LA CRÍTICA PROGRAMADA

LA CRÍTICA PROGRAMADA

por - Varios
08 May, 2018 02:47 | comentarios
Más allá de las cuestiones relacionadas con una diatriba de un crítico dedicado a otro, este texto intenta identificar algunos problemas propios del ejercicio de la crítica.

Decía Roger Koza en su texto para el libro del 20 aniversario del Bafici (pedido por el editor bajo la consigna “el Bafici y yo”) que “el yo no es necesariamente un signo de una expresión literaria singular, pero (…) ese estilo suele ser un refuerzo innecesario de la posición en, y posesión de, la palabra, estilo que está asociado a la cultura cinéfila. La subjetiva nunca es de nadie”. La intervención de Roger discute una vez más “un modo de hacer la crítica”, como llamó Quintín a la “aguda defenestración” que le dedicó Marcos Vieytes, que empieza diciendo que “la alusión a mi libro Subjetiva de nadie me hizo acordar de unos párrafos que escribí hace un tiempo y no publiqué por motivos que ahora no vienen al caso. Los publico porque antes que jugar el juego de las alusiones prefiero la discusión directa”. Todo lo que viene después es una defenestración cuya agudeza solo puede percibir quien tenga la misma inquina previa contra el crítico en cuestión, ya que bajo la excusa de “La crítica programadora” (tal el título elegido) se realiza un ataque ad hominem, y una defensa indirecta de otro “modo de ejercer la crítica” que nunca dice su nombre, aunque juegue a la “discusión directa” mientras oculta lo que “no viene al caso”.

Vieytes “recordó” los párrafos que se había guardado hasta que leyó “la subjetiva nunca es de nadie”, y respondió con un ataque personal lo que es una discusión crítica, del que su título funciona apenas como epígrafe. El crítico forjado en amante escuela de obra así de mensajero, para que el mentor pueda dejar un tuit cobarde y evitar una vez más la discusión, que tampoco él protagoniza porque viene de mucho más atrás, del cahierismo bobo que fue el baluarte de tanta revista de cine con ínfulas. Los amantes siempre se reencuentran.  El estilo persiste, cansino: gracias que solo pueden serlo para los pares, intuiciones que empiezan o acaban en falacias, arrogancia disfrazada de calle.

Y así se acaba, tarde o temprano, como en esta sobre la “crítica programadora” que elude a todos los críticos-programadores (incluso a ex compañeros y actuales admiradores, claro) para solo ensuciar a uno, que debe ser justamente el más transparente y honesto de todos. Entre otras cosas porque el programador (subjetivo) suele abandonar la crítica para que no sea un mapa de sus inquinas, mientras que el crítico (objetivo) puede programar incluso aquello que no es de su gusto, y no necesita abandonar el ejercicio crítico: lo asume todo el tiempo ante nuestros ojos.

Koza publica habitualmente una nota por día en este sitio, pero Vieytes cita posteos de Facebook, cuando no busca afanosamente en cada texto una frase que pueda ser usada en su contra. Probablemente ningún crítico sobreviviría a que le cuenten así las costillas (empezando por el propio Vieytes), menos si se lo lee tomando minuciosamente nota en un diario que rezuma inquina personal. Pero así entiende su ejercicio la crítica programada, la que cree “escribir sobre el cine y las películas sin otra dependencia que la dada por los propios conocimientos y gustos”.  Repitamos: conocimientos y gustos, igualados (como si el conocimiento fuera un gusto más que se da el crítico). Estos son los “prolijos y escasos anaqueles” de una crítica que se cree a salvo de cualquier tensión ideológica.

Y así llegamos al verdadero trigo de la discusión, cuando sacamos la paja subjetiva. Lo que le molesta a los Vieytes es dividir al mundo entre “el subjetivismo diletante y el contextualismo hiperbólico”, como hace Koza. Como probable representante de lo segundo, yo mismo podría discutir la clasificación, pero no negarla, y menos sentirme atacado.  Porque podemos y debemos discutir las “formas de ejercer la crítica”, solo que no del modo bélico y autoindulgente que la crítica programada ejerce sobre los que no apañan su aparente cruzada libertaria.

He ahí el oxímoron que es su guía (porque jamás se hacen cargo de sus contradicciones): la cruzada antimoralizadora. Y ya sabenos que no hay nada más moralista que un antimoralista (que no es lo mismo que un amoralista). Ahí es donde esta crítica subjetiva encuentra su destino antiprogresista., convirtiendo la necesaria crítica de la corrección política (cuando se lleva al absurdo) en la mera negación del compromiso ético. “De la abyección” rivettiana reducida a preceptiva parodia, se pasa a una crítica hedonista que hace del nihilismo la única salida. Ese nietzscheanismo bobo (si me lo permite Vieytes) es el horizonte cultural de nuestra época.

“Faltar al respeto heredado a las instituciones culturales de las que se es funcionario” es ya parte del paisaje gubernamental. Más bien hay que defender algunas instituciones, antes de que se las lleven puestas con una mueca de júbilo idiota. Del mismo modo, hay funcionarios sin cartera y ad honorem, como los críticos marginales que terminan defendiendo el statu-quo . Por eso necesitamos una objetiva de todos, para ver a qué intereses objetivos sirve la crítica subjetiva… “El crítico entendido como escritor-contendiente y disidente incluso de sí mismo” es el que pelea contra la corriente, es decir, contra los imperativos de su tiempo.

Para terminar, permítanme una subjetiva que viene al caso: yo (objetivamente hablando) sufrí en carne propia a “la crítica programadora”.  Pero ni aun así hice un ataque ad hominem, porque lo importante son las políticas a las que sirve. Debería saberlo bien alguien que hablaba de “hacerse la crítica” antes de abandonar ese sitio que nunca se hizo cargo de su nombre. El de “ojos  abiertos” tiene más interpretaciones que la superficial  reducción de Vieytes (que lee ahí “legislación moral, asepsia emocional e involuntario absurdo burocrático típico de los lenguajes especializados”), y referencia entre muchas otras fuentes a Birri y Saer (por solo hablar de dos santafesinos…). Ciertamente uno es tan amplio como le permita (a) su mirada.

Concluye Vieytes que “si la escritura crítica no consigue ser creadora, indisciplinada y desafiante, será fatalmente normativa”, cosa con la que es imposible estar en desacuerdo, como con cualquier slogan de campaña. Pero como todos sabemos (del 68 al 2018, hayamos leído o no a Foucault) los abanderados del cambio no son necesariamente revolucionarios, sino guardianes de una nueva normatividad.  Ese es el verdadero “consenso utilitario” de nuestra época, y nada lo refleja mejor que el programa de la crítica subjetiva (que nunca es de nadie).

Nicolás Prividera / Copyleft 2018