INVICTUS
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
Por Roger Alan Koza
EL GURÚ DE LA BENEVOLENCIA
Invictus, EE.UU., 2009.
Dirigida por Clint Eastwood. Escrita por Anthony Peckham.
**Válida de ver
Este retrato hagiográfico del Premio Nobel de la Paz sudafricano, en el que se minimiza su lucha política hasta convertirla en proeza deportiva, es una de las películas más desparejas de un realizador siempre interesante, a veces genial y casi siempre libre.
El plano general de apertura de Invictus sintetiza un problema político y es una introducción al nudo narrativo: un grupo de hombres caucásicos juegan al rugby en un terreno cercado. La cámara flota sobre el campo y en un paneo de derecha a izquierda cruza la calle y revela otro partido. Allí están los negros, los que vienen soportando el apartheid desde 1948, y a los que les gusta el fútbol. Es la presentación de una sociedad escindida. Y todo quedará discursivamente explícito, pues por esa calle pasará el recién liberado Nelson Mandela, líder de la CNA, tras 27 años de cárcel. Es una fecha histórica: 11 de febrero de 1990, el comienzo de una política.
Cuatro años más tarde, Mandela es el nuevo presidente de Sudáfrica. Es la esperanza de una mayoría empobrecida, y un terrorista devenido en mandatario para los afrikáners, minoría blanca que establece las leyes, domina la economía y administra las fuerzas del orden. “Ganó la elección. ¿Podrá gobernar”, titula un matutino, y ante la molestia del guardaespaldas de Mandela, quien lo acompaña a caminar todas las madrugadas, “Madiba” responde: “Es una pregunta legítima”. Es su primer día de gobierno.
¿Cómo gobernar una nación fragmentada, esencialmente antagónica y signada por un racismo extremo? Según Invictus, apostando a uno de los fenómenos paradigmáticos de nuestro tiempo: la identificación primitiva y mítica de una multitud con una gesta deportiva, un procedimiento mágico por el cual quienes están enfrentados conjuran sus diferencias en favor de un objetivo mayor. Aquí, ganar el mundial de rugby de 1995, organizado por Sudáfrica. Una tarea hercúlea, no solamente por el dudoso nivel de los Springbok, el equipo nacional capitaneado por Pienaar, sino por el odio popular a este deporte “de rufianes, jugado por caballeros”.
En esta manipulación benevolente y legítima estrategia de poder, Mandela diseña una pedagogía: democratizar el rugby, llevarlo a los suburbios y las aldeas, desligarlo de la supremacía blanca y unir a 42 millones en una pasión colectiva. La utopía depende de un campeonato, e Invictus desarrolla todo su relato en torno a la consagración deportiva como metáfora explícita de un deseo mayor: la reconciliación de una sociedad consigo misma. Una táctica elemental, si se quiere, pero efectiva, no siempre al servicio de la democracia, como en este caso (¿acaso los goles de Kempes y Bertoni no constituía la ilusión de 25 millones de almas unidas por un seleccionado, un modo siniestro de minimizar y anestesiar la dolorosa división de un país aterrorizado?).
Políticamente reduccionista y narrativamente clásica, Invictus es una nueva meditación de Eastwood sobre la violencia, aquí bajo el signo de su disolución a través de un cántico supuestamente universal que propone dejar el pasado en el pasado en función de poder diseñar un nuevo futuro, en donde el perdón y la no violencia gandiana constituyen virtudes públicas. Se trata, efectivamente, de una sociología cándida que desconoce o desestima el conflicto social. En ese sentido, Eastwood elige despolitizar para poder catequizar. Aquí, Mandela es un avatar de Gandhi, más un sabio que un estadista, más un gurú en la casa de gobierno que un hombre de lucha, que, si bien abrazó la no violencia, no desestimó, de ser necesario, la lucha armada. Así, las pocas escenas que transmiten malestar y disidencia se resuelven con celeridad y ligereza: la votación contra los Springboks y el color de su camiseta en un mitin de la CNA, el rol de la tercera esposa del mandatario, y el conveniente fuera de campo de un personaje central de este momento histórico: Frederik de Klerk, a quien Mandela relevó y que fue su vicepresidente. El máximo riesgo político pasa por la relación entre guardaespaldas blancos y negros, un vínculo de tensión constante durante todo el metraje, y donde Eastwood, acertadamente, mantiene la sobriedad y la cautela: tras la victoria, no hay abrazo, sino un mero apretón de manos. La reconciliación no es instantánea, necesita tiempo y trabajo, sugieren esos pasajes.
Invictus carece de la complejidad y del humanismo refinado del díptico Cartas de Iwo Jiwa y La conquista del honor, y de la poética libertaria de Gran Torino. Es un filme de Eastwood, sin duda, pues cuando Invictus se transforma en un filme deportivo, la masculinidad y el liderazgo surgen como temas secundarios, aunque aquí la novedad consiste en sustituir su propensión a retratar héroes solitarios por una indagación, que no es exhaustiva, del heroísmo colectivo. En última instancia, el héroe de Invictus es un equipo, una nación.
Eastwood, como buen cineasta clásico que es, hace invisible su estilo, aunque en esta oportunidad musicaliza más de la cuenta y apuesta al riesgo formal cuando posiciona su cámara dentro del campo de juego como si se tratara de un jugador óptico. Los scrown adquieren una visibilidad inusitada y los cuerpos de los jugadores en movimiento son objetos de escrutinio; así, los ralentís profundizan el suspenso del partido y particularizan las exigencias físicas de los “combatientes”. Que los contrincantes en el partido final sean los All Blacks es una ironía azarosa, como una moraleja; después de todo, la historia de Nueva Zelanda no es precisamente un prodigio de tolerancia racial, y son “todos negros”.
Basada en el libro de John Carlin, Playing the Enemy, Invictus es más didáctica como introducción a un deporte que como lección política e histórica. El plano final, en el que los viejos “esclavos” juegan al rugby, un correlato del plano que inaugura la película, es más una expresión de deseo que una postal de Sudáfrica 2010. La injusticia social, el sectarismo, la desigualdad en todos los órdenes y la precariedad material del país de Mandela exceden la ilusión contingente y transitoria de percibir fraternidad cuando todavía la libertad y la igualdad son aspiraciones y posibles conquistas en un horizonte lejano.
Esta crítica fue publicada en el diario La Voz del Interior en el mes de enero 2010.
Roger Alan Koza / Copyleft 2010
«Invictus» es coherente con «Gran Torino» y su poética del salvador providencial y exterior (típico del western más conservador), en este caso representado por el deporte… que no en vano es un deporte blanco (mirá si los blancos iban a jugar el deporte de los negros…). Y es que «Invictus» es la versión blanca (progre, claro) del conflicto. «Blanca» en todo sentido: despolitizado y pasteurizado.
Lo que excede al film (en parte porque no la puede reivindicar) es la discusión sobre la «reconciliación»: no se puede «reconciliar» opresor y oprimido. Mandela se avino a la realpolitik, para evitar una posible «guerra civil» (como Perón en el ’55, salvando las distancias): entre la sangre y el tiempo, prefirió el tiempo…
Excelente análisis. Coincido plenamente.
A pesar de que la película me gustó no puedo discutirte ningún pasaje de tu crítica. Me parece que acá Eastwood camina por la cuerda floja del sentimentalismo y la simplificación pero no llega a caerse. La película vale más que nada por esa cámara metida en el medio del partido.
Muy buen post!
Marto: pienso un poco como vos, y también como Nicolás, y con matices distintos a los tuyos y a los de Nico.
Respecto de la reconcicilación, Nico, pienso exactamente eso, pero me gustaría poder concebir algo que no sea ni sangre, ni tiempo. ¿Cómo lo ves?
Caro: gracias por tu apreciación. RK
Lo veo difícil, Roger. Porque no se si hay otra opción fuera de la sangre o del tiempo. De hecho, ni siquiera el tiempo es una verdadera opción: solo se trata de «patear para adelante» el conflicto (lo que Perón no quiso enfrentar en el ’55 estalló finalmente en el ’76). En el mejor de los casos el tiempo se puede extender más, y los conflictos diluir en una prolongada y «amable» dominación… Pero eso no significa que no haya sangre fluyendo: solo lo hace en un tiempo más largo y se nota menos. (Alguien podrá decir que el contraejemplo perfecto es la «revolución» inglesa, en la que solo fluyó la sangre de un rey -en comparación con la francesa, que oxidó la guillotina…-, pero me parece la excepción que confirma la regla. Claro que yo soy un jacobino irrecuperable… salvo en el cine).
Me da la sensación que con esta película pasa lo mismo que con las películas americanas sobre el Holocausto: se apropian de la historia oficial universal y la simplifican a tal punto que un partido de Rugby termina siendo el elemento reconciliador de un enfrentamiento racial que se remonta a muchísimos años atrás y de un odio que esta grabado en lo más profundo del inconsciente de las sociedades (incluyendo las nuestra).
Cómo sería la película si el autor detras de la cámara hubiera sido Chris Marker. Pienso en la Spirale. Saludos.
Si , es verdad. La pelicula te muestra un mandela muy »perfecto» , y que seguramente no era asi ; pero me parece injusto que la metas en la misma categoria que »AVATAR» ya que estamos hablando por un lado de una buena pelicula( aunque tenga sus errores) y por otro con una copia barata de »danza con los lobos» echa mayormente a computadora y haciendose pasar por la pelicula del siglo.
Esta es una pelicula simple , inteligente y que cumple con su objetivo , y aunque no este a la altura de cartas de iwo jima (en mi opinion) sigue siendo una muy buena pelicula de el gran Eastwod.
Sean: creo que es un film casi aceptable, y no está, sin duda, entre lo mejor de Eastwood. No sé por qué decís que está en la misma categoría de Avatar, excepto por la calificación que le he otorgado, lo que no es del todo relevante. Avatar tiene algún mérito en términos técnicos y algún que otro pasaje nocturno en Pandora. Lo mismo ocurre con Invictus: sus escenas deportivas son muy buenas. Otras son muy malas, como los planos yuxtapuestos de Mandela preso y el captain mirando e intentando entender el pasado del líder de su país, que remite a lo peor de Eastwood en años: El sustituto. No tengo dudas que hay grandes películas de Eastwood, y Cartas de Iwo Jiwa, está entre ellas. Saludos. RK
Queridos amigos: Os invito a compartir un vídeo, que fue filmado en mi intervención en el encuentro de educadores que tuvo lugar en Barcelona, con motivo de los talleres dirigidos por Noemi Paymal sobre Pedagogía 3000. Su título es “Educar más allá de las creencias: liberando al corazón”. A ver qué os parece…
La dirección para acceder a él es:
Felices encuentros. Un cordial abrazo
Carlos González
P.D Temática del vídeo:
¿Cómo puede un maestro empoderar a sus alumnos? O lo que es lo mismo:
¿Dónde está nuestro poder para cambiar las cosas que no nos gustan, para cumplir nuestros sueños….? ¿Por qué no podemos aplicar todo lo que hemos aprendido en seminarios y talleres? ¿Qué nos impide como educadores enseñar de otra manera? ¿Qué pasa con nuestro valor…? ¿A qué tememos y por qué…?
No existe la cobardía, sino los obstáculos al valor
Esos obstáculos están en nuestras creencias, muchas veces invisibles para nosotros mismos. Reconocerlas y saber jugar con ellas es la clave para ceder el poder al corazón, y conseguir el empoderamiento de nuestros alumnos o hijos.
Para más información:
ladanzadelavida12.blogspot.com
Nada en particular tengo con su comentario, Carlos González, pero no entiendo por qué tengo que aceptar su comentario. ¿Es publicidad? ¿Es un comentario indirecto sobre Invictus? En fin, si quiere dejar algo en otra ocasíón, intenté que sea relevante al post inicial. RK