; la mujer que cocina, ordena y atiende domésticamente a sus dos hijos adolescentes y a su marido. La adjudicación social de un rol puede definir una forma de ser en el mundo. Adriana, además, es editora; corrige textos ajenos.
Soleada pone en funcionamiento su núcleo dramático a partir de un evento menor. En el taller del marido de Adriana, el encargado tiene un accidente. En el inicio de las vacaciones, Juan, inesperadamente, tendrá que volver por unos días a su trabajo. Cambio posicional doméstico que por algunos días permitirá una mínima alteración en la percepción que tiene de sí Adriana y que habilita percibir la mirada de un otro. Aquí, un turista, un hombre que pone atención sobre ella en un ocasional paso de Adriana por un bar del pueblo de vacaciones y que preparará un encuentro posterior, cuando Rally Barrionuevo interprete una hermosa canción en una presentación nocturna.
Trettel ya había trabajado sobre el universo femenino en su notable corto Ana. En esa ocasión, el tópico se circunscribía a la primera menstruación de su preadolescente protagonista. En su primer largometraje, la directora pone atención sobre una experiencia que no le será indiferente a muchas mujeres: el redescubrimiento del deseo en la madurez y fuera de la lógica familiar. Poco importa qué sucederá entre Adriana y ese hombre desconocido.
La lógica del deseo es un poco como el libro que Adriana lee en las noches, titulado Lógica difusa. Es quizás por la naturaleza dilatada del deseo que Trettel decide diferir la erotización de su personaje en una extraña y casi onírica relación con el entorno natural. El cuerpo en el agua y al sol es suficiente para que esa mujer se perciba borrosamente como una entidad erótica. En este sentido, el desplazamiento de la sensualidad hacia el vínculo entre naturaleza y cuerpo es sorprendente en el filme. De ahí que la presencia visual y sonora del entorno sea tan minuciosa; la intensidad cinematográfica se descubre en esos pasajes.
Es un buen debut el de Trettel, que descubrió en su momento a Florencia Decal y que aquí garantiza un espacio dramático preciso para que una actriz como Laura Ortiz demuestre todo su talento. Ni la directora ni su actriz principal se pavonean detrás y frente a cámara. La discreción y la sugerencia pueden ser virtudes tan silenciosas como honrosas. (Desde el jueves 17 al domingo 20 en Cine Arte Córdoba, 27 de abril 275)
En 1999, el maestro Alexander Sokurov comenzó con una tetralogía sobre el poder que finalizaría en 2011 con su película menos lograda aunque multipremiada: Fausto. Excepto por ese último título vinculado estrictamente con la literatura, los tres filmes precedentes habían sido retratos de personajes históricos claves del siglo XX: Hitler, Lenin e Hirohito.
Que Sokurov haya elegido a Lenin y no a Stalin es toda una declaración de principios (políticos), y si bien Taurus (2001) culmina con una extraña intromisión o nota inesperada de redención, la lectura que Sokurov realiza sobre el máximo líder de la Revolución bolchevique está en las antípodas de la pretérita y apologética Tres canciones de Lenin (1934) de Dziga Vertov. El retrato de Lenin moribundo, después de la tenue recuperación de su primera apoplejía en mayo de 1922, no deja de tener un ligero costado sádico: el líder arrastrándose por la hierba, su rumiar delirante, su imposibilidad de multiplicar y la decrepitud que avanza constituyen algunos pasajes del filme que no gozan de un mínimo gesto de piedad.
Dividido en dos partes, la primera centrada en la relación entre Lenin y su esposa Krupskaya, la segunda a propósito de una visita de Stalin a la residencia en la que Lenin descansa, Taurus sugiere, como en Moloch (que trata de Hitler) y El sol (de Hirohito), la insólita vulnerabilidad e inseguridad de los poderosos, quienes siempre parecen estar vigilados y observados por sus colaboradores cercanos y guardias ocasionales. Taurus es sin duda la elegía más tenebrosa de Sokurov; cuenta con una ironía crepuscular de último momento, en la que la sensibilidad metafísica se impone al materialismo dialéctico cuando el paso al otro mundo ha dejado de ser un mero concepto. . (Hoy, a las 20 h, en el Auditorio Diego de Torres, Sede Centro de la UCC, Obispo Trejo 323)
Este texto fue publicado en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de marzo 2016
Roger Koza / Copyleft 2016
Últimos Comentarios