UNA ENTRE TODAS
El famoso término “sincronicidad” fue acuñado por Carl Gustav Jung, pero es probable que para la aún niña Natalia Oreiro, a mediados de la década de 1980, la palabra estuviera asociada a un tema musical de The Police. Fue así como un concepto de la psicología profunda se inmiscuía en el lenguaje popular, más allá de que el uso de este no estuviera precisado en el relato descriptivo de aquella canción y de que su empleo suele yuxtaponerse al sincronismo del que pretende diferenciarse.
En Nasha Natasha nada se dice de la famosa banda inglesa y menos aún se indaga sobre el concepto citado, porque el filme se circunscribe a retratar el fenómeno de Natalia Oreiro en Europa del Este y sobre todo en Rusia, en donde se le dispensa una misteriosa devoción a la cantante y actriz, como si esta hubiera nacido para viajar en su juventud a esta tierra lejana y triunfar como tantas otras intérpretes del pop global lo hicieran en todo el mundo. Sin embargo, el enigma de la consagración de Oreiro en aquellos territorios fríos puede ser entendido como un caso de azarosas coincidencias en el período en que la globalización de la cultura se consolidaba para siempre debido a las transformaciones de la comunicación.
En un pasaje del film, una joven rusa mirando a cámara y hablando en un perfecto castellano con una evidente sonoridad rioplatense argumenta que, tras la disolución de la Unión Soviética, la juventud rusa quedó susceptible a nuevas influencias. Las mujeres de esa generación intuyeron entonces que en el personaje de Oreiro de Muñeca brava (que se emitía en la nueva Rusia de Yeltsin y Putin) y en la misma cantante, que transmitía vitalidad y desenfado en sus shows, se perfilaba un modelo de mujer en el que muchas identificaban una posible nueva forma de femineidad.
El sincronismo entre una cualidad personal y una necesidad colectiva ayuda a revelar el enigma de esta pasión entre las mujeres del Este de las últimas dos décadas y una mujer rioplatense, sin duda muy talentosa, pero también capaz de transmitir que ella es una más entre tantas. En esta dimensión de reconocimiento reverbera aún la sustancia de lo popular, y es aquí cuando Oreiro y Gilda, a quien la actriz revivió para la ficción, se confunden, como si fueran partículas de una expresión de la vida sin más que desconoce por breves instantes las diferencias de clase.
*Esta nota fue publicada con otro título por Revista Número Cero en el mes de agosto 2020.
Roger Koza / Copyleft 2020
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