LA CASA DEL CINEASTA: DEL NATURAL (01)
CUADERNO DE TRABAJO / CUADERNO DE CITAS
En la noche del primer día del año se abren ocho flores de la dama de noche. Encaramadas en las varas rústicas perfuman la terraza. El perfume te alerta y te invita a acercarte. Un capullo inmenso, formado por muchos pétalos blancos, con finos estambres en su interior. Ahora es posible asomarse en ese abismo. Es el tiempo para mirarlas; por la mañana ya no se podrá. Ver tiene la condición de la fugacidad. Ver lo que está ahí, ahora, espléndido, lanzado a la muerte.
Cuatro noches después, abren tres flores más. Por unas horas conviven las vivas y las muertas. Se acompañan. Ese instante en el que el tiempo es pura desmesura. Ahora ya no. Todas cuelgan hacia la tierra.
Llueve por la tarde. Filmo la lluvia contra un muro gris. El agua traza filigranas contra la piedra. Una especie de escritura para descifrar.
“Observa, amigo, el lujo de las casuarinas de la costa.
Ya son agua”. (Arnaldo Calveyra, Diario del fumigador de guardia).
“De estas flores aprenderé, una vez más,
que la poesía que tanto amo solo puede ser
una fugaz y delicada acción del ojo”. (José Watanabe, Animal de invierno).
Vuelve a llover. Aprovecho la intensidad de su caída y filmo otros planos de la lluvia. Sobre los techos y los árboles, sobre el piso de la terraza, contra el muro. A veces la lluvia se ve y a veces no. Todo es efecto de la luz. La luz pone y saca. Quiero que se vea la lluvia, su trazo, su vibración y su locura.
Vamos en auto con mi padre, manejo yo. De pronto, me doy cuenta de que olvidé el bolso donde están las cosas para filmar. Es de noche. Intento girar, pero los brazos no me responden y no puedo mover el volante. Me esfuerzo y no lo consigo. Entonces voy marcha atrás por una subida estrecha hacia la autopista. Miro los espejos que son ganados por la noche. Acelero mientras intento ver en una oscuridad espesa. Todo con la conciencia de estar soñando.
Amanece gris. Pero las nubes se dispersan durante la mañana.
Visitamos con Gloria al Parque de la Memoria. La austeridad y el impacto de los nombres sobre la piedra. Una larga extensión de nombres y de piedra que desemboca en el río. Desde el río llega el viento y nos da en la cara. El viento parece nacer del agua. Después de meses de encierro, el viento en la cara.
Nos sentamos en un parque. El olor de los árboles. Frente a nosotros, la luz juguetea en un montecito que se armó en torno a un viejo eucaliptus. ¿Qué restituyen los perfumes y los matices del verde en el movimiento de la luz?
Tormenta nocturna muy intensa. Filmo los relámpagos detrás del ficus del patio. Mientras filmo la punta de una rama inclinada veo la cabeza de un caballo. Se mueve con torpeza hacia arriba y hacia abajo en la oscuridad. Recuerdo otros momentos de mi vida en las que creí ver, con la conciencia suspendida, algo distinto a lo que estaba frente a mí. La luz, el refucilo, anula la ilusión.
Mirar las cosas como si fueran algo distinto. No es un juego. No es descubrir formas en las nubes. Es ver las cosas del mundo en sus deslizamientos.
Los planos de la lluvia contra el muro. Los árboles nocturnos en el medio de la tormenta. La vibración de la luz sobre las plantas de la terraza, en distintos momentos del día. La cámara me permite grabarlas de noche si hay luna. ¿Y el hilo, el hilo invisible?
“Sentía que la vida pasaba de estar hecha de pequeños incidentes separados, que vivimos uno a uno, a curvarse y convertirse en un todo, como una ola que arrastra a una y la arroja con fuerza a la playa”. (Virginia Woolf, Al faro).
“Contempló los escalones: estaban vacíos; miró el lienzo: estaba borroso. Con una súbita intensidad, como si lo viera todo claro por un segundo, trazó una línea allí, en el centro. Ya estaba, lo había terminado. Sí, pensó dejando el pincel con enorme cansancio, he tenido mi visión”. (Virginia Woolf, Al faro).
Visiones nocturnas. Lo imborrable. Del natural. Le hablo a Mario de estas tres ideas. Pero le digo que los planos que más me gustan son los de la lluvia contra el muro. Las ideas y la materia. No podemos evitar esa tensión. Entonces nos obligamos a ver. ¿Qué hay? Unos trazos con distintas intensidades del agua contra la piedra vieja. El muro se apaga en los tonos ocres y se aclara en el gris. Variaciones de los tonos del muro, de la luz que sale de él, variaciones del agua. Ordenar estos planos como si fueran música.
Otros muros. Después de pasear por los jardines, Alejandro se detiene y me muestra uno de los muros exteriores del Borda. Está caído. La fosa primero, el muro caído después. Consecuencia del último terremoto en Buenos Aires, me dice. Después se sienta en el piso, contra la piedra gris, con la mirada gris a causa de las pastillas. Se vuelve hacia la cámara y nos mira.
“Nunca se te hará completamente familiar”. (Henri David Thoreau, Poéticas del caminar).
Una leve luz sobre la terraza. Hay algunas flores blancas, rozadas apenas por un farol y la luz de la luna. El vínculo entre esa flor, blanca, flotando en la oscuridad, y la luna. La lucha entre la blancura y el abismo. El blanco. La boca negra del mundo.
La mañana. La luz de la mañana con sus promesas, El movimiento de la luz. Las series, no lo seriado, la producción en serie, sino las pequeñas diferencias de lo mismo. Lo que se vuelve movimiento y transformación.
¿Qué pasaría, Mario, -hablo con Mario en mi pensamiento, además de cuando editamos- si la película es una rigurosa mirada sobre el muro? La inscripción de las sombras sobre el muro. El muro rasgado por la luvia, por las sombras de los árboles, por la luz del atardecer? Una profusión de signos, memoria del mundo, sobre el muro. Algo así como una versión de la caverna de Platón.
“Un blanco. Todo congelado. Sigue congelado. Blanco que quema. Azul que quema. Los olmos rojos. No tenía la intención de describir una vez más las colinas nevadas, pero salió. Y no puedo evitar incluso ahora voltearme a mirar a la colina de Asheham, rojo, violeta, azul grisáceo paloma, sobre la que la cruz se destaca tan melodramáticamente. Cuál es la frase que siempre recuerdo… u olvido. Mira por última vez todas las cosas hermosas”, (Virginia Woolf, Diarios).
“Yo andaba al acecho de una cierta hora que era y continúa siendo la hora más hermosa del día en Moscú. El sol ya está bajo después de haber alcanzado su mayor fuerza, la fuerza que buscó durante el día, a la que aspiró durante todo el día. Ese momento no es de larga duración: unos minutos más y la luz se hará rojiza por el esfuerzo, cada vez más rojiza, de un rojo primero fío y luego cada vez más cálido. El sol hace que todo Moscú se funda en una mancha que, como una tuba enloquecida, hace entrar en vibración todo el ser interior, el alma entera. No, no es la hora del rojo uniforme la más bella de todas. Ella no es más que el acorde final de la sinfonía que lleva cada color al paroxismo de la vida (…)
Representar esa hora me parecía la mayor felicidad, la más imposible felicidad para un artista. Y esas impresiones se me renovaban cada día de sol. Me deparaban una alegría que me conmovía hasta el fondo del alma. Y al mismo también un tormento, pues sentía que el arte en general, y mis fuerzas en particular resultaban demasiado débiles frente a la naturaleza”. (Wassily Kandinsky, Mirada retrospectiva).
La materia es exigente. Los planos de la lluvia no se atraen con el plano de Alejandro. Lo que funcionaba como idea no cuaja en las imágenes. Avanzamos con el montaje como se avanza con la escritura: como un acto de descubrimiento. Sacamos entonces el plano de Alejandro. Allí está abierta la película ahora: quién sabe hacia dónde.
Será necesario deshacer lo inmediato para hacer con lo inmediato, con lo que está ahí, otra cosa.
Gustavo Fontán / Copyright 2021
Si alguien quiere saber qué y cómo es la poesía en una de las tantas formas posibles que puede tomar, tiene que leer este precioso texto de Gustavo Fontán.
Muchas gracias, Ema.