LA (ANTE)CÁMARA DEL MALESTAR (CHILENO)
La eficacia de la ficción neoliberal consistía en creer que Chile era la perfección de un modelo económico en el que el vocablo “derrame” era algo así como un néctar del Capital que lentamente se vertía por las alcancías de los asalariados. Bastaba visitar por unos días algunos barrios de Santiago, Padre de las Casas en La Araucanía y Ovalle en la región de Coquimbo para destituir sin vueltas la superstición de la prosperidad transandina; o simplemente era suficiente observar los patrones microscópicos de endeudamiento con el que sobrevive un pueblo que trabaja sin cesar y desconoce el ocio a largo plazo y la serenidad de una casa propia.
La inconmensurable brecha económica entre la vida de los patrones y la subsistencia de los trabajadores no es una novedad en el cine. La difusa constante en el cine chileno de autor e independiente ha sido siempre introducir la distinción de clases en la lógica vincular de los personajes. Así, un latente conflicto, el cual nunca se manifiesta del todo, amenaza por irrumpir. Casi nunca sucede. Hay excepciones, y en ocasiones la implosión que es la regla de las conductas sustituye a la explosión. Los primeros filmes de Pablo Larraín (Tony Manero, Post Mortem, No) retomaban el pasado para sugerir una frágil conciliación democrática y una incómoda desigualdad económica, una zona traumática que la sociedad chilena no consigue discutir abiertamente.
Los títulos emblemáticos del malestar, visto hacia atrás o vislumbrado en el presente, son sin duda Machuca y La nana. El primero transcurre en tiempos de Allende y su destitución; el segundo, en el presunto paraíso económico chileno de este siglo. En esta última película, la mucama integrada a la familia rica es acaso una metáfora de un imaginario feliz en el que la reconciliación de clases es el horizonte soñado, incluso desnudando enteramente la asimetría entre los dueños de casa y aquellos que se dedican a limpiar la mansión en la que viven los primeros. Se podrían citar muchos filmes en los que se pueden observar las diferencias de clase como organizador simbólico de los relatos: El verano de los peces voladores, Volatín cortao, Matar a un hombre, Naomi Campbel, Violeta, Mitómana, El viento sabe que vuelvo a casa.
Sin embargo, hay un filme hermoso que representa mejor que ninguno el deseo honesto de constituir un puente entre aquellos que del progreso económico ni siquiera reciben una gota derramada y los pocos que sí pueden gozar de algún privilegio por pertenecer a la clase acomodada en un sistema socioeconómico. En efecto, en El otro día, el gran Ignacio Agüero decide visitar a todo hombre o mujer que toque timbre en su casa y establezca un diálogo con él. La mayoría no son ni cineastas ni intelectuales, sino gente pidiendo trabajo o limosna. Agüero los visita luego en sus casas, y al hacerlo tiende una zona en común en la que se habla de aquello que nunca se dice: de las desigualdades, del sufrimiento de los desposeídos y de la historia sangrienta e injusta del país.
El mismo Agüero, en una asamblea reciente de la que circula un video por Facebook, insta a llamar a los muertos de los últimos días por su nombre. Insiste: los cadáveres tienen rostro y una historia, y no son un número. Nunca nadie es nada.
Fotograma: El otro día; 2) La nana.
*Este texto fue comisionado por el diario La Voz del Interior en el mes de octubre 2019.
Roger Koza / Copyleft 2019
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