FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (09): A PROPÓSITO DE LA PRECISIÓN SENSIBLE
El cine de Torres Leiva comparte con el de Santiago Loza algunos postulados estéticos pero también algo que es complejo de definir. Manejan ambos, el chileno Torres Leiva y el argentino Loza, un espacio sensible donde las emociones no dichas pero mostradas, conmueven más que una escena dramática. Esta maestría no es común en el cine contemporáneo donde mostrar es mucho más común que sugerir, donde la denotación le deja demasiado espacio a la connotación, donde la violencia se hace explícita al momento de mostrar la contemporaneidad del mundo; son tiempos de visibilidades potentes y fuertes, violentas y saturadas de colores y esto se inscribe en un orden obsesivo, por verlo todo. Esta obsesividad obtura la posibilidad de que las imágenes destilen “otra cosa” que no sea del orden de la visibilidad.
En Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Torres Leiva propone un mundo donde la muerte, la ausencia, la soledad van escoltados por acompañamiento, comprensión, camaradería. Las dos mujeres que recorren la película, Ana que acompaña la fase final de la enfermedad de María, son dos cuerpos que se cruzan, chocan, abrazan, lavan, contienen, separan y redescubren. Un cuerpo enfermo y un cuerpo sano que se recorren entre sí con una emoción imposible de nombrar. Pocas palabras hay en la película, porque Torres Leiva como Loza – en esta caprichosa comparación- confían en el poder de las imágenes y sus múltiples sentidos. Confían en esa maravillosa posibilidad de las imágenes que es sugerir hechos sin que sean fácilmente visibles. Y el orden de lo sensible aparece, contenido, sugerido en el vaivén de esos cuerpos desiguales y a la vez semejantes.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos es el título de una de las obras más conmovedoras de Cesare Pavese (Para todos tiene la muerte una mirada/ Vendrá la muerte y tendrá tus ojos/ Será como dejar un vicio/ como mirar en el espejo/ asomarse un rostro muerto/ como escuchar un labio cerrado./ Nos hundiremos en el remolino, mudos.). El poeta y escritor italiano lo escribe poco después de un desengaño amoroso y antes de quitarse la vida. Esa cadencia del poema de Pavese es la cadencia de la película de Torres Leiva, que encierra sueños extraños, una velada separación y un maravilloso reencuentro. El amor y la muerte, la presencia y la ausencia, el duelo y la imposibilidad, el dolor y su conjuro son los ejes entre los que se mueve, sutilmente la película de Torres Leiva.
La película en si misma es un poema, no solo por la cita a Pavese, ni siquiera por la otra cita de una poeta también suicida como Alejandra Pizarnik, sino por la cadencia con la que esta filmada, ese vaivén poético que no deja de ser estético y por ende político.
Imposible es no mencionar el final, donde la canción de Rafaela Carrá conspira contra cualquier idea sobre el dolor y la soledad, sobre la muerte como final. “En el amor todo es empezar” resuena por un largo tiempo en los oídos de los espectadores y sobre todo en las cabezas y en los corazones.
Desandar la armonía de un mundo desigualmente construido. Cada uno en su lugar propio de la desiguladad.
Marcela Gamberini / Copyleft 2019.
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