LUIS BUÑUEL. CORRESPONDENCIA ESCOGIDA

LUIS BUÑUEL. CORRESPONDENCIA ESCOGIDA

por - Libros
30 Oct, 2018 01:54 | Sin comentarios
El género epistolar es hermoso. Pocas veces accedemos a la correspondencia de cineastas. Aquí, Natche celebra la reciente aparición de un libro que reúne cartas de Luis Buñuel.

AFECTUOSAMENTE, LUIS

«Mañana, a las tres de la tarde, os espero a los dos solos en el callejón que hay en la facultad». Esta nota de amenazante tono autografiada por un Luis Buñuel de nueve años es el primero del casi millar de documentos escritos y recibidos por el cineasta aragonés entre 1909 y 1983 (año de su fallecimiento) que, en riguroso orden cronológico, componen este libro. Se trata de la más importante recopilación publicada nunca de la correspondencia de Buñuel. De cartas, principalmente —seleccionadas, en aras de la legibilidad y utilidad de la obra, de entre las más de 2.000 epístolas conservadas—, aunque también de otras formas de comunicación escrita como telegramas, tarjetas postales, invitaciones o dedicatorias; un legado que se había editado hasta ahora de manera parcial y que en buena parte permanecía inédito.

Parece razonable pensar que el mosaico formado por las misivas de toda una vida puede revelar el retrato más desnudo de una persona, invitada por la interlocución silenciosa y diferida del papel a volcar una interioridad inhibida en otro tipo de manifestaciones. Esa «cercanía mentirosa o distinta» que un suspicaz Jorge Luis Borges atribuía a las cartas, las vuelve también un vehículo útil para compartir aquellos avatares prácticos de la vida social —minucias domésticas o auténticos dilemas— que no tienen cabida en otros ámbitos. Sin embargo, es probable que los epistolarios como este sean ya un vestigio de otra época en que el afán de comunicarse salvando la ausencia física exigía una disciplinada ordenación alrededor de las cartas. En la actualidad, cuando la tecnología provee de innumerables métodos para acceder a la persona lejana de modo instantáneo, la continuidad del sujeto se fragmenta y desintegra a través de chats, redes sociales, teleconferencias en vídeo y correos electrónicos, volviendo cada vez más estéril la tarea de rastrear una vida a través de su testimonio escrito; como si, para el corresponsal, la extensión espacial y temporal que en el pasado le separaban del destinatario fuera asimismo condición necesaria para merecer la atención de un ignoto lector futuro.

Según nos indican en la muy informativa introducción a este volumen sus editores —la investigadora británica Jo Evans y el español Breixo Viejo—, las compilaciones de cartas de cineastas son bastante infrecuentes. Los libros dedicados a los epistolarios de Jean Renoir (publicado originalmente en inglés), Elia Kazan, Pier Paolo Pasolini, Glauber Rocha y François Truffaut son casos excepcionales. Además de por las dificultades propias de acceder a una colección de documentos habitualmente dispersa o mal conservada, el motivo debe buscarse en una mal entendida «teoría de los autores» en que la creación del cineasta queda a salvo de las contingencias cotidianas a las que está expuesto: familia, amigos, compromisos pecuniarios… Sin embargo, los ejemplos citados o el mismo libro que nos ocupa confirman que es posible interpretar el intercambio de correspondencia como una suerte de biografía secreta donde se transmiten desconocidas y valiosas facetas del trabajo y la personalidad del autor.

A pesar de que en diversas ocasiones manifiesta su carácter ágrafo, Buñuel utiliza las cartas para reflejar su evolución como artista y cineasta desde la juventud. A comienzos de 1926, en París, confiesa por primera vez a su amigo Federico García Lorca el interés por el cine: la posibilidad de ser «un obrero más en la construcción de filmes» con el realizador Jean Epstein, en cuya película Mauprat (1926) debutará como ayudante de dirección y figurante. Por otro lado, durante esos años menciona reiteradamente la escritura de un libro en el cual deposita grandes ilusiones —Polismos (Narraciones)— y que de haberse publicado tal vez hubiera desviado su camino del cine para siempre. También tempranamente, las misivas del cineasta aragonés disipan cualquier leyenda acerca de su despreocupación por la técnica o el desinterés en los pormenores de la producción. En un escrito remitido a los vizcondes de Noailles —productores de La Edad de Oro (L’Age d’Or, 1930)—, el precavido director detalla la información necesaria para realizar una versión adicional muda de la película, de cara a su explotación comercial, con el fin de proyectarla en aquellas salas no dotadas para la tecnología parlante en los primeros años del cine sonoro.

Desde Un perro andaluz (Un chien andalou, 1929) hasta Ese oscuro objeto del deseo (Cet obscur objet du désir, 1977), la trayectoria profesional del cineasta español aparece tratada con proximidad en una correspondencia mantenida con Salvador Dalí, André Breton, Jean Vigo, George Sadoul, André Bazin o Francisco Rabal, entre otros numerosos interlocutores. En 1949, durante el exilio en Estados Unidos y México, Buñuel no oculta su desesperación cuando después de varios años en que ninguno de sus proyectos como realizador —«más de diez»— ha logrado materializarse, parece condenado a dirigir películas comerciales sin el menor interés y se plantea regresar a Hollywood (a pesar de que allí no tuvo una buena experiencia). Es con su película Los olvidados (1950), al encontrar la forma de encajar sus preferencias temáticas y estéticas en una producción de vocación popular, cuando se convence de que seguramente en México puede afirmarse como director sin resignarse a acatar todas las servidumbres del sistema industrial: «El país tiene muchos defectos, pero también grandes virtudes. Personalmente, ¿en qué país me hubieran permitido hacer Los olvidados y Subida al cielo (1952)?».

Además de encontrar el testimonio sobre la obra finalmente consumada para la posteridad, esta correspondencia nos da la posibilidad de seguir de cerca la elaboración de fascinantes proyectos truncados, como la adaptación para la pantalla del cuento de Julio Cortázar Las ménades, que iba a formar parte de un filme de episodios junto con Aura, de Carlos Fuentes. Buñuel tampoco llegaría a realizar la deseada versión cinematográfica de Under the Volcano (Bajo el volcán), la novela de Malcolm Lowry, ni de El lugar sin límites, de José Donoso, que finalmente dirige Arturo Ripstein en 1978. Otras hipotéticas películas no pasaron de ser una quimera, como la improbable unión en Hollywood con la actriz Jeniffer Jones, quien, conociendo la admiración del realizador español hacia su filme Jennie (Portrait of Jennie, William Dieterle, 1948) —según Buñuel, «uno de los cinco mejores largometrajes que nos ha dado el cine»—, le ofrece sus servicios en 1963 a través de su marido, el todopoderoso productor David O. Selznick.

En la inagotable bibliografía sobre Luis Buñuel, este libro es ya un título imprescindible dentro del grupo de publicaciones menos nutrido, aquel que integran las «fuentes primarias» generadas por el contacto directo con el cineasta, entre las que se encuentran sus conversaciones con Max Aub (publicadas en 1985), las mantenidas con José de la Colina y Tomás Pérez Turrent (publicadas en 1986 como Luis Buñuel: Prohibido asomarse al interior) y, por supuesto, las memorias escritas en colaboración con Jean-Claude Carrière, Mi último suspiro (aparecidas en francés en 1982). La labor de edición de esta Correspondencia escogida es modélica en todos sus aspectos; el exhaustivo corpus de notas no deja ni un solo nombre propio y término o hecho referido sin identificar adecuadamente a pie de texto. Por si fuera poco, sus páginas —de confortable papel ahuesado— se ilustran con una preciosa colección de fotografías que atestiguan los diferentes momentos de la vida del director representados por las misivas. En definitiva, tanto para el estudioso como para el simple aficionado, esta lectura es una magnífica oportunidad de revivir de primera mano una de las aventuras más extraordinarias del siglo XX: la filmografía de Luis Buñuel.

Jo Evans y Breixo Viejo (ed.), Luis Buñuel. Correspondencia escogida, Madrid, Ediciones Cátedra, 2018. 789 páginas.

Jaime Natche / Copyleft 2018