LA TORTURA Y OTRAS FORMAS DE DIÁLOGO

LA TORTURA Y OTRAS FORMAS DE DIÁLOGO

por - Críticas
17 Oct, 2020 11:44 | Sin comentarios
Notable comienzo de Patricio Guzmán, una película heterodoxa en su carrera, pero también coherente con esta.

PREMONICIÓN Y DESTINO

Un tema: la violencia endémica en la historia del siglo XX en el continente americano. Pero con una predilección comprensible, o más bien la elección de un caso que encierra el de otros: la vida política de Chile. En efecto, La batalla de Chile fue más que un título consagratorio en la carrera de Patricio Guzmán; fue también un destino cinematográfico: filmar la inacabable contienda social en la configuración social de un país, filmarla en el tiempo, antes, durante y después de una dictadura o de la época de Pinochet, pleonasmo de esa forma de gobierno. En las estrellas y en el desierto, en el pasado remoto o en el presente, Guzmán encontró los signos de una batalla.

Después de 52 años, he aquí un hallazgo arqueológico llamado La tortura y otras formas de diálogo. Se conocía el film de Guzmán, pero muy poco se había visto de él. La sorpresa es contundente, porque en tono de sátira el cortometraje glosa lo que vendrá luego en su cine (y también fuera de este), aunque existe aquí una novedad retrospectiva, acaso juvenil, casi impropia en el cine del autor: el humor. El humor aún se percibe en El paraíso ortopédico y en alguna que otra ocasión posterior, pero no es justamente un rasgo referencial en El caso PinochetNostalgia de la luz La cordillère des songes. El cine político o militante no siempre se lleva bien con el humor, un déficit reprochable, porque no hay algo que moleste tanto al orden de los poderosos que una carcajada acerca del suplemento simbólico que lo sostiene.

El tema de la primera película de Guzmán se desarrolla paso a paso y atendiendo a las variaciones propias de los sustantivos que definen el film: tortura y diálogo. Tales vocablos mantienen en el tiempo la densidad semántica que de estos se infiere, pero según el período en el que se los piense y filme estos se resignifican según las demandas del presente.

La tortura y otras formas de diálogo ostenta la modernidad de su época. Basta remitirse a Jardim de Espumas, de Luiz Rosemberg Filho, o Puntos suspensivos o Esperando a los bárbaros, de Edgardo Cozarinsky, dos películas estrenadas tres años más tarde, para reconocer un estilo que excede a los tres realizadores. La modernidad imponía una sensibilidad. ¿Es entonces una modernidad vetusta? Frente a la pirotecnia digital y a los escasos recursos estéticos del cine contemporáneo, tanto el industrial como el de los festivales (cuyo esperanto formal es tan exangüe como reconocible), la película de Guzmán transmite toda una época y a la vez un vital ingenio.

El inicio es formidable. Pura parodia de la publicidad, estricta denuncia de que esta es correlativa a la práctica inaceptable de los suplicios. Tan solo el plano en el que una tenaza y no un cortaúñas se presenta como forma ideal de arrancar las uñas de los insurrectos constituye una conquista lúdica sobre el horror. Los distintos dispositivos y métodos de avanzada para el ejercicio de la tortura se presentan mediante un lenguaje publicitario, pero en verdad todo está siempre tutelado por un concepto de puesta en escena preciso. (Cuando en la segunda parte, en “las formas del diálogo” se coteje la acción del enemigo, en un pasaje reiterado de castigo donde los militares azotan a un militante, estos son tomados en contrapicado. La perspectiva es la de la víctima). A su vez, los nuevos artefactos para disciplinar a los revolucionarios están concebidos según las luchas emancipatorias del momento. No es lo mismo escarmentar asiáticos que latinoamericanos, ni qué decir si se trata de africanos.

Gran parte de la fuerza sociológica y política de La tortura y otras formas de diálogo reside en el uso lúcido del estereotipo. Los personajes elegidos y los discursos invocados son empleados con mordacidad y a la distancia justa. Las citas van de Ernesto Guevara a Jacques Maritain, los personajes pueden ser curas humanistas, marxistas de escritorio, militantes sacrificados, políticos reformistas y militares obscenos. La contienda discursiva y las posiciones ideológicas dispares sobrevuelan los planos como un ruido de fondo que evoca toda una efervescencia política que supo parecer extrema o caricaturesca en las décadas posteriores, sobre todo en los 90, pero que, inesperadamente, con matices y añadidos, se renuevan en las batallas semánticas y en la praxis política del Chile modelo neoliberal del siglo XXI. 

La tortura y otras formas de diálogo podría haber pasado como una película inicial de Raúl Ruiz, con menos propensión a la deriva lúdica y onírica, pero no menos desobediente y heterodoxa en cuanto a zooms, travellings, diseño sonoro y estructura narrativa. He aquí un Guzmán desconocido, pero con la lucidez y la valentía del Guzmán que siempre hemos conocido y admirado.

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La tortura y otras formas de diálogo, Chile, 1968.

Dirigida por Patricio Guzmán. Escrita por Jorge Díaz, Díaz Guzmán y P. Guzmán.

*Este texto fue comisionado por Filmoteca Española para su publicación online Flores en la sombra, edición del 16 de octubre de 2020.

*La película se puede ver aquí: Filmoteca Española