FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2019 (11): DOS GÉNEROS EN TIEMPO PRESENTE
Lemebel (Joanna Reposi)
Pedro Segundo Mardones Lemebel fue uno de los primeros activistas latinoamericanos. Su cuerpo se resume en el sincretismo de su nombre: elige llamarse solo Pedro Lemebel, en definitiva, Lemebel.¿Quien fue? Poeta genial, activista marginal, un autor performático que abrió un surco en la rígida y conservadora sociedad chilena de esos años y también la de ahora. Lemebel,el documental de Joannna Reposi, puede leerse como una especie de manifiesto acerca de cómo la política rodea siempre a la ficción.
El mayor gesto del poeta fue, es y será político. Su marginalidad, su pobreza, su homosexualidad, su cercanía –polémica- con la izquierda, lo hacen un representante de múltiples pertenencias que Lemebel lleva al límite. Sus juegos con el fuego- con la implicancia simbólica que este gesto tiene- la depilación de su pecho, ahí, cerquita del corazón pero sobre todo la exposición de su cuerpo: quemado, sufriente, intervenido, pintado, depilado constituye imaginariamente el cuerpo de una nación que esconde aquellos que sufren, aquellos quemados, aquellos arrancados –como los pelos del pecho- de un cuerpo social que los escamotea. El cuerpo de Lemebel, tal como aparece en el documental, se refleja en espejos, en diapositivas, en fotos, se multiplica, se duplica, se vuelve el cuerpo de los otros, de los de su clase, de los de su sexo, de los de sus lecturas.
“Me dijiste que te filmara, que no dejara de filmarte” dice Reposi cuando comienza el documental, con un Lemebel ya enfermo. Esa necesidad de dejar testimonio no es solo el reflejo del fuerte narcisismo del poeta y su constante deseo de ser reproducido sino la necesidad urgente de testimoniar una vida que es el espejo de la vida de muchos otros.
El mismo documental adquiere valor en la posibilidad de ser visto también como una acción performática en sí mismo. El reflejo del reflejo, Lemebel haciendo y viéndose, Reposi haciendo y viéndose; “Uno siempre escribe, aunque no esté escribiendo” dice el poeta a la directora. Siempre se hace, se producen “actos”, en la vida privada y en la pública, en la salud y en la enfermedad, arriba o abajo del escenario. Todo se refleja en todo y se devuelve como una acción melancólica y profunda. Como una mamuscha infinita, siempre queda algo adentro que se reproduce y a la vez se sincretiza. Y eso es lo que propone el documental, este documental que parece codirigido por la directora y por el propio Lembel que pide ser filmado, elige sus imágenes y mira sus diapositivas y se emociona.
Como Néstor Perlongher, como Severo Sarduy, como Manuel Puig, como Copi, como Frida Khalo,Lemebel es un cuerpo que sangra, una dama de rojo, una palabra que hiere, una canción que emociona, un cuerpo pueblerino, un retrato agónico. El cuerpo de estos escritores fue y es la representación de la concreción de un deseo: “que todo sea escrito sobre un cuerpo”. Un cuerpo individual, social, político, literario que se ensucia, que se desclasa y que se desgarra.
Lemebel es en primera instancia una película política que debe leerse en términos actuales. Un Chile agobiado, olvidado, reprimido, desbordante de injusticias sociales y económicas. En segundo lugar es el retrato de un personaje único que como un torero temeroso enfrenta la vida poniendo su cuerpo y su palabra como escudo.
A vida invisível de Eurídice Gusmâo (Karim Aïnouz)
La matriz melodramática le sirve a Karim Aïnouz –director de la magnífica Madame Sata– para contar la historia de dos jóvenes hermanas en el Brasil de los cincuenta. Una familia de clase media, donde el patriarcado no se ponía en cuestión, donde una madre hace uso por demás del silencio y la complicidad; dos hermana, Eurídice y Guida, intentan transgredir las normas de una familia y de una sociedad conservadora y rancia. Como en la Eurídice mitológica, la brasilera se enamora y se escapa y una trama de infortunios se sucede, la otra sueña con estudiar música en Viena y más y más infortunios aparecen.
La revisión de la matriz melodramática necesita ser leída en La vida invisible en clave política como todos los melodramas. Eurídice y Guida son dos mujeres que van tras su deseo, tras los llamados de sus cuerpos, tras sus instintos; esas mujeres deben ser leídas a la luz de la actualidad, de las luchas de las mujeres por el libre uso de sus cuerpos y a la vez por la necesidad urgente de desterrar un modelo patriarcal que se replica no solo en la esfera de lo familiar sino también en lo social.
En la puesta en escena también el sesgo melodramático está presente. Una paleta de colores saturada que vira siempre al rojo profundo, un juego de espejos donde las protagonistas reflejan sus deseos, un espacio, esa casa familiar desmesurada (que recuerda las casas, los espacios del Ripstein el de los grandes melodramas de las décadas de los 80 y de los 90), casa desprolija con paredes humedecidas, pasillos y patios repletos de vegetación, ventanas de marcos ennegrecidos. La estética visual propia del género se articula en La vida invisible con una narración entrecortada en el tiempo, un relato que respira asmática y sinuosamente como las sufrientes y rabiosas vidas de las hermanas.
Problablemente, tanto la chilena Lemebel como la brasilera La vida invisible de Eurídice Gusmâo sean uno de los modos en que el cine contemporáneo a través del uso de diferentes géneros, se apropia de la historia presente de cada país. Latinoamérica convulsionada despierta tras demasiados años de represión silenciosa, y aquí se irradia en estas dos películas donde lo político se revela en cierta moral de las formas. Este cine muestra, de algún modo, los acontecimientos políticos y sociales que desbordan este presente tan convulsionado. El cine deja de ser entonces transparente y deviene explícitamente político, necesario sin dejar de ser profundamente conmovedor y emotivo.
Marcela Gamberini / Copyleft 2019
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