LA CASA DEL CINEASTA: DEL NATURAL (03)
CUADERNO DE TRABAJO / CUADERNO DE CITAS
Ya está el otoño. Volvieron las mariposas anaranjadas, en mayor cantidad que el año pasado. Se posan sobre las plantas y sobre la ropa mojada. Me puedo acercar mucho, como si no significara una amenaza para ellas. Las miro pero no las filmo.
La enredadera de la terracita dio sus primeras flores. Dispersas, anaranjadas, se vuelven evidentes contra el verde de las hojas. Las mariposas y las flores tienen una leve diferencia de matiz: las flores son más brillantes. En un mes, las flores formarán un manto, el que cierra “Jardín de piedra”. Eso ya visto. Eso ya filmado. Eso que retorna, ahora, disponible solamente para la vida.
No podría afirmar que una línea de macetas sea un horizonte. Pero tal vez sí. El horizonte en la intimidad de una tarde de sol, una hendidura.
A cierta hora, cuando el sol declina, el mosquitero que tiene mi ventana quiebra los contornos de las cosas, y una inmensa variedad de verdes, marrones y amarillos, que provienen de los árboles, centellea durante un rato. Luego se aplacan para esperar la noche.
Cuando me vuelvo hacia la ventana, el sol se está retirando. Queda la última huella sobre las hojas carnosas de una suculenta. Iridiscencia, claroscuro, bichito de luz. ¿Y después qué? ¿Qué buscará la mirada? ¿Cómo es esa espera, cuando las cosas empiezan a ir de la luz a la sombra, con un movimiento descarnado?
Ahora hay una brisa que no afecta demasiado al mundo, sino que le agrega detalles casi imperceptibles a la quietud.
No es el declinar del verano, la nostalgia de lo perdido, lo que me impacta, sino la plenitud de lo que ha llegado.
“No escribí la historia
me distraje en notas
sobre las hojas de álamo
versátiles, decía,
un lado verde y el otro
un color texturado, inexplicable
como el silencio”. (Alicia Genovese, La línea del desierto).
Hay una luz dorada sobre el muro. Son manchas fugaces que se esparcen sobre la piedra. Hay que apurarse para verlas porque duran solamente unos minutos. Las descubrí de casualidad, mirando otra cosa. Es la última luz; ya no habrá sol sobre las casas después de este momento. Mañana tendré la cámara preparada. Alrededor de las cinco de la tarde, si está despejado.
“Vagaba tan solitario como una nube que flota en lo alto, por montañas y valles, cuando de pronto divisé una muchedumbre, una multitud de narcisos dorados”. (Derek Jarman, Croma),
¿Qué pasa, Mario, si la película es el camino que se despliega entre las marcas del agua contra la piedra, los trazos de la lluvia, y estas luces movedizas? ¿Qué pasa si la película es el balbuceo entre esas dos inquietudes?
Mario cree que a los materiales de la película los moviliza el anhelo. Una especie de impulso inscripto en la materia. Me señala los planos y las secuencias donde este impulso se vuelve más evidente.
Saco al perro a dar una vuelta a la manzana. Las calles están vacías. Hay una luz plomiza que cambia de intensidad por la resolana. Irrumpen los gritos de unos loros que pasan sobre las casas. Son veloces y vuelan en bandada. Pronto dejo de verlos, aunque escucho sus gritos todavía. Paco se demora y no quiere seguir caminando. Lo dejo. Miro la luz sobre las copas de los árboles: acacias, tilos, olmos y paraísos. ¿Cuándo aprendí estos nombres? Enseguida llegan otros: fresno, eucalipto, sauce llorón. El perro está en su mundo y yo en el mío. Pienso en lo que dice Mario del anhelo, algo que ve en las imágenes que rescatamos. Algarrobo, cedro, aguaribay. ¿Hacia dónde lleva el ansia, eso que germina en un muro por acción de la lluvia?
“Por esta calle la luz de la tarde
medía las sombras y sombritas de otoño”. (Néstor Groppa, Libro de ondas).
“Renoir es un naturalista en el pleno sentido de la palabra. Tiene la necesidad de sentir físicamente la presencia vital de cuanto pinta -paisajes o figuras- de suscitar un encuentro directo e inmediato con lo natural; pero en él no hay una actitud violenta como en Coubert; sólo una caricia leve, lírica y sensual, a un tiempo, que nace de su inmenso amor por todo lo que vive en esta tierra. (Alberto Martini, Renoir).
“Frente a la naturaleza misma es nuestra imaginación la que hace el cuadro. (…) Nuestro ojo, en la feliz impotencia de percibir los infinitos detalles, solo logra que nuestro espíritu solo perciba lo que hace falta percibir; éste hace todavía, a nuestra espalda, un trabajo particular: no tomar en cuenta todo lo que el ojo le presenta; relaciona aquello que experimenta con otras impresiones anteriores, y su goce depende de su disposición presente”. (Eugene Delacroix, Metafísica y belleza).
Una serie de fracasos. Probamos algunos materiales -una mujer al sol, al costado de un camino en la montaña, unos chicos corriendo junto al río- pero no funcionan, se vuelven demasiado significativos, hablan de otra manera. Siempre es frustrante que no resulte lo que creíamos haber resuelto. Sacamos los planos. Volveremos a ver el material en unos días, escucharemos sus reclamos. Hacer una película es también atender a sus resistencias.
“Aprender el tiempo lento de las cosas que crecen”. (Federico Falco, Los llanos).
“Tal como ocurre con la luz y con la sombra
que son edad entre sí.” (Néstor Groppa, Libro de ondas).
“Lo exterior se desarrolla partiendo del interior o nace muerto”. (Wassily Kandinsky, Mirada retrospectiva).
“Escribir como desplazarse
en el mismo lugar
hasta que deje de ser
inapropiado;
hasta que el círculo
ceda
como ceden
en noviembre
las horas de luz”. (Alicia Genovese, La línea del desierto).
En el árbol que está frente a mi ventana anidaron calandrias. No alcanzo a ver el nido. Las veo hacer: cantar sobre la rama más alta, entrar y salir del árbol. No son los pájaros. Ni el árbol. Es el conjunto: lo visible, la espesura, todas las distancias que lo rodean. Lo miro para después.
“El hombre de Cromañón llevó registro de las fases de la luna mediante muescas en el mango de sus herramientas, y mientras trabajaba pensaba en ello. Animales. El horizonte. La imagen de una cara en un cacharro de agua”. (Anne Carson, Charlas breves).
(Final de esta serie)
Gustavo Fontán / Copyleft 2021
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