MAMÁ, MAMÁ, MAMÁ
EN EL INICIO DE LA MEMORIA
La infancia es una edad sin memoria y por lo tanto es un período perceptivo en que el presente incide como nunca en la conciencia. Esta apreciación puede corroborarse en los escasos 65 minutos de Mamá, mamá, mamá, ópera prima de Sol Berruezo Pichon-Riviére. La directora concentra la trama en la experiencia de una niña a punto de dejar de serlo que, en pleno verano y acompañada por sus primas, comienza a transitar su primer duelo: su hermana menor se ha ahogado.
Berruezo Pichón-Riviére escogió un tiempo conveniente para situar el drama de su protagonista. El verano no es una estación entre otras. El tiempo se estira y el acatamiento firme a los horarios de las actividades anuales está en pausa. Los duelos comparten misteriosamente una condición del tiempo parecido a la cualidad que tienen los minutos en el verano. La duración de los actos desobedece los deberes, apenas desayunar, almorzar y cenar constituyen acciones reiteradas; el resto es azar, estar en el tiempo. Esa condición de experiencia se siente en el film; duelo y vacaciones de verano son indistinguibles en ese sentido.
Mamá, mamá, mamá economiza en explicaciones psicológicas y prescinde de un contexto preciso. Basta que el espacio dramático esté habitado por Cleo, sus primas, alguna amiga, la tía y su madre para que la película avance en su relato. Este puede ser minimalista si se le mide por las variaciones y picos dramáticos de la narración, y maximalista si se lo estudia por su percepción. Al respecto, Berruezo Pichon-Riviére comprende muy bien cómo los objetos de la infancia y ciertas circunstancias impredecibles forjan las primeras impresiones que quedarán almacenadas en la memoria. En este sentido, es un film hecho de memoria (potencial), porque en el acopio de primeros planos de ventiladores, calcomanías, muñecas, salvavidas, números de un sorteo, una flauta dulce y tantos otros se sugiere que allí residen los signos tempranos del recuerdo. Esos objetos, como los sonidos del verano, habrán de invocar en el futuro la desaparición de la hermana de Cleo.
Sobre este procedimiento de acumulación de minúsculos objetos se añaden escenas que evocan las memorias que ya le pertenecen a Cleo con su hermana. Empezar a recordarla es reconocerla como ausente; dicha acción psíquica en la infancia es inesperada. En esos pasajes de intimidad la textura de la imagen muta de la nitidez digital al grano de la película analógica, a veces con una modificación sonora que refuerza el extrañamiento del flujo de la conciencia en el presente. Quizás Berruezo Pichón-Riviére abuse un poco del recurso, pero algunas de esas secuencias son tan precisas en la evocación de un recuerdo que diluyen el ostensible empleo de tal elección estética.
El otro gran descubrimiento de la protagonista es que una madre no siempre puede sostener anímicamente a sus hijos. Y eso puede pasar cuando el curso de la vida es interrumpido por su opuesto insobornable: la muerte, el fin de todo trayecto. Sobre esto el relato también suma algunas intuiciones a través de breves notas pertinentes acerca del mundo simbólico de la infancia. Allí están los animales, los sospechosos adultos, la noche como repertorio de los miedos, es decir, todo aquello que invoca posibles sucesos que ponen en riesgo el cobijo y la ilusión de lo duradero.
Mamá, mamá, mamá, Argentina, 2020
Escrita y dirigida por Sol Berruezo Pichon-Riviére
*Esta reseña fue publicada por el diario La Voz del Interior en el mes de enero 2021.
Roger Koza / Copyleft 2021
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