AY, SÍ SÍ SÍ (01): UN VIAJE SENTIMENTAL CON CECILIA KANG

AY, SÍ SÍ SÍ (01): UN VIAJE SENTIMENTAL CON CECILIA KANG

por - Entrevistas
28 Ago, 2019 05:18 | Sin comentarios
Esta es la primera de varias conversaciones proyectadas, más parecidas a charlas que a entrevistas cerradas, con cineastas nacidas y nacidos en los ochenta, cuyas películas aportan colores nuevos a la representación homogénea del cine contemporáneo.

1985 y sus alrededores. Pasaron diecisiete años desde los diecisiete. En este instante fecundo, imagino un archivo viviente hecho de afinidades electivas que van brotando y se van enredando.

Al final, entrego una consigna, una misión, un juego: en secreta correspondencia, pido que me manden nombres de cineastas, críticos y críticas que admiren, que lean, que puedan entusiasmar. Si son más bien poco célebres, mejor. Como el musguito en la piedra, se va dibujando un mapa de ruta tornasolado, antojadizo, con las voces de una generación que es la nuestra.

Este arco de alianzas queda, entonces, inaugurado con la conversación que tuvimos con Cecilia Kang en el bar porteño “Los Galgos” un sábado de julio de mucho frío bajo un sol resplandeciente.[1]

***

Julia Kratje: Después de ver Que viva el agua (cortometraje de 2012), Videojuegos (corto de 2014), Mi último fracaso (largometraje estrenado en 2016), Bicicletas (corto de 2018) y Reminiscencias de un recuerdo (un “ejercicio”, tal como Cecilia lo llama, sobre migraciones, filmado este año), se me ocurrieron varios tópicos para conversar, sin un orden específico de prioridades. Para empezar, me gustaría preguntarte cómo concebís el trabajo en torno al cuerpo, tanto en los documentales como en las ficciones. El cuerpo aparece como una zona de inscripción de marcas identitarias y étnicas, como un modo privilegiado de estar en el mundo y diferenciarse de los otros (“pero, en el fondo, nos sentimos muy distintas”, se enuncia en Reminiscencias…); además, decidiste exponer tu cuerpo frente a cámara mostrando algunas debilidades, insatisfacciones, inseguridades personales; y, a la vez, el cuerpo se enfoca con relación a la enfermedad que padeció tu hermana mayor, lo que conlleva una clara conciencia de la muerte a partir de la necesidad de volver a ordenar la vida.

Cecilia Kang: En Mi último fracaso, al principio pensaba que tenía que estar afuera del cuadro para tener una mirada distanciada de eso que quería contar, que en ese caso me permitiera adoptar una perspectiva crítica sobre la colectividad coreana. Pero, a medida que iba realizando la película, me fui dando cuenta de que la única forma de poder lograr justamente eso era haciéndome cargo de mi propio lugar: yo no era un ente ajeno a ese grupo, sino que también era parte. De hecho, las personas de las cuales yo me estaba apropiando para hacer la película eran muy íntimas y cercanas a mí. Es por esa razón que terminé apareciendo del otro lado de la cámara, cuando entendí que la única manera de hacerme cargo de lo que quería decir era estando ahí presente. En cuanto a la enfermedad, es una marca que tengo de por vida a causa de algo que ni siquiera me pasó a mí, sino a mi hermana. Son los fantasmas con los que uno convive, son cicatrices que van a estar siempre; no en un sentido negativo, sino al contrario: de repente uno empieza a encontrar una obsesión, un tema, y te gusta repetirlo, tratar de contarlo bien.

JK: Claro, como el asunto del viaje, que en tus films asoma una y otra vez. El diario de viaje, las vicisitudes y los desencuentros, las búsquedas, los traslados, la sensación de que el tiempo pasa sin que nada pase… Se trata de viajes que obviamente involucran movimientos en el espacio –donde, sobre todo, elegís mostrar el paisaje y la naturaleza desde un punto de vista contemplativo y reflexivo–, que intensifican desplazamientos subjetivos y afectivos.

CK: Con respecto a los viajes, el diario es un género literario que me encanta. Los viajes son viajes sentimentales, no sólo geográficos. Tras leer Ningún lugar adonde ir, Jonas Mekas me cambió la forma de pensar el cine y la forma de pensar la vida. Su libro me ubicó en una posibilidad de decir: “esto puede ser de otra forma”. Soy hija de inmigrantes y, por eso, estoy implicada con todos los viajes que antecedieron a mi propia vida,con todas las decisiones que me hicieron llegar hasta acá. Y todo eso, de alguna forma, se hereda, lo quieras o no.

JK: ¿Conociste, por casualidad, a Mekas personalmente?

CK: Tuve mucha suerte porque, en 2013, después de volverme loca con su obra y después de ver sus películas, en un viaje justo me lo crucé y sólo pude saludarlo y decirle que lo amaba, pero fue espectacular. Creo que es un gran maestro por su capacidad de mostrar cómo hablar de las cosas que te pasan de una forma muy sencilla.

JK: Me llama la atención la reiterada presencia del agua: en la canción final de Reminiscencias,en el mismo título de Que viva el agua y en la hipérbole de la inundación con ese desborde que allí se narra, en los peces de la primera escena de En este lugar (un corto filmado hace seis años, en la ENERC, que fue el primer acercamiento al mundo de las coreanas).

CK: La verdad es que, para ser honesta, nunca pensé esto del agua, pero ahora que me lo decís hay agua todo el tiempo, como en el largometraje que estoy desarrollando en este momento. El agua es como la cuestión del gusto: es algo que une otras cosas. La presencia del agua une las historias. Y, al mismo tiempo, tiene esa cosa de fluir, que es muy emocional.

JK: También, me gusta mucho tu exploración de las variadas formas del humor desde una mirada feminita, tal como se ve en la charla sobre el aborto y en el tratamiento mordaz e irónico en torno a la muerte de Sandro en Que viva el agua, así como en Bicicletas y en Videojuegos, donde ciertos personajes masculinos reciben un tratamiento burlón, que implica prestar mucha atención a las manifestaciones “delicadas” del machirulo; digamos, no a los varones que abiertamente se destacan por su misoginia, sino a los gestos mínimos, habituales, prácticamente automáticos, de la cultura machista.

CK: Sí, sí, tal cual. Valoro muchísimo el sentido del humor en lo que miro, en lo que me gusta. Para mí es también una forma de relajar, de quitarle solemnidad a las cosas, porque reírse de algo es una forma muy inteligente de poder no sólo expresarlo, sino leerlo bien. Respecto a lo que decís de los personajes, hay muchas situaciones que a mí me atraen pero que, quizás, solamente responden al gusto de ciertas mujeres, porque unos cuantos hombres me dijeron, a propósito de los pasajes más burlones: “esa parte no me gustó tanto”. Y eso me parece ya de por sí gracioso. En lo cotidiano, alrededor mío, las cosas que me molestan mucho son esos gestos totalmente invisibilizados por la sociedad, que en tantos varones aparecen como una resistencia, una falta de entendimiento, como si estuviesen ya programados y no pudieran darse cuenta. No se dan cuenta, aunque a mí eso me parece absurdo: ¿realmente podés no darte cuenta?

JK: Ese automatismo incluso recae sobre la relación entre crítica de cine y perspectiva de género, como, por ejemplo, cuando se pretende tener una visión sensible a esta problemática, pero lo único que se hace es reforzar el hábito de clasificar y encasillar. Esto se ve en Bicicletas, en la escena donde un hombre elogia la película de la protagonista por su “mirada femenina”.

CK: Después de que pasáramos el film en Rotterdam, se me acercó un grupo de chicas feminista a quienes les había gustado muchísimo, porque les parecía muy gracioso. Pero, con respecto a esa misma escena, varios hombres me dijeron que les resultaba “muy banal”. Cuando estrené el documental, Mi último fracaso, había algo que me parecía muy gracioso pero también raro: todas o casi todas las críticas que recibimos (que fueron relativamente buenas) hablaban de “una mirada femenina”. Entonces, yo me pregunto: ¿qué sería “una mirada masculina”? El cine es un contexto machista, si bien hoy en día hay una discusión muy fuerte. Sin embargo, a partir de esas observaciones que me hicieron en el estreno me llevaron a pensar que me estaban…

JK: ¿…rotulando?

CK: Sí. Era la primera vez que lo sentía, y me indignaba. Si esa película la hubiese hecho un hombre, ¿qué cualidades le hubiesen escrito? Por otro lado, hay un director que me encanta, Hong Sang-soo, muy criticado por las mujeres en Corea porque dicen que tiene una mirada bastante denigrante, lo cual es verdad cuando las trata como un objeto preciado.

JK: Pero tampoco es que Hong Sang-soo enaltezca a los varones…

CK: Claro, a mí justamente lo que me gusta de él es que muestra a la sociedad coreana tal cual es: aquello que tanto incomoda y molesta es exactamente así.

JK: La cuestión de la escritura también aflora mucho en tus films, sea dentro de la trama ficcional, como el relato sobre las tensiones, los deseos, los rodeos en torno la escritura como profesión y modo de vida en Bicicletas; sea como un procedimiento que se explicita en los textos sobreimpresos a las imágenes, con tonos expresivos y ensayísticos más que informativos (por ejemplo, en el corto Feriado, de 2011) o en la decisión de recurrir a la autobiografía en Mi último fracaso.

CK: Creo que Bicicletas es el proyecto más autobiográfico que hice hasta ahora. Te diría que fue como un recreo, porque lo filmé gracias a una beca del Fondo Nacional de las Artes, luego de cursar un taller de guion que estuvo a cargo de Martín Rejtman, quien daba una serie de consignas. La película, de hecho, salió a partir de una idea disparadora: dos bicicletas quedan hilvanadas por accidente con la misma cadena. La otra vez estaba viendo una entrevista a Kurosawa, donde decía que la creatividad surge de los recuerdos. Eso me pareció re lindo, porque es difícil que se me ocurran ideas nuevas. Hacer Bicicletas fue como un recreo porque, en paralelo, me sentía trabada y angustiada con la escritura del guion para el largo que estoy desarrollando. Entonces, era una forma de reírme de mí misma, de aligerar todo ese peso y, a su vez, de hablar del proceso creativo como trabajo.

JK: En Bicicletas, como en todas tus películas, la amistad y el deseo están focalizados desde las experiencias amorosas de las protagonistas. Creo que se trata de personajes y de vínculos pocas veces retratados por el cine actual, como las pequeñas aventuras de una pandilla de chicas adolescentes, la intimidad de una escritora, la admiración que expresás hacia tu hermana. Y el amor romántico, a su vez, está en vías de ser deconstruido, tal como parece indicar el propio nombre de un grupo de música que incorporaste a una de las películas, “El asesino del romance”.

CK: “El asesino del romance” es mi banda, es una banda real, cuyas canciones hablan todo el tiempo de los vínculos, de las relaciones amorosas. El amor es un tema que me encanta. Con el documental, precisamente, yo quería mostrar las relaciones sentimentales y afectivas.

JK: A veces, me da la impresión de que en varios documentales autobiográficos contemporáneos tiende a evaporarse o a difuminarse la dimensión del conflicto, ya sea entre acciones, entre personajes, entre posicionamientos sociopolíticos, entre situaciones económicas; más que contradicciones, suelen narrarse contrariedades, o en todo caso la dimensión del conflicto se traslada al plano insondable de las disquisiciones subjetivas, afectivas, siempre individuales (en las ficciones, en cambio, eso no ocurre tanto, ya que, por lo general, hay algún conflicto que desencadena la trama). ¿Te parece que podría ser un síntoma de la época? ¿Qué te llevó a querer rodar un documental en primera persona?

CK: Para mí, que me encanta ir al cine y sentir la oscuridad de la sala, el cine es un espacio de mucha contención. Literalmente, me ayudó a transitar los momentos más difíciles. Cuando filmé Mi último fracaso, me di cuenta de que hacer una película es algo completamente personal, íntimo, de cada uno, subjetivo, como quieras llamarlo… es lo que a uno le gusta. Una cosa que realmente aprendí es que una película no es terapia: se pueden exorcizar determinados fantasmas en una obra. A eso, al menos, aspiro yo, porque mi vida no es tan importante. En cambio, hay otros temas, como la dictadura, que implican un respeto a los que sí llevan consigo ese tipo de herencia. La cuestión sería ver cómo poder hablar de algo universal con algo completamente personal: me refiero a esos sentimientos que nos son comunes a todos.

[1]Agradezco y recomiendo a Lucas Canale por las desgrabaciones: ncanalelucas@gmail.com

Fotogramas: 1) Mi último fracaso; 2) Que viva el agua; 3) Videojuegos; 4) Bicicletas.

Julia Kratje / Copyleft 2019