RETRATO DE UNA MUJER EN LLAMAS / PORTRAIT DE LA JEUNE FILLE EN FEU
LOS LÍMITES
No hace falta trasladarse a fines del siglo XVIII, como sucede en Retrato de una mujer en llamas , para constatar que toda época tiene sus límites. Lo que se puede y se debe, lo que se quiere y no se debe, lo que se debe y no se quiere se sabe en un orden que restringe y alienta. Un día besar a alguien en público es un acto inmoral, un tiempo después es una costumbre insignificante. En Alemania e Inglaterra, hasta fines de la década de 1960, la homosexualidad era un delito. Lo interesante es que nunca se puede saber del todo cuáles son los límites que no se perciben en tiempo presente. El punto de partida de Céline Sciamma es justamente el límite de una época pretérita y su relación con el deseo. El punto de vista es el de las mujeres en un mundo que responde a las reglas de los hombres.
A partir del recuerdo que suscita un cuadro olvidado, la profesora de pintura de varias señoritas que aspiran a convertirse en artistas recuerda un romance breve pero decisivo para su vida con una joven aristócrata a la que tenía que retratar. El relato no es otra cosa que la evolución cronológica del recuerdo, una cápsula de tiempo que sintetiza el primer encuentro, la constatación del enamoramiento, el cumplimiento de la experiencia erótica y la ejecución del retrato. La coda transcurre en un teatro. En ese momento ya no es la pintura lo que importa, sino la música como una forma de consolación espiritual frente al destino dictaminado por las costumbres.
Todo sucede al lado del mar en algún paraje de Bretaña donde la luz natural es amiga del ojo y de la cámara. Sciamma saca provecho de la luz exterior y se empecina al mismo tiempo en respetar la luz de las velas y otras formas de luminosidad pretérita para pintar adecuadamente sus planos cinematográficos como si fueran cuadros en movimiento. Los pasajes que tienen lugar en la cocina de la mansión son disimuladas conquistas fotográficas que podrían confundirse con escenas domésticas vistas por algún que otro maestro holandés del mismo siglo en que se desenvuelve el relato.
Sciamma propone una segunda intersección entre el cine y la pintura. ¿Cómo observa una pintora? ¿Cómo mira una cineasta? Los primeros planos coinciden con la capacidad observacional de quien pinta y también de la mujer que posa. Saber mirar es extender la atención sobre una acción sin énfasis o algo inadvertido de alguien o algo. Una axila en primerísimo plano sin depilar desconcierta primero y luego obtiene una potencia erótica inesperada solamente porque se ha filmado una superficie corporal de una manera inusual que no suele mirarse sino como un área destinada a ser objeto de publicidades de desodorante. La fuerza de la película reside en esos detalles dispersos, y no tanto en las escenas simbólicamente concebidas para vindicar el deseo femenino y la libertad explícita sobre el destino de su cuerpo. (La hermosa canción que cantan muchas mujeres al lado del fuego en una noche es un episodio placenteramente decorativo; la orquestación siniestra durante un aborto no parece pertenecer a esta película).
La misión política de Retrato de una mujer en llamas es tan previsible como justificada: insistir sobre la emancipación femenina. Dicho de otro modo: las mujeres tienen derecho de hacer lo que les dé la gana. De esa afirmación incuestionable se desprende, tal vez involuntariamente, un signo aún más elípticamente libertario: la criada, la artista y la aristócrata pueden sentirse unidas por el hecho de ser mujeres y desentenderse momentáneamente de la determinación de la pertenencia de clase. Ahí resplandece algo más que la mentada sororidad, ahí comienza otra índole de emancipación.
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Retrato de una mujer en llamas / Portrait de la jeune fille en feu, Francia, 2019.
Escrita y dirigida por Céline Sciamma.
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*Publicada en otra versión en La Voz del Interior en el mes de octubre de 2021.
Roger Koza / Copyleft 2021
Muy interesante Roger. La película desde ya me parece una obra maestra, pero también me parece pertinente hablar de esa escena en la que la criada, la artista y la aristócrata comparten una comida. Por el tipo de encuadre que elige Sciamma, a mí ese plano me remite directamente a La Última Cena de Da Vinci. La sorora calma en ese espacio en donde la libertad es lo que abunda, mas es sabido que esta libertad es finita, ya que en algún momento la madre de la aristócrata volverá, y con ella los condicionamientos de la época.
Abrazo.