HAN-CINE 2019. FESTIVAL DE CINE COREANO DE BUENOS AIRES: LA RIQUEZA DEL SUR
Unas cuantas décadas atrás, pasada la mitad del siglo XX, se empezó a discutir sobre las cinematografías de todo el mundo. De pronto, el espectador europeo y estadounidense que había confundido su territorio con el mundo y el cine de su región con la expresión universal del arte característico del siglo XX, vislumbró que en Egipto existía Youssef Chahine, en Senegal Ousmane Sembène, en Brasil Humberto Mauro y en Corea del Sur, Im Kwon-taek. El país del cine era infinitamente más extenso de lo que se creía, lección que aún se sigue asimilando.
Aquella revelación llevó a pensar qué significa la cinematografía de una nación. De inmediato, la noción de identidad reclamó su justificación. Es evidente que un territorio, una lengua, una historia común trabajan sobre las generaciones de un pueblo. Esto sí se trasluce en un film, pero una mirada atenta podrá entender que tales condiciones iniciales son variables entre otras.
Respecto del cine coreano, por ejemplo, y a propósito de la sexta edición de Han Cine -Festival de Cine Coreano de Buenos Aires, que va del 19 al 25 del mes en curso, la ostensible diversidad del cine de esa nación estará representada por las 12 películas que se exhibirán. ¿Qué tienen en común la mayoría de esas películas, además de una hermosa lengua cuya sonoridad casi cantada en los cierres de las oraciones ya resulta reconocible para muchos de los espectadores vernáculos?
Una evidencia: El diario secreto, Prisionero con ritmo, La fortaleza, National Bankruptcy Day, The Great Battle, por citar algunos títulos de esta edición, incorporan hábilmente eventos históricos o situaciones recientes o actuales de la vida social y se ordenan en un relato que suele inscribirse con frecuencia en las reglas de un género. Una hipótesis: puede ser ciencia ficción, cine de zombis, bélico, policial, de autor, pero en casi todas las películas coreanas la Historia reverberará de cierta forma en la articulación del relato. Este interés reiterado por trabajar desde la ficción la historia de un país es un rasgo distintivo.
Un ejemplo notable
En una temprana edición del BAFICI, a pricipio de este siglo, se proyectó una película delirante e inclasificable llamada Save the Green Planet! Su trama paranoica recogía signos reconocibles de la vida contemporánea de aquel entonces. Jang Joon-hwan, su director, tenía 33 años, y era una de las tantas promesas del emergente Nuevo Cine coreano, una cinematografía que experimentó a fines de siglo y principios de este un momento de gloria. En esta edición de Han, se podrá ver 1987, una película extraordinaria del mismo director y paradigmática de ese rasgo recién aludido.
La película de Joon empieza el 14 de enero de 1987 y viene precedida por una advertencia de que la historia a continuación está basada en eventos reales, aunque con algunas modificaciones, y de inmediato se puede observar al general Chun Doo-hwan, presidente de facto desde 1980, quien tomara el poder por casi 8 años. La famosa Masacre de Gwangju de mayo de ese mismo año, en la que miles de estudiantes murieron por la represión de las fuerzas del orden, se incluye en un fragmento clave en el que un personaje adquiere conciencia sobre la lucha incipiente que recuperará la democracia a fines de la década de 1980.
Lo que pone en marcha a 1987es la muerte de un estudiante detenido por la policía a cargo del Jefe de Investigaciones Anticomunistas, el señor Park. La razón de la muerte no será ajena a la audiencia argentina: después de propinarle un sádico “submarino” al joven en cuestión, este no pudo sobrevivir a la brutalidad del castigo. El film va de ese acto microscópico al inesperado levantamiento popular en defensa de la democracia, suscitado, entre otras cosas, por ese caso que podría haber sido uno entre otros. La obscenidad por negarlo es inaceptable.
Lo notable de todo esto es cómo Jang se las ingenia para distribuir situaciones que tuvieron lugar en una narración marcada por la lógica del género policial, donde se puede constatar tanto el funcionamiento de las instituciones de un país y el alma de los personajes. 1987 alcanza a delinear el funcionamiento de la justicia, la policía, las universidades, las instituciones religiosas y la prensa, mientras que el elenco coral revela en pasajes ocasionales cómo puede afectar una dictadura la vida personal. Y 1987 llega incluso a incluir una historia de amor, y todo resulta orgánico al universo cinematográfico, cuya gramática es de una elegancia y eficacia admirables. Basta con prestar atención a una persecución que se inicia en una iglesia y culmina con todo el pueblo en la calle para verificar el dominio del ritmo y la noción de espacio, que es el secreto dinámico de todo el film.
Lo magnífico de 1987 pasa por dejar ver las estrategias vitales de los ciudadanos ante la razón de Estado que conmina y pide acatamiento. Y es una gran película, ya que puede asir la pertinencia de un término del que se abusa a menudo en toda discusión política, la resistencia. Hablar aquí de esa contrafuerza ciudadana contra un poder castrense ubicuo se justifica, porque el film vindica el hartazgo impredecible de un colectivo difuso ante las fuerzas de los canallas.
Los grandes autores
A fines de mayo, Bong Joon-ho llegó al aeropuerto de Seúl con la Palma de Oro bajo el brazo y una multitud lo ovacionó en su llegada. Parecía el recibimiento que se le prodiga a una selección campeona de fútbol, no a un cineasta. ¿No hubo un tiempo en el que los cineastas estaban más cerca del pueblo? Parasite es una película que reconoce microscópicamente los problemas de los que no están en la cima del edificio social, sin por ello conjurar el entretenimiento que se puede aspirar al pagar una entrada. Dicho de otro modo, el cine de Bong es popular, cualquier espectador puede acceder a sus historias y sentir quizás una ligera identificación con los personajes.
En esta edición se proyecta una obra maestra (Memoria de un asesino) y dos películas grandiosas (The Host y Madre), tres películas muy distintas respecto del género en que se inscriben (policial, terror y drama, respectivamente) y los temas que se despliegan (el intento casi imposible de atrapar a una asesino serial en un lúgubre momento histórico de Corea del Sur; la aparición de un monstruo capaz de destruir y devorarlo todo, criatura surgida de un experimento científico estadounidense en Corea; el amor incondicional de una madre por su hijo con problemas mentales al que se acusa de haber asesinado a una joven), pero que mantienen una misma poética en la que se privilegia una construcción respetuosa de todos los personajes, una fluidez narrativa clásica y recursos formales múltiples (planos secuencia virtuosos, ralentís inesperados, elipsis precisas).
Como si esto fuera poco, el festival proyectará la última película estrenada a la fecha de otro maestro inimitable: Hotel by the River, de Hong Sang-soo, el cineasta especializado en las peripecias sentimentales fallidas pero lúdicas en las relaciones entre hombres y mujeres de clase media, casi siempre ligados al cine y la literatura, y quien ha hecho del zoom un hito de su poética de encuadre en el plano. En este film hermoso en el que la nieve es la secreta protagonista, un escritor, que cree que sus días en este mundo ya no son muchos, se reúne con sus hijos en un hotel cercano a un río, el mismo lugar en el que una joven desencantada del amor empieza a reconstruir su vida tras un posible (o sugerido) intento de suicidio. Dicho así, parece un drama irrespirable, y, sin embargo, como sucede en las películas de Hong, una amable liviandad permea los actos y las palabras.
*Este texto fue publicado con otro título por Revista Ñ en el mes de septiembre 2019.
Fotogramas: 1 y 2) 1987, 3) Memoria de un asesino.
Roger Koza / Copyleft 2019
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