FOURTEEN
LA CHICA DEL POSTRE
La autoconciencia no es una conquista permanente de la vida cotidiana ni una experiencia reiterada a lo largo del tiempo. Podría serlo, pero no se cultiva; quizás la prepotencia de un sistema de vida demasiado exigente respecto de los actos que garantizan la subsistencia atenúa los momentos en que alguien puede pensarse a distancia y comprender algo esencial de sí. Si tal experiencia es inusual, más todavía lo es ser testigo de ese movimiento de la conciencia en un film. En Fourteen, sin anunciarlo y menos todavía sin recurrir al énfasis, se incluye una escena en la que un personaje llega a esa instancia ante la clarividencia de su desamparo. El inteligente título glosa el signo de la autoconciencia, en este caso, no se trata de otra cosa que de la intuición temprana de comprender que encajar en el orden del mundo es muy costoso.
La quinta película de Dan Sallitt es la historia de una amistad, la de Mara y Jo, dos mujeres que se conocen desde la adolescencia y siguen siendo amigas desde entonces. Ya tienen algo más de 30 años, y más allá de las peripecias de sus vidas respectivas, mantienen intacto el vínculo. Fourteen acopia períodos distantes de esa relación, en la que se repiten situaciones y se delinean personalidades y contingencias. En efecto, los personajes son hijos de una época en la que todo es inestable y susceptible de sustitución: los trabajos van y vienen, los amores también; en ese orbe contemporáneo de reemplazos y cambios, la amistad puede permanecer inmune a la lógica de una época. ¿Acaso la lealtad y el afecto por una persona recalan finalmente, como todo, en el mercado de valores? Esta es de un valor de otro orden, y el film introduce casi como un secreto el sentido de esa dimisión, la de la amistad al orden filisteo del mundo, cuando Mara, antes de que su pequeña hija se vaya a dormir, le cuente una breve historia que la tiene como protagonista.
Uno de los placeres de esta película grandiosa que no vocifera su estatura consiste en cómo filma el paso del tiempo. Las elipsis son de una precisión ostensible. De una escena a otra han pasado dos años sin ningún sobresalto. El peinado de Mara o su barriga pueden cambiar, las angustias de Jo también, como los novios que tiene y las casas en las que convive con estos, y eso sucede en un misterioso sistema de continuidad en el que el relato avanza y el tiempo se condensa y a la vez se expande. El mejor ejemplo de esa virtud narrativa se puede constatar en un pasaje en el que Jo ha sufrido una crisis intensa y vuelve por unas semanas a la casa de los padres. Mara la visita, saluda a los dueños de casa, sube a la habitación, hablan un poco y la escena capitula con un “cenemos juntas ni bien se pueda”. En la escena ulterior Jo está con un hombre un poco mayor y recibe a Mara en la casa de este. La continuidad de una escena respecto de la otra podría confundir al distraído, como si se tratara de dos escenas en un tiempo diegético continuo, cuando en verdad entre ambas ya existe un lógico período transcurrido.
La otra forma de trabajar sobre el tiempo en Fourteen recae en el registro y en el interior de las escenas, no solo entre estas. La elegancia circunspecta de ese laborioso procedimiento poético se puede descubrir en cómo Sallitt elige filmar las conversaciones entre sus protagonistas mientras caminan. Las amigas caminan y la distancia de observación de no menos de dos metros, en un travelling hacia atrás al ritmo de los pasos, plasma un sentido de la duración del habla y del paseo. Hay varias escenas, pero ninguna más ajustada que aquella en la que Mara y Jo se desplazan por la vereda y Jo desaparece del cuadro sin que Mara lo perciba, porque ella ha ido a comprar velozmente un bocado dulce. Doble sentido del tiempo, el de la duración en la escena y el de la acumulación en la suma de estas. Magnífico dominio del tiempo, el de Sallitt.
Pero no solo sobre el empleo del tiempo edifica su consistencia exenta de exhibicionismo la película de Sallitt. La perspicacia radica también en los señalamientos dispersos. La ansiedad por los azúcares de Jo sintetizada en la palabra “postre” define su carácter; el auténtico ejercicio del placer de ser solícita en Mara señala una conducta reiterada que caracteriza al personaje. En este sentido, como sucede con el título, la distribución de signos clave en el orden simbólico del relato no abusa del sentido que de estos se desprenden. Es que de la misma atención que se requiere para detectar que la vida cotidiana es menos cotidiana de lo que parece, el film propone una duplicación de ese ordenamiento: una situación dada se repite y contiene pasadizos secretos en los que se puede leer algo más que la superficie plana de los actos. ¿No es acaso ese plano veloz sobre el texto que está escribiendo Mara en su computadora una exposición del método, la intersección entre la poética planificada del film y su ejecución?
Lo más hermoso de este film, y también lo más doloroso, estriba en propiciar esa clarividencia ya mencionada en el inicio. En algún momento de nuestras vidas, en esa edad en la que todo se siente posible, se adivinan asimismo obstáculos e injusticias por venir. Se sabe o se advierte que encontrar un lugar en el mundo no es un destino para todos. Encajar o no tampoco es materia de elección, y cuanto más sensible se es más arduo resulta inventarse un espacio propio y cultivarlo. Todo lo que sucede con Jo, quizás bajo el signo de las pequeñas tragedias, refracta la muda angustia que vuelve cada tanto y avisa, incluso en aquellos que se sienten triunfadores.
***
Fourteen, Estados Unidos, 2019.
Escrita y dirigida por Dan Sallitt.
Roger Koza / Copyleft 2020
*Esta película se exhibe en las próximas tres semanas en www.puentesdecine.com
Últimos Comentarios