IT: CAPÍTULO DOS / IT CHAPTER TWO
El regreso del Club de los Perdedores a Derry, el maldito pueblo natal, comparte demasiadas similitudes con la aventura anterior. Algo que es lógico, si pensamos que se trata de la adaptación de la misma novela, por el mismo director y gran parte de su equipo técnico. Sin embargo, algo puede decirse respecto al tono de la película y su mirada. En la segunda parte pasaron casi 30 años del momento en que los niños combatieron al payaso asesino por primera vez. Es refrescante ver una película del cine industrial norteamericano donde la gente fuma sin que eso sea una imagen (disculpe el término) sexy, donde existen relaciones extramatrimoniales sin que sea una decisión moralmente reprobable y donde el suicidio no es un sacrificio para salvar la especie y el mundo todo. De cualquier manera, no deja de ser raro que las emociones de los personajes y su forma de lidiar con ellas sea exactamente igual tres décadas después, lo que nos habla del complejo de Peter Pan de la película. Si bien es cierto que trata la persistencia de los traumas infantiles, no puede pensar las respuestas adultas fuera de la psicología de manual, que simplifica al máximo los misterios mentales. El tono es el mismo que en la primera parte, de aventura juvenil, esta vez interpretada por actores maduros.
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It: capítulo dos es una máquina de entretenimiento sofisticada, pero redundante por partida triple. En primer lugar respecto al relato de la película anterior. En segundo lugar en cuanto a su estructura, donde las escenas terroríficas anuncian pasajes semejantes a continuación (si Eso se leaparece a uno de los protagonistas, debe aparecer cinco veces más). En tercer lugar hacia el interior mismo de las escenas, que siguen la fórmula ubicua en el cine de terror actual.* Momentos de silencio y expectativa, seguidos de un manipulador estruendo en la banda sonora y la aparición “sorpresiva” de la figura terrorífica en el campo visual (los clímax anti-climáticos). De esta manera el terror se encuentra más entrelos planos, que enla pantalla. Se me ocurren dos grandes contraejemplos. Uno es el de Halloween, con Michael Myers acechando a Laurie Strode desde un extremo del plano, que se sostiene por interminables segundos, en una escena de inusual terror diurno (algo que It intenta, sin tanto éxito). El otro es la tortuosa secuencia del asesinato de la prima de Laura Palmer en Twin Peaks, (a su particular manera) otra historia sobre jóvenes que sufren la indiferencia, la represión y la complicidad de los adultos con la violencia psicótica de un pueblo. En ambos casos el terror vive adentro del plano, lo perturbador es no la intromisión, sino la convivencia con el mal y su persistencia insoportable en el tiempo. Dos versiones terroríficas del suspense cinematográfico (siempre superior a la sorpresa, por si falta recordar una de las máximas del maestro Hitchcock).
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Una de las mejores secuencias es una que encuentra a uno de los protagonistas en una feria intentando salvar a un niño de Eso. El momento hace su aporte a la historia de las escenas en laberintos de espejos, tradición que quizás comienza Chaplin en un pasaje genial de El circo. La ocurrencia ha sido muy copiada, desde Orson Welles (posiblemente la mejor versión de todas, la más moderna, sin dudas; el final de La dama de Shanghái) hasta Bruce Lee (en Operación Dragón). De las iteraciones más recientes, la mejor es la que hace Johnnie To en Mad Detective, donde el protagonista ve la personalidad interior de los demás. La idea brillante del director hongkonés es que el detective sigue a un asesino de personalidad múltiple, por lo que una vez en el laberinto de espejos, en vez de ver solamente a los tres personajes en escena, vemos el reflejo de ocho personas. Una genialidad digna de ver en su ejecución.
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Las imágenes generadas por computadora son el recurso fundamental para darle cuerpo a esta fantasía. Gracias al CGI vemos cobrar vida a los miedos de los personajes en extensas escenas de terror, aunque el uso de dicha tecnología es más creativo en las transiciones, fugaces momentos donde las imágenes digitales permiten configuraciones insólitas, como cuando un cielo estrellado se convierte en un rompecabezas inconcluso, en un paso de postas que conecta a dos de los personajes principales. Uno de los aspectos más perturbadores de la película es fruto de los efectos computarizados, pero no tiene que ver con el payaso diabólico. La decisión de tomar a los actores de la película anterior, antes niños, ahora adolescentes; y darles unas bizarras máscaras digitales para ocultar el paso del tiempo, es enigmática. ¿No preservaría mejor la verosimilitud mostrar a los jóvenes actores tal cómo son? Ese es el juego en el que están metidos, el de la actuación. Ese es el juego en el que está metido el público, el de suspender la incredulidad por unas horas. El juego tiene sus límites. Uno de ellos es esta horrorosa versión del lifting facial de CGI que nos deposita directo en el famoso Valle inquietante.
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Mientras veía la película, volvía permanentemente a otro libro que leí en mi infancia, El caballero de la armadura oxidada. Un mal día, Robert Fisher, longevo guionista de sitcoms y colaborador de Groucho Marx (¡!), decidió escribir este librito de autoayuda disfrazado de literatura. Se trata de una fábula zonza, donde cada elemento de la trama tiene una interpretación lineal que nos lleva de las narices a un gratificante sentido de propósito motivacional. La secuela de Itcomparte ese carácter alegórico cerrado, pero no es tan insustancial ni poco imaginativa. Podríamos decir que la película no es simplemente una serie de metáforas sobre los miedos y los traumas infantiles en la vida adulta. El monstruo casi siempre se manifiesta en distintas versiones, a través de objetos, de las personas que dejaron una marca en el pasado, de la persistencia de la historia personal en los lugares públicos y privados. En ese momento, la película deja de ser una colección de metáforas sobre los miedos para trazar otra parábola, que nos habla justamente del poder de las metáforas y los desplazamientos de sentido. Aun así, la película está encerrada en la misma trampa de lo unívoco. Es que el cine es infinitamente más potente cuando filma los símbolos que cuando filma simbolismos. Si pensamos en el monumento a Lincoln en Caballero sin espada o en la Presa de las Tres Gargantas de Naturaleza muerta, los sitios se prestan al juego de sentido de los cineastas, pero con una espesura real que es imposible de direccionar. Esos objetos magníficos tienen resonancias que sobrepasan a los directores que los retratan. Y, ¿por qué el terror debe confinarse a las imágenes de software? ¿No hay mucho de terrorífico en los lugares de la real realidad?
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Si quieren que las cosas estén idealizadas es que creen que la verdad no es bella. Yo adoro a los tipos que, cuando quieren filmar un árbol, dicen “¡Oh, qué bello es!”, y que, en el momento de rodarlo, colocan encima todo un montón de trucos y de máquinas y de pequeños reflejos para que todo parezca aún más bello, para que justamente el árbol no se parezca a lo que es en realidad. **Esta afirmación de Chabrol data de 1962. Ya podía ser cuestionada en ese entonces, pero resulta mucho más compleja hoy cuando hasta la película de intención más realista está comprometida por la naturaleza maleable del registro digital, donde la postproducción y correcciónde imagen son partes fundamentales del proceso de creación. Podríamos reformular la distinción de Bazin, la de cineastas que creen en la realidad y cineastas que creen en la imagen, para decir: hoy tenemos quienes buscan aproximarse al referente filmado y quienes procuran alejarse. El caso de Andy Muschietti sería el segundo. Se ve claro en el final de la película. El club de los Perdedores, librados de Eso, retoza en un paisaje de montañas hermosas. Un plano cenital los muestra corriendo en cámara lenta y arrojarse de varios metros para caer en un precioso espejo de agua verde esmeralda. Todo el idilio tiene la textura y la estética de una publicidad de seguros de vida. A un director o una directora de cine de terror, además de pensar en las formas que puede adoptar el horror, también le cabe preguntarse: ¿cómo filmar la felicidad?
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It Capítulo Dos / It Chapter Two, EE.UU., 2019
Dirigida por Andy Muschietti. Escrita por Gary Dauberman.
* Parafraseando a Adrian Martin respecto a los musicales, parece que cuando hablamos de cine de terror hablamos solamente de películas estadounidenses. Es necesario investigar cines de otras coordenadas que desafíen esta norma.
** Extraído de una entrevista que aparece en La Nouvelle Vague: sus protagonistas, Ediciones Paidós.
Fotogramas: It Capítulo Dos; 2) Halloween.
Santiago González Cragnolino / Copyleft 2019
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