LA CASA DEL CINEASTA: ÁRBOLES Y PÁJAROS (2)
Cuaderno de trabajo / Cuaderno de citas
Estos días de invierno amanecen con bruma. Una capa húmeda esconde el sol, pero no del todo. Los pájaros que vuelan se recortan con justeza contra ese fondo. Hay algunos que vuelan solos, en línea recta hacia la nada.
Salgo a dar un paseo; no muy lejos. Elijo las calles con más árboles. Vuelvo a nombrarlos, como en un rito. Acacias, tilos, plátanos. En el camino recojo hojas. Las llevo en la mano porque me gusta sentir las texturas. Después, antes de ponerlas a secar, las distribuyo sobre la mesa y las miro. Eucalipto, olivo, araucaria, los nombro. Me gustaría saber algo sobre la forma. El lugar donde se ajusta la belleza.
¿Cómo se mira un árbol un día como hoy, calmo, de sol débil en la sinrazón del invierno? Las hojas casi no se mueven, pero están en algún tipo de alerta. Las palomas giran en órbitas elípticas sobre el árbol. De pronto, se dividen en dos grupos. Cada uno de los grupos recorre órbitas distintas, con movimientos contrarios. Después de algunas vueltas vuelven a juntarse. El vuelo de las palomas puede durar un buen rato en la caída del sol. En el fin del deslumbre desaparecen, dejan de volar y se esconden.
Cuando se derrama la luz sobre el árbol, los contornos se vuelven imprecisos. Grandes manchas blancas, al mismo tiempo que impregnan al verde, extrañan al árbol. Lo que es da la sensación de que puede dejar de ser. Esas tensiones están en el centro de lo que miro ahora, cuando la tarde se adueña del árbol y lo manipula.
Muchos de los efectos de luz sobre los planos son consecuencia de un defecto de la cámara con la que grabo, que compensa la luz a su manera. Lejos de querer evitarlo, trabajo sobre esto, lo provoco y lo espero. Encuentro algo singular en el modo en el que enloquecen la luz y el color. Este defecto de la cámara que provoca manchas de luz, derrame de colores, fragilidad en los contornos, está en el orden de lo que podemos llamar azar. Pero hay algo de la voluntad del ojo que fuerza ese azar, lo busca y lo desea. Me alegra cada vez que aparece; me conmueve como si hubiera recibido una epifanía.
El montaje se apropia de esta singularidad para construir su flujo de luz.
“La luz fue la pasión de Bellini a lo largo de toda su existencia. Sin embargo, lo que atraía a Bellini no era la luz, que, al destruir la oscuridad, nos permite distinguir los objetos; lo que le atraía era la manera en que la luz, cuando es difusa, crea una unidad de todos los objetos sobre los que se derrama”. (John Berger. Sobre los artistas. Vol. I).
En los lienzos de Savinio, la luz nunca cae de ninguna parte, no está fuera de los cuerpos y por eso jamás produce sombras; se condensa sobre los cuerpos, que son en sí mismos el resultado de un repetitivo y golpeteo de la luz, tanto que no se podría afirmar si este proviene de fuera o de dentro, cual si hubieran sido labrados en relieve como repujados por el color que los forma”. (Giorgio Agamben, Studiolo).
“Luz borrosa, de espejismo, claridad sin descanso por entre los canteros hirsutos. ¿Dar con la palabra de ese juego como la aldaba de la puerta que nadie abrió nunca?” (Arnaldo Calveyra, Apuntes para una reencarnación).
“Lo esencial, Savinio no se cansa de recordarlo, es que la figura no sólo contiene materia y color, sino que lleva consigo su propio tiempo para emerger”. (Giorgio Agamben, Studiolo).
En el flujo de la luz: será necesario el esfuerzo de ver en la noche, en su silencio, lo que crece para después.
La palabra distancia sigue en mi cabeza. ¿Qué hondura del bosque evocan los árboles cuando se aquietan en la sombra? ¿En qué tiempo vive la calandria que otea el horizonte desde la cima del árbol; una mirada última antes que caiga la noche? ¿Qué ve en la noche que se avecina? Cuando los pájaros se callan y los árboles se oscurecen, las preguntas se vuelven insistentes y el lenguaje de los árboles y los pájaros llega hasta mí con la voz de los sueños. El tiempo se suspende, tal vez, para que nos miremos en el pozo donde la luz nos salva, nos salvará.
“Tarde de otoño:
una hoja de sicómoro
cae suavemente
y descansa
sobre su propia sombra”. (Abbas Kiarostami, Caminando con el viento).
Nos proponemos con Mario, como primer paso, editar un amanecer, ver qué nace en esa luz incipiente, movediza. Elegimos el amanecer en el que predominan grises y dorados. Hay otro con tonos azules que lo dejaremos para después. Habrá que balancear los negros, pensar en su incidencia. Con la luz llegarán los pájaros. Habrá que encontrar el ritmo con el que habitan el mundo.
La alegoría es una amenaza. Antes de empezar el montaje, vemos el material varias veces: es necesario saber qué hay ahí. Mario por su lado. Yo por el mío. Conversamos sobre esas imágenes largo y tendido. Nos hacemos preguntas y elegimos las imágenes más vulnerables, las deformadas, las que se despliegan, de alguna manera, hacia los bordes y hacia el futuro. Trataremos de transformar el montaje en una meditación. Será nuestra lucha contra los clichés que, sin ninguna duda, nuestras cabezas proyectarán sobre la línea de montaje vacía, al pensar en los árboles y en los pájaros.
“La fotografía es, para mí, el impulso espontáneo de una atención visual perpetua, que atrapa el instante y su eternidad. El dibujo, por su grafología, elabora lo que nuestra conciencia ha atrapado de ese instante. La fotografía es una acción inmediata, el dibujo una meditación.” (Henri Cartier-Bresson. Fotografiar del natural).
Queda en mi cabeza la idea del azar, no ligada ya a lo que pasa con la luz y los colores que provoca el defecto de la cámara, sino a ese conjunto de sucesos que se manifiestan de pronto, nos asaltan. “Causa o fuerza que supuestamente determina que los hechos y circunstancias imprevisibles o no intencionados se desarrollen de una manera o de otra”, dice el diccionario. Me pregunto, para indagar en lo que tiene de válido el concepto en la realización de una película: si estoy filmando el árbol porque llueve, si filmo la luvia, su escritura contra las hojas, si, en ese momento, una calandria sale del árbol y en la rama más alta se baña, si inmediatamente sale otro pájaro, y se bañan los dos en una fiesta de plumas, agua y gorjeos, si después, cuando la lluvia aumenta su intensidad, vuelven al interior del árbol, todo en un plano inesperado, imposible de ser planificado, ¿cuál es la condición de ese azar?, ¿es azar o es acecho?, ¿qué vínculo invisible se traza entre el azar y la condición de acechanza?
Dos vigilias: sobre los pájaros y los árboles que miro, por un lado; sobre los árboles y los pájaros que nacen en la película, por otro. Aunque estas dos vigilias están conectadas y se sostienen una en la otra, tienen características diferentes. La primera está vinculada al tiempo del acecho. La segunda, al lenguaje, que hace y deshace.
Ahora, el pedacito de mundo se oscurece. Las líneas son delicadas y los matices mínimos. No es una mancha negra, inexpugnable, sino un lienzo con pequeñas rasgaduras: invitación y amenaza. Intento ver en ese espejo de sombra lo que se avecina, lo que murmura.
El árbol nocturno expresa, al mismo tiempo, su potencia y su impotencia. La mirada se extrema, intenta ver en los pequeños rasguños luminosos. En el esfuerzo por ver, me abrumo. Hay que encontrar el tiempo exacto de lo que late en la sombra.
Lo que aparece, desaparece, sin cesar. Las reapariciones son, necesariamente, novedad de la luz y de la forma.
Grabo el canto de los pájaros. No sé si servirán estos sonidos que capturo con mi cámara. Lo hago por la mañana, sobre todo los domingos, porque se escuchan menos sirenas. Le pido a Andrés que grabe otros pájaros. Serán necesarios para construir los diálogos y las distancias; para fugarnos en los bordes y en las junturas de los planos. Vamos vaya a saber a dónde, con este intento de música.
¿Qué haremos con la ciudad, ese fondo maligno que el sonido directo pone en evidencia? ¿Arrancaremos de cuajo a los árboles y a los pájaros, les daremos un mundo donde no hay lugar para nada más? Avancemos, Andrés. Que píen, chispeen, trinen. Que canten de felicidad. Que gorjeen y protesten. Que chillen en el miedo. Y callen. Y veremos.
“En cada instante del trabajo de expresión, a medida que avanza la escritura, el lenguaje reacciona, propone sus propias soluciones, incita, suscita ideas, contribuye a la formación del poema”. (Francis Ponge. Métodos).
“Habrá que ir hasta allí, con el fin de que reine una justicia que ya solo será Color o Luz”. (Gilles Deleuze, Francis Bacon. Lógica de la sensación).
Gustavo Fontán / Copyleft 2021
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