CARTAS CANINAS (11)

CARTAS CANINAS (11)

por - Festivales
26 May, 2008 02:48 | comentarios

Por Roger Alan Koza

FESTIVAL DE CANNES 2008

Queridos amigos, cinéfilos y lectores:

Última entrega, ya no desde Cannes sino de un pueblito perdido del sur de Francia, Puyloubier, lugar en el que venimos todos los programadores del festival de Hamburgo a discutir y decidir la estructura final de nuestro festival.

Vimos la entrega de los premios por la televisión francesa. Breve, aburrida, glamorosa, con celebridades que están definitivamente locas y con un solo momento placentero y genial, a contracorriente de la exhibición permanente de anoréxicas y estiradas que hablaron en la ceremonia, o el show off de los artistas consagrados que están más allá de todo: Valérie Lemercier, la actriz de Viernes a la noche de Claire Denis (y también directora), le dio el trofeo canino a Benicio Del Toro por su interpretación del Che en el film de Soderbergh, y al hacerlo, se comportó como un ser humano. El resto vergüenza: los norteamericanos hablando en francés, Fath Akin, anunciando a un ganador sin saber quién era hasta que Penn terminó diciéndolo, y esea hollywoodismo afrancesado que sobrevolaba a cada instante, no solo en premiación, para ser precisos.

Pero Cannes sigue siendo relevante, a pesar de sus contradicciones evidentes y concesiones inconfesables. Por lo pronto, Entre los murs, el film de Cantet, de no haber ganado,  probablemente nadie hubiera pensado en distribuirla y estrenarla. Su suerte ahora será otra. Es que Cannes ayuda a: 1) que un film posea mayor visibilidad y deje de ser desconocido; 2) que su distribución alcance un cierto acceso al mercado internacional. Pero más importante aún es que en Cannes todavía se programan películas como la de Davies, Serra, Alonso, Jia.

Entre les murs, el inteligente film del director Laurent Cantet, una exploración fascinante sobre la compleja interacción entre docente y alumnos durante todo un ciclo lectivo de una clase perteneciente a un colegio secundario parisino, fue una legítima sorpresa.  

Rara vez gana un film que se exhibe el último día de competencia. Entre les murs es un regreso al cine social que caracterizó la opera prima de Laurent Cantet, Recursos humanos. Ahora no es una fábrica sino un colegio, pero su punto de interés, como en su primer film, pasa por entender cómo las instituciones son históricas y cómo éstas afectan y constituyen la vida de quienes viven en ella. En la línea de Juegos de amor esquivo, el film ganador también remite al cine documental de Frederick Wiseman, pero aquí licuado por un tipo de ficción en el que se puede constatar mucho ensayo y no por eso le resta frescura, sustantivo que no me gusta, debo decirlo, pero que en este caso sí se justifica.

Los 24 alumnos, el profesor y otros de sus colegas develan cómo las instituciones piensan por nosotros. El aula es un microcosmos, una miniaturización del orden simbólico de una sociedad. En ese sentido, la primera lectura del film obliga a yuxtaponer la actualidad sociológica de Francia con el propio universo áulico, y sin dudas no es descabellado observar la repetición de conflictos étnicos consabidos de esta sociedad. Pero hay un atributo universal e interesante del film de Cantet que lo desmarca de ser un espejo políticamente correcto de una sociedad rica e injusta como la francesa. En uno de sus mejores pasajes, el profesor le pide a sus alumnos que expresen qué han aprendido durante el año. Una de las alumnas más peleadoras dirá que leyó La República de Platón, otro citará el teorema de Pitágoras, y otros elegirán otros contenidos más o menos relevantes. Pero cuando todos finalizan de decir lo suyo, una alumna se le acerca al profesor y en privado le confiesa no haber aprendido nada: «No entiendo qué estamos haciendo aquí». Es una revelación, y una sentencia que traspasa su aplicación nacional y se universaliza en muchos contextos. Aquí hay una intuición y un acertijo sobre ciertas transformaciones acaecidas en la práctica educativa, que ha dejado de ser un espacio de democratización y transmisión de conocimientos para secretamente instituirse como un laboratorio de convivencia social en el que se insiste tozudamente sobre cómo vivir junto a otros, y, en su defecto, ver si se puede todavía enseñar algún tipo de materia curricular de índole académico. En efecto, existe un currículum oculto excluyente, cuya misión es garantizar en los sujetos un cierto aprendizaje vital y racionalmente asumido sobre cómo convivir.

Desprovista de toda música extradiegética y meticulosa en la musicalidad discursiva de sus protagonistas, Entre les murs, al investir la vida en el aula a través de una lógica dialéctica sostenida, ésta más que un aula deviene topológicamente en un ring size imaginario, o como prefiere pensar a Cantet, en una cancha de tenis. Sea cual fuere la metáfora, se trata de una polémica horizontal: todos luchan al mismo nivel, no solamente en términos discursivos, sino también, cuerpo a cuerpo. Así el campo y contracampoano regulan la sucesión y ordenamiento de planos, aunque cada pasaje fuera del aula, la posición y altura de cámara se distiende en el plano general.

Los jóvenes de Cantet sacudieron la opulencia y el glamour de Cannes. Permitieron recordar que si el cine sirve para algo es para ver lo que no se puede ver sin una cámara.

El optimismo crítico de Cantet contrasta sin dudas con el pesimismo caótico de Pablo Agüero, y también con el carácter universal de Entre les murs, pues Salamandra ha sido para el extranjero canino una película extremadamente localista. Puede ser, si el espectador no pretende hacer un mínimo esfuerzo.

Salamandra no pasó desapercibida; Pablo Agüero, quien había ganado con su corto Primavera Nieve hace dos años, volvió con una película que puede irritar pero también sorprender, y sin duda es un film que patentiza muy bien cómo la última dictadura atravesó la subjetividad colectiva de los primeros años de la democracia, en un filme en donde se sugiere que el misticismo y neohippismo de la década de los ’80, representado por el éxodo juvenil a la localidad de El Bolsón, fue un modo inconsciente (e ineficiente) de protegerse ante lo insoportable de una realidad muy dolorosa.

«Krishnamurti dice que vivir sin hogar es como vivir sin cuerpo», dice una madre descentrada y desorientada, interpretada por Dolores Fonzi, a un familiar que cuidó de su hija mientras ella estuvo presa en tiempos de militares. Ha estudiado, está capacitada y quiere empezar de nuevo. Su hijo no la reconoce, pero sabe que es su madre. Y si bien es un niño entiende casi todo. Restablecer un vínculo, aquí también implica buscar un nuevo lugar en dónde vivir.

Los primeros minutos de Salamandra son alborotados y confusos. Hay urgencia y desorientación, y eso se traduce en la puesta en escena. Todo se mueve, no hay serenidad, es la percepción de un estado de conciencia, y Agüero elige un dispositivo formal en consecuencia. Fonzi dispara sus palabras como si tuviera diarrea y la mierda le saliera de la boca. Es un sujeto sufriente que no habla para comunicarse sino para sobrevivir.

Película personal y catártica, Salamandra molesta por su esmero en suspender indeterminadamente toda posibilidad de reconciliación. Es un film gritón, de puños contenidos, de delirio colectivo y definitivamente sin padres, es decir, sin ley. En Salamandra los límites son inexistentes. Se anda en pelotas, se coge, acaso un striptease ontológico generalizado, además de fisiológico. En un pasaje delicado, Fonzi en bolas dialoga con su hijo sobre si debe o no estar con un nuevo amante. Están en la ducha, y aunque ella hable de Edipo, la referencia es deconstruida por la desnudez de su madre y su promiscuidad exhibicionista.

En algún sentido, hay una semejanza significativa con Tony Manero, cuyo personaje fluctúa entre la psicosis y la invención de una fantasía no menos demente, aunque ocasionalmente operativa, la ser un nuevo John Travolta y neutralizar la locura colectiva oficial. La diferencia es que en Salamandra, la generación de sobrevivientes de la dictadura apela ya no a tomar la identidad de un caucásico bailarín de soul, sino a conformar una suerte de identidad holística y gestáltica en consonancia con un nuevo orden cosmológico y una sociedad alternativa, más libre, menos consumista, y sin saber por qué, menos política. Agüero parece conocer a fondo la paradoja, y por ello hace de la disyunción del discurso respecto de la práctica, su principal herramienta de denuncia: se podrá hablar de una vida nueva, pero lo que se ve es pura decadencia. (En Mesto na zemle, de Artour Airstakisian, se repite, en otro contexto histórico y político, algo parecido a lo que se ve en Salamandra).

Salamandra es un film desparejo pero siempre interesante. Al no ser condescendiente tendrá siempre sus detractores. Además, es una película que va a contramano de un tendencia cultural en alta: el oscurantismo new age, difusa corriente espiritual de clase media que, entre otras cosas, ha decretado tierra santa y lugares sagrados a pueblos como El Bolsón o cerros como el Uritorco. Agüero no hace cine loto. No tendrá adeptos.

Cannes ha concluido. Ya sabemos quiénes fueron los ganadores. Algunas películas se verán en los cines o en otros festivales. Eventualmente, alguien las bajará de Internet o las comprará en DVD. De esta edición recordaré la mañana que vi Les cants dels ocells, de Albert Serra, los primeros minutos de 24 city y algunos otros planos de películas sobre las que escribí. Por trabajo no alcancé a ver la última de Terence Davies, Of time and the City. Su Voces distantes ha sido siempre una de mis películas favoritas.

El cine ha sido siempre la vía más eficaz hacia la alteridad y un método de conjura ante mi propia estupidez e ignorancia. Espero haber podido honrar lo que cada película suscitó en mí. Y como venir a Cannes (por tercer año consecutivo) lo sigo viviendo como un privilegio, decidí hacer un esfuerzo mayor y escribir estas cartas caninas. De algún modo, se trato de la exposición de mi propio aprendizaje y un imperativo, si se quiere moral, de compartir el día a día con conocidos y desconocidos.

Llueve en Puyloubier y hace un poco de frío. Cannes, ya es cosa del pasado.

(Serie concluida)

PS: agradezco profundamente la generosidad de Quintín y Flavia por linkear este blog en su LLP www.lalectoraprovisoria.com.ar, sin dudas, una de las experiencias más ricas en materia de literatura y critica libre en la web. Mi reconocimiento, mi expresa gratitud y mi deuda para con ellos.

FOTOS: 1) Elenco y Cantet recibiendo la palma de oro; 2) fotograma de Entre les murs; 3) Fotograma de Salamandra; 4) fotograma de la gran película de Cannes 2008: El cant dels ocells.

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