LA MIRADA INVISIBLE

LA MIRADA INVISIBLE

por - Críticas
24 Sep, 2010 06:08 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Alan Koza

PERVERSIONES NACIONALES

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La mirada invisble, Argentina-Francia-España, 2010

Dirigida por Diego Lerman. Escrita por D. Lerman y María Meira

*** Hay que verla

La tercera película de Lerman no es una película perfecta, pero no deja de ser una excepción dentro del contexto de cine argentino que suele desentenderse de la historia y el conflicto político

El micropoder que funciona en el interior de estas instituciones es, al mismo tiempo, un poder judicial. Resulta sorprendente que, por ejemplo en las prisiones –instituciones a donde son enviados los individuos que fueron juzgados por un tribunal-, toda la existencia queda sometida a la observación de una especie de microtribunal, de pequeño tribunal permanente, construido por los vigilantes y por el director de la prisión, quienes, desde la mañana hasta la noche, castigarán a los vigilados en función de su comportamientos. El sistema escolar está también fundado sobre una especie de poder judicial (Michel Foucault)

La extensa cita de Michel Foucault no es caprichosa, pues quienes vean La mirada invisible, de Diego Lerman, una adaptación inteligente de Ciencias morales, la novela de Martín Kohan (quien tiene, dicho sea de paso, un cameo en el film: atiende una disquería y vende en ese pasaje un LP de Virus), podrán verificar las tesis de Vigilar y castigar a lo largo de toda la película. La sociedad argentina es allí un gigantesco organismo dócil y obediente, lo que no significa que se trate de un pasivo mártir colectivo, pues hay placeres obscenos que a veces se revelan inesperadamente en el fervor nacionalista. No todo es lo que parece, y mucho menos aún lo que conviene y gusta pensar.

El escenario es el Colegio Nacional Buenos Aires; el contexto histórico marzo de 1982. El rector da la bienvenida y propone una perspectiva: “La historia del país y la historia del colegio están entrelazadas”. Se cita a Belgrano, a Mitre, padres fundadores de la patria y el colegio, algo que no se distingue en el discurso normativo y oficial. Son historias casi indistinguibles, yuxtapuestas: el colegio es la nación por otros medios. Así, Lerman demostrará dicha tesis plano tras plano, y pondrá atención particular en mostrar cómo puede afectar la Historia a la historia íntima de cualquier sujeto, en este caso, una preceptora (Julieta Zylberberg en un papel consagratorio), que experimenta una lacerante represión sexual, que viene acompañada por el cortejo de un superior, un simpatizante del gobierno de facto y un fiel practicante inconsciente de la teoría de los dos demonios. Es una guerra ganada, pero los rebrotes y los retoños hay que atenderlos y eliminarlos.

La mirada invisible parece un título inspirado en Foucault. Todo debe ser inspeccionado por el gran Ojo; la vigilancia y el castigo son una política pedagógica, partes indiscutibles de una praxis a la que le corresponde una ciencia moral. Los alumnos deben disciplinarse: tomar distancia es quizás más importante que interpretar la Guerra de la Triple Alianza, una extraña elección curricular para aquel tiempo histórico, pues todavía hoy esa guerra infame y silenciada yace en el olvido. La risa y el romance son una interdicción. Una caricatura en un papel es sinónimo de expulsión; tomarse la mano en un pasillo es de por sí un argumento suficiente de amonestación. La pureza se inscribe y se escribe con sangre.

Lerman, que no pudo filmar en el colegio real, registra el edificio (sustituto) como si se tratase de un ente arqueológico y animado. Las aulas, los corredores, los baños, el patio central devenido en un inmenso tablero de ajedrez se combinan con los movimientos corporales de los discentes y docentes. La arquitectura y la anotomía se ligan en un discurso y una praxis. En ese sentido, la concepción espacial de la película es lúcida y lucida: el mobiliario cuenta una historia.

La perversión acecha y aquí conoce su versión micropolítica. La ley se aplica al organismo, los placeres están prohibidos. Así, la preceptora es un modelo de subjetividad histórica reconocible. En efecto, la bedel introyecta una política de estado, y más allá de su (des)conocida historia familiar, su acatamiento respecto de un modelo de conducta cívico y hegemónico tiene efectos precisos aunque también no deseados: detectar jóvenes fumando en el baño es una obsesión; desearlos secretamente es una compulsión. Finalmente, la libido se canalizará de un modo siniestro, lógico para el tiempo histórico en el que vive su personaje. En efecto, la represión produce conductas y modela intimidades; de ese modo, La mirada invisible materializa los efectos concretos de una política de Estado.

El último plano del film, una soberbia panorámica del patio del colegio invadido paulatinamente por un sonido exterior que denota disturbios callejeros, es sencillamente formidable. Después, vendrán los créditos, aunque una interrupción repentina y pertinente permite descubrir que ese bullicio lejano pertenece al gran pueblo argentino que festeja con Galtieri en Plaza de Mayo la nueva aventura castrense en Malvinas. La perversión no tiene límites.

Lo que Iluminados por el fuego, de Tristán Bauer, elegía dejar en un fuera de campo radical, es decir, el nacionalismo como sustancia y paradójicamente también como una estructura vacía dispuesta a cualquier uso ideológico, Lerman lo interroga, lo intercepta y lo interpela: la pasión nacionalista no es una disposición del espíritu cualquiera. En pleno auge temático en tiempos del Bicentenario, su operación es una decisión a contramano. Es por eso que se trata de un film osado y también atípico, pues la generación (de cineastas) de Lerman suele practicar una suerte de epojé histórica, y hacer del presente un mero absoluto. Como sea, los últimos minutos de La mirada invisible reorganizan semánticamente el hilo conductor de su relato. Es un final explosivo, devastador y sin concesiones.

*Esta crítica fue publicada en otra versión por La voz del interior  en el mes de septiembre 2010 y en una versión similar por la revista La rana en el mes de junio.