LOS OLVIDADOS (10): HENRY HATHAWAY
Nacido en Sacramento en 1898 como Henry Leopold de Fiennes Hathaway, hijo de una actriz y de un manager teatral, ya a los diez años participó como actor niño en varios westerns cortos, muchos de ellos del prolífico Allan Dwan, una figura determinante en su trayectoria, y luego como intérprete juvenil hasta 1918. Luego del servicio militar trabajó como asistente de dirección en Hollywood durante más de una década y su debut como realizador se produjo en 1932, ya afianzado el cine sonoro, siendo sus primeros trabajos una serie de westerns de bajo presupuesto, protagonizados por Randolph Scott, sobre historias del escritor Zane Grey, desarrollando hasta su retiro en 1973 una extensa carrera que abarcó casi setenta títulos, primero en la Paramount y luego en la Fox, no siendo –como los directores más representativos del cine norteamericano- nunca tentado por la televisión. En esa nutrida filmografía, Hathaway trabajó en los más diversos géneros como westerns, policiales, films de espionaje, películas ambientadas en el mar, dramas rurales y aventuras que se desarrollaban en lugares exóticos, en los que se pudo apreciar su capacidad para los relatos de acción y su firme y seguro pulso narrativo, siendo además apreciado por su velocidad y eficiencia técnica, Como se señaló, Hathaway rodó su último film en 1973, falleciendo en Los Angeles en 1985.
Hagamos antes que nada una aclaración: quienes busquen un realizador con una definida visión del mundo o un profundo buceador en la psicología humana deberán dirigirse a otros puertos. Hay una frase que pronuncia Gary Cooper en El jardín del mal, una de las mejores películas de Hathaway: “A un hombre no se lo debe juzgar por lo que dice sino por lo que hace” y esto sería una buena referencia para su cine con personajes, en ocasiones con un turbio pasado, que se definen por las acciones que llevan a cabo.
Pero hay una serie de características que podríamos señalar como personales que forman parte de la obra del director. Entre ellas se pueden mencionar, en primer lugar algo no muy frecuente dentro del cine norteamericano clásico, como es la muerte del protagonista -sin importar que sea una gran estrella- algo que puede ocurrir de manera efectiva en la pantalla o sugerirse a través de algunos finales que el director se encarga de subrayar que han sido claramente impuestos, siendo las conclusiones de algunos de sus films bastante abiertas. Otro rasgo propio del cine del director es la utilización de los fundidos en negro para separar secuencias, el manejo de los silencios, la capacidad para utilizar los espacios, ya sean estos abiertos o cerrados y abundantes dosis de humor. No casualmente Hathaway, luego de la aparición del Cinemascope, rodó casi todas sus películas en ese formato. También HH siempre se preocupó porque sus films se realizaran en los lugares en los que transcurría la acción y fue de los primeros directores en introducir elementos semi documentales en sus obras. Otro elemento distintivo fue el de utilizar como protagonistas a personajes políticamente incorrectos para la época, como es el caso del mariscal Rommel, el más famoso soldado nazi. Y no hay que olvidar a algunos memorables villanos que aparecen en sus films. Se ha señalado que en sus películas las mujeres cumplen un rol pasivo pero, si bien sus relatos son esencialmente masculinos, hay en su filmografía personajes femeninos muy fuertes como los que interpretan Ruth Roman en Miedo y rencor, una sorprendente adaptación de una novela de Georges Simenon que transcurre en la frontera entre México y los Estados Unidos o los tres roles de Susan Hayward en Dos contra el destino, La bruja blanca y Obsesión pasional en los que el fuerte temperamento de la actriz se adecua perfectamente a personajes decididos y valientes. También hay que decir que Hathaway le dio su primer papel protagónicos a Marylin Monroe e hizo debutar a Richard Widmark y Grace Kelly. Si bien HH no puede ser considerado estrictamente un “primitivo” (vg., no filmó durante el período mudo) su cine se entronca con el de Ford, Hawks, y Walsh, seguramente sin el enorme talento de esos tres maestros; más bien estaría cercano del hoy casi olvidado Allan Dwan.
Como suele ocurrir, las películas más prestigiosas de Hathaway no son las mejores de su obra, tal el caso de El beso de la muerte, de la que hoy lo más recordable es el asesino psicópata que interpreta Richard Widmark, en su notable debut, y su risa histérica, Niágara, de la que solo sobrevive la esplendorosa figura de Marylin Monroe o La casa de la calle 92, en la que una historia potencialmente interesante (el robo de los planos de la bomba atómica para llevarlos a Alemania) se ve lastrada por la abierta propaganda del FBI que hace el film.
Como no podía ser de otra manera en una obra tan prolífica, Henry Hathaway tiene películas mediocres y otras que pueden ser considerados descartables, pero hay en ella la suficiente cantidad de títulos valiosos como para hoy merezca un reconocimiento mayor del que tiene. Pasamos entonces a recomendar algunos de esos films (serán más que los habituales)
Tres lanceros de Bengala (The Live of a Bengal Lancer, 1934) es el primer título exitoso de Hathaway y un clásico del cine de aventuras acerca de tres soldados que son enviados a una peligrosa misión en la India. Pero el film es también un atractivo estudio de caracteres disímiles ante situaciones extremas. La prolongada secuencia final de acción es notable y rompe con algunos de los moldes habituales.
Sueño de amor eterno (Peter Ibbetson, 1935). Posiblemente este film, admirado por los surrealistas, dirigido por Frank Borzage y con Margaret Sullavan en el protagónico femenino hubiera sido una obra maestra absoluta. Hathaway, enfrentado a un material ajeno al del resto de sus películas, se las arregla para que esta historia de un amor que comienza en la niñez y se prolonga hasta después de la muerte sea muy atractiva. (Fotograma de tapa)
El camino del pino solitario (The Trial of the Lonesome Tree, 1936) es uno de los primeros films rodados en color y narrando el enfrentamiento ancestral entre dos familias en un poblado campesino fusiona con sabiduría diferentes géneros, como la comedia costumbrista, el drama rural y el melodrama. Una película poco vista, hoy totalmente olvidada y a revalorizar.
El pastor de las colinas (The Shepperd of the Hills, 1941) narra la búsqueda de venganza de un hombre ante la llegada al pueblo del que podría ser su padre, quien abandonó intempestivamente a su madre mucho tiempo antes. A pesar del dramatismo de la propuesta, el film ofrece momentos de un lirismo casi “fordiano” y la inversión de la premisa original de la historia tiene una coda final claramente impuesta.
Envuelto en las sombras (The Dark House, 1946).es un muy buen exponente de film noir en el que un detective, modelo Sam Spade, se ve involucrado en una perversa historia. Ciertas reminiscencias de Laura, más que nada por el personaje de Clifton Webb, algún secundario memorable como el que interpreta William Bendix y una lograda atmósfera, gentileza del gran trabajo de iluminación y cámara de Joe Macdonald, potencian el film.
13, rue Madeleine, 1947, es una historia ambientada en Francia durante la Segunda Guerra en la que se ve envuelto James Cagney, un agente de inteligencia que tiene que desbaratar una red de espionaje nazi en aquel país. Un relato de creciente tensión dramática, rodado en un estilo semidocumental y con un final sin concesiones y de gran dureza.
Yo creo en ti (Call Northside 777, 1947) es otro notable film, como el anterior, también con pasajes casi documentales en el que un periodista debe investigar la presunta inocencia de un hombre condenado a 99 años de prisión a partir de un aviso que coloca su madre en el diario. James Stewart, con su porte inseguro y desgarbado , es el intérprete perfecto para el papel protagónico, que sin duda inspiró al de Clint Eastwood en Crimen verdadero.
El zorro del desierto (The Desert Fox, 1951) es un arriesgado proyecto para la época ya que presenta como protagonista del film al más célebre soldado nazi, el mariscal Rommel, a quien el director convierte, con sus dudas y vacilaciones, en una figura casi trágica, sobre todo luego de su fracasada participación en un atentado contra Hitler. Un film nada convencional con un memorable trabajo de James Mason en el rol principal.
Catorce horas (Fourteen Hours, 1951). Un hombre se encuentra en la cornisa de la ventana del piso 16 de un edificio amenazando suicidarse. A partir de esa idea, el director construye un excelente film, en el que en ese lapso se desarrollan algunas historias laterales, presenta las contradicciones del probable suicida y señala como un simple policía de tránsito puede alcanzar con él una mejor comunicación que sus padres o los psiquiatras, mientras muestra en contraplano al público que abajo espera que el hombre se tire.
Dos contra el destino (Rawhide, 1951). Hathaway rueda este excelente western que transcurre en dos espacios únicos: una estación de paradas de diligencias y sus inmediaciones más cercanas. Allí llega un cuarteto de bandidos con la intención de asaltar al vehículo que lleva un cargamento de oro, mientras que un empleado del lugar y una mujer que con una pequeña niña se quedó allí, resisten como pueden. Excelentes caracterizaciones con Jack Elam construyendo uno de sus memorables villanos.
El jardín del mal (Garden of Evil, 1954). Otro gran western en el que una mujer, la siempre indómita Susan Hayward, contrata a tres hombres para que la ayuden a rescatar a su marido de un accidente en una mina. Otra muy buena muestra de la capacidad de Hathaway para definir a sus personajes (Gary Cooper está más parco y lacónico que nunca) y un excelente uso de los paisajes naturales en una narración de carácter circular.
23 pasos al abismo (23 Steps to Baker Street, 1956). Un dramaturgo ciego escucha casualmente en un bar una conversación que le hace presumir la posibilidad de un crimen por lo que decide investigar a partir de lo que escuchó, que tiene grabado en unas cintas. Muy buen ejercicio de suspenso en un film de logrado clima con varias escenas recordables, alginas no exentas de angustia.
Siete ladrones (Seven Thieves, 1960). Un veterano ladrón decide dar el golpe de su vida en un casino y para ello convoca a su hijo recién salido de la cárcel y varios desconocidos. Lo notable de este film es que el director consigue amalgamar el tono dramático de varias situaciones con una ligereza no demasiado frecuente en su obra, consiguiendo una gran precisión en la puesta en escena.
Furia en Alaska (North to Alaska, 1960). Vibrante relato que transcurre entre Alaska y Seattle en el que la acción es constante y muestra a John Wayne en gran forma y a Capucine sorpresivamente integrada al contexto. El film más jocundo y vital del director, en el que se pueden apreciar ecos de la obra del gran Raoul Walsh y en el que algunas escenas de peleas son memorables.
Los hijos de Katie Elder (The Sons of Katie Elder, 1965) es otro muy buen western en el que los cuatro hijos de una mujer concurren a su entierro llegando desde distintos lugares y se encuentran con que el mandamás del lugar se ha quedado con el rancho de la fallecida y tiene aterrorizados a los pobladores del lugar. Primer trabajo de Wayne, otra vez imponiendo su inigualable presencia, después de su operación de cáncer.
Nevada Smith, 1966 es una historia de venganza en la que un joven mestizo, a quien tres delincuentes le han asesinado a sus padres, decide perseguirlos pasando por todo tipo de peripecias, que incluyen hacerse meter preso para conectarse con uno de ellos y una gran secuencia en un pantano. Otra vez el vigoroso pulso narrativo de Hathaway se muestra en plenitud en un relato muy sólido, más allá del tufillo religioso que impregna algunas escenas.
Jorge García / Copyleft 2020
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