LAS VEREDAS DE SATURNO
Lo primero que hay que señalar es que la exhibición en el Malba en el marco del BAZOFI, el bizarro festival de cine organizado por Fernando Peña como película sorpresa y en una copia excelente en 35 mm. de Las veredas de Saturno, el gran film de Hugo Santiago -realizador argentino residente en París durante muchos años y hace poco fallecido- se trató de un auténtico acontecimiento que, lamentablemente, no contó con el marco merecido de público. La afirmación corresponde ya que era prácticamente imposible conseguir una buena copia del film ya que no se conocían copias fílmicas, no está editado, hasta donde sé, en DVD y las versiones disponibles en internet provienen de un VHS de bajísima calidad, por lo que este hallazgo de Peña es uno más de sus frecuentes aciertos.
Hay una suerte de consenso en que la obra maestra indiscutida de Santiago es Invasióny no existen demasiados motivos para refutarlo. Con guion de Borges y Bioy Casares es posiblemente la mejor traslación fílmica del universo de esos dos grandes escritores. La acción transcurre en una enigmática Aquilea (que no es otra que Argentina), y una Buenos Aires nunca nombrada pero reconocible, donde un grupo dirigido por un anciano, encabeza la resistencia a unos ignotos invasores. Se han hecho numerosas interpretaciones del sentido alegórico del film pero lo que más importe en él es el clima pesadillesco y misterioso que lo impregna y la originalidad de la puesta en escena con un riguroso trabajo de iluminación y montaje.
A diferencia de Invasión, la acción de Las veredas de Saturno transcurre en un París (aunque la referencia permanente es otra vez Aquilea) al que la iluminación de Ricardo Aronovich le otorga un tono oscuro y brumoso y en el que sus calles y domicilios (o convierten en un auténtico laberinto por el que deambula su protagonista, Fabián Cortes -excelente labor de Rodolfo Mederos), un bandoneonista residente en la ciudad hace años y que ha triunfado como músico pero que no logra superar el desgarramiento que le produce su exilio, algo que se manifiesta en periódicas desapariciones de los lugares que suele frecuentar. Por otra parte está obsesionado por unos presuntos encuentros con Eduardo Arolas, el gran bandoneonista y compositor argentino fallecido en París en 1924, de quien interpreta la música y ha grabado un disco.
Es posible que la presencia en el guion de Juan José Saer y, sobre todo, Jorge Semprún le otorgue al film un tono más abiertamente “político” que el de Invasión, presentando las distintas posiciones encontradas frente al drama del exilio, que pueden culminar incluso en el suicidio. En ese sentido, el propio Hugo Santiago interpreta un papel fundamental en una película en el que distintas situaciones que pueden calificarse como realistas están atravesadas por un tono marcadamente “irreal”, como el clima onírico que trasmite la ciudad, la fantasmagórica presencia de Arolas o un cacharro que se rompe y vuelve a aparecer misteriosamente intacto. Por otra parte el film también puede verse como un musical, con una fluidez de la cámara casi coreográfica, y numerosos pasajes en los que el grupo liderado por Cortés interpreta arriesgados arreglos de la obra de Arolas y temas propios. El último tercio del film agudiza los conflictos expuestos hasta desembocar en un final de tono abiertamente trágico, aunque de innegable coherencia.
Film de gran importancia, en mi opinión tan bueno como Invasión, es de esperar que tenga nuevas exhibiciones y pueda ser apreciado en su dimensión de obra notable y, para muchos, seguramente a descubrir.
Jorge García / Copyleft 2019
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