En St Anne, Renée regresa imprevistamente a su casa familiar después de cuatro años de ausencia. En esa casa rural el hermano y su esposa han criado a la hija de Renée. 

Ste. Anne es el primer largometraje de Rhayne Vermette, cineasta experimental canadiense. Con una línea argumental zigzagueante, que se detiene a veces en el presente y a veces en el pasado, la película centra su atención en ese espacio que es territorial y geográfico llamado St Anne; además es el espacio de la familia. Todo gira alrededor de esa casa: el pasado se refleja en la genealogía de las fotos, en los recuerdos recortados  y en los pensamientos sobre los muertos de la familia que  habitan en los que viven. En este espacio se mueve Reneé, la recién llegada, su madre, y también la esposa del hermano; constituyen una constelación de madres donde el deseo y la potencia de la maternidad tienen distintas velocidades.

Sin duda, la ascendencia cinematográfica anclada en el cine vanguardista de Vermette hace que la película sea dislocada e intervenida casi por imágenes autónomas (objetos, fuegos, melodías) donde fluye más un deseo por filmar y por registrar momentos que por proseguir una línea narrativa. Esos momentos suelen estar protagonizados por la luz. Son movimientos donde la luz natural se independiza del relato, se vuelve autónoma, recrea la inseguridad, la soledad y las intrigas íntimas de la protagonista. La luz remarca el tiempo, que pasa lento y a la vez veloz, tan veloz que elípticamente no sabemos nada de esa mujer que durante cuatro años ha desaparecido. Pero de lo que se trata ahora es de recuperar a su hija y no tanto recuperar el tiempo perdido (tarea siempre imposible). El tema es reecontrar a la niña misma, poder vivir juntas el presente y a la vez delinear un futuro que las encuentre en otro espacio ya sin marcas y huellas. O construir una casa en un terreno vacío, lejos de los imperativos familiares.

St Anne es tal vez, una traducción poética del espacio en el que habitamos, sea geográfico, como la propia casa, o el simbólico como la maternidad. Vermette la directora y protagonista son parte de una ecología de mujeres que problematizan sus deseos, guardan secretos, mientras se mueven en espacios convergentes. 

En Notas, encantaciones. Parte II Carmela, película de clausura del FicValdivia, Alexandra Cuesta trabaja sobre la memoria que suele ser familiar pero también social y política. Al respecto, ambas directoras y protagonistas -Cuesta y Vermette-  se acercan y se rozan. En sus películas los cuerpos femeninos recorren la pantalla:  ella y su abuela. Está el jardín, los momentos de las recetas para cocinar que alivian el hambre y las que alivian el alma; también comparten la música que también cura.

Las imágenes de Cuesta destilan sensibilidad porque están pensadas y diseñadas desde la amorosidad. Cada elemento que retrata (flores, plantas, la tierra del jardín, su propia abuela y muchas macetas) están atravesado por una luz misteriosa, clara, transparente. El modo en que se asocia cada plano con el siguiente y precedente está en sintonía con algunas canciones, conformando así un universo luminoso, casi encantado.

Escenas cotidianas, ritos familiares, recetas y hierbas; o la naturaleza y la cultura; o la herencia que es en definitiva de lo que habla Cuesta en su película, tal vez demasiado breve pero no por eso menos intensa.

Marcela Gamberini / Copyleft 2021